domingo, 27 de diciembre de 2015

PRELUDIO HACIA EL INFINITO

            Parece que fue ayer, intento engañarme porque no sólo lo parece, lo fue. Sé que llovía porque ahora, todavía, los árboles continúan goteando. Pero lo de ahora son lágrimas porque no entienden por qué ha pasado un año y no ha pasado nada. Y he puesto árboles pero estoy hablando de personas, de ti, de mí, y de todos los que, como con cada proximidad del fin de año, hacemos balance y nos fijamos nuevos propósitos.
            Porque hace mucho tiempo que todo se repite aunque nos empeñemos en que parezca nuevo. Tenemos la sensación de que el mundo cambia muy deprisa pero no lo hace, porque el mundo no es lo material, lo sólo perceptible; el mundo somos nosotros, que estamos capacitados para llegar incluso más allá de la realidad, pero seguimos obsesionados en repetir materialidades aunque con diferentes elementos y no dejamos de conseguir los mismos resultados. Han cambiado las guerras pero las sigue habiendo. Gobiernan otros pero lo hacen igual y para los mismos. Continúan los desfavorecidos aunque se repartan de otra manera. Del medio ambiente ya sólo nos queda un cuarto. Seguimos creyendo en una sociedad mejor pero somos incapaces de trabajar unidos para conseguirla. Y porque de las dos cámaras que incorporan los nuevos teléfonos sólo nos interesa la frontal, sin darnos cuenta de que lo importante se encuentra al otro lado.      
            Pero hoy, mi mejor amigo, el que duerme si yo lo hago, el que se sacrifica sin hacerlo cuando yo no puedo, al que no necesito contarle porque con mirarme ya lo sabe. Él, que no pide pero entregando se gana el cariño. Ese enano peludo con el que tengo que esforzarme para que conviva en esta sociedad de humanos porque a mí también me cuesta. Hoy, como un día más, como lo viene haciendo sin necesidad de contar el paso de los dos años largos que lleva educándome, ha vuelto a insistir en que cada día sólo es la ampliación del anterior, que no se trata de mirar el calendario para demostrar que los propósitos son un ejercicio continuo, vitalicio; porque para los que son como él, todos los días son Navidad, Año Nuevo o ninguno de los dos, simplemente son días que se nos conceden y cualquiera es válido para decidir que es suficiente con perseverar.
            Bajamos a la playa y me mira, conozco esa mirada que me dice: observa y aprende. Porque hoy hace sol pero podría llover, porque el calor es anómalo para la época pero aun bajo cero el objetivo sería el mismo. Corre hacia esos amigos con los que habitualmente se encuentra y comparte, por momentos de uno en uno, en ocasiones forman grupo y al gruñón lo saludan de lejos pero sin rencor, porque al pobre le dan mala vida y todos se compadecen. Hoy hay colegas nuevos, desconocidos que habrán llegado con las vacaciones, más oportunidades para incluir en ese círculo que nunca aceptarán cerrar, porque aunque todos sean diferentes, ellos se empeñan en sentirse iguales, y les funciona.
            Observo y comprendo que lo demás es accesorio, lejanamente secundario. Detalles, pequeños caprichos, chucherías que cada día inventamos o hacemos evolucionar para sentirnos fingidamente vivos: Terminar ese curso que quedó pendiente aunque ya se desfasó; una nueva maquinita mejor que la del vecino; bajar esos kilos de más o dedicarse a recuperar los que se llevaron las noches sin dormir; abrir un mapa y decir aquí mientras con los ojos cerrados colocamos el dedo; revisar el plan de jubilación porque desde que nos lo vendieron la letra pequeña se ha hecho grande y a los números les faltan algunos ceros…
            Y entiendo que todo es mucho más sencillo y de tanto tenerlo delante se nos escapan las intenciones. Los días son días, sin más, se llamen como se llamen. Y para este cambio de año no voy a hacer nuevos propósitos ni fijarme metas ¿qué va a cambiar una hoja de calendario? No hacen falta nuevas voluntades, porque el proyecto ya comenzó cuando nacimos y consiste en seguir creciendo sin pautarnos, sin olvidar que lo importante es tender la mano, para dar, recibir y compartir. Y como lo ha sido válido hasta ahora no va a cambiar con números nuevos.
            Todo lo demás es provisional, accidentes que a veces se curan.
            Los buenos deseos se agradecen por cortesía, pero este año yo me voy a abstener. A los que os quiero y me conocéis ya os los dedico a diario y sin necesidad de fecha señalada con uvas y campanadas. Al fin y al cabo, del 31 de diciembre al primero de enero sólo hay un día, un día más y todo sigue, porque las personas no cambiamos ni evolucionamos de repente, pasando de hoja. Como mucho, y ya sería bastante, deberíamos ser menos pretenciosos y conformarnos con invertir en humanizar nuestro pequeño entorno, pero esa es una tarea en la que nos tendríamos que haber comprometido hace tiempo, e insistir aunque a menudo nos falle. Por eso, por todas las veces en las que no he dado la talla y por las más que seguiré cometiendo el mismo error, tendedme vuestra mano y que estas palabras no se las lleven mis vientos porque para eso las dejo escritas, y concededme el perdón por esa autosuficiencia que en ocasiones se me escapa. Como un día más y hasta que el infinito nos permita no seguir fracasando tantos años como nuestra especie aparenta.

