sábado, 22 de octubre de 2016

Salvaje es el viento

Los primeros años de la vida son perezosos. A escondidas se le da la vuelta al reloj del pasillo para revisar que la pila sigue funcionando. Las hojas del calendario de la cocina acumulan una hipnótica grasa que las mantiene aburridamente estáticas hasta la desesperación. Se mira hacia adelante con ansia para comprobar con desánimo que, por culpa de esa maldita inercia, adelante aún sigue siendo demasiado atrás. Y a cada noche le sigue un nuevo amanecer, pero le sigue siempre con desgana y un bostezo de para qué me despiertas hoy que tengo fiebre. Durante esa temprana edad el tiempo también es un niño que se entretiene sentado jugando con un palito en vez de realizar la tarea que se espera de él, avanzar. Es un indolente que no pedalea hacia el futuro para encontrarse con lo que vendrá más tarde, no le interesa.
            Después, y bien pensado, es un estado de confort que se abandona y todo adulto termina recordando con nostalgia.
            Pero eso les ocurre a los demás. A todos los usuarios de la vida que no la comenzaron como nosotros, por ese lado donde apagaron las bombillas. ¿Pero quiénes eran los tipos como nosotros? ¿Quiénes éramos para los demás? Por suerte nadie se hizo esas preguntas.
            Recuerdo una fría mañana en la que nos dirigíamos a la escuela bajo un sol tan lejano como el calor en un beso no deseado de despedida. Amigo Imaginario caminaba más silencioso que la muerte y con la mirada por debajo de la tierra que pisábamos.
            —¿Sabes qué me preguntó ayer? —masculló—. Me refiero a ese, a Padrastro.
            —¿Qué?
            —¿Por qué no me llamáis Padre?
            Nos detuvimos. Yo contemplé cómo Amigo trazaba un circulo en el suelo con uno de sus zapatos y después levantaba la cabeza. Esperé su respuesta con una mirada.
            —Porque ya somos hijos del que tiene muchos nombres…
            Sentí un viento helado pero no me estremecí. No nací para temerle al frío.
            —…Y ninguno coincide con el de usted.
            También recuerdo que Madre empezó a ser cada día menos Madre y más esposa. Demasiado señora de Padrastro para nosotros. Sus besos más cortos, sus despedidas menos afligidas y sus bienvenidas fueron perdiendo brillo. Para Padrastro y ella empezamos a convertirnos en esa sobrecarga del tendido eléctrico que causaba una bajada en la intensidad de la luz dentro de aquella casa.
            Pero nadie que lleve el fuego dentro necesita luz que lo ilumine. Y el de Amigo Imaginario siempre fue más intenso. No descarto que fuera su primer amaño con las cartas, yo pensé que el As ganaba pero él insistió en que dos espadas eran más que una y gracias a eso consiguió el primer turno para salir del vientre de Madre. Y se llevó la parte que mejor ardía.
            Con la primera bofetada, Amigo Imaginario me dejó sorprendido, y cuando sus dedos se quedaron marcados en mi cara tras la segunda empecé a llorar. Luego vi cómo golpeaba su frente contra uno de los chopos del camino. Una vez, dos… hasta quedar medio aturdido. Sacudió la cabeza, se giró y pude ver, bajo su frente enrojecida y a punto de empezar a sangrar, esa sonrisa. Me pareció nueva en él pero llevaba la inmoralidad de lo que empezó antes que el hombre. Ese fue el primero de los días con el que se inició el ritual que precedería nuestra llegada a la escuela cada mañana. No tardaron los comentarios en empezar a recorrer las bocas del pueblo.
            Y entonces lo entendí.
            Mentir dejó de convertirse en un necesario calvario para convertirse incluso en un placer.

            Quien haya leído un poco de historia habrá podido comprobar que el mal es tan ligero en cambiar de bando como el peso de la pluma con la que ha sido escrita. Hay veces que no existe y todo se reduce a verdades opuestas que se enfrentan sin crueldad, pero eso sólo sucede en los cuentos para que los niños dejen de joder y se duerman. La realidad es diferente, porque fabrica verdades y mentiras con el fin de que no renunciemos a hacernos preguntas sobre cuál es la verdadera realidad. Hay quien opina que la verdad fue el comienzo y en él la encontraremos. Pero no nos engañemos, la actualidad llega a más público, y aunque hubo un tiempo en el que quién pegaba primero pegaba dos veces, todo cambió; ahora el mal se conforma con reír el último para hacerlo mejor. Porque la condición del individuo se ha vuelto tan trivial como una calculadora adquirida en un chino, y la primera vez que falla el botón de la memoria corre a comprarse otra.
            A veces pienso que en nuestro cerebro vive la versión defectuosa de un perro lazarillo, sólo sabe llevarnos al mismo destino aunque nuestras voluntades emprendan caminos opuestos. El de Amigo Imaginario a cada paso le producía más alegrías. Él miraba hacia afuera y los comentarios de los vecinos le fueron confirmando que falsificar los medios no implicaba que el fin también se convirtiera una estafa. Yo no conseguí dejar de mirar hacia adentro. Y los sopapos de Amigo dejaron de dolerme para comenzar a ser dolorosos cuando en la mirada de Madre entendí que había caducado su disposición para ver las marcas en mi rostro, cuando empecé a ser invisible para ella, tan sólo una falsificación del pasado que tampoco impedía que el futuro se convirtiera en una estafa.

