sábado, 20 de abril de 2019

Desde la Marisma


A veces uno vuelve donde empezó todo, y se decepciona porque nada empieza en un lugar. Y porque los sitios sólo son esas cosas vacías que necesitan de la presencia de a quienes se quiere. Pero vuelve aunque sea para comprobar que el asunto está cambiado.
            Las mismas tabernas, el estanco de la esquina, el mismo paseo de las palmeras con el chiringuito en medio y la vieja gasolinera de la entrada. Y uno observa, aturdido, como si se hubiera traído los ojos de mirar diferente. Es el problema de pretender ver con el recuerdo pero nadie va para niño. Y no nos faltan las personas, es su alma. ¡Maldita sea, porque a mí me sobra la mía!
            Se pregunta por los viejos amigos, y a uno, que ya viene cargado de muertos, se le amontonan las respuestas. Por suerte es atardecer de camisa y uno se sube el cuello para ver si se esconde. Es entonces cuando aparece la luna y te la lía, porque ella también estuvo y esa es de las que no perdona, que para eso sólo mira con una cara, la que quedó cuando dio la vuelta a la calle de la amargura.
            Suena algo de Dolores la Parrala, y en el rincón, el dulcero de siempre. Todo bien.
            Decía que uno vuelve en busca del tipo que fue y es mentira porque sabe que no puede. Ahí continúa la terraza y ni siquiera han movido las sillas, pero, ¿quién se sienta con quince años menos y cuando las cicatrices son de guerras perdidas, todas? Toca hacerse amigo de lo que ha quedado. Porque aquí lo que encuentra uno es a un extraño; un hombre que pretende empezar de nuevo, pero no sabe cómo ni por dónde. Aunque lo primero y para cumplir sea despedirse de ese que ha dejado de estar, y entonces uno se da cuenta de que ya está harto de despedidas porque sabe que sirven de muy poco con quien no se va a echar de menos.
            Y uno percibe que hace tiempo que ya nada es como antes, y que el problema ha sido aceptarlo porque la única diferencia ha estado adentro, y sigue. Para eso hay que olvidar las viejas rutas, llenas de fantasmas; y es que el mundo no se hizo redondo para darle la vuelta y volver al mismo sitio, sino para que todas las direcciones tengan horizonte.
           
            Ya he pasado varios días entre estas aguas y con esta última marea tengo las cosas de la cabeza más calmadas. Este puerto de partida es de otro y a la mar le dejo sus cenizas, él se queda aquí para siempre y a mí me toca encomendarme a los dioses y recorrer. Nunca es tarde para ser sólo un tipo con su perro y un macuto vacío.
            Si cualquier día me cruzo con alguno de vosotros, quienes me habéis conocido, y yo no os reconozco, no me lo toméis a mal.

Isla Cristina
20 de abril de 2019


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