martes, 28 de agosto de 2012

DIARIOS DEL TRÁNSITO


  El mes de agosto siempre se me aparece sugerente, íntimo, abstraído. Procuro alejarme de la eclosión veraniega que sacude nuestros pueblos y ciudades, no soy amigo de las fiestas populares. Me gusta el tacto de las playas a primera hora de la mañana, casi madrugada; y el mar… al mar siempre le arranco más secretos en soledad.

  Agosto de siestas con viejos libros que no encuentran su espacio durante el resto del año, y noches de estrellas en las que soñar despierto es una necesidad que a veces prolongo hasta que el alba me roba su luz.

  Es durante esos momentos, que mi fantasía decide navegar solitaria hasta reencontrarse conmigo a media tarde para interpretar juntos nuestras inquietudes.

  Agosto perezoso, poco amigo de los largos trabajos, que me ha llevado a especular más que a escribir. De esos momentos han surgido diez reflexiones que he plasmado en otros tantos microrelatos. Breves, apoyados en el poder de la imagen, y ajustados al menor número de palabras, pero que han suscitado algunos debates interesantes.
  Podéis leerlos, uno a uno, junto con sus comentarios en: http://www.falsaria.com/author/oscardacunha/ 

  Para los más agostizos os dejo el montaje audiovisual:



  El debate sigue abierto.

Oscar da Cunha

28 de agosto de 2012 

UN POCO DE SAL (Montaje audiovisual)


Montaje audiovisual del relato UN POCO DE SAL (09 de abril de 2012) realizado por Nela Gomez Arenas para “Loca Aprendiz de Poeta”.


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sábado, 4 de agosto de 2012

UN OTOÑO EN AGOSTO


  Fue el azar. Al salir del despacho de mi abogado me  lo encontré, hacía por lo menos diez años que no nos veíamos. Él me reconoció al instante, a mí me costó más, siempre me ocurre. Nos sentamos en una mesa de “Les Colonnes” y se nos fue la tarde agrandando el tamaño de las olas que tantas veces habíamos compartido, nos despedimos con la firme promesa de no volvernos a ver en tierra firme hasta la próxima década.
  Camino del coche recordé que una de las cosas por las que merece la pena venir a este mundo es contemplar una puesta de sol desde Biarritz. La hora era la adecuada para disfrutar cómo el Atlántico se tiñe de rojo al recibir a Helios entre sus aguas. Mi banco, en la explanada junto al faro rodeado por los viejos tamarindos, estaba ocupado por una pareja de amantes. Ambos, con las manos entrelazadas, esperaban también el mágico acontecimiento; lo supe por el brillo de sus ojos, que me capturó. Me acomodé apoyado en un punto de la barandilla de piedra desde donde poder disfrutar de todo el espectáculo, lo reconozco, soy un voyeur.
  Ella mantuvo su mirada azul fija en el horizonte justo cuando el astro empezaba a besar el océano. Él, en ese mismo instante, sólo la miraba a ella. Y yo, decidí perderme el ocaso.
  Cuando cielo y agua empezaron a sonrojarse la besó en la mejilla izquierda, quizás la que más acusaba las cicatrices del camino recorrido juntos; ella le correspondió con una suave caricia en la pierna derecha, posiblemente la que trajo herida de la última gran guerra y ya nunca volvió a recuperar.
  Adiviné que el espectáculo de luz y sal terminaba cuando ellos empezaron a recordar juntando suavemente sus cabezas. Una lágrima de nostalgia nació de su ojo derecho intentando adivinar cual era la arruga adecuada, esta vez, para descender hasta el poro donde más sueños perdidos se habían acumulado. Él la consoló apretándole el mismo brazo que aquel día, cuando su segundo nieto decidió meter su vida en una botella de ron y estrellarla contra las rocas del acantilado.
  Con la brisa que llega entre luces se miraron una vez más, ella estaba igual de preciosa que en el 39, cuando alcanzó la mayoría de edad. Él aún seguía siendo aquel campeón de chistera con el que soñaban todas las solteras de Biarritz. Intercambiaron unas breves palabras, seguro que justo las necesarias para confesarse que, pese a todo lo sufrido, lo suyo había merecido la pena. Y por fin llegó el beso que confirmaba que, durante toda una vida en común, el placer de compartir rosas justifica las llagas que las espinas nos dejan en la piel.
  Se ayudaron mutuamente a incorporarse del banco. Él le tendió el brazo derecho, el mismo con el que un día le colocó el anillo que aún brilla entre los pliegues de la izquierda con la que ella continúa asiéndose a su compañero. Lentamente, con el orgullo de toda una vida compartida en la espalda, abandonaron altivos la explanada. Los perdí de vista entre las ramas de los tamarindos.
  Mañana volverá a amanecer, y con las primeras luces volverán a renovar las mismas ilusiones con las que partieron en su primer “Je t´aime”. Yo me marché con la envidia de haber sido espectador de una de las mejores puestas de sol que la vida te puede regalar. Fue el azar.

Oscar da Cunha


4 de agosto de 2012