Oscar da Cunha

Un día como otro cualquiera.


* "En el desprecio de la ambición se encuentra uno de los principios esenciales de la felicidad sobre la tierra."  François Marie Arouet (Voltaire).

* "Hay un libro abierto siempre para todos los ojos: la naturaleza." Jean Jacques Rousseau.

viernes, 11 de diciembre de 2015

CUENTO DE NAVIDAD

            El frío no impide, quizás empuje a la gente a recorrer las calles. Tal vez sea la causa de que se llenen, buscando las puertas de los establecimientos comerciales, de las cafeterías donde reencontrarse, donde renovar el abrazo personal que desde el año anterior se ha pretendido en cientos de mensajes de teléfono y emails. Acaso sea el frío quien ha ocasionado el atasco en esa travesía estrecha, ¡no, esta vez no ha sido el frío! El hombre de la bufanda de cuadros escoceses no acierta a meter el pino dentro de su coche, aun así nadie protesta con sus bocinas. Y a la señora del abrigo negro se le ha caído un paquete, no se ha dado cuenta porque es el más pequeño, pero el más valioso; no ha resultado el más caro, el esfuerzo ha consistido en encontrar lo que a él le gustara, y se conforma con tan poco, ¡qué difícil resulta escoger para el que sólo espera cariño! Nadie aprovecha la confusión para robarlo, y un joven con los vaqueros llenos de cadenas y la cara de piercings se agacha, la sigue, la aborda.
            —Perdone, señora, esto es suyo.
            Pese al frío, desde el interior de la pastelería alcanza la calle "Last Christmas" de Wham, y una pareja baila mientras la gente sonríe; dos ancianos los contemplan con nostalgia, se miran y se dedican un beso de cómplice recuerdo. Las esquinas están preparadas para regalar sorpresas, encuentros inesperados que hacen olvidar el tiempo que pasó. Al viejo del violín se le añade un joven con contrabajo y un tercero con acordeón, los últimos no ponen la gorra en el suelo, sólo pretenden compartir la mirada brillante del abuelo que sueña en Budapest. Los móviles suenan más de lo habitual y no son horas de trabajo, lo dicen los árboles que se han vestido de luces doradas, rojas, azules…, Y una vez más a mí se me ha olvidado colocar la tarjeta de aparcamiento, será por el frío pero no me han puesto multa.

