viernes, 14 de febrero de 2020

Una estación

Dicen que todos los caminos llevan a Roma, menos el camino verde que va a la ermita. Sólo son habladurías porque no hay camino bueno que tenga fin y porque al fin y al cabo todos los caminos se dirigen hacia uno mismo… Como si fuera posible llegar.
            Quizá lo mejor que tienen, para mí, estos laberintos de emociones donde hacen parada los trenes, es que seleccionan a la gente y los que van con prisa no me ven, ni falta que nos hace, a ninguno.
            Todos deberíamos ganar un poco de nuestro tiempo, cada día, en alguna estación. De todos los sitios de mirar que conozco, este es para perderse.
A mi lado, un joven llora y a mí me da envidia porque a los de nuestra generación nos maleducaron, como si con cada lágrima nos fueran a crecer las tetas. Supongo que era la versión adaptada de Pinocho para un mundo que todavía sigue mintiendo, pero nos robaron mucha hombría.
            Un tren que viene mientras otro se marcha, pasajeros que pretenden creer que algún día merecerá la pena llegar a algún sitio y un panel muy moderno que habla de destinos: Madrid, Barcelona… Pero los destinos son los mismos en cualquier parte del mundo: Alicia, Pedro o soledad con minúscula.
            Encuentros y despedidas, la vieja historia que carga las pilas de las voluntades.
Enfrente, dos chicas que se abrazan como si el mundo se reiniciara tras el letargo que ha supuesto la separación y a todo ya le hubiera salido el color, una bolsa de viaje en el suelo y la pisan porque sólo tiene cosas. Y es que siempre se va hacia alguien para comprobar si allí estamos un poquito.
Tal vez sólo nos comprendamos bien en los demás y lo que cuenta de nosotros sea esa versión en la que damos. Rellenamos las ausencias con lo que le hemos robado a quien también se llevó algo nuestro. Y cuando no intercambiamos algo falla porque para eso nunca debería hacer falta pedir permiso.
Me aparto para dejar paso a un tipo con maletín y corbata que viene empujando. Siempre son los mismos los que presumen de su soledad. Supongo que alguien empezó a tallar esculturas para que no se sintieran tan únicos. Tomo nota de olvidarlo.
Quizá para esto se inventaron los viajes, para poder tener estaciones; en ellas están muchos trocitos de lo que sabemos ser. Pequeñas piezas que se nos van cayendo o se nos nacen, porque en las estaciones hay andenes en los que siempre es otoño y en otros primavera. O las dos cosas a la vez porque cuando entran las pasiones en el juego nunca se sabe. La gente se emociona sin manual de instrucciones y acaso sea esa la única manera de acercarse a uno mismo. Buscar entre esas chispas de genialidad y conformarse, más allá sólo hay ruido y un barullo de letreros sin destino.
Después de tantos siglos de inventos y búsquedas, el mejor espectáculo seguimos siendo nosotros y eso es porque aún estamos sin descubrir. Es una dulce condena, siempre seremos viajeros.

Oscar da Cunha
14 de febrero de 2020

1 comentario:

  1. "Todos deberíamos ganar un poco de nuestro tiempo, cada día, en alguna estación" Aquí discrepo, Salao. Por supuesto, no por prejuicios sino por tantos elementos de juicio- el poco que tengo, es cierto-como mi propia experiencia me hace evitar las estaciones. No me molan. Sí tu reflexión, como casi siempre.

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