domingo, 22 de abril de 2012

LA PRIMERA PUERTA


  Ella estaba sentada junto a mí, en el mismo sillón. Mejor dicho, yo estaba arrinconado entre ella y el apoyabrazos del sofá; en el resto del “dos plazas” habrían podido caber tres personas más. Se lo había afanado bien para que nosotros dos, juntos, utilizáramos el escaso espacio capaz de contener tan solo una mirada. La pieza era pequeña,  en las espesas cortinas ya estaban florecidos los ramos en cantidad necesaria como para cubrir la ventana secuestrando la luz del exterior, y el resto de la casa olía al perfume del silencio.  

  Joven pero lo suficientemente madura; su pelo rubio, ondulado, terminaba más allá de lo que el ojo humano es capaz de alcanzar. En su cara me resultó imposible encontrar un elemento que no fuese perfecto: su sonrisa, sus ojos, su boca, todo parecía estar específicamente diseñado para componer la más hermosa sinfonía de la naturaleza. Y todavía me sigo preguntando si el photoshop ha evolucionado lo suficiente como para retocar sobre realidades carnales. También era hábil en su discurso, solo necesitó dos breves frases para dejar claro que estaba dispuesta a seducirme. Reconozco que me lo pensé dos veces, ¡bueno fueron tres, para que voy a mentir!

  Podéis pensar que son fantasías mías, la omnipresente vanidad masculina, el síndrome de Peter Pan… ¡No! uno sabe bien cuando se lo quieren llevar al huerto; no soy nuevo en esto y sé de lo que hablo,  recientemente hubo quien lo consiguió y ya hemos superado los veintisiete años juntos.

  Fue ese leve gesto, con su mano izquierda intentando esconder el defecto de su dedo corazón, el que le delató. Nos conocemos desde hace muchos años y le he visto hacerlo siempre. En todas sus personificaciones, y esta era de las mejores, nunca consigue resucitar ese apéndice calcinado en sus comienzos, cuando era un simple autónomo y era él mismo, en el abismo, quien se encargaba de remover, justo con ese dedo, los carbones del fuego eterno. 

- ¡Tú otra vez!
 
  En ese momento me sentí como cuando te sale el cuarto as y estás de mano en la partida. No le tengo miedo, nos hemos visto las caras muchas veces. Fue como cambiar de canal de televisión, pasar del porno a las noticias, decepcionante; la rubia escultural desapareció, y él adoptó su auténtica imagen.
  No os penséis que en persona es algo especial, la iconografía que asociamos al demonio es pura fantasía: nada de grandes cuernos, enormes torsos desnudos y rojizos. Su aspecto es el de un  tipo corriente, más bien tirando a poco; podríamos cruzarnos con él en la calle, o en la escalera de casa, y nos pasaría desapercibido. Tampoco su voz es el trueno que hace temblar los cimientos de la tierra, suena casi ridícula, como la de… ¡Bueno, ya os lo imagináis, hoy no quiero hablar de política!
  Pero todo eso es precisamente lo que lo que lo convierte en el más peligroso de los seres que emponzoñan nuestra razón.

- ¿Vienes a por lo de siempre? - Se lo salté utilizando mi sonrisa más barata.

- Es lo único que me interesa - respondió -. Todo lo demás lo he conseguido: poder, riqueza;  ya soy el dueño del mundo, los poderosos han firmado en mi nómina con vuestra sangre.

- Aún te faltan muchas almas, millones, las de los inocentes. Las de los que no están dispuestos a vendértela.

  No necesitó contestarme, la ironía con que me sonrió consiguió estremecerme, sabe perfectamente que yo no pertenezco a ese grupo; aún no me he tropezado con mi alma, soy tan sólo un buscador que sigue en el camino.   

- Algún día quizás la encuentre - le solté -, reconozco que vivo por ello, pero ese día tú ya no estarás en mi cabeza.

  No me contestó, alzó el puño estirando su putrefacto dedo corazón con todos los demás replegados, es el santo y seña que abre cada una de las siete puertas del infierno; he atravesado gran parte de ellas y ya no me ofende.

  Se abrieron las cortinas dejando entrar la luz. Desde el  exterior pude contemplar la escena a través del cristal de la ventana: el salón me pareció más grande; ella y yo sentados en sillones separados por una mesa llena de papeles, y su mirada fija en la frase que yo acababa de subrayar con mi bolígrafo. Por la puerta que comunicaba con el distribuidor vi deslizarse una sombra oscura. Una canción de Sabina sonaba como música de fondo, pero yo no la recuerdo.

