domingo, 21 de febrero de 2016

SÓLO SÉ SU NOMBRE

¿Seguro que a vosotros también os pasa?
            Yo la veo asomarse en la distancia, con una escurridiza sonrisa enigmática y fugaz. Intento responder al gesto pero algo inexplicable se la ha llevado. Porque prefiero consolarme de que así sea y no por su propia su voluntad que ella me evite.
            A veces la encuentro deslizándose entre las aguas, suele ser en una playa tranquila y con poca luz. Está desnuda, como yo la quiero. Lo sé porque juega a enseñarme la parte que ella considera su capricho, seductora, provocativa, insinuándome que hay más, mucho más, incluso todo, y que si nado hacia ella…, lo demás, lo que imagino, me puede ser concedido. Y voy. Pero nunca llego a tiempo. Y entre la penumbra submarina que no atraviesa la luz de la luna, intuyo, pero sólo una silueta que se desliza hasta una profundidad que yo no me atrevo.
            Sé que es hermosa como…, como sólo ella es capaz de serlo. Pero no os la puedo describir porque con lo que único que he aprendido a conformarme es con un vago recuerdo. Sí, ese recuerdo que se disipa entre gasas cuando despiertas y sabes que has pasado la noche en su compañía. Es el castigo de los sueños, de los buenos, los que vienen de serie con la condena a ser olvidados. Y esos primeros minutos, tan escasos y difusos con los que te sorprende el despertar, no son suficientes para retener el placer de haberla tenido entre mis brazos.
            He oído a muchos hablar de ella, pero no conozco a ninguno que la haya conseguido, y aunque tenga que admitir mi egoísmo, me alegro. Porque sé que, completa, no me la hubieran contado, y estaría condenado a los celos por la eterna espera de que en alguna ocasión, como esos otros, también la hiciera mía.
            A veces, incluso dudo de que exista y que no se trate más que de otro de esos trucos con los que la imaginación juega. Pero enseguida me quito esa tontería de la cabeza, porque aunque no sea más una pequeña parte, algo de su brillante piel sí he conseguido ver. Y sé que con ella no son buenas las prisas porque no conducen más que a su contrario, el engaño.
            Ahora estoy seguro de que a vosotros también os pasa. Y que como yo, soñáis con ella, os acercáis pero tan sólo conocéis su nombre. Se llama Verdad.

Oscar da Cunha

21 de febrero de 2016

domingo, 7 de febrero de 2016

LEYENDAS DEL MOBY-DICK

            Recuerdo que allí conocí a Faulkner mientras agonizaba. Me costó admitirlo, pero terminé comprendiendo que existía una Nueva York desde donde se podía escribir poesía como solo Lorca era capaz de convertirla en un pedazo de alma. Y creo que fue en una de las estanterías más altas donde Grahan Greene mantenía escondido a aquél falso espía en la Habana del que aprendí que la vida nos reserva la ironía de que no es necesario ser algo, a veces basta con saber aparentarlo. No se me olvidará ese día, juraría que era una calurosa tarde de julio que amenazaba tormenta, y a la propietaria, doña Eulalia, se le ocurrió presentarme al mejor cartero que he conocido. Miguel me enseñó algo mucho más difícil que atravesar el verano siberiano, algo para lo que mi limitada edad resultaba imposible como era esquivar el reconocimiento de una madre, y otro algo que descubrí años más tarde: que esconder los sentimientos hacia quien amas no puede tener más que un motivo, y el de Strogoff me pareció admirable pero sigue sin convencerme. Con su padre, con Verne, entablé una amistad que aún permanece. ¿Con quién si no podría conocer los misterios que esconden la profundidades de los mares, saber que desde el centro de la tierra también se ve el sol, y permitirme dos largos años de vacaciones?
            No, aquello no era una librería, como todas las que hoy luchan para sobrevivir, era un gimnasio de la mente que me enseñó que vivir sin soñar sólo es vivir a medias, y así, de la mano de Don Pío comencé mi busca particular que aún mantengo. Y gracias a los consejos de Stevenson supe que el tesoro no se escondía en la isla perdida de un mapa, el verdadero tesoro consiste en construir con sencillas palabras cualquier continente ignoto en el que ambicionemos perdernos entre la niebla de Unamuno, y con las luces de bohemia que encendía Inclán, volver. Volver no sólo para quedarse a compartir con Alberti la añoranza de un marinero en tierra mientras recitamos a trío con Neruda los versos del capitán, porque los descansos simplemente merecen la pena para tomar aire antes de lanzarse a una nueva búsqueda del tiempo perdido que Proust ya nos sugería que podríamos encontrarlo recorriendo el camino de Swann.
            Pero doña Eulalia, la anciana propietaria, estaba convencida de que la eternidad existía, y una mañana que yo no quise ver, la encontraron dormida en su anticuado sillón, junto al mostrador. Con los ojos para siempre ya cerrados y entre sus manos ese caminante de Hesse en el que espero haya encontrado la ruta adecuada, para que ese día en el que yo también me pierda pueda localizarla, quizás esperándome en un banco, dispuesta como acostumbraba, a orientarme por ese largo viaje en el que Dante consiguió que la comedia se convirtiera en divina.
            Ser heredero no implica heredar el espíritu, y así se lo hicieron ver al notario ante el que se frotaron las manos los suyos. La oferta para degradar ese viejo templo en un bar de copas implicaba convertir sus fatuos sueños en impertinentes realidades, y para los beneficiarios, la única tinta que no suponía un malgasto fue la que contenía el bolígrafo con el que, y cuentan los mentideros, hubo tortas para rellenar de firmas un contrato que terminó oscureciendo una fachada sin otra luz que la que es capaz de prostituir un empañado letrero de neón.
            Ahora, el local goza de mala fama. Se dice que en él preparan un misterioso brebaje alucinógeno para añadirlo disimuladamente a todas las consumiciones, y es habitual escuchar a clientes que afirman haber compartido mesa intentando conseguir los favores de Emma Bovary. Pero ella siempre espera silenciosa hasta las seis de la tarde, y entonces se le ilumina la mirada al contemplar a través del espejo situado tras la barra la eterna sonrisa de Dorian Grey, que nunca falta a la cita con su té diario. Otros, aseguran conocer enigmáticos detalles sobre el abate Faria que sólo el propio Dantès, cuando amparado por las sombras y acudiendo para refugiarse de la lluvia, se anima a desvelar tras invitar, a un cada vez más escogido y reducido grupo de trasnochadores, a compartir una copa de ese Hennessy que la casa trae en exclusiva para él. No faltan los mentirosos que presumen de haber conseguido una insinuante sonrisa de Lolita mientras pícaramente se sube las medias aprovechando cualquier descuido de Nabocov firmando autógrafos. Y he oído contar de algunos osados que pretenden enseñarle un nuevo exabrupto que no figure ya entre el amplio repertorio de ese loro que aparenta formar parte de la decoración del club; no son más que ignorantes que salvan su vida porque Long John Silver confía mansamente día y noche en que Robert Louis le mantenga en su discreto y cómodo retiro, sabedor de que sus posibilidades de gozo en el otro mundo son harto escasas. Los que más traspuestos abandonan el local afirman reconocer en la voz de Carroll las indicaciones para encontrar el camino hacia su casa: "Empieza por el principio; y sigue hasta llegar al final; allí te paras."
            Pero no son leyendas de borrachos de pueblo, ni siquiera una estratagema de los propietarios del Moby-Dick, que en un fin de semana de fiesta en Madrid tuvieron el ingenio de piratear el nombre para su vulgar chiringuito, despreciando así la paciencia de Melville, que no eludirá la ocasión más propicia para enviar al capitán Ahab con claras instrucciones en la hoja de navegación del Pequod con el fin de hundirlo, gracias a un certero golpe, en la parte más débil de su línea de flotación.
            No, no son leyendas de noches de copas y mañanas de resaca. Porque vosotros igual que yo, sabéis que ni los grandes creadores ni sus personajes renuncian al lugar donde hemos tenido el honor de descubrirlos. Y aunque intenten destruir el escenario, volverá ese día en que el viejo telón vuelva a levantarse, y ante nuestra fascinada mirada comprobaremos que nunca nos han abandonado.

