sábado, 3 de febrero de 2018

Caminarás

            Serás el peregrino que persigue la bruma entre la que ella se dibuja sin oportunidad de abrazo. Siempre tras ese velo embustero que es el humo de los sueños imposibles. Tu hogar.
            Serás el pasajero de las promesas por cumplir, las que no pudiste y se las llevó el tiempo que tenía su nombre bordado y el tuyo oculto. Y te acompañará su ausencia, que es como la soledad pero cuando rompe lo más profundo, y sólo rompe.
            Temerás la noche porque intentarás que las estrellas te cuenten. Y en ninguna ni en la siguiente encontrarás la lamparita dentro de la que ella te iba dejando, uno a uno, ese pedacito de plata grabada con su inimitable pasión, la que adornaba hasta el más pequeño de sus pasos. Ya no habrá faros que te llamen a puerto sino los que buscarás en la nostalgia.
            Y temerás el alba porque ya no traerá sus grandes aventuras: la caricia, el beso y un nuevo compromiso, el de siempre, el que tú contestabas «yo también» pero amanecías donde vive el querer, cuando se trasparentaba el día y guardabas el momento. Buscarás esos pliegues de la mañana en los que ella escondía los minutos para hacer con ellos un lazo y perfume de nomeolvides. No volverán y culparás al viento porque siempre llega nuevo y no sabe de recuerdos. Maldecirás la lluvia por desear imitarte y al sol por intentar parecerse a ella. Despreciarás la tierra por haberte robado una de tus sombras y ya no pisarás otra que no sea destierro.
            Recorrerás la playa y sólo verás piedras donde ella descubría mapas, corazones y pequeños tesoros, figuritas que la naturaleza esculpe en exclusiva para quien mira con ojos entregados al amor, mensajes de la eternidad que ella convertía en iconos con los que adornar cada uno de tus rincones. Marcapáginas de una niña que nunca quiso ser mayor y construía un mundo a su medida con asiento para dos. Llenarás de arena tus bolsillos para mirar al cielo y no querer subir, porque ella no entendía de cielos si implicaban distancia.
            Callejearás por la ciudad. Tras el escaparate de las gemas seguirán el collar y la pulsera de cristales color amapola, esa flor que no tiene fragancia y ella estaba comprometida a prestarle la suya. No volverás a entrar porque ya no tendrás cuello que besar ni mano que te guíe. Cruzarás calles por donde está indicado y es absurdo, porque para caminos entre los escondrijos con duende y memoria ella pintaba su propia vereda. Hablarás con los necesitados para te cuenten de su generosidad, y con los afligidos del consuelo que tenía para cada tristeza. También con el anciano del puente, y que su saxo siga prolongando hasta el infinito esa versión de Flor de Luna que ella siempre le pedía que mantuviese mientras terminaba de cruzar de orilla y se despedía con una sonrisa.
            Serás el sonámbulo de la casa. Pasarás junto a la mesa donde esperará su tacita de té, la mellada, la que necesitaba más aprecio y ella le regalaba sus labios en cada merienda, aunque la hora se hubiese ido. Junto al viejo gato, senil y sordo, al que acariciaba y le contaba el día, porque sólo ella, con su voz de atravesar sorderas y recuperar edades, conseguía devolverle las ganas de permanecer. Verás sobre el tocador sus herramientas de mujer, las de día y las otras, las que utilizaba para conseguir que en tus noches oscuras sobre la marea de abajo hubiera un intenso reflejo. Acariciarás su frasco de perfume pero no lo abrirás, ya nunca alcanzará ese toque perfecto y embriagador que conquistaba al confundirse con el aroma de su piel.
            Verás languidecer, porque añoran la sinceridad de sus cuidados, a las flores de la terraza y a las que esperan en el jardín. Geranios, azaleas, alegrías y pensamientos, hortensias y calas, ciclámenes y los demás. Y olerá a tristeza el jazmín, desconsolado por recordarla cuando a cada una le dedicaba un poquito de su armonía exuberante, y a veces a todas al mismo tiempo.
            Te escucharás decir que tus certezas ya no son más que un viejo muro lleno de grietas, insostenible sin su presencia, incomprensible sin su inteligencia. Y explorarás caminos como si hubiera algún mundo perdido en el que poder librarte del tiempo y de sus estragos. No lo encontrarás, no tienes su talento. Es fácil jugar con la ficción, pero en lo de retarse de a frente con las realidades ella siempre estaba en campaña. Nunca, nada contuvo su caudal de valor y sinceridad ante el que a las adversidades se les caía la máscara para convertirse en anécdotas. Y te conmoverás cuando alguna vez la recuerdes dudar, porque sólo fueron ciertos pasos atrás para, con el orgullo guardado bajo llave, tender su mano y no perderte.
            Decía Pessoa que los campos son más verdes en el decirlos que en su verdor, pero tú tuviste más suerte por palpitar en un campo que Pessoa nunca llegó a suponer. No servirán semblanzas, nada consolarán los adjetivos, y el recuerdo y la palabra dolerán siempre por incompletos. Pasarás a ser el caminante silencioso, el solitario afortunado cuya alma ya descansa en el paraíso que supuso ser vida en una compañera inigualable.
            Pero todo eso ocurrirá cuando pierdas tu nombre, y junto con tu nombre desaparezcan las claves del secreto. Ella te demostró que las promesas son el canto de la lealtad cuando está determinada a trascender.
           
            Te espero esta noche, mi amor.


Oscar