domingo, 24 de enero de 2016

CUENTANDO

            Uno, dos, tres, cuatro, cinco, seis y paro de contar. Tal vez me haya excedido y me deba una reflexión.
            Uno, dos, tres, cuatro, y cinco. No sé, estoy siendo demasiado generoso conmigo. Lo intento de nuevo.
            Uno, dos, tres y cuatro. ¿No son muchos, Oscar? Ahora oblígate a un paseo. Pero delante del mar, o mejor dentro y que a tu memoria la endulce la sal, siempre te ha funcionado la paradoja.
            Uno, dos, tres y me planto. Ahora sí y con ambos pies pisando tierra firme, porque yo no nací dentro el Cantábrico, sino frente a él.
            Me repito: uno, dos, tres y no busques más porque no lo hay. El resto es accesorio, prescindible y hasta en ocasiones molesto por sobrante.
            Y ahora recuerdo que la matemática no es sólo la ciencia que se ocupa de los números sino también la encargada de establecer las bellas cadencias entre la armonía de los sentimientos, y no recuerdo si la frase es mía o alguien la dijo antes, pero no me preocupa porque seguramente ya no esté con nosotros y no me lo va a reprochar.

            Procuro amanecer siempre el primero y antes de llegue la luz. Me gusta contemplarlos aún dormidos y, mientras sigilosamente me deslizo entre las sombras, soñar con que ellos estén soñando conmigo. Son muy pocos, pero justo los que necesito para que la soledad sea un accidente que nunca me permitirán sufrir. Admito que a veces (al cabo de cada día) nos peleamos, pero siempre terminamos volviendo a apostar por lo que nos une, porque la felicidad que compartimos juntos supera al orgullo de cada uno por separado. Y tengo la suerte de que ninguno esté interesado en cómo funcionan las balanzas porque yo, más de las veces que estoy dispuesto a confesar, saldría perdiendo. Y aunque por alguno tuvimos que llorar, duró poco porque sólo se marchó su cuerpo y jamás ha  dejado de estar entre nosotros, ya se encargó antes de hacerlo de enseñarnos que vivir en la memoria es el único testimonio de que no hay final, porque la muerte es un invento con el que se consuelan los egoístas.

            Por eso, aunque parezcamos menos somos más, y quienes de verdad se esfuerzan  en conocernos saben que establecer lazos conlleva comprometerse a formar parte de nuestro espontáneo círculo en el que cualquiera es bienvenido aunque llegue sin llamar. Esos, mis queridos —porque para lo que hoy llaman amigos basta con unos minutos de taberna—, dispuestos a compartir mesa y mantel de sinceridad, y tolerancia para jugar una partida sin cartas marcadas ni intenciones de ganar, porque el único premio consiste en intercambiar los defectos por sonrisas, los errores propios por la aceptación de los ajenos, y a no callar los malos momentos porque de dioses están llenos los infiernos. Y aunque a mis queridos quisiera dedicaros cielos y paraísos, no está en mi mano ni creo en ellos. Y no seremos capaces de cambiar este mundo en el que hemos sido desterrados, pero no aspiro a hacerlo, sólo a ser como los que mi buena suerte os ha encontrado en el camino, que ya no es mío porque vacío no me sirve, y compartir con vosotros los templos en los que os localizo.

            Templos en los que las columnas las forman los troncos de mis bosques, sin más altares que esos horizontes en los que cielo y mar me acercan a mis deseos, y silenciosas noches de estrellas bajo cuya bóveda encuentro la serenidad que es la mejor oración del alma. Templos que ya estaban antes que nosotros y seguirán custodiando nuestras cenizas cuando los dejemos con el encargo de recordar que una vez nosotros también fuimos parte de esa verdadera y eterna divinidad que llamamos naturaleza.

            Un, dos, tres y no cuento más, porque no se trata de seguir sumando sino de saberlo conservar. Pero cuento con vosotros.

