viernes, 30 de diciembre de 2011

UN BUEN AÑO (DESDE EL RÍO)


  Estos días toca, la televisión huele a perfume, lucecitas en los árboles, y los escaparates de las lencerías teñidos de rojo: se acaba el año y resulta inevitable hacer balance. A pesar del frío de estas últimas noches, fumo el último cigarrillo del día en la terraza y noto la sonrisa en las arrugas de mis ojos ¡Buena señal! La visita inesperada de unos cuantos viejos amigos, de los que no disfrutaba hace tiempo, han completado el arqueo positivo de este dos mil once.

  No me he molestado en mirar las cifras de mi cuenta bancaria, seguirán en rojo como al principio del año; tampoco he hecho inventario de mi cochambroso patrimonio, ya no puede reducirse demasiado.
  La emoción viene de dentro, donde toman cuerpo los auténticos balances, donde se va acumulando un activo que nada ni nadie te puede robar. Hace ya algún tiempo que descarté la idea de convertirme en el rico del cementerio, y desde entonces solo atesoro sentimientos y sensaciones. Con ellos navego por el río y, si este tiene salida al lago, será con lo único que lo atraviese.

  Lourdes ha firmado por un año más y ya van para veintiséis - ese mérito no es mío-.
  En mi compleja familia: humanos y peludos con los que tengo billete de ida y vuelta, no ha habido bajas ni enfermedades. Al contrario, Kina - a la que algún desalmado abandonó en el arcén de cualquier carretera cercana -  decidió dejar de vagabundear solitaria y, en febrero, fue aceptada por el consejo de ancianos felinos de nuestro clan. No llegó sola, para una hembra de cualquier especie subsistir en la calle siempre tiene el mismo precio. Y ahora, simplemente somos más. Las travesuras de los pequeños están poniendo a prueba la estabilidad de la casa, pero nos han llenado de sonrisas.

  De los buenos amigos, los de verdad, los que son como el mar, con sus pleamares y bajamares, igual que yo mismo, durante este año, y como siempre, he seguido escuchando sus olas, sé que nunca dejaré de sentirlas. 
  De los otros, no tengo nada que decir, este momento es solo para los buenos recuerdos y ellos no están.
  Y en este psiquiátrico, en el que desahogo de cuando en cuando mis inquietudes a golpe de tecla, llevo parte del año acumulando buenos compañeros. De muchos no conozco ni su cara, ni me hace falta; compartimos entrañas, reímos, bailamos, comentamos, o sencillamente saludamos. De todos he aprendido algo, y a cada uno, el día que faltáis, os echo de menos.

 ¿Qué más se le puede pedir a un año?

  Os deseo, para el que viene, que todos encontréis lo que realmente merece la pena.

  Desde el río.

  Oscar da Cunha

jueves, 22 de diciembre de 2011

FELIZ NAVIDAD, CON SUERTE


FELIZ NAVIDAD, CON SUERTE.

