jueves, 6 de febrero de 2014

6 DE FEBRERO

El carillón sonó dos veces y, a través de los ahumados cristales de la ventana, la tímida luz de aquél soleado día invernal a duras penas consiguió abrirse camino, Fue la única manera de saber la hora: dos de la tarde.
En aquella planta, la numero tres del hospital de fumadores recalcitrantes, hacía años que nadie se molestaba en descifrar la nebulosa posición de las manecillas del reloj. Todo sucedía entre una hora y otra. Entre las cuatro y las cinco, entre las doce y la una, o… más menos a y cuarto de cualquiera de las campanadas anteriores. Algunos pensareis que era por desidia, pero ¡qué va! aquellos eran otros tiempos. El personal sanitario le echaba alma y entusiasmo, las cosas se hacían más por supuesto que por presupuesto y el humo no tenía partida asignada, ¿para qué si hacía tiempo que ya la había ganado?

—¿Ha nacido ya? —preguntó la enfermera morena, la de Valladolid.
—Con este humo… Páseme el abanico, Marcelina.  
Ahí estaba la experiencia del médico, es en esos momentos cuando las horas de navegación cuentan.
—Lo siento, doctor —Marcelina, desesperada, no paraba de darle caladas a su Bisonte sin filtro—, lo tienen en quirófano, ha habido una urgencia.
—¡Vaya! Si por lo menos llorara…
—Pues para mí que he oído una tos doctor, y la madre no ha sido.
—¿Está anestesiada?
—Totalmente, no asoma la cabeza del Hola. El divorcio de la Marilyn Monroe, ya sabe. Un escritor… no tenía nada que hacer con esa.
—No se me distraiga, Marcelina. Pruebe a ver si palpando la camilla…
—¡Ya está, lo tengo!
—¿Y qué es: niño o niña? —El doctor se relajó y aprovechó para liarse uno de Ideales.
—¡Tiene culo!
—¿Con pelo o sin pelo, Marcelina?
—Todavía es muy pequeño, doctor, ahora nacen muy niños. ¡Espere que le dé la vuelta! Si me sujeta el Bisonte…
—Déle una calada para que pueda ver la brasa, si no colabora…
—¡Es niño, doctor! La tiene… ¡No puede ser!
—¿Qué ocurre, enfermera?
—¡Que ya voy por dos palmos, y a esta edad…
—¡Más abajo, leche! Eso será el cordón, Marcelina.
—Ya me parecía a mí… Es que con la ventanas cerradas…
—Estamos en invierno ¿Qué quiere? Ya ventilaremos en verano. Estas primerizas nunca tienen en cuenta esos detalles…
—A ver… ¡Sí…! ¡Qué pequeñita!
—Entonces es niña.
—No, doctor, que la tiene muy pequeñita. ¡Es niño!
—Pues ya sabe, Marcelina, comuníqueselo a la madre. Y de paso que deje libre el cenicero.
—No sé si es buen momento… Ahora está con lo del Kennedy ese, al que le han hecho presidente de América.
—¡Joder cómo viene el Hola!
—Es un especial, doctor. Y las fotos en colores…
—¡Venga, Marcelina! Déle unas palmaditas a ver si llora. Y devuélvame el Ideales que lo tenía a medias.
—Yo no he sido, doctor, lo ha cogido el niño.
—Pues anote en el informe: ha nacido fumador y ladrón.
—¿Y la hora?
—¡Bah! Serán y cuarto.

—Señora, aquí tiene al niño. Se lo cambio por el Hola.
—¡Huy, si es calvo como su padre! ¡Qué contento se va a poner!
—Es por el otro lado, señora, por donde echa el humo.
—¿Es rubio?
Marcelina azorada:
—Pues no sabría decirle, con tan poca visibilidad…
—Para mí que es negro, por el olor… Espere, se lo quito y le doy una calada.
—¡Ah! el pitillo, es del doctor. Ideales.
—¡Pues eso sí que no! Que fume de los míos que para eso soy su madre.

Y así empezó todo hace…
  
                                         En un mes de febrero sin luna llena…


©Oscar da Cunha

6 de febrero de 2014