            Pero no, no es el frío, Dani está convencido de ello. Han vuelto, como otro año más, esas sensaciones que le impulsan a soñar con una madre que nunca llegó a conocer, porque por darle a él la vida ella la perdió. Al menos eso le escuchaba decir a su padre mientras lo veía naufragar dentro de botellas de licor barato, mientras lo lloraba empuñar la amargura, esa enfermedad de la desesperación, como excusa por haber perdido el trabajo, después la casa y finalmente la dignidad. Ha reaparecido la misma soledad que recuerda no entender bajo mantas y cartones, y cuando a su padre se le perdió la mirada una madrugada de cielo gris y él supo que acababa de dejar de verle.
            Pero no, tampoco es el frío quien le acerca el asustado recuerdo ante esa pareja elegante; ante ellos, ante quienes primero le perturbaba volver a decir papá y mamá y después le enseñaron a sentirlo. De esa excesiva casa donde enloquecía buscando el suyo entre los mil  rincones hasta comprender que todos eran para él. Y ese compromiso  del que no hace falta repetir para siempre pero que pronto entendió que significaba familia. No es en el frío donde se quedó retenido ese olor a humo y calle en la ropa, y el aliento con aroma a cubo de basura que todavía su memoria no ha olvidado ni está dispuesto a hacerlo jamás. Porque nació comprendiendo que la vida tiene arriba y abajo, y ambos destinos están separados por una escalera con peldaños muy resbaladizos.
            No, no es el frío quien ha empujado a Dani a buscar su regalo entre calles de colores, ese que este año él ha insistido en escoger a cambio del coche prometido por haber alcanzado esa barrera de la mayoría de edad, una barricada que ya atravesó con tan sólo la mitad. Camina sin mirar los escaparates, sin entrar a preguntar precios aunque será él quien tendrá que pagar la mitad. Callejea, obstinado, hasta encontrar la mejor recompensa, esa que se disfruta recibiendo menos para compartir más.
           

            Las calles se han vaciado, las luces continúan encendidas y Dani entra en casa. Sabe que es la suya porque lo pone en el corazón de quienes le abrieron definitivamente su puerta, y él aprendió muy temprano a leer corazones.
            —¿Ya has elegido tu regalo?
            —Sí, mamá. Está aquí, detrás mío.
            Se hace a un lado y un niño asoma con la mirada asustada, otro más como él mismo hace nueve años, porque la vida tiende hacia esa extravagancia de repartir duplicados. Siempre con olor a humo y calle en la ropa, y el aliento con aroma a cubo de basura.

            Pero no, no es el frío. Es otra cosa, y aunque a la nieve se la espere pero tal vez no llegue, se le llama Navidad y a veces funciona.


Oscar da Cunha
12 de diciembre de 2015

domingo, 6 de diciembre de 2015

EL CUARTO CABALLERO

            Yo no debería haber escrito este relato. Resucitar el pasado, mirar debajo de la sábana de mis fantasmas y convertirme en el delator de una serie de acontecimientos que confirman que detrás de toda realidad sigue habiendo más elementos que complementan la verdad. Porque hay ocasiones en las que traspasar la barrera de la ficción te devuelve a un duro encuentro con la evidencia.
            Porque son esos otros pequeños detalles, esas minúsculas fracciones de irrealidad que conviven con nosotros, las que, escondidas entre las más discretas esquinas de nuestro cada día, se asoman, en determinados momentos, advirtiéndonos de que quizá no deberíamos mirar más allá. Y aprender a conformarnos con lo más sencillo, eso que llamamos lo real, la vida, que a veces nos deslumbra con su belleza y nos conmueve por la delicadeza de cuanto la compone; pero otras, se comporta de manera violenta, cruel, y la amargura de sus arbitrarias decisiones nos agrede por su vehemencia.
            Pero nuestro mundo no está organizado en exclusiva con esos elementos que somos capaces de apreciar a simple vista. Tiene dos caras compuestas de luces y sombras, y dejarse atrapar por los melodiosos acordes del raciocinio resulta tan peligroso como aceptar esa estupidez a la que ninguno queremos renunciar. Porque si algo nos hizo humanos es el intento de llegar más allá y, como Teseo, conseguir encontrar al monstruo del laberinto sin darnos cuenta de que el verdadero monstruo es el propio laberinto al que nunca venceremos.

