Ella estaba sentada junto a mí, en el mismo sillón.
Mejor dicho, yo estaba arrinconado entre ella y el apoyabrazos del sofá; en el
resto del “dos plazas” habrían podido caber tres personas más. Se lo había afanado
bien para que nosotros dos, juntos, utilizáramos el escaso espacio capaz de
contener tan solo una mirada. La pieza era pequeña, en las espesas cortinas ya estaban florecidos
los ramos en cantidad necesaria como para cubrir la ventana secuestrando la luz
del exterior, y el resto de la casa olía al perfume del silencio.
Joven pero lo suficientemente madura; su pelo
rubio, ondulado, terminaba más allá de lo que el ojo humano es capaz de alcanzar.
En su cara me resultó imposible encontrar un elemento que no fuese perfecto: su
sonrisa, sus ojos, su boca, todo parecía estar específicamente diseñado para
componer la más hermosa sinfonía de la naturaleza. Y todavía me sigo
preguntando si el photoshop ha evolucionado lo suficiente como para retocar
sobre realidades carnales. También era hábil en su discurso, solo necesitó dos
breves frases para dejar claro que estaba dispuesta a seducirme. Reconozco que
me lo pensé dos veces, ¡bueno fueron tres, para que voy a mentir!
Podéis pensar que son fantasías mías, la
omnipresente vanidad masculina, el síndrome de Peter Pan… ¡No! uno sabe bien
cuando se lo quieren llevar al huerto; no soy nuevo en esto y sé de lo que
hablo, recientemente hubo quien lo
consiguió y ya hemos superado los veintisiete años juntos.
Fue ese leve gesto, con su mano izquierda
intentando esconder el defecto de su dedo corazón, el que le delató. Nos
conocemos desde hace muchos años y le he visto hacerlo siempre. En todas sus
personificaciones, y esta era de las mejores, nunca consigue resucitar ese
apéndice calcinado en sus comienzos, cuando era un simple autónomo y era él
mismo, en el abismo, quien se encargaba de remover, justo con ese dedo, los
carbones del fuego eterno.
-
¡Tú otra vez!
En ese momento me sentí como cuando te sale
el cuarto as y estás de mano en la partida. No le tengo miedo, nos hemos visto
las caras muchas veces. Fue como cambiar de canal de televisión, pasar del
porno a las noticias, decepcionante; la rubia escultural desapareció, y él
adoptó su auténtica imagen.
No os penséis que en persona es algo
especial, la iconografía que asociamos al demonio es pura fantasía: nada de
grandes cuernos, enormes torsos desnudos y rojizos. Su aspecto es el de un tipo corriente, más bien tirando a poco;
podríamos cruzarnos con él en la calle, o en la escalera de casa, y nos pasaría
desapercibido. Tampoco su voz es el trueno que hace temblar los cimientos de la
tierra, suena casi ridícula, como la de… ¡Bueno, ya os lo imagináis, hoy no
quiero hablar de política!
Pero todo eso es precisamente lo que lo que
lo convierte en el más peligroso de los seres que emponzoñan nuestra razón.
-
¿Vienes a por lo de siempre? - Se lo salté utilizando mi sonrisa más barata.
-
Es lo único que me interesa - respondió -. Todo lo demás lo he conseguido:
poder, riqueza; ya soy el dueño del
mundo, los poderosos han firmado en mi nómina con vuestra sangre.
-
Aún te faltan muchas almas, millones, las de los inocentes. Las de los que no
están dispuestos a vendértela.
No necesitó contestarme, la ironía con que me
sonrió consiguió estremecerme, sabe perfectamente que yo no pertenezco a ese
grupo; aún no me he tropezado con mi alma, soy tan sólo un buscador que sigue
en el camino.
-
Algún día quizás la encuentre - le solté -, reconozco que vivo por ello, pero
ese día tú ya no estarás en mi cabeza.
No me contestó, alzó el puño estirando su
putrefacto dedo corazón con todos los demás replegados, es el santo y seña que
abre cada una de las siete puertas del infierno; he atravesado gran parte de
ellas y ya no me ofende.
Se abrieron las cortinas dejando entrar la
luz. Desde el exterior pude contemplar
la escena a través del cristal de la ventana: el salón me pareció más grande;
ella y yo sentados en sillones separados por una mesa llena de papeles, y su
mirada fija en la frase que yo acababa de subrayar con mi bolígrafo. Por la
puerta que comunicaba con el distribuidor vi deslizarse una sombra oscura. Una
canción de Sabina sonaba como música de fondo, pero yo no la recuerdo.
Y así fue como atravesé la primera de las
siete puertas del infierno, admito que me resultó la más fácil, jugaba con
ventaja, Gabriel ya me había puesto en antecedentes días antes. Las tres
siguientes de momento prefiero no recordarlas, me han enseñado ha temerle al
siniestro; y de la quinta no habría sido capaz de salir sin la ayuda de mi “Dragón
de las Estrellas”.
Por si acaso, prometo contaros la experiencia
antes de enfrentarme a los dos retos más
tenebrosos que aún me esperan. Al salir de la quinta puerta pude oír los gritos
desesperados de cuantos se han quedado atrapados tras ellas, y os aseguro que
son multitud.
Oscar
da Cunha
22
de abril de 2012
Muy sugerente el relato, Oscar. Estoy de acuerdo contigo; el mal adopta un aspecto de lo más anodino, de lo más trivial...tal vez sea por eso por lo que caemos en él con tamaña facilidad y "tranquilidad de conciencia" metiéndonos en un infierno gris, pequeño y polvoriento...¡menos mal que tenes ojo avizor y también una clave...ese putrefacto dedo corazón que te permite pasar de largo sin mancharte...Un abrazo amigo. A mis alunos les hubiera encantado "tu cuento de fantasmas"
ResponderEliminarGracias por estar siempre ahí Begoña. Pero no pienses que hay tanto “cuento” en el cuento. Este primero puede parecer incluso divertido, pero ha habido posteriores donde el oscuro no me lo ha puesto tan fácil, de algunos todavía no me he recuperado lo suficiente para “cuentarlos”.
ResponderEliminarUn Abrazo
Magnifica manera de describir el infierno corrupto de la realidad que nos rodea extraordinario bravo
ResponderEliminarNela
Espera a leer las siguientes puertas...
ResponderEliminarAbrazos Nela