Pudiera ser
otro de esos extraños caprichos que se permitió la geografía cuando todavía ninguno
de los nuestros andaba por aquí para molestarla. Uno de esos descuidos que
interpretamos como casualidades precisamente cuando no nos molestamos en
interpretarlos. Pero no lo es. Se trata de otro intento del caos por dejar
claro que lo inventamos nosotros. Porque aquellos caballeros que se decidieron
por ese perdido lugar del mapa para erigir un temperado taller dedicado a la abstracción,
aquellos guerreros iniciados que también escogieron flamear el Beaussant con los
dos colores que sólo tienen un sencillo nombre pero tantos significados como
intenciones los mortales, descubrieron, que desde allí, tuviera sentido que la
galopada de sus monturas acercara por igual al cabo Creus que al Finisterre.
En torno a esa simbólica logia que
sorprende en el interior del cañón del río Lobos, allá donde la montaña se
convierte en anfiteatro del mundo y la cueva es un ojo de la tierra que curiosea,
se atropan los perfumes; como el del inquebrantable enebro, los del espliego, el
memorioso tomillo y la aliaga, el romance entre enea y menta salvajes, y la
apasionada salvia. Situado tierra adentro, pero al pasear, con la mirada cerrada
y la piel abierta, la memoria se impregna de sal, con equilibrada contigüidad Atlántica
y Mediterránea. Porque Ucero también es puerto de mar para quien navega con los
entresijos del interior atareados.
Lo recuerdo en mi ya lejana primera
visita, por estas fechas en las que los más estimulantes momentos de la tarde,
con la hora recién cambiada, apaciguan el cielo, y su azul deja paso al velo
naranja de la nostalgia, a la soledad y al olvido que se ha de recuperar, a
todos los olvidos.
Y de ellos recuerdo que Beatriz y
Alonso nunca pudieron ser sus nombres.
La dama mantiene la belleza de la
tierra donde ha madurado el fruto y el arbusto se ha hecho flor, todas las flores.
Un rostro por donde el tiempo supo pasar con respeto, y si hubo heridas fueron
las propias del camino al que se ha querido volver, sin mirar atrás, y reincidir,
porque el único viaje al que se perdona sincero es al que dolió, tal vez con
todos los dolores con los que cuesta amar, y todos sus desafíos en el
horizonte.
De él, la mirada, completa de
encrucijadas rubricadas por errores y aciertos. Sus ojos aún dispuestos, como
ayer, a navegar mares siempre encontrando puerto en su compañera. Atractivo,
como la roca cincelada por el maestro del vivir y los vientos, que entre huecos
permite el sueño que se persigue para coger fuerza, con ese empeño por arreciar
en contra y a favor hasta desgastar unas facciones resignadas con que sólo haya
sido el uso.
Cae la luz entre las sabinas y recuerdo
cómo él la abraza y ella lo peina donde hubo cabello, porque juntos consiguieron
llegar y de ayer a hoy han sido tres suspiros y un bolero. Y se miran en el
reflejo de las lágrimas gastadas, todas las lágrimas con las que aprendieron a
nadar, sin miedo y Bécquer se equivocaba. A por la banda azul deciden subir de a
dos, como han hecho su vida, todas las vidas. Otro beso con la penúltima
promesa y la rama del quejigo señala la umbría junto al riachuelo de los deseos,
ahora cuando brilla de hazañas pequeñas, íntimas y silenciosas, que fueron las
más difíciles.
De Poniente llegan risas que son
gaviotas, es la edad en la que ellos también volaron. Uno quiso probar nuevos
mares, y al otro le dieron igual porque no importó qué orilla si la arena
confundía dos andares y un te quiero, todos los te quiero. Levante trae
tramontana y el tañido del campanario que llama a puerto cuando se hizo hogar, lumbre
de carrasco y alcornoque. Rascasa en el plato y un principio de perfil, todos
los principios, como aquel cuadro donde las espinas parecieron más chiquitas.
Entre la jara, una secreta senda y no
ilumina la luna, distraída; es por el faro de las ánimas que llama desde su
monte, y Gustavo Adolfo despierta del sueño para mirarlos, se le hicieron
ancianos, y donde él puso leyenda ellos consiguieron romance, todos los
romances. Y nada vale el papel ante el amor cuando se escribe sobre piel, de
sudor y llanto que se evapora pero quedó, y ahí estuvo el aliento, todos los
alientos.
Los recuerdo marchar hacia la
oscuridad en esa ya casi noche que no devuelve las visitas. Se confunden dos
brisas y en el desfiladero aúlla el lobo enamorado de la muerte. Espero y acumulo
momentos de esos que no importa cuántos. Con ellos han huido los mejores y los
que dejaron sólo servirán para hacer prácticas. Espero hasta que el faro ya no
alumbra y de sus pisadas quedaron huellas, entre Creus y Finisterre, en ese
punto medio donde fueron para buscar eternidad. Y que se encargue la tierra si
ha de merecer, todas las tierras.
Por el monte de las ánimas ahora
bajan dos melodías, una con el flabiol y otra con gaita, y en la cañada se
retira el silencio entre muñeira y sardana. La lechuza no tiene noche para
ruidos, pero el autillo, más retozón, la convence y ya somos cuatro con la
sombra del poeta. Sé que tengo que elegir, no me lo han puesto difícil, llevo
rato sentado y esta opción ya está gastada. Me levanto y los acompaño en el baile
que se ha de celebrar, en todos los bailes.
Y que el manco talle la piedra con
maza y cincel, todas las piedras. Allá él cómo se las apañe.
Oscar da Cunha
31 de octubre
de 2017