Fue un día
como hoy de hace veintinueve años. Mikel, un compañero de trabajo, y yo, salimos temprano
de Marsella con destino París. Allí nos esperaban a mediodía y sabíamos que iba
a ser una larga y dura jornada. Modelos estupendas probándose colecciones de
ropa y esas cosas, y el asunto era fijarse en la ropa y no en esas cosas.
Marsella, Paris, Lille; esa era una
ruta que repetíamos puntualmente cada quince días, minuto arriba o abajo.
Yo aún conservaba en el estómago los
restos de una bullabesa al gasoil que nos habíamos cenado en el Vieux Port, y
decidimos relevarnos al volante cada vez que cada uno pidiera turno para
deshacerse, sin escoger por dónde, de una cucharada de aquella bullabesa. El
gasoil tardó más días.
Todo salió bien. Las modelos
fallaron y tuvimos que ver las colecciones colgadas de unas provocativas
perchas. Gracias a Mikel, que de francés sólo sabía decir oui, nos costó dos
horas, cuatro cambios de línea y una maratón por los pasillos del metro, darles
esquinazo a un par de tipos a los que algo serio les debió de prometer. Un
atraco en el restaurante del boulevard Sebastopol cuando ya estaban a punto
sacarnos el bourgignon nos ahorró pagar, después de esperar a que la policía
nos tomara declaración, el segundo plato del menú que no pudimos cenar. Fue un
detalle de la casa. Y volvimos echando a suertes quién de los dos iba a roncar
en la bañera. La reserva estaba equivocada porque Mikel y yo jamás llegamos a descubrir nada entre nosotros, una sola habitación y con cama de
matrimonio. El resto del hotel, completo.
Al llegar, en la recepción, me resultó
extraño que me llamaran por mi nombre, no por el apellido. Y con una sonrisa. Y
me entregaron un ramo de flores. Y una nota cosida con una cinta azul que me
hizo darme cuenta de que solo yo había olvidado mi cumpleaños:
«Felicidades, mi amor.
Estés donde estés, siempre tendrás a alguien a quien
volver.
Lou.»
Durante esta media vida después,
nunca había recordado nada de lo que cambió a superfluo aquel seis de
febrero, y hoy ha reaparecido en mi memoria. Y es que eso ocurre cuando te has
convertido en vagabundo y no sabes dónde está a quien siempre has vuelto.
Oscar da Cunha
6 de febrero de 2019