  Y así fue como atravesé la primera de las siete puertas del infierno, admito que me resultó la más fácil, jugaba con ventaja, Gabriel ya me había puesto en antecedentes días antes. Las tres siguientes de momento prefiero no recordarlas, me han enseñado ha temerle al siniestro; y de la quinta no habría sido capaz de salir sin la ayuda de mi “Dragón de las Estrellas”.
  Por si acaso, prometo contaros la experiencia antes de enfrentarme a los dos  retos más tenebrosos que aún me esperan. Al salir de la quinta puerta pude oír los gritos desesperados de cuantos se han quedado atrapados tras ellas, y os aseguro que son multitud.

Oscar da Cunha
22 de abril de 2012 

lunes, 9 de abril de 2012

UN POCO DE SAL


  Hoy ha sido uno de esos días en los que el cuerpo me estaba pidiendo una buena dosis de sal, es el elemento alquímico con el que estabilizo mi cabeza, el catalizador para eliminar incertidumbres y nubarrones.

  La decisión ha sido inmediata: mi vieja tabla, mi más antigua compañera de hazañas marinas. Esa con la que a finales de los noventa desafiaba olas de generoso tamaño bailándolas al ritmo de los U2.   
  Incontables parches, viejas heridas y señales de fracturas decoran su piel - bailar con el mar tiene su precio y a veces éste se lo cobra a mitad de una canción -, aún seguimos haciendo buena pareja aunque los dos hemos vivido tiempos mejores. Mi vieja pareja de baile.

  He escogido una playa tranquila: poca ola y menos gente, hoy solo buscaba sal. Bajo el primer chaparrón hemos remontado la barrera de olas y para entonces ya éramos uno solo. Ella, pese a la edad, sigue navegando como una auténtica sirena; y mis brazos, sorprendentemente, aún conservan los caballos necesarios. He seguido poniendo agua de por medio hasta llegar a ese punto donde las olas todavía no han sido bautizadas y no son más que ligeras ondulaciones, insinuantes damas preparando su carné de baile dispuestas a triunfar en la pista.

  Solo, sentado en mitad del mar, por fin he notado como la sal iba penetrando en mis poros, devolviéndome la serenidad de esa comunión con la naturaleza. Seguramente en mi encarnación anterior fui un besugo y por eso ahora me confunde tanto transitar entre este mundo de tiburones.

  Con los brazos extendidos, las palmas hacia arriba y la mirada perdida en ese horizonte curvo, me he dejado llevar por la marea. Un pequeño grupo de gaviotas, con sus risas, han decidido cortejarme bajo la lluvia y gracias a su compañía he vuelto a ver el mundo completo, como lo entendieron en su momento los Magallanes, Elcano, o Malaspina. Un mundo sin barreras en los que todavía se puede conseguir la libertad. Navegar desnudo por esta pequeña parcela del universo, sin otra maleta que el tiempo, sin otra búsqueda que la de uno mismo. Disfrutando, caminando sobre las aguas, del ordenado caos de los elementos, de la perspectiva incierta de nuestra auténtica naturaleza. Sin miedo.

  Otra ráfaga de viento salado, una de mis gaviotas que pierde su presa recién pescada y remonta el vuelo entre las carcajadas de sus compañeras, otro balanceo de la marea bajo mi tabla, la fuerte lluvia que me impide ver la costa, cielo y mar unidos, y yo en medio formando parte de ese infinito líquido, otro momento sin precio para mi sombra.

  Mis sentidos alcanzando ya ese punto en el que se pierde la conexión con la realidad diaria, concentrados en ese gran azul, poderoso, que me acepta consciente de su capacidad para devorarme y así formar parte de otros muchos que osaron desafiarle o que no supieron apreciar la magnanimidad de su compañía. Ese gran azul que en ocasiones ha sabido perdonar mis orgullos y me ha devuelto maltrecho al lugar donde vivo pero al que ya no me siento pertenecer.

  Otra dama que se me insinúa, a esta no me atrevo a negarle el baile, me dejo llevar, ella marca el paso de este último vals. Juntos tocamos tierra.

  Lleno de sal, satisfecho, recorro la arena alejándome de la orilla; mi sombra continúa en el mar, luego volverá; a veces le permito esas ausencias, ella sabe relacionarse mejor que yo con el patriarca, el maestro constructor que colocó las primeras piedras de todo lo que hoy vive en nuestro mundo. Lleno de sal abandono ya la playa echando la penúltima mirada. Tras la cortina de agua que sigue cayendo, él sigue ahí, estaba ya cuando la naturaleza sobre la tierra sólo era un proyecto y continuará estando cuando ya no quede ni siquiera la memoria de un mundo que existió.

Oscar da Cunha

08 de Abril de 2012