El parque está completamente vacío a
estas horas de la noche; hemos escondido, hasta donde termina la decencia, la
intensidad de la luz de las farolas, y esa romántica melodía que se asoma desde
el violín es para vosotros. Hemos hecho una pausa para esperaros porque sabemos
que nunca faltáis a la cita que, de nuevo, esta últimas noches habéis retomado;
como aquella en que, por febrero, cuando, bajo las flores amarillas de la
mimosa que más de mil promesas después un caprichoso rayo de agosto convirtió
en un tronco estéril, descifrasteis el misterio del primer beso sencillo,
tímido y frágil pero profundo, no por primero sino por sincero. Ese beso que
convierte a los labios en traductores del alma, y al alma en viajera que ya no comprenderá
dar el siguiente paso en soledad.
Bailad, bailad y no temáis. Estas sombras
no son más que vuestros propios fantasmas de ese pasado que lleváis compartido quienes
os acompañan sentadas en los bancos. Abrázala, con la suavidad que tuvieron tus
fornidos brazos en aquella noche desde la que ella decidió que sus ojos eran sólo
para ti, cuando lucía ese vestido azul amanecer, el primero que terminó en su
curso de modista, convencida de que era el color con el que soñabas verla. Y
recuerda, porque todavía no has olvidado recordar, la tímida forma de su
espalda y la deliciosa porcelana que envolvía sus rasgos en torno a esa verde
sonrisa que su negra melena, alborotada por el frío céfiro de invierno, no era
capaz de ocultar. Y a ti, ¿por qué te va a temblar la mano aunque ya no te pintes
las uñas? ¿Por qué no vas a acariciar su cabeza aunque esos rizos intenten engañarte
con, sus ahora, lacias canas? Acuérdate, porque nunca has aprendido a dejar de
hacerlo, de esa timbrada voz con la que pronunció tu nombre continuado por el
primer te amo. De ese cuello poderoso, protegido por las solapas de su chaqueta
de franela, en el que apoyaste tu frente mientras inspirabas el olor de su
colonia de granel, porque las de marca, entonces, no eran propias de las
parejas que se cortejaban en un parque mientras el invierno mostraba esa cara
de mal genio que acostumbra en febrero.
¿Que el camino no fue como lo
soñasteis? Pero para eso están los sueños, que se suelen llevar mal con los
caminos. ¿Que cuántas promesas se rompieron? Pero son como los jarrones y se quiebran
sin intención. ¿Que los chicos crecieron y os volvieron a dejar solos? Ya os
costó descubrir para qué se inventó el teléfono.
Ahora no es el momento, no le reproches
las madrugadas de cama con pies fríos, mientras él recorría las carreteras con
tu beso de despedida en el bolsillo de la camisa porque estaba más cerca del
corazón. De los celos te costó, de esos sí que te costó desprenderte, aceptabas
en silencio el generoso ramo de flores en el que nunca faltaron los iris
azules, tus preferidos, con el que siempre volvía. Y reconoce que comenzaste a
disfrutar de su fragancia tras aquél viaje, cuando te pidió que le acompañaras
para enseñarte el mar del que siempre te contó. Junto al malecón estaba su
floristería, la habitual, la que envolvía en celofán transparente con letras
rosas, y tras el mostrador, el florista, que por fin conocía a la afortunada de
los ojos verdes.
No lo has olvidado pero sabes que esta
noche no corresponde. El carnicero cada día trampeaba con el peso para rebajar
la cuenta, porque sí, porque siempre estuvo por ella. ¿Y cuántos no, si te
llevaste a la más bonita del barrio? Pero en una pareja sólo vale saber contar
hasta dos, y ella siempre te demostró que con ese número se comprometió para
toda la vida que está más lejos que toda una vida.
Esta noche, pese a los primeros copos
de nieve, bailad, bailad ese viejo vals que para vosotros entona el violín
porque muy pronto ambos sabéis que a alguno le empezarán a fallar las piernas. Y
por eso habéis retomado los paseos por el antiguo parque que, aunque no ha
cambiado, lo veis diferente porque ahora las ilusiones han cedido el paso a los
recuerdos, la vieja trampa del futuro que se convierte en pasado para
concedernos sólo el valor del ahora. Y los dos tenéis aprendido que la arruga
es bella, no porque lo dijera Balenciaga, sino porque con sonrisas y lágrimas decidisteis
construir una vida; y esa por donde ahora se desliza tu gota de felicidad,
preciosa dama, tú no quieres verla, elegante caballero. Con cada giro que marca
el violín alrededor de vuestro seco tronco de mimosa en flor, el vals le
devuelve a él sus castaños rizos y a ti el vuelo de esa cara de ángel. A ti el
valor para elevarla hasta ese paraíso con olor a leña de hogar y a ella el
color de las cortinas de vuestra intimidad.
¿Por qué mirar más allá? ¿Para qué
evocar más atrás? En la vida sólo cuenta el momento cuando se ha sido capaz de
vivir cada momento durante toda una vida. Y ahora cambiad ese viejo anillo de
plata que ya caducó, porque ya son cincuenta años y los dos lleváis escondido
el de oro. Este es el momento, esta es vuestra noche y yo, que no soy más que
el envidioso narrador, os dejo solos. Bailad, seguid bailando mientras el arco
acaricie las cuerdas, hasta que el último aliento se os escape como siempre
soñasteis, juntos. Y como sólo supisteis aceptar, enamorados.
Oscar
da Cunha
28
de diciembre de 2014