domingo, 24 de febrero de 2013

NE ME QUITTE PAS




  Lunes, recién estrenada la mañana, frío, el cielo anunciando una nueva nevada y yo llegando con más de quince minutos de adelanto a mi primera cita de la semana. Tengo que planteármelo seriamente: cronómetro en la muñeca, la hora en el móvil, el reloj del coche y nunca consigo atinar con una cita; o llego tarde, o me toca esperar; algunos lo llaman planificación pero yo siempre he apostado porque el tiempo tenga sus propios caprichos.
  Intentando compartir un café, ni siquiera veo a Isma con su inseparable Rosy instalado en su esquina habitual, un duro amanecer en el que seguro que se le han pegado los cartones.  Nuestro bar, el de siempre, cerrado por vacaciones; me entallo bien la bufanda, sólo son unos metros pero esa cafetería de la calle trasera hoy se ve muy lejana.

  — ¡Buenos días! ¡Café, por favor! —Me instalo en una mesa con un diario deportivo, no me interesa en absoluto, pero es todo lo que he localizado sobre la barra. Cerca, únicamente otra mesa ocupada por una pareja, el resto del local vacío y en la pantalla, un vídeo en blanco y negro de Sting paseando por un New York también invernal. Tengo la sensación de haber vivido ya esa escena, pero en mi otra versión aún se podía fumar dentro de las cafeterías.

  No puedo evitar observar de reojo a la pareja, discuten; él no aparenta más de cuarenta; a ella le echaría más esencia, más experiencia, sus gestos son más serenos, resignados, con esa expresión de quién asume que tenemos que afrontar la realidad por dura que nos resulte. Su rostro denota sufrimiento pero no asoma ninguna lágrima en sus ojos, está acostumbrada a que la abandonen, no es su primera despedida y sabe que ésta tampoco será la última. Él mueve sus brazos con desesperación, se tapa la cara con sus manos, ambicionando justificar quizá lo inaceptable; no consigo oír sus palabras, pero seguro que intenta mil argumentos ante los que ella reiteradamente agacha la cabeza. Con las primeras gotas en su mirada le coge ambas manos procurando esa definitiva reconciliación, aferrándose a ella con el ansia de evitar su propio naufragio. Ella, con una suave mirada niega reiteradamente y retira la caricia, no me cuesta interpretar que es el triste final de una larga relación. Con la desesperanza tallada en su cara él abandona el local, ni siquiera un gesto de despedida que sabe que ya es inútil. Ella lo ve marcharse y esta vez le concede la humedad en esa última mirada.  

  Por unos instantes, en la cafetería se instala un difícil silencio, la canción ha dejado de sonar. Ella me mira con una amarga sonrisa que yo intento devolver con gesto comprensivo, no resulta manejable ser el aislado testigo de una ruptura a esas horas de la mañana. Recoge su bolso, se incorpora y al pasar se detiene junto a mi mesa.

  —Siempre resulta doloroso —me dice.
  —Lo siento —es cuanto atino a decir—, los hombres cometemos siempre los mismos errores, nos gusta dejar nuestra huella en todos los puertos.
  —Este no es el caso —ella cariñosamente me acaricia el pelo—. Yo estoy en todos esos puertos, soy la vida, y a él, un cáncer traidor le está robando el último tramo de su camino.

Mientras la veo salir por la puerta, la música vuelve a llenar el local, otra vez un vídeo de Sting, que con una aceptable pronunciación interpreta en francés:
 “Ne me quitte pas”


Oscar da Cunha
24 de febrero de 2013