viernes, 30 de diciembre de 2011

UN BUEN AÑO (DESDE EL RÍO)


  Estos días toca, la televisión huele a perfume, lucecitas en los árboles, y los escaparates de las lencerías teñidos de rojo: se acaba el año y resulta inevitable hacer balance. A pesar del frío de estas últimas noches, fumo el último cigarrillo del día en la terraza y noto la sonrisa en las arrugas de mis ojos ¡Buena señal! La visita inesperada de unos cuantos viejos amigos, de los que no disfrutaba hace tiempo, han completado el arqueo positivo de este dos mil once.

  No me he molestado en mirar las cifras de mi cuenta bancaria, seguirán en rojo como al principio del año; tampoco he hecho inventario de mi cochambroso patrimonio, ya no puede reducirse demasiado.
  La emoción viene de dentro, donde toman cuerpo los auténticos balances, donde se va acumulando un activo que nada ni nadie te puede robar. Hace ya algún tiempo que descarté la idea de convertirme en el rico del cementerio, y desde entonces solo atesoro sentimientos y sensaciones. Con ellos navego por el río y, si este tiene salida al lago, será con lo único que lo atraviese.

  Lourdes ha firmado por un año más y ya van para veintiséis - ese mérito no es mío-.
  En mi compleja familia: humanos y peludos con los que tengo billete de ida y vuelta, no ha habido bajas ni enfermedades. Al contrario, Kina - a la que algún desalmado abandonó en el arcén de cualquier carretera cercana -  decidió dejar de vagabundear solitaria y, en febrero, fue aceptada por el consejo de ancianos felinos de nuestro clan. No llegó sola, para una hembra de cualquier especie subsistir en la calle siempre tiene el mismo precio. Y ahora, simplemente somos más. Las travesuras de los pequeños están poniendo a prueba la estabilidad de la casa, pero nos han llenado de sonrisas.

  De los buenos amigos, los de verdad, los que son como el mar, con sus pleamares y bajamares, igual que yo mismo, durante este año, y como siempre, he seguido escuchando sus olas, sé que nunca dejaré de sentirlas. 
  De los otros, no tengo nada que decir, este momento es solo para los buenos recuerdos y ellos no están.
  Y en este psiquiátrico, en el que desahogo de cuando en cuando mis inquietudes a golpe de tecla, llevo parte del año acumulando buenos compañeros. De muchos no conozco ni su cara, ni me hace falta; compartimos entrañas, reímos, bailamos, comentamos, o sencillamente saludamos. De todos he aprendido algo, y a cada uno, el día que faltáis, os echo de menos.

 ¿Qué más se le puede pedir a un año?

  Os deseo, para el que viene, que todos encontréis lo que realmente merece la pena.

  Desde el río.

  Oscar da Cunha

jueves, 22 de diciembre de 2011

FELIZ NAVIDAD, CON SUERTE


FELIZ NAVIDAD, CON SUERTE.

