A menudo me pregunto quién
inventó la realidad y con qué intenciones. Me gustaría abordarlo y que me
explicara para qué me sirve el anverso de un espejo que sólo me devuelve la
imagen de lo que soy y no de cómo me gusta imaginarme. Que me contara por qué
llueve cuando yo veo sol, por qué me cruzo con tantas caras tristes si yo salgo
cada mañana buscando sonrisas. Que me resolviera… tantas dudas. ¿Quién le ha
concedido el derecho para cambiar mi fabricada realidad por otra más coherente
pero que no me conviene? Ese chapucero, que también comete errores, me podría
dejar en paz, olvidarse de mí y no insistir en instalarse en mi cabeza para que
sus absurdas manipulaciones dejen de confundirme. Porque uno no prepara sus
figuras de marfil, les saca brillo y cuidadosamente las coloca, para que venga
él y me cambie el tablero de blancas y negras por esa estupidez que llama vida.
Fue
el otro día, cuando un coche en doble fila me impedía desaparcar el mío y
continuar con mi desquiciada rutina. Nada que habitualmente no se solucione con
par de bocinazos y algunos minutos de paciencia, pero la mía viene de serie con
un periodo muy corto. Y como algunos oídos parecen estar programados para
percibir, entre el alboroto de la ciudad, el exclusivo canto de su vehículo, me
bajé para… ¿Por qué me bajé si ya conocía ese coche? ¿Por qué intenté abrir su
puerta si ya sé que siempre la cierra con llave? ¿Por qué me quedé esperando
cuando sabía dónde localizarlo? La culpa siempre la tienen las prisas, por eso
no pensé que ese chapucero manipulador del que hablaba al principio se hubiera
vuelto a equivocar confundiendo los cables. Azul con azul: por ahí va la
realidad; rojo con ojo: fantasía; y la toma de tierra…, bueno en eso estoy de
acuerdo con él, mejor que apunte hacia las estrellas, hay más masa.
Por
fin apareció el conductor doblefilista y le saludé por su nombre ignorando su
mirada cargada de desdén
—Ya
va para un ratito…—le dije—. Podías estar más atento.
—La
culpa es tuya —me contestó—, si no te fijas en los detalles, si no revisas los
textos, pasan estas cosas, y no me vengas con la coartada de que ayer anoche
terminaste muy tarde y no tuviste tiempo. Llevo aquí horas de plantón esperando
a que vuelvas al teclado.
—¿O
sea que no lo vas a mover?
—Tú
sabrás, ¿te has traído el ordenador?
—No,
llevo la tablet pero no he actualizado el archivo. Lo de ayer se ha quedado en
casa.
—Pues
mira — me soltó desafiante—, que se lo lleve la grúa. Además, para la mierda de
coche que me has puesto…
—Hombre,
con el sueldo que ganas, ¿qué quieres? un Ferrari. ¡No! —Hice un gesto con la
mano—. No encajaría en el guión.
—Pues
cambia el puto guión y dame otro nivel de vida.
—Ya
es tarde, voy por la página sesenta y dos. Eso hay que hablarlo al principio.
—Excusas
de escritor, no me has dado ninguna oportunidad. Hasta la página veintinueve yo
no aparezco.
—Ella
es el personaje principal, es lógico que…
—De
eso también quería hablar. ¿Podrías retocar algunas escenas? Ya sabes, centrarte
un poco más en el decorado, la luz que entra por la ventana, esas chorraditas que definen mejor del ambiente. Te
veo demasiado… entusiasmado con ella. Y no te olvides de que es mi mujer.
—Exageras,
no es más que texto, palabras combinadas que cobran vida en la imaginación.
—¿Crees
que me has casado con una fantasía?
—Me
temo que tú también lo eres.
—¡Ven,
acompáñame! —Me cogió del brazo, justo durante los metros que nos separaban de
un comercio en cuyo escaparate había un espejo—. Mira, ¿a quién ves reflejado?
—A
ti, sólo a ti —le contesté, pero quizá mi voz también la imaginé.
—Eso
pretendía demostrarte. Tú estás en la parte trasera del espejo, la que no
devuelve ninguna imagen, la que nadie ve. Ahora ya sabes en qué lado está la
realidad, recuérdalo esta noche y esmérate con esos arreglillos. El público es
exigente, prefiere ver un buen coche, un tipo bien trajeado con un curro de los
que dan envidia. ¡Ah! y lo de mi mujer en la página cincuenta y tres lo borras.
Verás, no es que me sienta celoso, pero hay ciertas intimidades a las que tú no
estás invitado. Ya lo siento, si algún día quieres dejar de ser una fantasía y
pasarte al lado real, ese que recuerda la gente, escribe tu biografía.
Oscar da Cunha
9 de enero de 2016
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