Ayer he bajado
a la playa. Está solitaria a causa de una nueva borrasca de la que no recuerdo
el nombre porque yo soy más de retener las caras. El vendaval golpea la arena y
levanta una muchedumbre de agresivas centellas que convierten mi rincón de
pensar en un entorno hostil. Y Pepe, mi compañero, desesperado; demasiados
palos que ha dejado la pleamar y ningún otro peludo con quien compartirlos. La
orilla está mojada y fría pero no me incomoda; y salada, como cuando yo formaba
parte del Atlántico aunque sólo fuera un bailarín entre sus nerviosos brazos. Y
me siento para dejarme llevar por los recuerdos.
Pepe llega en mi auxilio, y no es
por la marea que justo cubre lo que tardan en mojarse los pantalones, sino porque percibe
que el problema de hoy no son los recuerdos. Me besa en la oreja, y al oído me
dice que estaremos tan solos como nos permita nuestra imaginación. Y entonces me
abrazo a él y veo en sus ojos un brillo sedicioso que me confirma que ya está
dispuesto. Pepe es listo e intuitivo. Aunque resulte una reincidencia decirlo,
porque perro es sinónimos de eso y mucho más.
Y pese a que yo me siento raro porque
empiezo a tener demasiados intrusos en la cabeza, a él lo veo animado. Y le
empiezan a resultar conocidos, por oírme hablar con ellos, los nombres de esos personajes
en quienes nos vamos a tener que convertir. Y esos lugares, que no dejo de
repetírselos, a los que tendremos que viajar, sin maletas, para vivir durante
una larga temporada.
Un tipo que no sé de dónde ha salido
se acerca, preocupado, y me pregunta si me encuentro bien. Y a mí me resulta
difícil contarle que sobre todo lo mal que me siento, precisamente hoy, y quizá
sea porque vuelvo sentirme asustado, hoy sí me siento bien. ¿Cómo se lo va
creer si se lo digo entre lágrimas? Aún así insiste, es lo que tienen los temporales,
con ellos aparece la buena gente. Prueba en varios idiomas porque por aquí cada
uno somos del viento que nos trajo. Y yo me encojo de hombros; además, ya empieza a no importar mi nombre y le cuento que ando de paso, que no se asuste si en otras tempestades
me encuentra en hacer locuras, que sólo serán borradores porque la gran aventura
irá por dentro y serán otros los que sufrirán las consecuencias.
Me toma por loco y mientras lo veo
marcharse ya le he puesto cara y pasado, me faltaba ese personaje. Y me alegra que los
buenos de la novela también estén inspirados en gente real.
Me levanto entre la ventisca de
arena y miro a mi alrededor. Aturdido. Perdido entre las ideas. Los ladridos de
mi compañero me sirven de guía para volver a esa playa que no está en el guión.
Él llega a la carrera, tira de mi pantalón y sacude la cabeza. Me tranquilizo. Ahora
somos la pareja que ha decidido la vida para que yo pueda seguir soñando.
Oscar da Cunha
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