  No voy mucho por la pescadería, entre otras cosas porque últimamente no voy mucho por ningún sitio que no tenga relación con mi trabajo, pero hoy me ha tocado “lo puesto” en un décimo de lotería. Visto que este ha sido mi año de la suerte y que los grandes destinos se forjan gracias a las pequeñas decisiones: dos doradas, de vivero, para cenar.
  Toca esperar, por esto de la crisis la pescadería decidió reducir personal y estos días los clientes parecen tener tarifa plana.
  Era su turno, bajita, regordeta, pero con esa dulce voz que solo tienen muchas mujeres que saben lo que es querer y sufrir. A través del espejo del establecimiento vi reflejada su cara: unos labios que no hace tantos años seguro que fueron deseados por muchos tipos del barrio, y unos almendrados ojos verdes que terminaron sonriendo al que menos le convenía.
  “Ponme una merluza para rellenar, ¡pero por favor, dámela buena! A ver si este año todo sale bien”.
  Su tono, suplicante, revelaba que la noche del sábado se tendría que enfrentar, una vez más, al tribunal de la inquisición. Al oírla, el animado parloteo de los que esperábamos turno se amordazó. Más de una mirada cómplice entre la pescatera y alguna clienta habitual.
  Minutos después salió. El espejo no me había engañado, esa verde mirada, hoy melancólica, intentaba sonreír evocando mejores tiempos, cuando el tipo elegido, el que menos le convenía, supo pronunciar las palabras adecuadas para conseguir sus labios. En su bolsa de cuadros, su crucifijo de tres kilos, el que le iba a librar de la ira de su propio Domingo de Guzmán. Ojalá que el precio pagado mereciera la pena, se tendría que conformar con el rimel y la barra de labios del chino de la esquina
  “Esperemos que este año no se tropiece con ninguna puerta”. Más miradas cómplices tras el comentario de una clienta.
  Es lo que tiene hacer de nigromante a través del espejo de una pescadería; su ausencia, la de ella, me dejó la imagen de un cabrón, el que menos le convenía. El retrato de un tipo que solo se pone las pelotas al llegar a casa porque sabe que sus súbditos conocen el precio que comporta no satisfacer hasta sus más infames caprichos. Un desgraciado que, incapaz de afrontar las duras pruebas a las que a todos, a veces, nos somete la vida, descarga su minusvalía mental destrozando la vida de quienes no merece.
  Feliz Navidad, señora de los ojos verdes, deseo de todo corazón que esa merluza que, pese a todo, seguro que prepararás con cariño, te ayude  a sortear las puertas de tu casa. Y para el año que viene, si el hijoputa que te engañó cuando aún creías en el amor no te ha destrozado a golpes, te buscaré por la calle, ya sacaremos de alguna mercado negro el ak47 que le vas a poner en la próxima cena de nochebuena.
  Feliz Navidad a todas las que, como mi señora de los labios deseados, respirareis aliviadas cuando ya en el amanecer navideño seáis las únicas que seguís en pie recogiendo los trastos, mientras el cabrón de turno, el que tampoco os convenía, ronca su borrachera en una cama que no se merece.  

martes, 13 de diciembre de 2011

MAX


MAX

  Jamás podré olvidarlo, es el mejor tipo que he conocido y dudo que la vida vuelva a regalarme un compañero como Él.
  Raro es el día que por un motivo u otro no veo su sonrisa. Una pareja besándose: es Él, un niño feliz con su pelota: Max en mi memoria, dos ancianos regalándose una tierna mirada: siempre el recuerdo de su ternura. Pero en estas fechas que se acercan, su presencia en mi memoria es perpetua.
  Apareció un veinticuatro de diciembre, yo no le vi quitarse las alas, pero bajó con ellas. Tan sólo era una bolita de pelo con dos almendras por ojos de color miel, y unas grandes patas que ya presagiaban que con su futuro gran tamaño no se iba a conformar con un pequeño trozo de mi corazón, siempre me faltó alma para estar a su altura.
  Acarreó con dificultad su adolescencia, sus neuronas no seguían el mismo ritmo de crecimiento que su cuerpo necesitaba para albergar su enorme bondad. Pese a que con sus desgarbadas patas no paraba de corretear en cualquier dirección del jardín, nunca pisó una flor, ante ellas se detenía acercando su enorme nariz para disfrutar del perfume y fijar su cálida mirada en la belleza de sus colores. Perseguía las mariposas evocando el vuelo que una vez lo trajo hasta mí.
  Nunca paró de crecer hasta convertirse en un corazón de cincuenta y seis kilos. Por las noches fue el colchón de mis gatos, con quienes compartía durante el día apasionadas batallas que siempre fingió perder.
  Campesino de origen y pastor de profesión fue un apasionado de la mar. Mil veces le vi seguir la estela de mi tabla, maniobrando a la perfección bajo las olas al remontar, y retomando la orilla como el más grácil de los delfines. Me enseñó el placer de rebozarnos juntos en la arena, y juntos, más de una vez, meamos en el palo de alguna sombrilla vecina dándonos a la fuga, como dos delincuentes, hasta perdernos nuevamente en el agua compartiendo sonrisas.
  Por las noches le hablaba de las estrellas, y en invierno su mirada se iluminaba contemplando Aldebarán, su preferida.
  Nunca le vi pelearse con nadie, aunque iba sobrado de musculatura y dientes, su cerebro jamás quiso admitir la violencia. Fue mi catedrático en la tolerancia y el respeto, sobre todo con los más débiles por quienes sentía predilección.
  Me enseñó a amar la vida sencilla: compartir, acompañar, esperar, mirar y sentir sin aditivos. Gracias a Él aprendí a ser fiel a quienes quiero y me quieren, a reír con sus alegrías y llorar por sus desgracias. Si algo bueno hay en mí, Él me lo enseñó, fue mi maestro.
  La ineludible ley de la naturaleza lo llamó. Con casi catorce años su enjuto cuerpo llegó a no poder sostener su enorme corazón.
  Quiso compartir conmigo sus últimos momentos. Respiré junto a su boca su aliento final, mis manos cerraron sus ojos en los que aún seguía reflejada mi sonrisa de despedida mientras mi mano derecha no quería resignarse a dejar de sentir sus últimos latidos, y así, su espíritu infinitamente bondadoso penetró en mí para ayudarme a soportar mi condición humana.
  La inteligencia no lo adornó en exceso, pero mantengo mi escopeta cargada para quién se atreva a sugerirme que algún día tendré un perro mejor.
  Nos veremos en tu paraíso, Max, que seguro que es mejor que el mío.