Oscar da Cunha

7 de febrero de 2016



domingo, 24 de enero de 2016

CUENTANDO

            Uno, dos, tres, cuatro, cinco, seis y paro de contar. Tal vez me haya excedido y me deba una reflexión.
            Uno, dos, tres, cuatro, y cinco. No sé, estoy siendo demasiado generoso conmigo. Lo intento de nuevo.
            Uno, dos, tres y cuatro. ¿No son muchos, Oscar? Ahora oblígate a un paseo. Pero delante del mar, o mejor dentro y que a tu memoria la endulce la sal, siempre te ha funcionado la paradoja.
            Uno, dos, tres y me planto. Ahora sí y con ambos pies pisando tierra firme, porque yo no nací dentro el Cantábrico, sino frente a él.
            Me repito: uno, dos, tres y no busques más porque no lo hay. El resto es accesorio, prescindible y hasta en ocasiones molesto por sobrante.
            Y ahora recuerdo que la matemática no es sólo la ciencia que se ocupa de los números sino también la encargada de establecer las bellas cadencias entre la armonía de los sentimientos, y no recuerdo si la frase es mía o alguien la dijo antes, pero no me preocupa porque seguramente ya no esté con nosotros y no me lo va a reprochar.

            Procuro amanecer siempre el primero y antes de llegue la luz. Me gusta contemplarlos aún dormidos y, mientras sigilosamente me deslizo entre las sombras, soñar con que ellos estén soñando conmigo. Son muy pocos, pero justo los que necesito para que la soledad sea un accidente que nunca me permitirán sufrir. Admito que a veces (al cabo de cada día) nos peleamos, pero siempre terminamos volviendo a apostar por lo que nos une, porque la felicidad que compartimos juntos supera al orgullo de cada uno por separado. Y tengo la suerte de que ninguno esté interesado en cómo funcionan las balanzas porque yo, más de las veces que estoy dispuesto a confesar, saldría perdiendo. Y aunque por alguno tuvimos que llorar, duró poco porque sólo se marchó su cuerpo y jamás ha  dejado de estar entre nosotros, ya se encargó antes de hacerlo de enseñarnos que vivir en la memoria es el único testimonio de que no hay final, porque la muerte es un invento con el que se consuelan los egoístas.

            Por eso, aunque parezcamos menos somos más, y quienes de verdad se esfuerzan  en conocernos saben que establecer lazos conlleva comprometerse a formar parte de nuestro espontáneo círculo en el que cualquiera es bienvenido aunque llegue sin llamar. Esos, mis queridos —porque para lo que hoy llaman amigos basta con unos minutos de taberna—, dispuestos a compartir mesa y mantel de sinceridad, y tolerancia para jugar una partida sin cartas marcadas ni intenciones de ganar, porque el único premio consiste en intercambiar los defectos por sonrisas, los errores propios por la aceptación de los ajenos, y a no callar los malos momentos porque de dioses están llenos los infiernos. Y aunque a mis queridos quisiera dedicaros cielos y paraísos, no está en mi mano ni creo en ellos. Y no seremos capaces de cambiar este mundo en el que hemos sido desterrados, pero no aspiro a hacerlo, sólo a ser como los que mi buena suerte os ha encontrado en el camino, que ya no es mío porque vacío no me sirve, y compartir con vosotros los templos en los que os localizo.

            Templos en los que las columnas las forman los troncos de mis bosques, sin más altares que esos horizontes en los que cielo y mar me acercan a mis deseos, y silenciosas noches de estrellas bajo cuya bóveda encuentro la serenidad que es la mejor oración del alma. Templos que ya estaban antes que nosotros y seguirán custodiando nuestras cenizas cuando los dejemos con el encargo de recordar que una vez nosotros también fuimos parte de esa verdadera y eterna divinidad que llamamos naturaleza.

            Un, dos, tres y no cuento más, porque no se trata de seguir sumando sino de saberlo conservar. Pero cuento con vosotros.

Oscar da Cunha

24 de enero de 2016



sábado, 9 de enero de 2016

EL REFLEJO DE LA REALIDAD (DADILAER AL ED OJELFER LE)

A menudo me pregunto quién inventó la realidad y con qué intenciones. Me gustaría abordarlo y que me explicara para qué me sirve el anverso de un espejo que sólo me devuelve la imagen de lo que soy y no de cómo me gusta imaginarme. Que me contara por qué llueve cuando yo veo sol, por qué me cruzo con tantas caras tristes si yo salgo cada mañana buscando sonrisas. Que me resolviera… tantas dudas. ¿Quién le ha concedido el derecho para cambiar mi fabricada realidad por otra más coherente pero que no me conviene? Ese chapucero, que también comete errores, me podría dejar en paz, olvidarse de mí y no insistir en instalarse en mi cabeza para que sus absurdas manipulaciones dejen de confundirme. Porque uno no prepara sus figuras de marfil, les saca brillo y cuidadosamente las coloca, para que venga él y me cambie el tablero de blancas y negras por esa estupidez que llama vida.
           
            Fue el otro día, cuando un coche en doble fila me impedía desaparcar el mío y continuar con mi desquiciada rutina. Nada que habitualmente no se solucione con par de bocinazos y algunos minutos de paciencia, pero la mía viene de serie con un periodo muy corto. Y como algunos oídos parecen estar programados para percibir, entre el alboroto de la ciudad, el exclusivo canto de su vehículo, me bajé para… ¿Por qué me bajé si ya conocía ese coche? ¿Por qué intenté abrir su puerta si ya sé que siempre la cierra con llave? ¿Por qué me quedé esperando cuando sabía dónde localizarlo? La culpa siempre la tienen las prisas, por eso no pensé que ese chapucero manipulador del que hablaba al principio se hubiera vuelto a equivocar confundiendo los cables. Azul con azul: por ahí va la realidad; rojo con ojo: fantasía; y la toma de tierra…, bueno en eso estoy de acuerdo con él, mejor que apunte hacia las estrellas, hay más masa.

            Por fin apareció el conductor doblefilista y le saludé por su nombre ignorando su mirada cargada de desdén
            —Ya va para un ratito…—le dije—. Podías estar más atento.
            —La culpa es tuya —me contestó—, si no te fijas en los detalles, si no revisas los textos, pasan estas cosas, y no me vengas con la coartada de que ayer anoche terminaste muy tarde y no tuviste tiempo. Llevo aquí horas de plantón esperando a que vuelvas al teclado.
            —¿O sea que no lo vas a mover?
            —Tú sabrás, ¿te has traído el ordenador?
            —No, llevo la tablet pero no he actualizado el archivo. Lo de ayer se ha quedado en casa.
            —Pues mira — me soltó desafiante—, que se lo lleve la grúa. Además, para la mierda de coche que me has puesto…
            —Hombre, con el sueldo que ganas, ¿qué quieres? un Ferrari. ¡No! —Hice un gesto con la mano—. No encajaría en el guión.
            —Pues cambia el puto guión y dame otro nivel de vida.
            —Ya es tarde, voy por la página sesenta y dos. Eso hay que hablarlo al principio.
            —Excusas de escritor, no me has dado ninguna oportunidad. Hasta la página veintinueve yo no aparezco.
            —Ella es el personaje principal, es lógico que…
            —De eso también quería hablar. ¿Podrías retocar algunas escenas? Ya sabes, centrarte un poco más en el decorado, la luz que entra por la ventana, esas chorraditas que definen mejor del ambiente. Te veo demasiado… entusiasmado con ella. Y no te olvides de que es mi mujer.
            —Exageras, no es más que texto, palabras combinadas que cobran vida en la imaginación.
            —¿Crees que me has casado con una fantasía?
            —Me temo que tú también lo eres.
            —¡Ven, acompáñame! —Me cogió del brazo, justo durante los metros que nos separaban de un comercio en cuyo escaparate había un espejo—. Mira, ¿a quién ves reflejado?
            —A ti, sólo a ti —le contesté, pero quizá mi voz también la imaginé.
            —Eso pretendía demostrarte. Tú estás en la parte trasera del espejo, la que no devuelve ninguna imagen, la que nadie ve. Ahora ya sabes en qué lado está la realidad, recuérdalo esta noche y esmérate con esos arreglillos. El público es exigente, prefiere ver un buen coche, un tipo bien trajeado con un curro de los que dan envidia. ¡Ah! y lo de mi mujer en la página cincuenta y tres lo borras. Verás, no es que me sienta celoso, pero hay ciertas intimidades a las que tú no estás invitado. Ya lo siento, si algún día quieres dejar de ser una fantasía y pasarte al lado real, ese que recuerda la gente, escribe tu biografía.