            Compartíamos habitación y aquella noche también insomnio. La envergadura de Amigo Imaginario, excesiva para sus todavía mediados seis años, consiguió que su cama protestara al levantarse violentamente. Se tumbó a mi lado y en la oscuridad me giré hacia él.
            —Lo haremos mañana —me dijo con un susurro. Su tono denotaba alegría pero no le vi la cara, lo preferí. A veces los amigos imaginarios ocultan cosas horribles tras su sonrisa. Y aunque sabía de qué se trataba, ya lo he dicho, preferí no verla.
            —¿Por qué mañana? —Los muros eran gruesos, la puerta estaba cerrada, pero aun en la soledad de un monte perdido las conspiraciones no se comparten a gritos.
            —Porque hoy ya es tarde —repuso Amigo.
            —Puede ser otro día —intenté disuadirle aunque en el fondo no pretendía más que esconderme de mi propio destino.
            —Cualquier otro día ya será demasiado tarde —insistió—. Ahora te ha temblado la voz. Mañana veré como te tiembla el pulso. Y en adelante no podré confiar en que mantengas firme tu decisión.
            —Tengo miedo —prorrumpí.
            Amigo me tiró del pelo.
            —Mantenlo —me dijo al oído—. El valor persigue victorias, recuerda que nosotros buscamos una derrota.
            Nos despertaron las tinieblas, siempre son las más oscuras las que preceden al alba. Esperamos y esa fue la última vez que vimos un amanecer juntos. Pero no creo que ninguno de los dos lo hayamos añorado.
           
            Podría contar que aquel fue un día sin sol mediada una primavera que empezaba a colorear los campos. Que Madre nos despidió al marchar con una sonrisa que no tardó en borrar al darse la vuelta. Que los más cercanos compañeros de la escuela repitieron sus miradas compresivas al verificar que los moretones llegaban renovados como cada mañana. Que la maestra siguió pensando con qué fechoría nos los habríamos vuelto a ganar, pero quizás algún día dejaría de encontrar la excusa para continuar aplazando la visita a nuestra casa. Podría contar que aquel fue un día normal e incluso afirmar que lo llegué a confundir con cualquiera de los anteriores. Hasta que llegó su noche y me di cuenta de que jamás lo confundiría con los que vendrían después.
            Madre trajinaba con los platos de la cena. En la radio de la cocina sonaba "Wild Is The Wind", pero mi memoria no se conforma con la versión original de aquella época compuesta por Dimitri Tiomkin. Para mí todavía sigue sonando esa inigualable adaptación que con la voz de Nina Simone tardaría en aparecer casi diez años después de cuando se la esperaba. Lo siento pero no es un error y por supuesto que no intento justificarme por ello, nadie debería hacerlo. Si algo nos pertenece son nuestros recuerdos y todos tenemos derecho a introducir en ellos ciertos retoques.
            Padrastro leía sentado en una butaca de la sala. Nunca llegué a saber qué libro era, me consolé pensando que ya habría llegado al último capítulo y los agradecimientos que vienen a continuación suelen ser un coñazo.
            Con los años me he aficionado a la lectura. Hubo una época durante la que sentí especial atracción por aquellas novelas en las que se cometían crímenes, quizás buscando el nuestro, o tal vez procurado identificarme con alguno de los asesinos, pero me aburrí. La ficción es una chapuza comparada con la realidad. Incluso grotesca, tanto como un ridículo árbol navideño saturado de lucecitas y bolas de colorines en contraste con la sobriedad de un auténtico pino en la soledad de un monte. El escritor prepara la escena, la decora, incluso la estira, le añade tensión y se lo pone difícil al criminal. ¡Bah! No son más que recursos literarios porque el paseo entre la vida y la muerte es mucho más sencillo. Sólo es ese pino solitario.
            Llegamos por detrás, sin verle la cara, como deben cometerse lo más infames asesinatos. Él era un hombre alto y su cabeza sobresalía por el respaldo del sillón.
            Amigo Imaginario agarró con fuerza su pelo y tiró de él. Su navaja de afeitar que habíamos cogido del baño se deslizó con suavidad seccionándole el cuello de izquierda a derecha.
            Sólo un ligero detalle, el pequeño complemento de dos disparos.
            Frío, y el silencio del libro deslizándose por su regazo.
            Después ese molesto, ese impertinente restallido de platos rotos que llegaba desde la cocina.
            Y la apasionada versión de Nina Simone.

For we're creatures
Of the wind
And wild is the wind
So wild is the wind

Wild is the wind
Wild is the wind
Wild is the wind

Oscar da Cunha
22 de octubre de 2016