Oscar da Cunha

24 de enero de 2016



sábado, 9 de enero de 2016

EL REFLEJO DE LA REALIDAD (DADILAER AL ED OJELFER LE)

A menudo me pregunto quién inventó la realidad y con qué intenciones. Me gustaría abordarlo y que me explicara para qué me sirve el anverso de un espejo que sólo me devuelve la imagen de lo que soy y no de cómo me gusta imaginarme. Que me contara por qué llueve cuando yo veo sol, por qué me cruzo con tantas caras tristes si yo salgo cada mañana buscando sonrisas. Que me resolviera… tantas dudas. ¿Quién le ha concedido el derecho para cambiar mi fabricada realidad por otra más coherente pero que no me conviene? Ese chapucero, que también comete errores, me podría dejar en paz, olvidarse de mí y no insistir en instalarse en mi cabeza para que sus absurdas manipulaciones dejen de confundirme. Porque uno no prepara sus figuras de marfil, les saca brillo y cuidadosamente las coloca, para que venga él y me cambie el tablero de blancas y negras por esa estupidez que llama vida.
           
            Fue el otro día, cuando un coche en doble fila me impedía desaparcar el mío y continuar con mi desquiciada rutina. Nada que habitualmente no se solucione con par de bocinazos y algunos minutos de paciencia, pero la mía viene de serie con un periodo muy corto. Y como algunos oídos parecen estar programados para percibir, entre el alboroto de la ciudad, el exclusivo canto de su vehículo, me bajé para… ¿Por qué me bajé si ya conocía ese coche? ¿Por qué intenté abrir su puerta si ya sé que siempre la cierra con llave? ¿Por qué me quedé esperando cuando sabía dónde localizarlo? La culpa siempre la tienen las prisas, por eso no pensé que ese chapucero manipulador del que hablaba al principio se hubiera vuelto a equivocar confundiendo los cables. Azul con azul: por ahí va la realidad; rojo con ojo: fantasía; y la toma de tierra…, bueno en eso estoy de acuerdo con él, mejor que apunte hacia las estrellas, hay más masa.

            Por fin apareció el conductor doblefilista y le saludé por su nombre ignorando su mirada cargada de desdén
            —Ya va para un ratito…—le dije—. Podías estar más atento.
            —La culpa es tuya —me contestó—, si no te fijas en los detalles, si no revisas los textos, pasan estas cosas, y no me vengas con la coartada de que ayer anoche terminaste muy tarde y no tuviste tiempo. Llevo aquí horas de plantón esperando a que vuelvas al teclado.
            —¿O sea que no lo vas a mover?
            —Tú sabrás, ¿te has traído el ordenador?
            —No, llevo la tablet pero no he actualizado el archivo. Lo de ayer se ha quedado en casa.
            —Pues mira — me soltó desafiante—, que se lo lleve la grúa. Además, para la mierda de coche que me has puesto…
            —Hombre, con el sueldo que ganas, ¿qué quieres? un Ferrari. ¡No! —Hice un gesto con la mano—. No encajaría en el guión.
            —Pues cambia el puto guión y dame otro nivel de vida.
            —Ya es tarde, voy por la página sesenta y dos. Eso hay que hablarlo al principio.
            —Excusas de escritor, no me has dado ninguna oportunidad. Hasta la página veintinueve yo no aparezco.
            —Ella es el personaje principal, es lógico que…
            —De eso también quería hablar. ¿Podrías retocar algunas escenas? Ya sabes, centrarte un poco más en el decorado, la luz que entra por la ventana, esas chorraditas que definen mejor del ambiente. Te veo demasiado… entusiasmado con ella. Y no te olvides de que es mi mujer.
            —Exageras, no es más que texto, palabras combinadas que cobran vida en la imaginación.
            —¿Crees que me has casado con una fantasía?
            —Me temo que tú también lo eres.
            —¡Ven, acompáñame! —Me cogió del brazo, justo durante los metros que nos separaban de un comercio en cuyo escaparate había un espejo—. Mira, ¿a quién ves reflejado?
            —A ti, sólo a ti —le contesté, pero quizá mi voz también la imaginé.
            —Eso pretendía demostrarte. Tú estás en la parte trasera del espejo, la que no devuelve ninguna imagen, la que nadie ve. Ahora ya sabes en qué lado está la realidad, recuérdalo esta noche y esmérate con esos arreglillos. El público es exigente, prefiere ver un buen coche, un tipo bien trajeado con un curro de los que dan envidia. ¡Ah! y lo de mi mujer en la página cincuenta y tres lo borras. Verás, no es que me sienta celoso, pero hay ciertas intimidades a las que tú no estás invitado. Ya lo siento, si algún día quieres dejar de ser una fantasía y pasarte al lado real, ese que recuerda la gente, escribe tu biografía.

Oscar da Cunha

9 de enero de 2016