El carillón sonó dos veces y, a través
de los ahumados cristales de la ventana, la tímida luz de aquél soleado día invernal
a duras penas consiguió abrirse camino, Fue la única manera de saber la hora:
dos de la tarde.
En aquella planta, la numero tres del
hospital de fumadores recalcitrantes, hacía años que nadie se molestaba en descifrar
la nebulosa posición de las manecillas del reloj. Todo sucedía entre una hora y
otra. Entre las cuatro y las cinco, entre las doce y la una, o… más menos a y cuarto
de cualquiera de las campanadas anteriores. Algunos pensareis que era por
desidia, pero ¡qué va! aquellos eran otros tiempos. El personal sanitario le
echaba alma y entusiasmo, las cosas se hacían más por supuesto que por
presupuesto y el humo no tenía partida asignada, ¿para qué si hacía tiempo que
ya la había ganado?
—¿Ha nacido ya? —preguntó la enfermera
morena, la de Valladolid.
—Con este humo… Páseme el abanico, Marcelina.
Ahí estaba la experiencia del médico, es en esos momentos cuando las horas de navegación cuentan.
Ahí estaba la experiencia del médico, es en esos momentos cuando las horas de navegación cuentan.
—Lo siento, doctor —Marcelina, desesperada, no paraba de darle caladas a su Bisonte sin filtro—, lo tienen en
quirófano, ha habido una urgencia.
—¡Vaya! Si por lo menos llorara…
—Pues para mí que he oído una tos
doctor, y la madre no ha sido.
—¿Está anestesiada?
—Totalmente, no asoma la cabeza del
Hola. El divorcio de la Marilyn Monroe, ya sabe. Un escritor… no tenía nada que
hacer con esa.
—No se me distraiga, Marcelina. Pruebe a
ver si palpando la camilla…
—¡Ya está, lo tengo!
—¿Y qué es: niño o niña? —El doctor se
relajó y aprovechó para liarse uno de Ideales.
—¡Tiene culo!
—¿Con pelo o sin pelo, Marcelina?
—Todavía es muy pequeño, doctor, ahora
nacen muy niños. ¡Espere que le dé la vuelta! Si me sujeta el Bisonte…
—Déle una calada para que pueda ver la
brasa, si no colabora…
—¡Es niño, doctor! La tiene… ¡No puede
ser!
—¿Qué ocurre, enfermera?
—¡Que ya voy por dos palmos, y a esta
edad…
—¡Más abajo, leche! Eso será el cordón, Marcelina.
—Ya me parecía a mí… Es que con la
ventanas cerradas…
—Estamos en invierno ¿Qué quiere? Ya
ventilaremos en verano. Estas primerizas nunca tienen en cuenta esos detalles…
—A ver… ¡Sí…! ¡Qué pequeñita!
—Entonces es niña.
—No, doctor, que la tiene muy pequeñita.
¡Es niño!
—Pues ya sabe, Marcelina, comuníqueselo
a la madre. Y de paso que deje libre el cenicero.
—No sé si es buen momento… Ahora está
con lo del Kennedy ese, al que le han hecho presidente de América.
—¡Joder cómo viene el Hola!
—Es un especial, doctor. Y las fotos en
colores…
—¡Venga, Marcelina! Déle unas palmaditas
a ver si llora. Y devuélvame el Ideales que lo tenía a medias.
—Yo no he sido, doctor, lo ha cogido el
niño.
—Pues anote en el informe: ha nacido
fumador y ladrón.
—¿Y la hora?
—¡Bah! Serán y cuarto.
—Señora, aquí tiene al niño. Se lo
cambio por el Hola.
—¡Huy, si es calvo como su padre! ¡Qué
contento se va a poner!
—Es por el otro lado, señora, por donde
echa el humo.
—¿Es rubio?
Marcelina azorada:
—Pues no sabría decirle, con tan poca
visibilidad…
—Para mí que es negro, por el olor…
Espere, se lo quito y le doy una calada.
—¡Ah! el pitillo, es del doctor. Ideales.
—¡Pues eso sí que no! Que fume de los
míos que para eso soy su madre.
Y así empezó todo hace…
En un mes de febrero sin
luna llena…
©Oscar da Cunha
6 de febrero de 2014