sábado, 29 de diciembre de 2012

LA ÚLTIMA HOJA


  Hoy es madrugada de viento, y con las primeras luces, el vendaval va arrancando esas últimas hojas que se aferran a la inmortalidad en las ramas ya desnudas de los plataneros expoliados por el otoño también marchito. Suenan mis pasos, rompiendo la mañana, sobre el camino del parque tapizado  por esa hojarasca que perdió su juventud con los terminales calores del calendario. Y estas ráfagas, quizás las últimas del año, que despejan de mi cabeza todas las sombras acumuladas a lo largo de doce meses sin piedad, me van acercando los primeros olores de ese jazmín que prepara desafiante los rigores del invierno.

  El anciano se desliza sereno por el último tramo que conduce al cementerio de los sueños gastados. Camina, ajeno al viento, con la mirada amarga que acompaña la decepción, estéril ya en sus postreros pasos, enterado de que en su tumba nadie cincelará frases agradecidas, epitafios de lealtad ni románticas despedidas. Ningún perro fiel velará su ausencia, y las golondrinas de la próxima primavera evitarán su lápida. Con el fracaso en sus ojos apura sus definitivas horas, consciente de que nadie le añorará.

  Cruzamos nuestros pasos y en silencio me interroga:

  —Yo no soy el culpable, celebrasteis mi llegada colmando con vuestros anhelos mis primeros momentos de vida, soñasteis que conmigo terminarían las injusticias, la intolerancia y los abusos. Os abrazasteis, bebisteis y bailasteis convencidos de que yo obraría el milagro de una sociedad más justa, pero nada ha cambiado. Ahora contáis las horas que faltan para arrancar definitivamente mi última hoja y enterrarme en el bosque de vuestra memoria perdida. Sonarán las nuevas campanas y repetiréis el mismo ritual, volviendo a depositar en el que me sucede la esperanza de un futuro que sólo os corresponde a vosotros. Un día, un mes, un siglo, fracciones a las que les atribuís capacidades de una realidad de las que sólo vosotros sois responsables, Ningún año cambiará el mundo, esa es potestad del ser humano, nosotros sólo somos esas hojas que hábilmente creasteis para dejar que el tiempo se lleve anotadas vuestras hazañas y vuestras infamias. Hubo una época en la que el individuo fue dueño de su tiempo, marcando con sus actos calendarios que la historia conserva en marco de oro, pero eso ya pasó, ahora os habéis convertido en súbditos de la realidad, limitándoos a ver pasar los acontecimientos, y éstos nunca cambian por si mismos.               

  El anciano recorre ya lo que será el tramo final de su camino, a su paso el viento deja caer las últimas hojas que quedaban en las ramas, marcando el final de un calendario que nunca podremos recuperar.

  Hoy es madrugada de viento, ya no suenan mis pasos sobre el camino, este vendaval se ha llevado los restos del último año.

Oscar da Cunha
29 de diciembre de 2011

lunes, 10 de diciembre de 2012

DANCE ME TO THE END OF LOVE


  ¿Qué edad pueden tener?, ¿veinticinco?, ¡no!, veinte a lo sumo. ¡Qué más da! Esta noche la luna se ha hecho adicta a su amor y ha decidido apagar su luz para proteger su intimidad, ¡egoísta!, los quiere sólo para ella. La vieja farola del parque también colabora con la pareja, regalándoles justo ese rincón de penumbra bajo el que se encuentra su banco. La brisa meridional todavía acerca el sonido del viejo saxo, alguien olvidó cerrar la puerta trasera del club del callejón, o quizá no. ¿Qué importan las horas si también el sauce les protege?
  Entre besos intercambian promesas, comparten sueños que la vida, a veces, intentará convertir en pesadillas, y tendrán que enfrentarse a ellas, y a la vida, manteniendo vivos esos besos y recordando que esta noche tuvo como testigo la caricia de su alma desnuda. Ella sonríe con los ojos húmedos, demasiada felicidad en un solo instante y el temor a que los años marchiten sus ideales. Él, no es aún capaz de adivinar que esa flecha que ahora se está clavando en su corazón compartirá sus canas, y será su salvavidas cuando el barco se hunda por tantas decisiones mal tomadas.
  ¿Y el deseo? Esa poderosa fuerza que tolera que hoy sus manos sean torpes, pausadas, imprudentes ante la inocencia, suavemente las irá adiestrando en las frías noches de invierno para convertirlas en certeras bajo los fuegos de colores. Pasando juntos las hojas del calendario irán aprendiendo que el calor sólo se mantiene añadiendo madera.

