miércoles, 16 de enero de 2019

Simbolismos (por alusiones)


Hablaba Hermano del «dieciséis» —http://patxihinojosalujan.blogspot.com/2019/01/simbolismos.html—, pero quizá no sea un número más miserable ni más responsable que los demás aunque le haya tocado cargar con la maldita tiniebla; y también con él, como con cualquier otro, se puedan hacer un sinfín de lacerantes malabares. Tal vez los números disfruten con sólo ser una herramienta de la vida para desafiar nuestros sentimientos. Para que podamos contar, gota a gota, por dónde se nos escapa el alma. Y a veces a chorros. Para que le echemos la culpa a la matemática y no al aliento cuando se ha convertido en demasiado viento para una sola boca. Y quizá yo ya no crea en los números porque son invento del hombre, como las palabras, pero no su contenido, y sin él ni los unos ni las otras son nada. Como es nada decir amor o ayer si no la hay ni lo hubo, aunque nadie sepa dónde pero duela, incluso de carencia.
            Durante un año, todos han sido «el primer sin», y no sólo los números; esos diecitodos, seises o veintes, porque Hermano tiene razón y acostumbramos a rodearnos de simbolismos, que no son otra cosa que esas tabernas de cada puerto en las que pretendemos dejar fondeados nuestros sueños y también las batallas que sólo se pudieron perder. Sé que llegó la primera primavera porque incluso las plantas abandonadas florecieron gracias al recuerdo, y entre noches de gato solitario en la ventana se echó encima el primer otoño. Pasaron, este año sin saludar, las primeras grullas rumbo a su Sur; volvieron las primeras grandes mareas, que esta vez se conformaron con mirar cómo uno peregrinaba, sin importarles a qué recuerdo, sobre esas arenas que siendo las de siempre ya no sabrán ser las mismas aunque se repitan. La primera lluvia de estrellas de no sé cuándo y el primer viaje a no sé dónde ni por qué.
            Y entre fechas y acontecimientos a uno se le han acumulado demasiados primeros, tantos que ya no lo parecen, hasta hacerse experto en estrenar ausencias. Y ahora nada de lo que llega es nuevo. Supongo. Porque uno sólo debería sobrevivirse a sí mismo y no a quien ama. Y no sé si a partir de la segunda vuelta será mejor o peor porque uno se convierte en reincidente, pero sin experiencia y con la sensación de que nunca van a terminar las prácticas. ¿Qué pudo tener el anterior abril que no lo traerán los siguientes? Del primer solsticio de verano no dejarán de estar llenos los que quieran llegar, y las viejas canciones seguirán sonando a eso: cada una a aquel primer baile ahora y las que vengan ya imposible.
            Quisiera suponer que tampoco se podrán inaugurar emociones nuevas, lágrimas que ya no se hubieran gastado ni llamadas en ningún desierto. Pero el tiempo es un tramposo porque te las guarda, y cuando uno se repite y los demás se lo repiten: que esto son dos boleros y hay que seguir adelante; tras el par de pasos que se han conseguido aparece un fragmento de tiempo que pasó y se saca de la chistera una vieja rosa con las espinas, otra vez y cada vez con menos clemencia, clavadas en la memoria.
            No, ya no habrá más primeros… Como si eso fuera a mejorar los siguientes y todo pudiera ser menos difícil. Como si escalar una montaña garantizase el ascenso de las que le siguen. Como si pasar por el dolor funcionara de anestesia para nuevos dolores. Porque uno no se acostumbra a los abismos, se transforma ante esas estocadas del alma que también llegan cambiadas, con un acero más distante que asimismo pretende alejar los recuerdos. Cuando es en los recuerdos por donde camina el consuelo y se busca la soledad para que no escapen.
            Y todo esto a uno lo va volviendo raro, desapacible como un reloj que siempre marca la hora de la batalla, tal vez inclinado hacia ese comprometido bando de los locos, porque sabe que muchos lo intentan pero nadie lo entiende si no lo comparte y quiera Dios que no pase; y entonces uno se acuerda de aquel viejo letrero, al que por suerte o por feo nadie nunca hizo caso, en la entrada del taller de Padre: «Se agradecen la visitas, se ruega sean breves».

Oscar da Cunha

sábado, 5 de enero de 2019

Cuento para niños que nunca dejaron de crecer


Es a partir de la medianoche, cuando la bailarina de la caja de música decide seducirnos con esa danza que nadie ha escuchado y se compuso para un único sueño; cuando la luna desaparece del cielo y no duda en brillar en exclusiva para nuestro lado de la ventana; cuando a la revista sobre Italia le da por cantar O sole mío con la voz de Elvis, y en el cuadro, el caballo del capitán cabalga sobre el más terrible de los mares océanos dispuesto a conquistar esas islas que nadie jamás conseguirá localizar en un mapa. Cuando decimos imposible y las sombras se ríen. Cuando la realidad se da la vuelta para que veamos su maquinaria y enredemos.