Oscar da Cunha

9 de enero de 2016




domingo, 27 de diciembre de 2015

PRELUDIO HACIA EL INFINITO

            Parece que fue ayer, intento engañarme porque no sólo lo parece, lo fue. Sé que llovía porque ahora, todavía, los árboles continúan goteando. Pero lo de ahora son lágrimas porque no entienden por qué ha pasado un año y no ha pasado nada. Y he puesto árboles pero estoy hablando de personas, de ti, de mí, y de todos los que, como con cada proximidad del fin de año, hacemos balance y nos fijamos nuevos propósitos.
            Porque hace mucho tiempo que todo se repite aunque nos empeñemos en que parezca nuevo. Tenemos la sensación de que el mundo cambia muy deprisa pero no lo hace, porque el mundo no es lo material, lo sólo perceptible; el mundo somos nosotros, que estamos capacitados para llegar incluso más allá de la realidad, pero seguimos obsesionados en repetir materialidades aunque con diferentes elementos y no dejamos de conseguir los mismos resultados. Han cambiado las guerras pero las sigue habiendo. Gobiernan otros pero lo hacen igual y para los mismos. Continúan los desfavorecidos aunque se repartan de otra manera. Del medio ambiente ya sólo nos queda un cuarto. Seguimos creyendo en una sociedad mejor pero somos incapaces de trabajar unidos para conseguirla. Y porque de las dos cámaras que incorporan los nuevos teléfonos sólo nos interesa la frontal, sin darnos cuenta de que lo importante se encuentra al otro lado.      
            Pero hoy, mi mejor amigo, el que duerme si yo lo hago, el que se sacrifica sin hacerlo cuando yo no puedo, al que no necesito contarle porque con mirarme ya lo sabe. Él, que no pide pero entregando se gana el cariño. Ese enano peludo con el que tengo que esforzarme para que conviva en esta sociedad de humanos porque a mí también me cuesta. Hoy, como un día más, como lo viene haciendo sin necesidad de contar el paso de los dos años largos que lleva educándome, ha vuelto a insistir en que cada día sólo es la ampliación del anterior, que no se trata de mirar el calendario para demostrar que los propósitos son un ejercicio continuo, vitalicio; porque para los que son como él, todos los días son Navidad, Año Nuevo o ninguno de los dos, simplemente son días que se nos conceden y cualquiera es válido para decidir que es suficiente con perseverar.
            Bajamos a la playa y me mira, conozco esa mirada que me dice: observa y aprende. Porque hoy hace sol pero podría llover, porque el calor es anómalo para la época pero aun bajo cero el objetivo sería el mismo. Corre hacia esos amigos con los que habitualmente se encuentra y comparte, por momentos de uno en uno, en ocasiones forman grupo y al gruñón lo saludan de lejos pero sin rencor, porque al pobre le dan mala vida y todos se compadecen. Hoy hay colegas nuevos, desconocidos que habrán llegado con las vacaciones, más oportunidades para incluir en ese círculo que nunca aceptarán cerrar, porque aunque todos sean diferentes, ellos se empeñan en sentirse iguales, y les funciona.
            Observo y comprendo que lo demás es accesorio, lejanamente secundario. Detalles, pequeños caprichos, chucherías que cada día inventamos o hacemos evolucionar para sentirnos fingidamente vivos: Terminar ese curso que quedó pendiente aunque ya se desfasó; una nueva maquinita mejor que la del vecino; bajar esos kilos de más o dedicarse a recuperar los que se llevaron las noches sin dormir; abrir un mapa y decir aquí mientras con los ojos cerrados colocamos el dedo; revisar el plan de jubilación porque desde que nos lo vendieron la letra pequeña se ha hecho grande y a los números les faltan algunos ceros…
            Y entiendo que todo es mucho más sencillo y de tanto tenerlo delante se nos escapan las intenciones. Los días son días, sin más, se llamen como se llamen. Y para este cambio de año no voy a hacer nuevos propósitos ni fijarme metas ¿qué va a cambiar una hoja de calendario? No hacen falta nuevas voluntades, porque el proyecto ya comenzó cuando nacimos y consiste en seguir creciendo sin pautarnos, sin olvidar que lo importante es tender la mano, para dar, recibir y compartir. Y como lo ha sido válido hasta ahora no va a cambiar con números nuevos.
            Todo lo demás es provisional, accidentes que a veces se curan.
            Los buenos deseos se agradecen por cortesía, pero este año yo me voy a abstener. A los que os quiero y me conocéis ya os los dedico a diario y sin necesidad de fecha señalada con uvas y campanadas. Al fin y al cabo, del 31 de diciembre al primero de enero sólo hay un día, un día más y todo sigue, porque las personas no cambiamos ni evolucionamos de repente, pasando de hoja. Como mucho, y ya sería bastante, deberíamos ser menos pretenciosos y conformarnos con invertir en humanizar nuestro pequeño entorno, pero esa es una tarea en la que nos tendríamos que haber comprometido hace tiempo, e insistir aunque a menudo nos falle. Por eso, por todas las veces en las que no he dado la talla y por las más que seguiré cometiendo el mismo error, tendedme vuestra mano y que estas palabras no se las lleven mis vientos porque para eso las dejo escritas, y concededme el perdón por esa autosuficiencia que en ocasiones se me escapa. Como un día más y hasta que el infinito nos permita no seguir fracasando tantos años como nuestra especie aparenta.

Oscar da Cunha

Un día como otro cualquiera.


* "En el desprecio de la ambición se encuentra uno de los principios esenciales de la felicidad sobre la tierra."  François Marie Arouet (Voltaire).