lunes, 5 de diciembre de 2011

SE VEÍA VENIR


Es para lo que sirven los libros de historia y los documentales de “la dos”. Siempre, al terminar de revisar un pasaje de nuestro pasado, escapamos el mismo pensamiento: “se veía venir”, si el libro o documental de turno son de calidad, por supuesto, y analiza no solo los hechos que han marcado nuestra historia sino las circunstancias que llevaron a ellos.

La revolución francesa no fue, a secas, producto de una charla de bistrot entre cuatro amiguetes a los que Louis XVI les parecía un calzonazos manejado por la archiduquesa y su camarilla de cortesanos. Una economía arruinada, un tercer estado - la burguesía - harto de pagar todos los impuestos y carecer de derechos, y un pueblo empachado de manzanas podridas y pan robado a las ratas en las alcantarillas de Paris, terminaron generando el cambio político-social más importante de la historia de Europa. Se veía venir.

Posteriormente, Gavrilo Princip, el 28 de junio de 1914 en Sarajevo, tan solo prendió la mecha de una bomba de nombre Europa, sumida en los conflictos derivados de la rivalidad económica y política, infestada por los muy diversos e intensos espíritus nacionalistas, y cuyo máximo objetivo era dar salida a la vertiginosa carrera armamentística en donde los prohombres de la época obtenían exuberantes beneficios. Hoy todos conocemos las consecuencias: 12 millones de muertos y un tratado, el de Versailles, que no satisfizo a nadie, y que termino poniendo a los pies del “cabo iluminado” la alfombra roja para justificar una de las mayores atrocidades conocidas en los últimos siglos. Se veía venir.

Está claro lo que dirán los ciudadanos del siglo XXII, los supervivientes al calendario de la abeja Maya, cuando en su pantalla de televisión, generada holográficamente en un espacio tridimensional, vean un retrodocumental en 6D, uno de los buenos, de los que sacarán viejas imágenes de los Berlusconi, Merkel, Sarkozy, Zapatero, o Rajoy. Se darán cuenta de como sus antepasados asistimos impertérritos a la supresión lenta de todas nuestras libertades y derechos sociales con la excusa de cumplir con los requisitos que nos marcan las agencias de calificación. Seguramente se llevarán las manos a la cabeza viendo, o leyendo - si es que para entonces se sigue leyendo -, como los bancos y sus camaradas del capital  nos fueron estrangulando con una estrategia maquiavélica hasta que, ya casi sin aire para respirar, conseguimos levantar el puño. Y entonces dirán: Se veía venir.

