Hoy es madrugada de viento, y con las
primeras luces, el vendaval va arrancando esas últimas hojas que se aferran a
la inmortalidad en las ramas ya desnudas de los plataneros expoliados por el
otoño también marchito. Suenan mis pasos, rompiendo la mañana, sobre el camino
del parque tapizado por esa hojarasca
que perdió su juventud con los terminales calores del calendario. Y estas ráfagas,
quizás las últimas del año, que despejan de mi cabeza todas las sombras
acumuladas a lo largo de doce meses sin piedad, me van acercando los primeros
olores de ese jazmín que prepara desafiante los rigores del invierno.
El anciano se desliza sereno por el último
tramo que conduce al cementerio de los sueños gastados. Camina, ajeno al
viento, con la mirada amarga que acompaña la decepción, estéril ya en sus postreros
pasos, enterado de que en su tumba nadie cincelará frases agradecidas, epitafios
de lealtad ni románticas despedidas. Ningún perro fiel velará su ausencia, y
las golondrinas de la próxima primavera evitarán su lápida. Con el fracaso en
sus ojos apura sus definitivas horas, consciente de que nadie le añorará.
Cruzamos nuestros pasos y en silencio me
interroga:
—Yo no soy el culpable, celebrasteis mi
llegada colmando con vuestros anhelos mis primeros momentos de vida, soñasteis
que conmigo terminarían las injusticias, la intolerancia y los abusos. Os
abrazasteis, bebisteis y bailasteis convencidos de que yo obraría el milagro de
una sociedad más justa, pero nada ha cambiado. Ahora contáis las horas que
faltan para arrancar definitivamente mi última hoja y enterrarme en el bosque
de vuestra memoria perdida. Sonarán las nuevas campanas y repetiréis el mismo
ritual, volviendo a depositar en el que me sucede la esperanza de un futuro que
sólo os corresponde a vosotros. Un día, un mes, un siglo, fracciones a las que
les atribuís capacidades de una realidad de las que sólo vosotros sois
responsables, Ningún año cambiará el mundo, esa es potestad del ser humano,
nosotros sólo somos esas hojas que hábilmente creasteis para dejar que el
tiempo se lleve anotadas vuestras hazañas y vuestras infamias. Hubo una época
en la que el individuo fue dueño de su tiempo, marcando con sus actos
calendarios que la historia conserva en marco de oro, pero eso ya pasó, ahora
os habéis convertido en súbditos de la realidad, limitándoos a ver pasar los acontecimientos,
y éstos nunca cambian por si mismos.
El anciano recorre ya lo que será el tramo
final de su camino, a su paso el viento deja caer las últimas hojas que quedaban en las ramas, marcando el final de un calendario que nunca podremos recuperar.
Hoy es madrugada de viento, ya no suenan mis
pasos sobre el camino, este vendaval se ha llevado los restos del último año.
Oscar
da Cunha
29
de diciembre de 2011
Así es,Óscar, a este anciano docemesino le ha llegado la hoja roja y,como sabio en que la experiencia le ha convertido,bien dice que ningún cambio se produce solo.
ResponderEliminarBien sabe el anciano por recorrido que sin voluntad no hay camino, aprendamos de él que ya empieza a ser pasado y afrontemos con decisión el por venir.
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