  ¿De dónde saco yo un perro a estas horas? No me parece discreto pasear solo por el parque, no hay manera ni forma pero no quiero perderme esos besos; lo que yo daría por disfrutar del brillo de sus miradas y oír sus coplas, si alguna vez yo también tuve veinte años…, si alguna vez yo también estuve en ese banco…
  ¿Te acuerdas? La escena se pierde entre la niebla del tiempo, pero los besos…, aquellos besos los recuerdo enteros, sobre todo el primero, ese fue el más caro. ¿Y las palabras?, tan cálidas, aún no se han borrado de mi corazón, sucede cuando se tallan con la pasión de la voz amada. De las promesas, todavía quedan cuentas pendientes, muchas se perdieron entre tormentas, pero conseguimos salvar las más importantes, con más arrojo las de finales de marzo cuando empezó nuestra primavera. “Baila conmigo hasta el fin del amor”, y esa canción sigue sonando.
  ¡Como has envejecido viejo roble! Ella te acarició aquella noche de junio, cuando a mí me juraba amor eterno mientras yo les daba las gracias a todas las estrellas del pequeño trozo de cielo que nos había sido concedido. Le sequé su joven lágrima con la caricia de mi mejilla, y aún consigo retener la fragancia de ese perfume salado. Bajo tu sombra le ofrecí mi primer “Te quiero amor”, y tú dejaste caer una hoja que siempre me acompaña en mi cartera.
  ¡Y esa moto!, junto a ellos, bajo el sauce. ¿Cómo olvidarla?, yo le pinté esas rayas, ¿seguirá bien ajustada?, nunca arranca en este parque, cuando ella mira su reloj con las horas ya perdidas y el viejo saxo ha dejado de vibrar. El vagabundeo hasta su casa promete los últimos besos, los más profundos, las últimas promesas, las de mañana. Ya de vuelta, basta un guiño culpable para hacerla ronronear.
  A ti, vieja farola, hace casi treinta años que te pedí disculpas. Por la piedra con la que rompí tu bombilla, la que llevaba escritos nuestros nombres, sé que me has perdonado, hoy la veo en su mano, la de la chica del banco, se la guardará en el bolsillo de su chaqueta azul, y al volver a casa abriré el cajón para darle el beso de todas las noches.

  Viejo parque, amigo escondido, no te has dejado dominar, ajeno a los nuevos tiempos sigues siendo el caballero que guarda el misterio de los amores que florecieron bajo tus árboles, de los besos prohibidos bajo tus sombras, de las tímidas caricias con el sol de entre luces. Noches de verano y mediodías de invierno continúan siendo tus cómplices. No permitas que el susurro de mis pisadas sobre la hierba perturbe el mágico momento que esa pareja nunca olvidará; ahora, que al marcharme sin decirte adiós me marco un último baile, todavía la vieja canción sigue sonando.


Oscar da Cunha

10 de diciembre de 2012

jueves, 6 de diciembre de 2012

EL VIOLINISTA DE LAS SIRENAS

  Es uno de mis paseos cardinales, recorrer ese malecón, sobre todo para admirar que la jornada se va despidiendo, caminar con las aguas a ambos lados cuando éstas empiezan a enredar su color con el de las alturas. Hay un momento, al llegar a la última piedra, en el que se produce el hechizo y todo se vuelve azul, entonces, cierro los ojos e inspiro profundamente, convertido en gaviota alzo el vuelo y sé que todavía puedo soñar.

  Ya son varias, cuando al desandar, entre las sombras percibo el sonido de ese violín, es una triste melodía que no reconozco pero, ante el dulce canto de sus cuatro cuerdas, la mar se contiene y una brisa con fragancias de naranja, vainilla y benjuí, llega desde no sé donde.

  Hoy me paro a escuchar su concierto; él, con su traje negro, en pie sobre una roca, desliza el arco consiguiendo hacer suspirar la barra armónica y el alma del instrumento. Me siento a su lado, respetuoso, en la piedra inmediata, y me devuelve una sonrisa que llora desde sus ojos. No sólo yo lo disfruto, el tiempo también se interrumpe afinando la oscuridad que se presenta desde el este, no abundan las oportunidades de aturdirse ante un alquimista de los sentidos, y cuando una se presenta, la naturaleza siempre se somete. Aún no se han cruzado dos nubes y el violinista hace una pausa.

  —Es una preciosa poesía musical —le digo, y él advierte la admiración que insinúa mi mirada. Sonríe agradecido, más por la compañía que por el reconocimiento y compruebo que necesita conversación.
  —Toco para mis dos sirenas, el violín las atrae, salen a la superficie para bailar y así puedo verlas, casi todas las tardes, cuando por aquí aparece la soledad.
  Es un tipo elegante, aún joven, con una mirada serena y una voz que combina con los agudos armónicos que momentos antes envolvieron la bahía.
  —Es una lástima, yo no he podido verlas bailar, quizá la música se apoderó de todos mis sentidos…
  —No, nunca las verás —me responde con la voz ahogada bajo el nudo que disimula su negra corbata—. Sólo yo puedo hacerlo, a las niñas, las enterraron la semana pasada. Su madre no ha superado el golpe, jamás lo hará, y yo…, he encontrado esta manera de seguir viéndolas sonreír.
  Sus ojos se han llenado de lágrimas, saladas como el resto del agua que nos rodea. No puedo evitar incorporarme sobre mi piedra y abrazarlo.
  —Un hombre no debería enterrar a sus hijas, es una traición de la naturaleza.
  —No la culpes a ella —me dice mientras se coloca de nuevo el violín y retoma las primeras estrofas—. Yo soy el auténtico responsable.
 Su revelación me conmociona, retrocedo unos pasos horrorizado y no consigo articular palabra. Él, interrumpe de nuevo la sonata, y me dedica una atávica mirada.
  —A su padre también me lo llevé en el mismo accidente, pero él no era marinero. No intentes juzgarme, yo también sufro, a veces, con mi trabajo, gracias a estos momentos consigo superar mi condición. Cuando todo comenzó, alguien se tuvo que hacer cargo y yo juré cumplir con mi responsabilidad, aunque todos piensen lo contrario, no es fácil ser la muerte.

  Deshago el paseo del malecón, mientras, a mi espalda, vuelve a sonar, triste, el violín. La mar continúa serena, ellos dos son una vieja pareja; las sombras han llegado, las pausas que nos concede el tiempo siempre son efímeras. Yo no tengo prisa, pero sé que alguna noche esa melodía sonará para mí.

Oscar da Cunha

7 de diciembre de 2012