Pero realmente siempre las hemos visto venir. Nuestros antepasados, los que dejaron la camisa ensangrentada de Louis XVI, aquellos que se echaron a las armas en  el catorce, y sin duda alguna nosotros mismos. Y como ha ocurrido en toda la historia nos decidiremos a quitarles lo bailao, e intentar poner las cosas en su sitio, hasta la siguiente.

viernes, 7 de octubre de 2011

Intercambio Libre y gratuito. ¡Que esto no pare!



   Desde hace unos meses en  que me interné en este mundo informático he podido comprobar que somos muchos: mujeres, hombres, jóvenes, menos jóvenes, viejos, y menos viejos, los que tenemos inquietudes literarias. Escribimos, leemos, intercambiamos opiniones, en pocas palabras: disfrutamos y mejoramos. He descubierto discretos blogs, creados por anónimos personajes - que por desgracia, o quizás por suerte, nunca pasaremos a la historia de la literatura “oficial” - en los que he podido encontrar auténticas joyas de la palabra escrita. Opiniones, cartas, poemas, ensayos, fragmentos literarios expresados con frescura y libertad, no condicionadas por la conveniencia comercial.

   Cuando terminé de escribir “La Sonrisa de la Magdalena” - mi primera intromisión en el mundo literario - surgió la lógica necesidad de “ser escuchado”. La típica copistería fue mi primera editorial, y empecé a repartir ejemplares entre amistades y conocidos con ganas de tragarse mis trescientas sesenta páginas; ese fue mi primer contacto con el placer. Me leían, me comentaban, me criticaban. Yo estaba cumpliendo el objetivo pero vaciando mis agujereados bolsillos. ¿Cómo seguir? Envié unos cuantos manuscritos a algunas editoriales que por supuesto ni siquiera se molestaron en contestarme, y mi ansiedad por seguir siendo leído me introdujo en la red. Inmediatamente, tras poner en marcha mi humilde blog, he empezado a recibir mensajes de apoyo, agradecimientos, críticas que modestamente acepto y que me ayudan a corregir mis errores, elogios empujados por la amistad, etc… Todo ello, está resultando una experiencia mucho más gratificante de lo que en el inicio pude imaginar.
   No he inventado nada nuevo, al contrario, he descubierto y me he asomado a una actividad que muchos llevan practicando desde hace tiempo. El cariño con el que he sido recibido en esos círculos abiertos a todo quién quiera compartir, ofrecer, y recibir gratuitamente, me ha llevado a la convicción de haber conseguido ya mi objetivo, aunque mi “carrera” no ha hecho más que comenzar. Ahora, durante mi actividad profesional diaria, los obstáculos se han minimizado; sé que al final del día abriré mi ordenador y volveré a encontrarme con esa comunidad que tantos buenos momentos me está haciendo pasar. Ahora tengo claro que esto es lo que buscaba cuando empecé a desahogarme golpeando teclas.

   En estos períodos especialmente delicados, económicamente, la red nos permite disfrutar de la literatura sin tener que pasar por “caja”, sin seguir el juego de los grandes monopolios editoriales. Merece la pena cuando todos tenemos algo que dar y recoger. Es un placer para mí unirme a los muchos que, hace ya un tiempo, iniciaron esta aventura humana; y un gran honor, ahora, formar parte de ella.

   Quiero sumar mi voz a todos los que ya lleváis tiempo regalando, disfrutando e invitando a que cada día seamos más. ¡Que esto no pare!