            Qué mentiroso es el tiempo porque esto acaba de suceder hace treinta y seis años. No sé en qué temporada estábamos pero yo sólo recuerdo un sol que ya ruborizaba el poniente, mientras le ponía la pata a mi moto frente al bar donde acostumbrábamos a reunirnos. Al entrar, cumplí el ritual de echar una moneda en la ranura de la rockola y pulsar mis dos botones ya amarilleados: K 7. "Un caballo sin nombre", de América. Una birra y a charlar con los colegas. Y las horas escapándose entre risas, mañana tengo examen y no he preparado la chuleta, y cómo se ha puesto de maciza la Amaia. Esas conversaciones que manteníamos mirándonos a los ojos y entrometiéndonos en el aliento del amigo. Reconozco que las actuales son más asépticas, pero el precio a pagar es conformarse con la foto del avatar del wassap y ser el más rápido con los dedos.
            Carlos llegó tarde, malditamente tarde; pero culparle al tiempo es tan inútil como darle cuerda a un reloj de sol. Yo ya me encontraba sentado sobre mi moto, a punto de darle la primera patada al pedal de arranque y con la hora poniéndole ojitos al bando enemigo. Malditamente tarde.
            —Déjame la moto un par de horas, tengo rollo con Amaia.
            Si había alguien capaz de conseguirlo era él, con su pelo ensortijado, ni rubio ni moreno, con un color que parecía haber sido prohibido después de que a él le fuera concedida la exclusiva. Su mirada azul asociada con la parte del cielo donde soñaban las chicas, y ese don de la palabra capaz de conseguir compromisos sin necesidad de embarcarse en promesas. ¡Joder, a su lado los demás éramos vulgares aprendices!
            —Ya sabes que mis viejos no me dejan sacar la mía entre semana.
            —No puedo, Carlos, lo siento. Me conoces y siempre te la dejo, pero esta noche voy pillado de tiempo.
            Malditamente tarde, pero hoy todo me sabe a excusas.
            —Prueba con Chendo, él tiene su "caballo" aquí parado y ya renegó de los exámenes.
            —Prefiero la tuya, es como la mía y estoy más acostumbrado. La de Chendo es de monte y con esos tacos en las ruedas no me acostumbro…
            —¡Venga ya! Si has camelado a Amaia no te van a acojonar unas ruedas.
            Amanecía el siguiente día, pero no para todos. A las siete y media, en el punto de reunión habitual previo a decidir la excusa para faltar a clase, sólo se hablaba de él: "No estaba acostumbrado, patinó, y me cago en la puta naturaleza que colocó ese árbol en la curva donde se salió de la carretera"
            Chendo condenó los restos de su moto a pudrirse en el garaje familiar. Allí debe seguir, me consta. Yo me condené a no olvidar que ni un par de horas ni dos mil se cambian por la vida de un amigo.

            El viernes me abordó en la calle un joven vestido a lo pijo de hace treinta y seis años. Me llamó la atención porque hoy en día nadie tiene tanto estilo con tan poca edad. Pelo ensortijado, ni rubio ni moreno, con un color que parecía haber sido prohibido después de que a él le fuera concedida la exclusiva. Mirada azul asociada con la parte del cielo donde sueñan las chicas, y ese don de la palabra capaz de conseguir compromisos sin necesidad de embarcarse en promesas.
            —Déjame diez euros, son para un taxi. Esta vez me vuelvo a casa.
            —¡Carlos… ¿Tú? ¡Es imposible! —Pero no dudé en sacar el billete.
            Me lo devolvió con una sonrisa, aquella que todos intentábamos copiar frente al espejo, pero con la que sólo él consiguió negociar un acuerdo.
            —¿Imposible? Imposible es saber lo que va a suceder dentro de cinco minutos, imposible es olvidar lo ocurrido durante los cinco anteriores, y justo en el medio está ese incierto lugar donde tomamos las decisiones.
            —¿Por qué no iba Amaia contigo? Estabas solo en la moto, todos lo comentaron.
            —Porque yo tampoco estaba en la moto, te lo acabo de decir. Estaba justo en el medio, en ese incierto lugar donde se toman las decisiones.

            Me di la vuelta y me marché, porque no me parece justo escuchar las disculpas de un muerto.
            Porque aun a día de hoy, sigo pensando que el mejor territorio para la conciencia es el silencio.
            Porque hay historias de nuestra memoria que no se deberían publicar y tal vez ésta sea una de ellas.
            Y porque yo no debería haber escrito este relato, pero no he podido evitar hacerlo.

           
Oscar da Cunha

6 de diciembre de 2015

* Imagen: El Cuarto caballero. (Grabado de Gustave Doré)

jueves, 3 de diciembre de 2015

LA SONRISA DE LA MAGDALENA (ENTREVISTA AL AUTOR)

Os adjunto la entrevista que me ha realizado Bubok con motivo de la publicación de la 2ª Edición de La Sonrisa de la Magdalena:
Podéis encontrarla en el enlace original de la editorial:

O seguir leyendo.

Hablamos con Oscar da Cunha, coautor de Mi infierno eres tú, ganadora del I Concurso Bubok – La Factoría de ideas, que publica ahora una nueva edición de su primera novela, La sonrisa de la Magdalena, disponible en Bubok y cientos de plataformas más. ¿Quieres conocer más sobre el autor, la obra y el proceso creativo? No te pierdas la entrevista.

