domingo, 17 de septiembre de 2017

SOY DE MAR

Llega sin empujar, entre esos primeros cafés con los que de nuevo uno se anticipa al amanecer. La terraza aún te acoge descalzo, taza en mano, serenidad y el gato que ha pasado la noche sobre la hamaca bosteza sin prisa. Los momentos se han vuelto perezosos y ahora dejan hueco. En el calendario que ya no se mira terminó ese largo domingo que dura tanto como el calor. Y te recibe una playa con los rulos puestos y bata de casa que nos saluda de a uno a los de siempre. La alfombra de entrada ha recuperado ese color que nunca pasa de moda, y al mar, que estaba de vacaciones, se le pone el talante de aventura. Comienza la temporada de cielos imprevisibles en los que el azul se vuelve un lujo, al arcoíris se le pretenden horas extras y los vientos andan despistados porque todavía quedan puertas abiertas.
            Es el ahora de los lugares secretos, escondites que no tienen nombre para que los de fuera no aprendan. Se comparten sardinas con olor a viejo barco sin intermediarios, sabor a apretón de manos y esa brasa que fue madera en la pata del pirata. Los de la mesa de atrás cantan amores perdidos en otras orillas donde nunca atracaron, y todo se contagia. Premeditadas tabernas mal asentadas sobre la arena, como nos gustan a los que lucimos cada vez más pelo color de sal, con los pies desnudos, la mirada remando hacia el horizonte y cara de ver ballenas que no nos importa a dónde vayan con tal de que lleguen. «Mira, una acaba de soltar un chorro». Y le birlas chipirón y medio al colega de la derecha.
            Se estiran las tardes de terraza hasta que al sol le da por aparecer en escena sólo para recoger los aplausos. Cuentan que en esas sillas se negociaba el placer por minutos, colores de ojos y maquillaje de puerto, porque han sobrevivido naufragios delante de todo y justo donde nadie se fija. Quizá las gaviotas guardan el secreto y por eso ríen, pero a lo que hubo no le incomoda. Y aunque ninguno lo conocimos la imaginación aprieta. Es la nostalgia, que cuando no anda a codazos por el paisaje se hace panorama en versión marinera con escabeche de exagerar.
            Siempre esperamos a ese entonces que no broncea pero mantiene. Y curte el alma de no renuncia a guarida de pulpo, perfume de anchoa y piel de bonanza mientras aguante. Para que, cuando con paso de cangrejo y marejada en las entrañas nos alejemos y nos pregunten, se nos escape el orgullo: Soy de Mar.

Oscar da Cunha
17 de septiembre de 2017