* "Hay un libro abierto siempre para todos los ojos: la naturaleza." Jean Jacques Rousseau.

viernes, 11 de diciembre de 2015

CUENTO DE NAVIDAD

            El frío no impide, quizás empuje a la gente a recorrer las calles. Tal vez sea la causa de que se llenen, buscando las puertas de los establecimientos comerciales, de las cafeterías donde reencontrarse, donde renovar el abrazo personal que desde el año anterior se ha pretendido en cientos de mensajes de teléfono y emails. Acaso sea el frío quien ha ocasionado el atasco en esa travesía estrecha, ¡no, esta vez no ha sido el frío! El hombre de la bufanda de cuadros escoceses no acierta a meter el pino dentro de su coche, aun así nadie protesta con sus bocinas. Y a la señora del abrigo negro se le ha caído un paquete, no se ha dado cuenta porque es el más pequeño, pero el más valioso; no ha resultado el más caro, el esfuerzo ha consistido en encontrar lo que a él le gustara, y se conforma con tan poco, ¡qué difícil resulta escoger para el que sólo espera cariño! Nadie aprovecha la confusión para robarlo, y un joven con los vaqueros llenos de cadenas y la cara de piercings se agacha, la sigue, la aborda.
            —Perdone, señora, esto es suyo.
            Pese al frío, desde el interior de la pastelería alcanza la calle "Last Christmas" de Wham, y una pareja baila mientras la gente sonríe; dos ancianos los contemplan con nostalgia, se miran y se dedican un beso de cómplice recuerdo. Las esquinas están preparadas para regalar sorpresas, encuentros inesperados que hacen olvidar el tiempo que pasó. Al viejo del violín se le añade un joven con contrabajo y un tercero con acordeón, los últimos no ponen la gorra en el suelo, sólo pretenden compartir la mirada brillante del abuelo que sueña en Budapest. Los móviles suenan más de lo habitual y no son horas de trabajo, lo dicen los árboles que se han vestido de luces doradas, rojas, azules…, Y una vez más a mí se me ha olvidado colocar la tarjeta de aparcamiento, será por el frío pero no me han puesto multa.

            Pero no, no es el frío, Dani está convencido de ello. Han vuelto, como otro año más, esas sensaciones que le impulsan a soñar con una madre que nunca llegó a conocer, porque por darle a él la vida ella la perdió. Al menos eso le escuchaba decir a su padre mientras lo veía naufragar dentro de botellas de licor barato, mientras lo lloraba empuñar la amargura, esa enfermedad de la desesperación, como excusa por haber perdido el trabajo, después la casa y finalmente la dignidad. Ha reaparecido la misma soledad que recuerda no entender bajo mantas y cartones, y cuando a su padre se le perdió la mirada una madrugada de cielo gris y él supo que acababa de dejar de verle.
            Pero no, tampoco es el frío quien le acerca el asustado recuerdo ante esa pareja elegante; ante ellos, ante quienes primero le perturbaba volver a decir papá y mamá y después le enseñaron a sentirlo. De esa excesiva casa donde enloquecía buscando el suyo entre los mil  rincones hasta comprender que todos eran para él. Y ese compromiso  del que no hace falta repetir para siempre pero que pronto entendió que significaba familia. No es en el frío donde se quedó retenido ese olor a humo y calle en la ropa, y el aliento con aroma a cubo de basura que todavía su memoria no ha olvidado ni está dispuesto a hacerlo jamás. Porque nació comprendiendo que la vida tiene arriba y abajo, y ambos destinos están separados por una escalera con peldaños muy resbaladizos.
            No, no es el frío quien ha empujado a Dani a buscar su regalo entre calles de colores, ese que este año él ha insistido en escoger a cambio del coche prometido por haber alcanzado esa barrera de la mayoría de edad, una barricada que ya atravesó con tan sólo la mitad. Camina sin mirar los escaparates, sin entrar a preguntar precios aunque será él quien tendrá que pagar la mitad. Callejea, obstinado, hasta encontrar la mejor recompensa, esa que se disfruta recibiendo menos para compartir más.
           

            Las calles se han vaciado, las luces continúan encendidas y Dani entra en casa. Sabe que es la suya porque lo pone en el corazón de quienes le abrieron definitivamente su puerta, y él aprendió muy temprano a leer corazones.
            —¿Ya has elegido tu regalo?
            —Sí, mamá. Está aquí, detrás mío.
            Se hace a un lado y un niño asoma con la mirada asustada, otro más como él mismo hace nueve años, porque la vida tiende hacia esa extravagancia de repartir duplicados. Siempre con olor a humo y calle en la ropa, y el aliento con aroma a cubo de basura.

            Pero no, no es el frío. Es otra cosa, y aunque a la nieve se la espere pero tal vez no llegue, se le llama Navidad y a veces funciona.


Oscar da Cunha
12 de diciembre de 2015

domingo, 6 de diciembre de 2015

EL CUARTO CABALLERO

            Yo no debería haber escrito este relato. Resucitar el pasado, mirar debajo de la sábana de mis fantasmas y convertirme en el delator de una serie de acontecimientos que confirman que detrás de toda realidad sigue habiendo más elementos que complementan la verdad. Porque hay ocasiones en las que traspasar la barrera de la ficción te devuelve a un duro encuentro con la evidencia.
            Porque son esos otros pequeños detalles, esas minúsculas fracciones de irrealidad que conviven con nosotros, las que, escondidas entre las más discretas esquinas de nuestro cada día, se asoman, en determinados momentos, advirtiéndonos de que quizá no deberíamos mirar más allá. Y aprender a conformarnos con lo más sencillo, eso que llamamos lo real, la vida, que a veces nos deslumbra con su belleza y nos conmueve por la delicadeza de cuanto la compone; pero otras, se comporta de manera violenta, cruel, y la amargura de sus arbitrarias decisiones nos agrede por su vehemencia.
            Pero nuestro mundo no está organizado en exclusiva con esos elementos que somos capaces de apreciar a simple vista. Tiene dos caras compuestas de luces y sombras, y dejarse atrapar por los melodiosos acordes del raciocinio resulta tan peligroso como aceptar esa estupidez a la que ninguno queremos renunciar. Porque si algo nos hizo humanos es el intento de llegar más allá y, como Teseo, conseguir encontrar al monstruo del laberinto sin darnos cuenta de que el verdadero monstruo es el propio laberinto al que nunca venceremos.

            Qué mentiroso es el tiempo porque esto acaba de suceder hace treinta y seis años. No sé en qué temporada estábamos pero yo sólo recuerdo un sol que ya ruborizaba el poniente, mientras le ponía la pata a mi moto frente al bar donde acostumbrábamos a reunirnos. Al entrar, cumplí el ritual de echar una moneda en la ranura de la rockola y pulsar mis dos botones ya amarilleados: K 7. "Un caballo sin nombre", de América. Una birra y a charlar con los colegas. Y las horas escapándose entre risas, mañana tengo examen y no he preparado la chuleta, y cómo se ha puesto de maciza la Amaia. Esas conversaciones que manteníamos mirándonos a los ojos y entrometiéndonos en el aliento del amigo. Reconozco que las actuales son más asépticas, pero el precio a pagar es conformarse con la foto del avatar del wassap y ser el más rápido con los dedos.
            Carlos llegó tarde, malditamente tarde; pero culparle al tiempo es tan inútil como darle cuerda a un reloj de sol. Yo ya me encontraba sentado sobre mi moto, a punto de darle la primera patada al pedal de arranque y con la hora poniéndole ojitos al bando enemigo. Malditamente tarde.
            —Déjame la moto un par de horas, tengo rollo con Amaia.
            Si había alguien capaz de conseguirlo era él, con su pelo ensortijado, ni rubio ni moreno, con un color que parecía haber sido prohibido después de que a él le fuera concedida la exclusiva. Su mirada azul asociada con la parte del cielo donde soñaban las chicas, y ese don de la palabra capaz de conseguir compromisos sin necesidad de embarcarse en promesas. ¡Joder, a su lado los demás éramos vulgares aprendices!
            —Ya sabes que mis viejos no me dejan sacar la mía entre semana.
            —No puedo, Carlos, lo siento. Me conoces y siempre te la dejo, pero esta noche voy pillado de tiempo.
            Malditamente tarde, pero hoy todo me sabe a excusas.
            —Prueba con Chendo, él tiene su "caballo" aquí parado y ya renegó de los exámenes.
            —Prefiero la tuya, es como la mía y estoy más acostumbrado. La de Chendo es de monte y con esos tacos en las ruedas no me acostumbro…
            —¡Venga ya! Si has camelado a Amaia no te van a acojonar unas ruedas.
            Amanecía el siguiente día, pero no para todos. A las siete y media, en el punto de reunión habitual previo a decidir la excusa para faltar a clase, sólo se hablaba de él: "No estaba acostumbrado, patinó, y me cago en la puta naturaleza que colocó ese árbol en la curva donde se salió de la carretera"
            Chendo condenó los restos de su moto a pudrirse en el garaje familiar. Allí debe seguir, me consta. Yo me condené a no olvidar que ni un par de horas ni dos mil se cambian por la vida de un amigo.