            Se abre la puerta del viejo reloj de madera y el pájaro tose por el humo de la estancia al asomarse. Se pone sus gafas y comprueba las agujas. Asiente y me mira.
            —Por fin son las doce, confirmado.
            —Gracias —levanto la vista de ese bosque japonés en el que Haruki me ha dejado abandonado y le contesto con desgana—, pero tenías más encanto cuando te limitabas a hacer cucú.
            —Más encanto dice —suelta un graznido y cierra con un portazo—. No sé por qué pierdo el tiempo en hablar contigo —me grita desde dentro—. Nadie me iba a creer.
            —No insistas, pollito —le larga el mono cojo de porcelana que olvidé tirar a la basura—. Todo el mundo sabe que ellos no hablan, es nuestra imaginación.
            El pájaro vuelve a asomar la cabeza consiguiendo un reproche de la puerta del reloj por el exceso de trabajo a deshoras. Y señala al mono con desconfianza.
            —Me pregunto si no sería mejor dar marcha atrás.
            —¿Marcha atrás? —repito pero sin interés—. Pues cántame las once.
            —Recuerdo… —se interrumpe para aventar el humo con el ala y de paso añorar aquellos tiempos en los que respirar limpio no estaba sobrevalorado—… cuando aún no os habíamos inventado, antes de que esto se nos fuera de las manos y lo de hablar iba en serio. —Y vuelve a mirar al mono—. Como él pero sin ruido, por lo de la evolución, ya sabes.
            —Aparte de una tontería eso es un mito —protesta el mono cojo—. Nadie ha podido demostrarlo.
            —Tienes razón —le suelto al mono mientras cierro el libro y yo también miro la porcelana con desconfianza—. No tenéis entidad para ser nuestros antepasados. Es evidente, mírate, tú nunca podrás ser un jarrón.
            —Lo complicáis todo por querer estar en tres dimensiones —interviene Tintín desde la portada de El asunto Tornasol—. Con dos es el mundo perfecto.
            —¡Vaya! Cómo no se nos había ocurrido antes —replica el pájaro ahuecándose las plumas—. Tenemos un problema de plancha.
            —¡Bah, en dos dimensiones habla cualquier cosa! —El mono señala la biblioteca—. Eso está lleno de fulanos con palabras, ¿os imagináis algo más estúpido? Es como si alguien se comprara los donuts para comerse los agujeros. —Y vuelve a señalar la biblioteca, con tristeza esta vez—. Toda esta cantidad de hojas que se ha quedado sin árboles…
            —Anoche soñé que volvía a Manderley —insiste Lady de Winter.
            —Pues tiene usted suerte, señora. —El mono está al quite y a mí su verborrea me empieza a desorientar sobre el asunto de la evolución—. A los que estamos fuera de la novela el puñetero pájaro no nos deja dormir.
            —Ya decía yo al principio que iba a perder credibilidad —protesta el cucú malhumorado—. Porque aquí el fulano lleva casi un año sin darle cuerda a este reloj.
            —Creo que me empiezo a cansar —les suelto a todos y vuelvo a coger el libro para seguir perdido en ese bosque japonés que tampoco sé si existe—, vosotros sólo habláis cuando yo quiero.
            —La típica arrogancia tridimensional. —Tintín me vuelve la espalda y por eso no da la cara en la portada de El asunto Tornasol—. Cuando escuchan algo que no les gusta fingen que no nos oyen.
            —¿No eran estos los que pintarrajeaban las cuevas? —pregunta el mono cojo mientras se despioja la cabeza y le tira un cadáver de porcelana al pájaro.
            —Lo del interiorismo fue antes de aquel balón que los puso a todos a correr por la hierba.
            —Ah, el famoso balón Pie.
            —Sí, pero van detrás de esa tal María, la hierba.
            —Anoche soñé que…
            —Señora, por favor.
            —Milú se ha meado.
            —Ha sido Banksy haciendo de las suyas.
            —¿Y ese grito?
            —Lo de todas las noches, el Paris-Match con las fotos de la Callas.
           
            Con la luz del amanecer miro hacia ese techo que ya no tiene sombras y en el revés de la ventana sólo veo invierno y frío. Ya es la hora en que el mundo real duerme y toca incorporarse al otro y fingir que lo que importa es lo nuestro. «El juicio del intelecto es sólo parte de la verdad» como decía Jung, y a mí que cada día esa parte me parece más pequeña.

            —Son la siete de la mañana, confirmado.

Oscar da Cunha
5 de enero de 2019

                 ©
            —¿Qué hacemos con esto?
            —No seas ignorante, pollito, creo que es Dios.