«Entra tú que
a mí me acojona». Tal vez en aquella ocasión no me lo dijera así pero es como
me ha llegado el recuerdo ahora que la he encontrado. ¿Por qué me tenía que
interesar una pequeña puerta donde no tendría que haberla? ¿Cuánto de anómalo podía
haber oculto tras ella en aquel desván? Seguramente ni me hice esas preguntas enredado
en vivir ocupado por cosas importantes. Y lo que tarda uno en darse cuenta de
que es un extranjero en esas cosas que sólo les importan a los demás; tanto
tiempo desperdiciado por creer que a esos demás también les preocupan tus horas
es una obscenidad que se comete con la vida, como si se tuviera un departamento
de vidas sobrado de sucursales.
Hago memoria y así, en plan
mercachifle de oportunidades caducadas, a ese momento le echo siete años y pico.
Sin detenerme a reflexionar si ese pico fue de un minuto o de lo que tardan las
farolas en volver a iluminar anocheceres tempranos. Y eso me convence de que
tengo que quitarme de tratar el tiempo a pedradas. Y porque te las devuelve.
Fue poco después de la mudanza, cuando
muebles y cajas cansadas de aprisionar cachivaches que querían volver a vivir
se fueron haciendo dueños de cada pedacito de casa sin contar con nosotros, y
decidimos amotinarnos contra esa multitud de residuos de una vida anterior, los
condenamos a aquietarse en montones para conseguir algunos resquicios donde
instalarnos a modo de ocupas, porque afuera llovía.
Y yo olvidé aquella puerta.
Ahora, convencido de que ningún pasado
vuelve por toquetear viejos enseres, de que los recuerdos más valiosos, esos
modestos detalles que vagabundean por la memoria en zapatillas y que son los
que se quedan en ella, prefiero los espacios vacíos. De momento vacíos hasta
que el continuar empuje. Tal vez no me conforme con la soledad y necesite ver
la ausencia o quizá sea una cuestión de peso y yo haya decidido viajar ligero,
como si pudiera dejar mi cabeza en escabeche. Pero en ocasiones uno sólo toma
las decisiones que puede porque para las que quiere todavía queda mucho que
maniobrar. Y me pongo a desahuciar todo lo que no son más que cosas porque en
los últimos siete años y ese frustrado pico nadie las echó en falta.
Al trastear me sorprende mucho de lo
que hay, y de lo que considero que nunca debió estar me intranquiliza pensar
para qué estuvo, pero cualquiera con media inteligencia como yo sabe que pensar
es muy peligroso y lo dejo. Y me repito que exclusivamente busco construir
huecos para unirlos. También me da por sospechar que quizá sólo nos llenemos de
cosas para después tener algo que poder echar de casa; siempre lo anteponemos a
resolver que sobramos nosotros.
No alza más de un metro en el
momento en el por fin aparece detrás de algo manufacturado en madera, y supongo
que se trata de esa porque las otras puertas que conozco sólo se agachan cuando
después de haberlas atravesado sin despedirte pretendes volver.
Todo parece indicar que ella, sola, venció
al miedo y sí se decidió a entrar. Y a mí me dejó la invitación para hacerlo en
chapuceros trocitos de cinta americana que no sellaban nada. Jamás volvió a
hablar de esa puerta aunque, de la verdad, en cuanto al secreto de lo que pudiera
haber allí dentro, decidió prevenirme con un tramposo precinto.
Dudo, porque ella sabía de mi
afición a meter las narices en donde no me llaman y aquello está pegando gritos.
Pero justo sacudo un poco la cabeza y se me caen todas las excusas, este es el
más terrible de mis años y si ahora estoy ante otra puerta del infierno yo ya
tengo carnet de ese club. Despego la cinta que rodea la puerta como si fuera el
envoltorio de una cajetilla de tabaco, y sonrío mientras enciendo un pitillo. Si
soy adicto a esta mierda, a cualquier cosa que pueda haber dentro no me va a
costar engancharme.
Abro y entro.
Poco después salgo y corro a buscar
el rollo de cinta americana. Me considero capaz de afrontar muchas cosas, pero
la nada me desconcierta. La nada es un lugar extraño donde todavía no ha
llegado el tiempo, un mal ambiente en el que no hay pasado que vibró lleno de
sentimientos ni presente para evocarlos, no contiene un ayer de errores al que
le seguiría un mañana para hacérselos perdonar. Sobre la nada no se pueden
colocar ladrillos y así no hay quien empiece.
Oscar da Cunha
14 de octubre
de 2018