Oscar da Cunha

lunes, 3 de octubre de 2011

TENÍA QUE SER HOY


Todavía me quedan muchas cajas por abrir, sé lo que contienen algunas y nunca volveré a abrirlas. Es lo que tiene un traslado. Objetos de un pasado que no siempre aparece cuando tienes puesto el disfraz de Superman. Pero ese cartón llevaba días llamando al timbre.
Noche de lunes, recién estrenado el martes hace unos minutos. La semana laboral ya ha comenzado y queda atrás la flojera del finde. ¿Por qué no ha ahora? No ha sido un mal día. Admito que noté un ligero temblor en mi mano al soltar el precinto. El pequeño estuche de madera estaba lleno de viejos recortes de periódico, lo recordaba. Noticias de un pasado durante el que quisimos descubrir un  mundo lejano y mejor: con tres soles, cuatro lunas, y vecinos con los ojos plateados. El carné de socio de un club al que pertenecíamos tan sólo dos de este planeta, y millones de amigos de otros, que por algún motivo, no tenían nuestro teléfono.
La foto apareció boca abajo, no necesité darle la vuelta para verlo vestido con su chaqueta azul de capitán de nave y su pantalón blanco. Creo que yo también estoy en el retrato, pero no me fijé. Al fin y al cabo era el día de su comunión; además, como en todas las fotos en las que estamos juntos, yo sólo le veo a él. La vida te va enseñando a fijarte únicamente en las cosas que merecen la pena.
Nos presentaron una tarde gris de hace ya más de cuatro décadas. Mi pistola mata-marcianos era igual que la suya, y eso selló nuestra amistad. Ambos, supimos en ese momento, que estábamos destinados a hacer el mismo viaje aunque no siempre compartiésemos nave. Hoy me toca darle gracias a la vida por habérmelo dado, a él.
Necesité sentarme encima de algo, no recuerdo qué, contemplando la foto. Con su traje ya apuntaba maneras, quedaba claro que él iba a convertirse en el Capitán Fantástico del disco que su primo Elton le dedicó años después.
¡Y qué bien lo ha hecho! Nadie de los que, hasta la fecha hemos tenido la suerte de compartir su viaje, lo dudamos. Yo mismo he vaciado el combustible de mi nave en varias ocasiones, y nunca me ha dado tiempo a enviarle un s.o.s.; me conoce bien y siempre lleva un bidón de repuesto.
No ha tardado en abrirse el archivo: días, noches, momentos, palabras, imágenes, sentimientos - sobre todo sentimientos - . El disco duro de mis recuerdos está lleno de él. Siempre que he reído, su sonrisa me ha acompañado. Cuando he llorado, nunca me ha faltado su consuelo. Cuando no ha podido estar a mi lado, también lo he sentido junto a mí. A veces, por estas cosas que tiene la vida, mi hoja de ruta me ha llevado por caminos alejados del suyo. Nunca he tenido miedo de perderlo, ventajas de ser el hermano pequeño, él siempre ha previsto llevar un catalejo y sudar contemplando mis devaneos.  

Seguramente hoy no vaya a felicitarte en persona, incluso ni te llame por teléfono, tampoco sería la primera vez, me conoces y estás acostumbrado a mis desvaríos; pero serán pocos los momentos del día en los que no me acuerde de ti.
Has estado presente en los instantes más importantes de mi vida, los buenos y los amargos. Sólo te eché en falta, en la estación, el día en que me secuestraron para vestirme de caqui. Te lo paso porque tenías una buena coartada, no podías dejar escarpar esa joya que te había escogido para casarse. Esa bruja, al final, ha sido la que más tiempo lleva disfrutándote. 