La sonrisa de la Magdalena es tu primera novela, ¿qué te movió a escribirla?
Creo que todos, a partir de cierta de edad, llevamos una historia dentro de nuestra memoria, y está formada por una amalgama compuesta por nuestras propias experiencias más la distorsión de la realidad que nos proporciona la imaginación. Intentar mezclar ambos elementos, lo que fue y lo que pudo ser, buscar las combinaciones entre qué y cómo has vivido, y enfrentarlas a cómo hubiera sido todo en circunstancias diferentes, recreándolas en personajes que me hubiera gustado que formaran parte de esa memoria, me pareció una idea fascinante. Siempre me ha gustado escribir, para pequeños círculos a los que he pertenecido, pequeñas narraciones que, partiendo de una realidad se apoyaran en la fantasía; y al revés, trabajar con mitos y utopías hasta que se cerrasen con una imagen real.
La decisión de construir un relato de largo recorrido, como es una novela (aunque la idea me rondaba desde hacía tiempo como un reto al que nunca me había enfrentado), se hizo firme una noche de fin de año, la famosa noche del milenio. Sentado con mi mujer sobre la playa de Isla Cristina (uno de los escenarios determinantes en la obra) y escuchando llegar desde el pueblo las últimas campanadas de siglo XX, se lo dije: tengo una historia que quiero contar, no sé si alguien la leerá o no, pero yo necesito escribirla, por lo menos contármela a mí mismo. Y me la empecé a contar.

¿Cómo resultó el proceso de escritura? ¿Qué recomendaciones darías a quien se enfrenta por primera vez a esta tarea?
Antes de comenzar el proceso de escritura propiamente dicho, tracé un esquema incial (siempre lo hago), en el que se reflejaran los escenarios, los personajes, la trama y las ideas principales que quería trasmitir. Creo que resulta básico antes de empezar a teclear, porque muchas veces la imaginación te usurpa la personalidad y es conveniente tener prefijados los objetivos a los que quieres llegar para mantener la coherencia a lo largo del relato. A partir de ahí y con las ideas preparadas, la escritura de “La Sonrisa de la Magdalena” fue un viaje en el que, y sin darme cuenta, me convertí más en espectador que en autor. Llegó un momento en el que los personajes dejaron de ser ficción, pasaron a convivir conmigo y sugerirme cosas que no estaban en el proyecto previo. Me convencieron y yo me limité a seguirles la corriente. (¿He hablado de un esquema inicial? Eso fue motivo de muchas discusiones entre los personajes y yo).
Para quienes sientan la necesidad de contar, de escribir una novela, les aconsejaría que antes se lo pensaran varias veces. Y si se lanzan, que lo hagan preparados para vivir dos vidas cada día. La real, la que te da de comer (como es mi caso), y la fantástica. En esta última tienes que acomodarte a la forma de pensar de cada uno de tus personajes, en su situación y sus circunstancias. Tienes que sacrificar lo que harías y cómo, pensando en lo que harían y cómo, ellos. Pero lo más importante del proceso es disfrutarlo, para eso te tienen que atraer los retos, estar dispuesto a sacrificar horas de ocio, de sueño, incluso robárselas a la propia familia. Y sobre todo escribir lo que te gustaría leer y cómo te gustaría hacerlo, nunca pensando en que puedas ser leído. Siempre habrá jueces que aplaudan o denosten tu trabajo. Como es imposible gustar a todo el mundo, por lo menos gústate a ti mismo.