            El viernes me abordó en la calle un joven vestido a lo pijo de hace treinta y seis años. Me llamó la atención porque hoy en día nadie tiene tanto estilo con tan poca edad. Pelo ensortijado, ni rubio ni moreno, con un color que parecía haber sido prohibido después de que a él le fuera concedida la exclusiva. Mirada azul asociada con la parte del cielo donde sueñan las chicas, y ese don de la palabra capaz de conseguir compromisos sin necesidad de embarcarse en promesas.
            —Déjame diez euros, son para un taxi. Esta vez me vuelvo a casa.
            —¡Carlos… ¿Tú? ¡Es imposible! —Pero no dudé en sacar el billete.
            Me lo devolvió con una sonrisa, aquella que todos intentábamos copiar frente al espejo, pero con la que sólo él consiguió negociar un acuerdo.
            —¿Imposible? Imposible es saber lo que va a suceder dentro de cinco minutos, imposible es olvidar lo ocurrido durante los cinco anteriores, y justo en el medio está ese incierto lugar donde tomamos las decisiones.
            —¿Por qué no iba Amaia contigo? Estabas solo en la moto, todos lo comentaron.
            —Porque yo tampoco estaba en la moto, te lo acabo de decir. Estaba justo en el medio, en ese incierto lugar donde se toman las decisiones.

            Me di la vuelta y me marché, porque no me parece justo escuchar las disculpas de un muerto.
            Porque aun a día de hoy, sigo pensando que el mejor territorio para la conciencia es el silencio.
            Porque hay historias de nuestra memoria que no se deberían publicar y tal vez ésta sea una de ellas.
            Y porque yo no debería haber escrito este relato, pero no he podido evitar hacerlo.

           
Oscar da Cunha

6 de diciembre de 2015

* Imagen: El Cuarto caballero. (Grabado de Gustave Doré)

jueves, 3 de diciembre de 2015

LA SONRISA DE LA MAGDALENA (ENTREVISTA AL AUTOR)

Os adjunto la entrevista que me ha realizado Bubok con motivo de la publicación de la 2ª Edición de La Sonrisa de la Magdalena:
Podéis encontrarla en el enlace original de la editorial:

O seguir leyendo.

Hablamos con Oscar da Cunha, coautor de Mi infierno eres tú, ganadora del I Concurso Bubok – La Factoría de ideas, que publica ahora una nueva edición de su primera novela, La sonrisa de la Magdalena, disponible en Bubok y cientos de plataformas más. ¿Quieres conocer más sobre el autor, la obra y el proceso creativo? No te pierdas la entrevista.

La sonrisa de la Magdalena es tu primera novela, ¿qué te movió a escribirla?
Creo que todos, a partir de cierta de edad, llevamos una historia dentro de nuestra memoria, y está formada por una amalgama compuesta por nuestras propias experiencias más la distorsión de la realidad que nos proporciona la imaginación. Intentar mezclar ambos elementos, lo que fue y lo que pudo ser, buscar las combinaciones entre qué y cómo has vivido, y enfrentarlas a cómo hubiera sido todo en circunstancias diferentes, recreándolas en personajes que me hubiera gustado que formaran parte de esa memoria, me pareció una idea fascinante. Siempre me ha gustado escribir, para pequeños círculos a los que he pertenecido, pequeñas narraciones que, partiendo de una realidad se apoyaran en la fantasía; y al revés, trabajar con mitos y utopías hasta que se cerrasen con una imagen real.
La decisión de construir un relato de largo recorrido, como es una novela (aunque la idea me rondaba desde hacía tiempo como un reto al que nunca me había enfrentado), se hizo firme una noche de fin de año, la famosa noche del milenio. Sentado con mi mujer sobre la playa de Isla Cristina (uno de los escenarios determinantes en la obra) y escuchando llegar desde el pueblo las últimas campanadas de siglo XX, se lo dije: tengo una historia que quiero contar, no sé si alguien la leerá o no, pero yo necesito escribirla, por lo menos contármela a mí mismo. Y me la empecé a contar.

¿Cómo resultó el proceso de escritura? ¿Qué recomendaciones darías a quien se enfrenta por primera vez a esta tarea?
Antes de comenzar el proceso de escritura propiamente dicho, tracé un esquema incial (siempre lo hago), en el que se reflejaran los escenarios, los personajes, la trama y las ideas principales que quería trasmitir. Creo que resulta básico antes de empezar a teclear, porque muchas veces la imaginación te usurpa la personalidad y es conveniente tener prefijados los objetivos a los que quieres llegar para mantener la coherencia a lo largo del relato. A partir de ahí y con las ideas preparadas, la escritura de “La Sonrisa de la Magdalena” fue un viaje en el que, y sin darme cuenta, me convertí más en espectador que en autor. Llegó un momento en el que los personajes dejaron de ser ficción, pasaron a convivir conmigo y sugerirme cosas que no estaban en el proyecto previo. Me convencieron y yo me limité a seguirles la corriente. (¿He hablado de un esquema inicial? Eso fue motivo de muchas discusiones entre los personajes y yo).
Para quienes sientan la necesidad de contar, de escribir una novela, les aconsejaría que antes se lo pensaran varias veces. Y si se lanzan, que lo hagan preparados para vivir dos vidas cada día. La real, la que te da de comer (como es mi caso), y la fantástica. En esta última tienes que acomodarte a la forma de pensar de cada uno de tus personajes, en su situación y sus circunstancias. Tienes que sacrificar lo que harías y cómo, pensando en lo que harían y cómo, ellos. Pero lo más importante del proceso es disfrutarlo, para eso te tienen que atraer los retos, estar dispuesto a sacrificar horas de ocio, de sueño, incluso robárselas a la propia familia. Y sobre todo escribir lo que te gustaría leer y cómo te gustaría hacerlo, nunca pensando en que puedas ser leído. Siempre habrá jueces que aplaudan o denosten tu trabajo. Como es imposible gustar a todo el mundo, por lo menos gústate a ti mismo.

En Mi infierno eres tú la escritura se llevó a cabo a dos manos. ¿Resulta muy diferente trabajar de esta manera?
Por supuesto que varía, aunque las premisas principales son las mismas, pero en ese caso hay un elemento, más aún que los propios personajes, que te sorprende. Es la otra «voz» que va componiendo el relato. Antes he citado que los personajes, llegado un momento, adquieren su propia identidad, ahora añadiría que son diferentes variaciones de tu propia personalidad y que las descubres cuando te desnudas escribiendo. Pero si a eso le añadimos que “al otro” le sucede lo mismo, la cosa se complica mucho. El trabajo de conseguir que todos esos elementos encajen resulta más complicado. Acompasarse, pero sin perder el carácter que cada autor pretende imprimir a sus fragmentos, no es nada fácil. Sobre todo cuando ambos escritores nos encontrábamos a muchos kilómetros de distancia, más aún cuando decidimos comenzar el proyecto sin conocernos personalmente. Sin saber si nos gustaría el talante, la forma de expresar que la otra parte iba componiendo o si terminaríamos tirándonos los folios a la cabeza. Pero he tenido la suerte, y esto no le pasa a todo el mundo, de coincidir con una gran mujer como es Milagros. Su enorme experiencia en muchos ámbitos de la vida ha conseguido acomodar debidamente a cada uno de sus personajes en su butaca, y eso me facilitaba a mí la tarea. Algunos me han preguntado si se pierde algo de libertad para expresarse, y no ha sido así. Desde el principio establecimos que cada uno se tirase a su piscina con todas las consecuencias. Yo sólo puedo añadir que Milagros me ha enriquecido con su saber hacer, con ella he sido un ladrón que ha procurado superarse observándola. Y ella me lo ha permitido.