Hay muchas razones por las que, a veces, me hubiera gustado que mi pasado perteneciera a otra persona, pero el precio a pagar sería muy alto. Él, con su consuelo, su alegría, y en momentos su tristeza, fue mi eterno compañero durante la niñez. Me regaló las primeras lecciones para caminar, no en la vida sino hacia la vida. Junto a él aprendí a no perder el sueño por un juguete roto, y me enseño a recrear muchos sueños que se construyen sin juguetes. Compartió mis momentos más amargos y me permitió  participar en los suyos.
Lentamente, la vida nos fue enseñando sus múltiples caras. Yo siempre lo tuve más fácil, él era el primero en comprobar la solidez del terreno. Y este no es un momento peor que otro para confesar que yo también he llevado discretamente escondido un catalejo. A pesar de la distancia que en momentos nos ha separado, continuamente he procurado seguir el polvo que levantan sus botas   
Han pasado muchos años y todo sigue igual; él camina dejando caer discretamente las migas de pan que me permiten convencerme de que soy yo quien aparta las ramas con mi machete. A veces me paro a contemplar el horizonte que me queda por recorrer y consigo verlo, parándose un instante, con una sonrisa resignada para echar una mirada atrás, seguro de que una vez más tendrá que interrumpir su expedición para recomponer mi hoja de ruta.
Hace ya un buen momento que es cuatro de octubre. Año-nuevo en nuestro mundo privado, un planeta en el que aterrizamos dos y que ahora se ha llenado de muchos que le siguen a él. Cierro el estuche de madera, con su imagen tan viva como la tarde en que la suerte me lo concedió.
Sabía que conservaba esa foto, pero tenía que ser hoy…

miércoles, 7 de septiembre de 2011

Hemos fracasado (reflexión)


Si, como suena: hemos fracasado. Por desgracia no se trata de una reflexión producto de un mal día que, como otro cualquiera, termina delante del televisor viendo como se acumulan las imágenes de nuestro mundo, de nuestra propia y decrépita sociedad. Imágenes que ya ni siquiera nos avergüenzan porque nos estamos familiarizando con ellas. Miramos de frente la pantalla mientras desfilan reportajes en los que seres humanos como nosotros, con la única diferencia de haber tendido la desgracia de nacer en un país equivocado, abandonan el pellejo inerte sus hijos en mitad de un camino que saben de antemano que sólo les lleva a la muerte. Seguimos mirando de frente cómo una familia tras otra, a veces en la misma manzana ya podrida en la que nosotros vivimos, se ve desterrada de las cuatro paredes en las que invirtieron la mayor parte de sus años productivos. Seguimos mirando  de frente los vergonzosos comportamientos de la gran mayoría de los gobernantes que nos representan, y bien que lo hacen , porque al fin y al cabo tenemos lo que nos merecemos. Y miramos de frente porque sabemos que la mirada de todos ellos, la de los que sufren y la de los que nos hacen sufrir, nunca se va a cruzar con la nuestra.
No, lo reconozco, no tengo un mal día, aunque esta mañana me haya cruzado con un par de mataos con el pavo, intentando darles el changui con unas dosis de alfalfa a unas cuantas párvulas de colegio bien. Tampoco me ha amargado la tarde, cuando, para solucionar el atasco que se ha montado en la Gran Vía, - pobre anciano que se ha caído en el paso de cebra, víctima de alguno de los muchos achaques que le han regalado los duros años de trabajo -, la grúa le ha sacado quince minutos de ventaja a la ambulancia.
Observo y participo. Esta hoguera la hemos levantado entre todos: nosotros, nuestros padres, los suyos, sus abuelos y la generación que los parió; y no se van a librar de las llamas ni los errores de Felipe II.

Esto no tiene arreglo; la crisis en la que estamos - y no quiero entrar en economía -, la sucesiva que ya se nos echa encima, la que vendrá después y la siguiente, nos demuestran que como grupo, los humanos, tenemos menos futuro que los cuñados del dinosaurio al que le cayó el gran meteorito mientras hacía la cola del pan.

No sé si esto empezó con el arquitecto técnico que diseñó el alicatado de la primera pirámide, o fue la mañana anterior, cuando los cro-magnon les embargaron sus cuevas a sus primos los neandertales -que por cierto tenían pinta de ser buena gente- por no cumplir con los requisitos de la prima de riesgo. Pero, con el esfuerzo de todos, hemos conseguido retrotraer nuestro mundo a los momentos previos al chupinazo de inicio de las fiestas del Big Bang.

