Ella amanece
abrazada a la almohada, otra vez. Siempre el alba y la soledad. Y la espera por
oír su voz, la de Él. Quien le va a repetir esas promesas que conserva la cama.
Esas promesas que se mantienen desde que eran adolescentes y Ella no tenía un
madrugar desafinado para ir al trabajo. Desde mucho antes de que Él fuera
alguien ocupado y saliesen del sueño separados. Promesas que nacieron con el deseo
y el querer, y han sobrevivido a tormentas y desiertos.
Él nunca le concede al despertador
ser el primero y suena el teléfono. Como cada mañana, le llama desde Bruselas
para repetirle que Ella es más importante que esos congresos y despachos con los
que intentan ponerle petachos a los agujeros del mundo. Que los años no son
nada y la distancia aún menos. Y que Grand-Place de Bruselas está muy bonita
pero fría y bajo un cielo que llora sin Ella.
Y Ella, tras colgar, le sonríe al
teléfono. Porque hubo otros tiempos en los que la separación era más difícil y
la voz de Él llegaba a deshoras. Con eco de cabina y ruido de monedas. Y
siempre con esos señores de afuera, a la espera, y a los que no les interesaba
todos los te quiero que Él se guardaba por vergüenza.
Después, como cada mañana, Ella abre
el ordenador y antes de revisar el correo consulta las temperaturas en Bruselas
para saber con qué ropa va a quitarse el frío de Aranjuez. Pero recuerda que
son tiempos modernos y se le ocurre que tal vez pueda verlo.
Grand-Place de Bruselas tiene cámara
en vivo y allí está Él, con su abrigo negro, el que Ella le regaló y al que le
puso su nombre para que le diera algo más que calor. Despistado, en el centro
de un suelo mojado y frente a un termómetro que marca melancolía.
Ella coge de nuevo el teléfono sin
apartar los ojos, húmedos por la esperanza, de la imagen. Entonces ve cómo, en
la pantalla, se acercan una mujer y dos niños. Él la besa con pasión y coge con
cada mano a uno de los chiquillos hasta que todos desaparecen de escena.
A Ella se le cae el teléfono y se
rompe con el primer golpe. Son tiempos modernos y ya nada aguanta.
Oscar da Cunha
(Apaño de un
boceto original de Yolanda Blasco)
Y mi eterno
agradecimiento a Charles Chaplin por enseñarnos esas esquinas del mundo donde
se esconde lo que merece la pena.
28 de abril de
2019