Háblanos de los personajes y lugares de La sonrisa de la Magdalena. ¿Qué pueden esperar los lectores?
Ningún personaje es anodino, ni siquiera Telesio, ese chucho convertido en la voz de la conciencia del protagonista masculino, muchos lo buscan por la calle pero lamento darles un disgusto. Telesio existió en forma de perrita y yo tuve la suerte de conocerla, aunque no era mía pasó largas temporadas conmigo e inspiró al personaje, pero como les sucede a las grandes personas, sólo se murió, aunque siga entre nosotros. A cada personaje he intentado encajarlo en defectos o virtudes que son habituales, porque lo más habitual en esta vida suele ser la parte insólita que cada uno llevamos dentro, y todos conocemos individuos que hacen de su vida una novela, esos son los personajes de La sonrisa de la Magdalena. Cualquiera con quien nos cruzásemos por la calle podría ser Palas, Alba, Víctor…, se trata de convencerles para que se dejen conocer; eso he hecho con ellos. No encontraremos en ninguno particularidades que los diferencien de alguien a quien conozcamos o a nosotros mismos. Por ello a cada lector no le resulta extraño encontrar su propio hueco, su propia piel cubriendo la de algún actor del elenco. Y por los comentarios que ya he recibido, todos, en algún momento, parecen sentirse aludidos. Se trataba de implicar al lector.
Los escenarios, salvo alguna excepción, todos son reales. Para eso he tirado del disco duro de mi memoria. Son lugares que me han marcado por alguna razón, el paisaje o el paisanaje, lo que viví en ellos o lo que soñé, cómo los vi y cómo los imaginé. Quería encontrarme a gusto en cada pasaje de la novela y para ello, la fórmula ideal, la mejor manera de pensar como cada personaje, era situarme en ambientes que no me resultaran desconocidos. Evocar las sensaciones que experimenté cuando llegué a ellos por primera vez, e intentar que el lector los vea y los viva. Sé que he empujado a más de uno a conocer esos lugares, a buscar en ellos lo que sintieron cuando, leyendo la novela, se identificaron con algún personaje. Alguno se ha encontrado a sí mismo, y se ha llevado una alegría.

¿Por qué deberíamos leer La sonrisa de la Magdalena?
Porque no decepciona. Porque nos hace soñar y a la vez reflexionar. Porque está escrita de una manera sencilla que es la mejor forma de explicar lo complejos que somos los humanos. Podría seguir añadiendo muchos porqués, pero para mí el más importante es el que me trasmitieron cuantos leyeron la primera edición: «La empiezas y no puedes soltarla hasta el final». Algo tendrá, yo ya me la leído varias veces y me sigue gustando.
¡Ah! También hay quien me ha comentado que la tiene como libro de cabecera, pero quizá no sirva su ejemplo porque se trata de personas que me quieren bien.

¿Cómo ha resultado el proceso de edición y publicación con Bubok?
Perfecto. Ya tenía una primera experiencia gracias a Mi infierno eres tú y no lo dudé. Me habéis tendido la alfombra roja para hacer más confortables todos los pasos necesarios. En eso se nota la gran calidad del equipo que constituye Bubok. Y como en la novela cierro con un homenaje a Casablanca, no desaprovecharé esta entrevista para hacer lo mismo: «Creo que este es el comienzo de una hermosa amistad».

domingo, 29 de noviembre de 2015

A VECES…

            A veces todos tenemos algún día tonto. Días que no somos capaces de ver brillar el sol, aunque esté. En en los que nos molesta la lluvia porque pensamos que el cielo tiene menos derecho a llorar que nosotros; y el viento, con su arrogante sonido, es un enemigo que ha decidido llevarse la nostalgia que por unas horas nos pertenece. Suelen ser ocasiones en las que la balanza se inclina por esa parte de cuanto no hicimos y se olvida de que lo ya hecho no ha sido más que la sesión de entrenamiento de lo que aún nos queda por hacer. Son esos confusos días en los que no atinamos a comprender que los errores cometidos han sido la semilla necesaria sin la que no podríamos recoger el fruto de los aciertos que, aunque siendo escasos, se van convirtiendo en los pilares sobre los que deberíamos seguir construyendo la dignidad con la todos llegamos a este mundo.
            A veces, todos tenemos días en los que echamos la mirada hacia atrás para contemplar sólo las piedras que nos hicieron caer, sin fijarnos en las otras muchas que fuimos capaces de esquivar. En ambas estaba escrito nuestro nombre. Pero no necesitamos hacer inventario para saber que, si seguimos en el camino, por lo menos hubo equilibrio entre unas y otras.
            De nadie aprendemos a vivir durante esos días, entre otras cosas porque cada uno consideramos que nuestra vida es diferente, y las hogueras en que otros ardieron no guardaron llamas para nosotros. Y que nuestros demonios nos pertenecen, porque en el catálogo de donde los fuimos sacando en cada momento ponía: "modelo exclusivo". Y por eso nos convencemos de que el infierno parece habernos hecho un traje a medida.
            Pero sólo nos ocurre durante esos días tontos. Esos en los que la sensatez, la mirada y el oído se han quedado en el cajón de la mesilla de noche al levantarnos, y hasta para los que somos varones nos parece que nos acaba de bajar la regla. Porque Einstein tenía razón en sólo dudar de que el universo fuera infinito, y los que tenemos la suerte de compartir nuestra estupidez con amigos, nos damos cuenta de que la amistad se acerca a ese inmensidad con velocidad proporcional a los días tontos que intercambiamos.
            Y es por eso que en ocasiones temo que el más estúpido valor de la amistad no consista en consolar a los demás en sus malos momentos, sino en que utilicemos sus malos momentos para ser conscientes de lo que realmente nos une, nuestra fragilidad ante ellos. Aunque bien mirado, si de ese estúpido valor sacamos la conclusión de que no somos tan diferentes, me conformo con vivir acompañado por estúpidos iguales a mí. 
A veces…

Oscar da Cunha


29 de noviembre de 2015

jueves, 19 de noviembre de 2015

¡QUÉ COSAS!