  No voy mucho por la pescadería, entre otras cosas porque últimamente no voy mucho por ningún sitio que no tenga relación con mi trabajo, pero hoy me ha tocado “lo puesto” en un décimo de lotería. Visto que este ha sido mi año de la suerte y que los grandes destinos se forjan gracias a las pequeñas decisiones: dos doradas, de vivero, para cenar.
  Toca esperar, por esto de la crisis la pescadería decidió reducir personal y estos días los clientes parecen tener tarifa plana.
  Era su turno, bajita, regordeta, pero con esa dulce voz que solo tienen muchas mujeres que saben lo que es querer y sufrir. A través del espejo del establecimiento vi reflejada su cara: unos labios que no hace tantos años seguro que fueron deseados por muchos tipos del barrio, y unos almendrados ojos verdes que terminaron sonriendo al que menos le convenía.
  “Ponme una merluza para rellenar, ¡pero por favor, dámela buena! A ver si este año todo sale bien”.
  Su tono, suplicante, revelaba que la noche del sábado se tendría que enfrentar, una vez más, al tribunal de la inquisición. Al oírla, el animado parloteo de los que esperábamos turno se amordazó. Más de una mirada cómplice entre la pescatera y alguna clienta habitual.
  Minutos después salió. El espejo no me había engañado, esa verde mirada, hoy melancólica, intentaba sonreír evocando mejores tiempos, cuando el tipo elegido, el que menos le convenía, supo pronunciar las palabras adecuadas para conseguir sus labios. En su bolsa de cuadros, su crucifijo de tres kilos, el que le iba a librar de la ira de su propio Domingo de Guzmán. Ojalá que el precio pagado mereciera la pena, se tendría que conformar con el rimel y la barra de labios del chino de la esquina
  “Esperemos que este año no se tropiece con ninguna puerta”. Más miradas cómplices tras el comentario de una clienta.
  Es lo que tiene hacer de nigromante a través del espejo de una pescadería; su ausencia, la de ella, me dejó la imagen de un cabrón, el que menos le convenía. El retrato de un tipo que solo se pone las pelotas al llegar a casa porque sabe que sus súbditos conocen el precio que comporta no satisfacer hasta sus más infames caprichos. Un desgraciado que, incapaz de afrontar las duras pruebas a las que a todos, a veces, nos somete la vida, descarga su minusvalía mental destrozando la vida de quienes no merece.
  Feliz Navidad, señora de los ojos verdes, deseo de todo corazón que esa merluza que, pese a todo, seguro que prepararás con cariño, te ayude  a sortear las puertas de tu casa. Y para el año que viene, si el hijoputa que te engañó cuando aún creías en el amor no te ha destrozado a golpes, te buscaré por la calle, ya sacaremos de alguna mercado negro el ak47 que le vas a poner en la próxima cena de nochebuena.
  Feliz Navidad a todas las que, como mi señora de los labios deseados, respirareis aliviadas cuando ya en el amanecer navideño seáis las únicas que seguís en pie recogiendo los trastos, mientras el cabrón de turno, el que tampoco os convenía, ronca su borrachera en una cama que no se merece.  

martes, 13 de diciembre de 2011

MAX


MAX

  Jamás podré olvidarlo, es el mejor tipo que he conocido y dudo que la vida vuelva a regalarme un compañero como Él.
  Raro es el día que por un motivo u otro no veo su sonrisa. Una pareja besándose: es Él, un niño feliz con su pelota: Max en mi memoria, dos ancianos regalándose una tierna mirada: siempre el recuerdo de su ternura. Pero en estas fechas que se acercan, su presencia en mi memoria es perpetua.
  Apareció un veinticuatro de diciembre, yo no le vi quitarse las alas, pero bajó con ellas. Tan sólo era una bolita de pelo con dos almendras por ojos de color miel, y unas grandes patas que ya presagiaban que con su futuro gran tamaño no se iba a conformar con un pequeño trozo de mi corazón, siempre me faltó alma para estar a su altura.
  Acarreó con dificultad su adolescencia, sus neuronas no seguían el mismo ritmo de crecimiento que su cuerpo necesitaba para albergar su enorme bondad. Pese a que con sus desgarbadas patas no paraba de corretear en cualquier dirección del jardín, nunca pisó una flor, ante ellas se detenía acercando su enorme nariz para disfrutar del perfume y fijar su cálida mirada en la belleza de sus colores. Perseguía las mariposas evocando el vuelo que una vez lo trajo hasta mí.
  Nunca paró de crecer hasta convertirse en un corazón de cincuenta y seis kilos. Por las noches fue el colchón de mis gatos, con quienes compartía durante el día apasionadas batallas que siempre fingió perder.
  Campesino de origen y pastor de profesión fue un apasionado de la mar. Mil veces le vi seguir la estela de mi tabla, maniobrando a la perfección bajo las olas al remontar, y retomando la orilla como el más grácil de los delfines. Me enseñó el placer de rebozarnos juntos en la arena, y juntos, más de una vez, meamos en el palo de alguna sombrilla vecina dándonos a la fuga, como dos delincuentes, hasta perdernos nuevamente en el agua compartiendo sonrisas.
  Por las noches le hablaba de las estrellas, y en invierno su mirada se iluminaba contemplando Aldebarán, su preferida.
  Nunca le vi pelearse con nadie, aunque iba sobrado de musculatura y dientes, su cerebro jamás quiso admitir la violencia. Fue mi catedrático en la tolerancia y el respeto, sobre todo con los más débiles por quienes sentía predilección.
  Me enseñó a amar la vida sencilla: compartir, acompañar, esperar, mirar y sentir sin aditivos. Gracias a Él aprendí a ser fiel a quienes quiero y me quieren, a reír con sus alegrías y llorar por sus desgracias. Si algo bueno hay en mí, Él me lo enseñó, fue mi maestro.
  La ineludible ley de la naturaleza lo llamó. Con casi catorce años su enjuto cuerpo llegó a no poder sostener su enorme corazón.
  Quiso compartir conmigo sus últimos momentos. Respiré junto a su boca su aliento final, mis manos cerraron sus ojos en los que aún seguía reflejada mi sonrisa de despedida mientras mi mano derecha no quería resignarse a dejar de sentir sus últimos latidos, y así, su espíritu infinitamente bondadoso penetró en mí para ayudarme a soportar mi condición humana.
  La inteligencia no lo adornó en exceso, pero mantengo mi escopeta cargada para quién se atreva a sugerirme que algún día tendré un perro mejor.
  Nos veremos en tu paraíso, Max, que seguro que es mejor que el mío.