En Mi infierno eres tú la escritura se llevó a cabo a dos manos. ¿Resulta muy diferente trabajar de esta manera?
Por supuesto que varía, aunque las premisas principales son las mismas, pero en ese caso hay un elemento, más aún que los propios personajes, que te sorprende. Es la otra «voz» que va componiendo el relato. Antes he citado que los personajes, llegado un momento, adquieren su propia identidad, ahora añadiría que son diferentes variaciones de tu propia personalidad y que las descubres cuando te desnudas escribiendo. Pero si a eso le añadimos que “al otro” le sucede lo mismo, la cosa se complica mucho. El trabajo de conseguir que todos esos elementos encajen resulta más complicado. Acompasarse, pero sin perder el carácter que cada autor pretende imprimir a sus fragmentos, no es nada fácil. Sobre todo cuando ambos escritores nos encontrábamos a muchos kilómetros de distancia, más aún cuando decidimos comenzar el proyecto sin conocernos personalmente. Sin saber si nos gustaría el talante, la forma de expresar que la otra parte iba componiendo o si terminaríamos tirándonos los folios a la cabeza. Pero he tenido la suerte, y esto no le pasa a todo el mundo, de coincidir con una gran mujer como es Milagros. Su enorme experiencia en muchos ámbitos de la vida ha conseguido acomodar debidamente a cada uno de sus personajes en su butaca, y eso me facilitaba a mí la tarea. Algunos me han preguntado si se pierde algo de libertad para expresarse, y no ha sido así. Desde el principio establecimos que cada uno se tirase a su piscina con todas las consecuencias. Yo sólo puedo añadir que Milagros me ha enriquecido con su saber hacer, con ella he sido un ladrón que ha procurado superarse observándola. Y ella me lo ha permitido.

Háblanos de los personajes y lugares de La sonrisa de la Magdalena. ¿Qué pueden esperar los lectores?
Ningún personaje es anodino, ni siquiera Telesio, ese chucho convertido en la voz de la conciencia del protagonista masculino, muchos lo buscan por la calle pero lamento darles un disgusto. Telesio existió en forma de perrita y yo tuve la suerte de conocerla, aunque no era mía pasó largas temporadas conmigo e inspiró al personaje, pero como les sucede a las grandes personas, sólo se murió, aunque siga entre nosotros. A cada personaje he intentado encajarlo en defectos o virtudes que son habituales, porque lo más habitual en esta vida suele ser la parte insólita que cada uno llevamos dentro, y todos conocemos individuos que hacen de su vida una novela, esos son los personajes de La sonrisa de la Magdalena. Cualquiera con quien nos cruzásemos por la calle podría ser Palas, Alba, Víctor…, se trata de convencerles para que se dejen conocer; eso he hecho con ellos. No encontraremos en ninguno particularidades que los diferencien de alguien a quien conozcamos o a nosotros mismos. Por ello a cada lector no le resulta extraño encontrar su propio hueco, su propia piel cubriendo la de algún actor del elenco. Y por los comentarios que ya he recibido, todos, en algún momento, parecen sentirse aludidos. Se trataba de implicar al lector.
Los escenarios, salvo alguna excepción, todos son reales. Para eso he tirado del disco duro de mi memoria. Son lugares que me han marcado por alguna razón, el paisaje o el paisanaje, lo que viví en ellos o lo que soñé, cómo los vi y cómo los imaginé. Quería encontrarme a gusto en cada pasaje de la novela y para ello, la fórmula ideal, la mejor manera de pensar como cada personaje, era situarme en ambientes que no me resultaran desconocidos. Evocar las sensaciones que experimenté cuando llegué a ellos por primera vez, e intentar que el lector los vea y los viva. Sé que he empujado a más de uno a conocer esos lugares, a buscar en ellos lo que sintieron cuando, leyendo la novela, se identificaron con algún personaje. Alguno se ha encontrado a sí mismo, y se ha llevado una alegría.

¿Por qué deberíamos leer La sonrisa de la Magdalena?
Porque no decepciona. Porque nos hace soñar y a la vez reflexionar. Porque está escrita de una manera sencilla que es la mejor forma de explicar lo complejos que somos los humanos. Podría seguir añadiendo muchos porqués, pero para mí el más importante es el que me trasmitieron cuantos leyeron la primera edición: «La empiezas y no puedes soltarla hasta el final». Algo tendrá, yo ya me la leído varias veces y me sigue gustando.
¡Ah! También hay quien me ha comentado que la tiene como libro de cabecera, pero quizá no sirva su ejemplo porque se trata de personas que me quieren bien.

¿Cómo ha resultado el proceso de edición y publicación con Bubok?
Perfecto. Ya tenía una primera experiencia gracias a Mi infierno eres tú y no lo dudé. Me habéis tendido la alfombra roja para hacer más confortables todos los pasos necesarios. En eso se nota la gran calidad del equipo que constituye Bubok. Y como en la novela cierro con un homenaje a Casablanca, no desaprovecharé esta entrevista para hacer lo mismo: «Creo que este es el comienzo de una hermosa amistad».