Somos animales sociales, nos encanta crear grupos para darnos de hostias con los demás grupos. Somos animales gregarios, formamos jerarquías y elegimos líderes para dirigirlas; quienes después de hacer caja, se ocupan de que también nos demos de hostias entre los miembros del propio grupo. Realmente somos imbéciles porque después de tanta historia, que la mayoría de nosotros ignoramos, seguimos cometiendo los mismos errores que cometía nuestra familia cuando el abuelo todavía cazaba mamuts.

Algún día, quiero pensar que llegará, seremos capaces de derramar lágrimas por el hijo perdido de nuestra hermana de Somalia, cuyos ojos ya secos son incapaces de manifestarse. Algún día, quizás, llegarán a dolernos nuestros huesos por el frío, acumulado bajo los cartones, del mendigo que ahorca su pasado en vino barato mientras intenta camelar a la rubia del anuncio de colonia en la marquesina donde duerme.

Mientras tanto, y yo me apunto el primero, hemos fracasado.




sábado, 3 de septiembre de 2011

Sinopsis de la Novela


Palas, apodo con el que todo el mundo conoce al protagonista de la novela: Paulino Yanguas, recibe inesperadamente la noticia del fallecimiento de su padre. Se trata de lo que podríamos considerar un hombre de vida fácil: 41 años, buena posición económica, solterón?
Víctor, su padre, un hombre hecho a sí mismo, propietario de un próspero establecimiento comercial en San Sebastián; hace ya años que ha delegado en su hijo todas las responsabilidades de un negocio que se mantiene gracias a la buena gestión de sus empleados. No obstante, la relación padre-hijo siempre ha estado marcada desde el fallecimiento de la madre en el parto, creando una barrera que ninguno de los dos ha sido nunca capaz de franquear.
Tras la muerte de Víctor, Palas encuentra unos cuadernos de memorias en los que su padre le relata diferentes épocas de su vida y su relación con personajes que fueron determinantes para él: antiguos amores, amistades, relaciones pasionales?
Leyendo las memorias y viajando a diferentes puntos del país donde aún viven estas personas que rodearon y compartieron la vida de su padre, Palas va descubriendo la auténtica personalidad de un hombre totalmente desconocido para él.
Es un viaje que, a modo de camino inciático, transformará completamente no solo la opinión que siempre había tenido de su padre, sino que irá alterando sus prioridades y su forma de entender la vida.
En las diferentes etapas que transcurren por: Andalucía, Cataluña, Santander, Levante, Soria, etc. conocerá a: Mira, un antiguo amor de juventud de Víctor, con quien mantuvo una relación sentimental; visitará a Antonio, amigo de la infancia de su padre y posterior socio en el negocio; Marta, la mujer del sobrino de Victor, que se convierte en la obsesión carnal de su padre a lo largo de años...
Palas, a su vez, ira cargando su maleta de relaciones personales que van a ser determinantes en su vida: Alba, una medico cooperante con la que inicia un apasionado romance; Telesio, un perro que se cruza en su camino, cuyas "opiniones" solo escucha él, y que suenan en su cabeza a modo de "voz de la conciencia"; Juan Carlos, compañero de juergas; Nieves...
A su vez, en su recorrido, una sombra permanece constante: su madre; presuntamente fallecida al nacer él; quizás solo sea real en la versión que Víctor le contó de los hechos...
La sonrisa de la Magdalena pretende ser una novela actual, que refleja las inquietudes y preocupaciones que a todos nos acosan en estos momentos en los que estamos asistiendo a una profunda transformación de nuestra sociedad. Salpicada con pinceladas de un reciente pasado, en las que cualquier lector puede encontrar un reflejo de su propia memoria.