lunes, 5 de diciembre de 2011

SE VEÍA VENIR


Es para lo que sirven los libros de historia y los documentales de “la dos”. Siempre, al terminar de revisar un pasaje de nuestro pasado, escapamos el mismo pensamiento: “se veía venir”, si el libro o documental de turno son de calidad, por supuesto, y analiza no solo los hechos que han marcado nuestra historia sino las circunstancias que llevaron a ellos.

La revolución francesa no fue, a secas, producto de una charla de bistrot entre cuatro amiguetes a los que Louis XVI les parecía un calzonazos manejado por la archiduquesa y su camarilla de cortesanos. Una economía arruinada, un tercer estado - la burguesía - harto de pagar todos los impuestos y carecer de derechos, y un pueblo empachado de manzanas podridas y pan robado a las ratas en las alcantarillas de Paris, terminaron generando el cambio político-social más importante de la historia de Europa. Se veía venir.

Posteriormente, Gavrilo Princip, el 28 de junio de 1914 en Sarajevo, tan solo prendió la mecha de una bomba de nombre Europa, sumida en los conflictos derivados de la rivalidad económica y política, infestada por los muy diversos e intensos espíritus nacionalistas, y cuyo máximo objetivo era dar salida a la vertiginosa carrera armamentística en donde los prohombres de la época obtenían exuberantes beneficios. Hoy todos conocemos las consecuencias: 12 millones de muertos y un tratado, el de Versailles, que no satisfizo a nadie, y que termino poniendo a los pies del “cabo iluminado” la alfombra roja para justificar una de las mayores atrocidades conocidas en los últimos siglos. Se veía venir.

Está claro lo que dirán los ciudadanos del siglo XXII, los supervivientes al calendario de la abeja Maya, cuando en su pantalla de televisión, generada holográficamente en un espacio tridimensional, vean un retrodocumental en 6D, uno de los buenos, de los que sacarán viejas imágenes de los Berlusconi, Merkel, Sarkozy, Zapatero, o Rajoy. Se darán cuenta de como sus antepasados asistimos impertérritos a la supresión lenta de todas nuestras libertades y derechos sociales con la excusa de cumplir con los requisitos que nos marcan las agencias de calificación. Seguramente se llevarán las manos a la cabeza viendo, o leyendo - si es que para entonces se sigue leyendo -, como los bancos y sus camaradas del capital  nos fueron estrangulando con una estrategia maquiavélica hasta que, ya casi sin aire para respirar, conseguimos levantar el puño. Y entonces dirán: Se veía venir.

Pero realmente siempre las hemos visto venir. Nuestros antepasados, los que dejaron la camisa ensangrentada de Louis XVI, aquellos que se echaron a las armas en  el catorce, y sin duda alguna nosotros mismos. Y como ha ocurrido en toda la historia nos decidiremos a quitarles lo bailao, e intentar poner las cosas en su sitio, hasta la siguiente.