            Que la vida es una hija de puta lo sabemos todos. Bueno, se libran los tontos y esa minoría que ha tenido la suerte de nacer con buena estrella, y por qué no admitirlo, acertaron sacándole brillo. Dejando las excepciones aparte, la mayor cabronada que se le puede hacer a una persona es haberla parido en este mundo, pero como me suele decir mi madre: "Ya lo siento, pero no conocía otro."
            Nada más nacer ya nos soplan un par de ostias con el único pretexto de comprobar si venimos preparados para llorar; a mí me cayeron cuatro, lo reconozco, andaba despistado.
            Después llegan los primeros pasos, esos que damos cogidos de esa mano, y que está esperando la oportunidad de soltarte para que vayas tomando nota de lo que duele cada caída, y que nunca te faltarán piedras a las que echarles la culpa (por si acaso no te las quitan, no sea que la metáfora se quede sin excusas).
            Te retiran los pañales y te vuelven a joder, porque ya hasta mear a gusto es motivo de envidia, y el puñetero mocoso tiene que aprender que la envidia mueve el mundo justo en la dirección contraria a la de las voluntades.
            Pasa el tiempo (otro cabrón), y te mandan a tu primera escuela. Un cuartel de desconocidos frustrados entre los que se supone que tienes que integrarte. Yo lo conseguí con muy pocos, los más raros, pero el tiempo les ha dado la razón. Hoy día están haciendo bolos en los fondos más bajos de países que han conseguido no aparecer en los mapas. A mí me faltó decisión, y a ellos, los muy… no les debí parecer lo suficientemente inteligente, y ya sólo recibo sus emails cuya dirección siempre acaba en @quetedenporculosimebuscas.plof.
            Y así, entre calada y calada de la señora María, que al fin y al cabo la inventaron para que hagas lo que nunca harías pero tragues con sonrisa de gilipollas moderno, te encuentras en la Uni. Justo en esa por la que juraste que ni muerto. Te gastas dos cursos en darte cuenta de que la rubia que te puso ojitos el primer día no es más que una sucursal del demonio y debe estar compinchada con el rector. Y abandonas cuando te convences de que no conseguirás ponerle el fonendo ni en su carné de la biblioteca.
            Portazo y a la calle. A vivir, que no es más que la manera más eficaz de ir muriendo. El mundo es tuyo mientras te van quitando pedacitos y no te dejan de él salvo los gayumbos (por suerte también se llevaron la lavadora). Y a buscarte la vida, que es como el Monopoly pero con impuestos.  
            Te vas dedicando a esto y a lo otro, bueno más a lo otro porque esto es una gilipollez con la que sólo consigues tu pequeño chute diario, y con la edad te das cuenta de que Hacienda son unos cuantos y tampoco perdonan su dosis.
            Pero no me hagáis mucho caso y tal vez no siempre sea así. Hoy he recibido un cañonazo en plena línea de flotación y mientras una vez más reparamos el barco me he encontrado con el papel y lápiz que nunca faltan en el bote salvavidas.

Oscar da Cunha


19 de noviembre de 2015

viernes, 13 de noviembre de 2015

LA SONRISA DE LA MAGDALENA 2ª EDICIÓN

Nunca hubiera creído que las piedras pudieran sonreír; con todos nosotros, la imaginación hace sus juegos y así lo consideraba hasta que la primera edición de “La sonrisa de la Magdalena”, en diciembre de 2012, vio la luz. No pensaba que una publicación, humilde y sencilla, pudiera hacerme cambiar de opinión, pero sois muchos los que, con vuestro entusiasmo, vuestra amistad y vuestros comentarios, desde aquel momento, habéis conseguido que ya no vea el mundo de la misma manera.
            La magia de la literatura no está presente sólo al escribir, ese intercambio que genera saberse escuchado, y sobre todo entendido, después de un solitario viaje como es construir una novela, esa es la auténtica magia que consigue que percibamos el habla de un perro, que el horizonte tenga dos lunas o que nos enamoremos de un tirano. Y no, no voy a renunciar a este giro que vuestro apoyo le ha dado a mi vida, no puedo ni debo porque os lo debo, porque todavía sois muchos más los que, desde entonces, seguís solicitando este trabajo, pidiéndome ejemplares que ya no quedan, una tirada que se agotó pero que contiene una historia llena de protagonistas tan apasionantes que es imposible que pierdan la frescura de su primera vez.
            Por ellos, por vosotros y porque de vez en cuando me acerco a esa figura de la Magdalena en San Sebastián y, ahora sí, me sonríe a mí porque ha interpretado el complejo misterio de la complicidad entre el escritor, los personajes y la mirada del lector. Por el interés de mis editores, ese extraordinario grupo humano que compone Bubok, y porque jamás podré olvidar que esta narración me ha reconciliado con la memoria de mi padre, he comprendido que todos nos merecemos esta segunda vida, que ahora comienza, de “La sonrisa de la Magdalena”.

            Para todos los personajes de mi vida, los reales y con los que convivo en mi imaginación.

Oscar da Cunha
           
San Sebastián, Noviembre 2015.

Disponible ya en @bubok:
Y en breve en las más importantes plataformas digitales.


jueves, 12 de noviembre de 2015

PARA VOSOTROS Y PORQUE ESTA HISTORIA OS PERTENECE "LA SONRISA DE LA MAGDALENA"

Habéis sido muchos —no tantos como yo hubiera deseado, pero los suficientes para agotar la primera edición—, los que habéis disfrutado leyendo “La Sonrisa de la Magdalena” y así me lo habéis manifestado.
La habéis regalado, compartido con vuestros amigos, y no habéis parado de insistir en que la novela tenía derecho a una segunda vida, llegar a más lectores de los que fue posible en su primera aparición. Como siempre el público tiene razón, vosotros teníais razón.
Necesité tomar distancia, convertirme en lector de mi propia obra para convencerme de que los personajes que nacieron en ella aún siguen vivos, así como sus inquietudes, sus reflexiones y sus pasiones. Esa búsqueda de la propia identidad, que es un deber al que todo ser humano debe aspirar y ha sido constante desde que nuestra especie se pasea por los caminos de su existencia. Esos caminos que necesitan largo recorrido para que salgan a relucir emociones, confesiones, sentimientos y condicionantes capaces de cambiar la trayectoria de una serie de protagonistas sobre cuya vida creemos saberlo todo. Pero esta vida, de la nunca nos liberaremos de nuestros prejuicios o aquellos que nos imponen los demás, nos obliga a construir una máscara para sobrevivir en la jungla humana en que hemos convertido nuestra sociedad. Es el equivocado precio a pagar para conseguir ser respetados, no por lo que somos sino por lo que aparentamos ser. Una hipocresía impuesta por una irrealidad que de la que todos formamos parte activa. Pero a nadie le es ausente una cara oculta, esa que guardamos celosamente y no enseñamos a los demás para que nuestras debilidades no sean utilizadas por los otros, que aún teniendo las mismas, siempre se empeñan en señalar las ajenas para sacar provecho y esconder, aun más, las propias. Aún así, y para el que la suerte le concede la oportunidad de ver cómo lentamente se acerca su final, el individuo necesita realizar esa última confesión, abandonar este mundo libre de esa carga que se ha visto obligado a llevar sobre su espalda, porque la muerte es un enemigo que no juzga y se limita a cobrar sus presas. Y la verdad, la auténtica, se nos revela cuando ya no podemos dar marcha atrás y sólo nos queda el consuelo de que aquellos a los hemos querido no repitan nuestros errores.

            Contacté con el equipo de Bubok —al que nunca terminaré de agradecer el interés y el esfuerzo que han invertido en que esta segunda edición vea la luz con una nueva imagen, en que aquellas erratas que se deslizan en todo manuscrito fuesen corregidas, y en apostar nuevamente por mí, brindándome toda la ayuda y el soporte técnico y humano para hacer realidad este proyecto—, y nos enfrentamos a una complicada decisión. El mundo de la edición literaria está en continua evolución y éste no es el momento de discutir si de ese proceso la literatura saldrá ganando. Pero yo soy de la opinión que cuantas más facilidades se pongan al servicio de la palabra escrita, ésta, sea cual sea su soporte, siempre continuará dando pasos hacia adelante y nosotros con ella. Porque es un hecho que el lector, es más feliz, optimista y consigue enfrentarse mejor a las situaciones negativas. Por eso nos decantamos por el formato digital, ya disponible en todo el mundo para cualquier usuario y amante de la literatura que disponga de un aparato de lectura (nuestra sociedad ya está convenientemente surtida de dispositivos: móviles, tabletas, ordenadores…) y la alternativa de poder acceder a cualquier obra desde un sillón de nuestra casa y, no lo olvidemos, con un costo mucho más reducido inclinó la balanza.
            “La Sonrisa de la Magdalena” se presenta de nuevo, con una renovada portada que espero os guste y con pequeños arreglos que se han realizado para evitar que algunos fragmentos quedaran deslucidos; pero estamos ante la misma novela, esa que a tantos entusiasmó y siguen recordando. Ahora, y para todos los que os quedasteis sin vuestro ejemplar, está disponible en Bubok:

           
            Y en breve en las más importantes plataformas digitales
           
            Disfrutadla, comentadla, compartidla… estoy convencido de que viviréis unos momentos inolvidables, y seguro de que con algunas de las circunstancias y personajes os sentiréis identificados. Al fin y al cabo no es más que un viaje por los diferentes caminos que nos ofrece la vida y en esa aventura estamos todos embarcados.
            Para vosotros y porque esta historia os pertenece.

