Él se da
cuenta una mañana en la que el calendario anda con ganas de anunciar que el
invierno ha llegado; se detiene, observa la línea de horizonte donde mar y
cielo juntan sus azules y entiende que ya no importa lo que insinúen los
calendarios. Ellos no deciden. Hablan de números, que son fechas abstractas, y
sólo sugieren. Ni caso. Y por fin él percibe que ya ha aceptado una forma distinta
de mirar, cargada de experiencias, buenas, terribles y otras peores. Quizá para
eso sirvan los viejos tiempos, piensa, pero no conviene volver, no se puede. Él
mira las cicatrices que dejaron y le basta recordar que los hubo, que no es un
hombre nuevo. Demasiados remiendos que esconder, con orgullo y para que la vida
no insista porque no ha sido fácil conservar el pellejo completo.
Ahora sabe dónde ir y cómo.
Reflexiona y sonríe porque eso es una paradoja, qué más dan los lugares y las
formas de llegar a ellos. Lo único sólido es el compromiso, y él ha decidido
volver a caminar como lo hizo algún otro lejano día, sin garantías; y tal vez
eso sea lo mejor, ni siquiera preguntarse si se va a completar cualquier viaje.
Porque allí, en ese más adelante que él pretende, de nada sirven las espaldas
con leyenda, sólo habrá nuevos momentos con sensaciones desconocidas de las que
aprender. Y si hay suerte volver para contarlo.
Él se gira una última vez y ve que ese
cercano ayer no está, es imposible olvidarlo pero ha dejado de estar. Quizá se
haya ido al mismo sitio que su infancia, su juventud, los amigos que vivieron
con prisa, las hazañas que le perdonaron cada una de sus imprudencias porque le
debían una a la suerte, y ese rinconcito donde aprendió que el amor era por
encima de todo hacer muchos esfuerzos para saberse necesario. Se pone las gafas
de sol porque esas lágrimas son egoístas. Ya está harto de los que vienen para
hacerse querer y se marchan.
Se mete las manos en los bolsillos y
comprueba que todavía quedan balas. No muchas pero suficientes para lanzarse
hacia adelante, convencido de que se han alterado casi todos los valores y lo
que en otro tiempo tuvo importancia ya no es ni siquiera relativo. Le ha
llegado el momento de admitir que ha quedado lo que no pudo llevarse la
confusión y él ya ha aprendido que las certezas son menos estables que los
sueños.
Sabía que algún día iba a tener que
recoger los destrozos, todo llega y tendrán que cuadrar como punto de inicio.
Nada de lo que arrepentirse y mucho por hacer. Le silba a su compañero y juntos
se marchan por un camino que antes no existía y él acaba de dibujar. No está
nada mal para empezar, piensa mientras ya va dando los primeros pasos; un buen
perro, una libreta con boli y esa sensación de libertad que se asoma junto a la
certeza de que nadie tiene motivos para echarle de menos.
Oscar da Cunha
18+1 de
diciembre de 2019