Oscar da Cunha

12 de noviembre de 215

martes, 10 de noviembre de 2015

LUZ Y TINIEBLAS

            Tal vez hubiera una razón para que ese mono soltara sus manos del suelo por primera vez y comenzara a caminar con la espalda recta. Quizás ese simio que terminó convirtiéndose en humano ya fue condenado por la naturaleza a ser portador del mayor de los alborotos dentro de su cerebro: la búsqueda de la luz. Me pregunto si alzó su mirada hacia el cielo intentando encontrar respuesta, porque me pregunto si en su cabeza ya empezaba a tomar forma la pregunta. La misma pregunta que después de tanta evolución seguimos planteándonos: la búsqueda de la puñetera luz. Esa luz a la que le atribuimos el origen, la causa y el fin de todo cuanto existe. Esa luz que muchos, más que demasiados, a lo largo de la historia han creído ver nítida. Esa puñetera luz que siempre, cuantos la han defendido porque han considerado que su luz era la única, la verdadera y todos los demás estaban equivocados, ha causado las mayores tinieblas que sólo una especie como la nuestra es capaz.
            Han sido numerosos, incontables, los nombres que se le han concedido a "la verdad", y en el nombre de esa verdad se ha encontrado la justificación para matar, torturar, exterminar y someter sin piedad a quienes han creído ver otra luz. Porque el hombre iluminado, o más bien cegado por su verdad, siempre ha considerado la suya como única, y el fundamento de esa luz nunca ha estado en iluminar el camino personal sino en aplastar y llenar los bordes con los cadáveres de cuantos intentaran seguir otra dirección.
            Se han construido imperios en honor a sus diferentes nombres. Imperios que han que han escondido y falsificado verdades, esquilmando culturas que no eran menos ciertas, sólo menos poderosas. Han ardido conocimientos que ya nunca recuperaremos y buenas personas que jamás deberíamos olvidar, y hasta la evidencia ha tenido que doblar sus rodillas ante un desfigurado resplandor creado para exaltar la engañosa gloria de quienes la fueron construyendo.
            Pero esa búsqueda de la verdad, implica admitir que somos los equivocados hijos de una luz que no supo proteger a los más de cuatrocientos treinta y seis mil inocentes, y cuarenta y dos mil desparecidos en el terremoto de Indonesia de dos mil cuatro. Que le dio la espalda a los más de nueve millones de muertos en la primera guerra mundial, o los alrededor de sesenta millones de la segunda o los... y no me da la calculadora para seguir sumando las víctimas producidas a lo largo de nuestra desgraciada historia. Porque si algo ha regado las tierras más que las lluvias ha sido la sangre en un planeta que no debería llamarse azul sino rojo.
              Por eso estoy convencido de que la verdadera luz no se busca ni se impone, es silenciosa e individual y siempre ha vivido en cada uno de nosotros desde el principio de los tiempos. Y nadie me convencerá de que obligar verdades al prójimo es una muestra de que no nacimos entre tinieblas sino que de la auténtica creación de ellas somos los culpables. Este mundo ya ha tenido demasiados visionarios, y los seguirá teniendo. Que la suerte nos libre de ellos porque de la razón no podemos fiarnos, siempre acostumbra a tomar partido.

Oscar da Cunha

10 de noviembre de 2015

domingo, 25 de octubre de 2015

AHORA QUE ESTAMOS SOLOS, VAMOS A CONTAR MENTIRAS

Y aprovechando que el día ya se apaga en el parque y a la farola, nuestra farola, todavía no le han puesto bombilla nueva, vamos a sentarnos en el banco porque quiero que me cuentes. Ahora que estamos solos y entre la oscuridad no somos más que dos gatos pardos.
Cuéntame que no es mentira que hubo un tiempo en el que al valor de la palabra no le hacía falta el papel. Cuando os intercambiabais compromisos con el impreso oficial de una mirada sincera y como notario un buen apretón de manos. Y esos compromisos no los rompía ni el dinero ni cualquier excusa, porque lo que nadie se planteaba era darle la espalda a su honor. Y perder la dignidad suponía el destierro al peor de los infiernos, allí donde ardían en su soledad los farsantes. Porque he oído de un fuego para tramposos al que ya se le acabó el carbón.
Háblame, porque de atender algo queda, de esas tardes en que os sentabais para escuchar al abuelo que ya había atravesado por mucha vida, y de sus fortunas y desdichas fuisteis heredando las mejores lecciones. Lecciones en blanco y negro porque el color lo reservaba para esas fantasías con las que también os dejabais soñar. Recuérdame a esos abuelos, supervivientes de muchas batallas para dejaros un futuro hasta quedarse ellos sin presente, pero que no los abandonabais en la esquina de la chimenea con la mirada perdida en el pasado, porque de ellos aprendisteis a recibir y que agradecer es la mejor manera de devolver. Y los recordabais aunque el tiempo de tenerlos se hubiera marchado, porque el momento de revivirlos nunca se marcharía.
Dime que no me lo contaron mal, que la palabra amigo se utilizaba con prudencia, con la medida que imponen el tiempo, la distancia y la evidencia. Que antes de ceñir el nudo se verificaba tirar del cabo acertado y a eso gracias no había después fuerza capaz de desatarlo. Y que sólo se perdía un amigo cuando algo se moría en el alma. Porque al propósito de amistad lo revestíais con un halo sagrado, reservado a ese grupo en el que también estaban incluidos los familiares más cercanos, y entre cualquiera de vosotros os intercambiaríais la vida. Dime, también, que las palabras traición, engaño, envidia, venganza… jamás traspasaban la sólida barrera imaginaria que protegía ese grupo, y aunque no faltara ocasión en la que alguno fallase, porque en aquel tiempo no os considerabais perfectos, la tolerancia no estaba pasada de moda.
Explícame eso de que en el precio de la entrada del cine estaba incluida la garantía de que al final de la película siempre ganasen los buenos, y os esforzasteis duro para convertir aquellas ficciones en realidad pero se os quedó pendiente el final que, ahora, a nosotros, se nos ha torcido. Y que no había más libertades pero, entre vosotros, al que tiraba la piedra lo afrontabais de cara hasta que enseñase la mano, porque en los juzgados siempre se le ha entregado la razón al que la compra y no al que la tiene.
Recuérdame que las cosas se pedían por favor, aunque no fuera necesario y después se daban las gracias, porque a nadie se le consideraba obligado. Que también teníais máquinas, como la de escribir o esa por cuyo altavoz salían las noticias, y aquellas en la que una voz de operadora os anunciaba larga demora, pero nadie se las llevaba a la mesa a la hora de comer, porque sabíais que antes de disfrutar de los ausentes primero había que aprovechar la compañía de los presentes. Y que aunque aquellos tiempos pasados nunca fueran mejores, vosotros empleasteis todo el esfuerzo en que lo aparentasen.
Y ahora cuéntame que hoy tenemos más justicia, derechos y libertades, pero explícame por qué no lo parece.

Y en este momento que a la oscuridad se la ha unido la niebla y ni a ti consigo verte, cuéntame que aquello no terminó, que no vivimos más que en un paréntesis tras el que conseguiremos volver a encontrarnos en la cara correcta del espejo, donde nuestro reflejo nos devuelva el brillo de una mirada serena.
Esta noche, cuéntame aunque sea mentira, porque necesito no sentirme solo.

Oscar da Cunha

25 de octubre de 2015