jueves, 22 de marzo de 2012

EL HAZ DE LUZ

  No soy capaz de irme a la cama “a pelo” y enterrar cada día como si me fuera ajeno, necesito hacer todas las noches una última reflexión, quince o veinte minutos despidiendo la jornada, procurando archivar en su correspondiente carpeta los diferentes momentos que me han deparado las últimas veinticuatro horas. Siempre en la terraza, aprovecho para charlar un rato con la luna, contar las estrellas, o imaginar sus juegos secretos cuando la noche nublada preserva su intimidad. Sin ninguna duda es mi momento preferido del día, unos minutos que los reservo exclusivamente para mi; en los que, en soledad, desenvaino mi sombra y discuto con ella. Quienes viajan conmigo, y me conocen bien, respetan ese viejo ritual, ese momento sagrado en el que me recojo en mi templo.

  Por experiencia conozco los ruidos de esos momentos de la noche, y como estos van variando según pasamos las hojas del calendario. A menudo me ronda alguna lechuza y, en cuanto desaparecen los fríos, murciélagos y erizos se añaden a mi velada. Pero de todas, mis preferidas son las noches de grullas, sobre todo en otoño, cuando estamos a punto de entrar en ese túnel que llamamos invierno. Ellas, con sus trompeteos, vuelan buscando la eterna primavera del Sur; siempre las envidio y lamento no atreverme a acompañarles en ese último tramo de su viaje hacia la luz.    

  Pero estas últimas noches algo ha estado turbando la magia de ese momento. Una sensación parecida a cuando intuimos la mirada de alguien clavada en nuestra espalda, nunca debemos despreciar las intuiciones. Desde hace más de una semana, esa percepción me obliga a mirar hacia la curva del camino que llega a mi casa, y entonces veo esa luz. Se trata de un halo semitransparente, con forma ahusada y de color azulado, no tiene mucha intensidad, la suficiente para destacar entre la oscuridad del camino en el que no hay ningún alumbrado.

  Las primeras noches, seguramente por el cansancio de la hora, lo atribuí a algún reflejo que cualquier iluminación lejana pudiera crear entre la niebla, realmente me negué a verlo, nunca debemos negar lo que vemos. Hace ya unos días que la niebla despareció, y ese halo ha seguido asomando allí, en la curva del camino, inmóvil, silencioso. Nunca he sido capaz de distinguirlo llegar ni marcharse, solo lo veo estar. Aparenta esperarme, y no se porqué me siento atraído por él.

  Durante dos noches consecutivas, y envalentonado por la compañía de uno de mis gatos, decidí recorrer los cien metros que me separan de la curva donde aparece la extraña luz. A mitad de camino, mi gato se paró observando fijamente la aparición, sacudió la cabeza y dio media vuelta, nunca debemos ignorar la perspicacia de un gato, y menos de uno ya anciano y experimentado. Le imité y juntos desandamos el camino, su prudencia estimuló mi miedo.

  Pero la otra noche la luminosidad del halo cobró intensidad y quizás la energía que parecía contener me cautivó. Admito que mientras caminaba por la oscuridad me temblaron las piernas, sólo los valientes sabemos lo difícil que resulta superar el miedo. Cuando llegué a su altura pude verlo bien: tan solo era un trozo de luz que no provenía de ningún sitio, comenzaba a escasos centímetros del suelo alcanzando el metro y medio de altura. No percibí ninguna sensación, ni frió, ni calor, ningún movimiento, ninguna vibración, nada, simplemente era un haz de luz. Quienes hayáis visto algo parecido sabéis a lo que me refiero, para los demás, lo siento, no puedo explicarlo mejor.   

- ¿Quién eres? - Todavía no sé porqué hice esa pregunta.

- Ya sabes quién soy. Lo importante es ¿por qué estoy aquí?

  La respuesta no salió del haz de luz, sonó dentro de mi cabeza. Era una voz infantil, dulce y serena.

- ¿Por qué estás aquí? - Volví a preguntar.

  No sé si alguna vez habéis hablado con un haz de luz, pero si se os presenta la ocasión procurad que no haya ningún testigo. La estúpida mueca con la que se te descompone la cara es mejor no compartirla.

- Soy tú mismo, hace cuarenta años -.

  Esta vez sonreí, la voz me resultó familiar, un recuerdo lejano ya perdido en la memoria.

- Has olvidado tus sueños infantiles, has abandonado los propósitos que juraste perseguir. Has dejado de soñar.

  Permanecí varios minutos junto a luz, inmóvil, hasta que conseguí recordarlo todo. Durante unos instantes volví a tener once años, fue suficiente para volver a abrir los ojos, para volver a ver la realidad completa.

   Entonando una vieja canción regresé hacia mi casa, los árboles volvieron a tener rostro, pude ver el movimiento del aire de la noche, y una lechuza se detuvo sobre el muro del borde del camino para llamarme por mi nombre.  A mitad de recorrido cogí una piedra del suelo y me la guardé en el bolsillo, me pareció una bonita piedra. Me giré mirando hacia la curva, el halo había desaparecido.

- Gracias -. Murmuré con una amplia sonrisa.

Oscar da Cunha
22 de Marzo de 2012

domingo, 18 de marzo de 2012

UNA LLAMADA DESDE EL PASADO

     Pese a la distancia hablamos muy a menudo, pero la de hoy no ha sido una llamada  corriente. Su madre está tirando la toalla, aún le podría quedar vida pero le faltan ya ganas de usarla. Este mundo se está quedando sin admiradores y visto como bajan las aguas ninguno de los dos somos tan hipócritas como para reprochárselo. La nostalgia se ha apoderado de la conversación y sin saber porqué mi inalámbrico se ha convertido en un auricular de bakelita, de aquellos negros con la ruleta con números blancos.
 
  De nuevo han empezado a caer copos en aquél Berlín de enero del 85 mientras recorremos los jardines de Charlottenburg, y la memoria con esa traidora costumbre de convencerte de que cualquier tiempo pasado debió ser mejor.

- Déjame unas monedas, anteayer quedé en llamar hoy a las once y estoy viendo la cabina libre -. No podías fallar esa llamada, sabías que al otro lado del cable te estaban esperando a la hora fijada.

- ¿Todavía no habéis recibido mi carta? ¡La mandé hace cinco días, la eché en correos! - Que despacio corría la vida, una carta más en la que explicaba las razones por las que necesitaba una nueva infusión de dinero.

  Recuerdos de un tiempo en el que nos comunicábamos menos, pero comunicábamos mejor. Tiempo en el que los amigos y familiares nos conocíamos las vísceras. Nuestro avatar era la mala letra en los folios escritos, o la ronquera en la voz por las largas noches construyendo ese mundo en el que íbamos a vibrar juntos.

  Noches de vinilos y cerveza arrancándonos las inquietudes hasta provocar esa lágrima participada, la sonrisa generosa del alma desnuda.

  Mañanas de calcetines intercambiados y colas en la ducha del apartamento compartiendo el perfume del primer café. Y siempre el sol en la ventana del nuevo día, aunque nevase. Mañanas de sonrisas cómplices por las verdades descorchadas pocas horas antes, cincelando lentamente la base de una amistad con la que ya íbamos intuyendo que envejeceríamos.

  Días en los que teníamos mucho menos pero nos regalábamos enormemente más, días de música y tabletas de chocolate. Conciertos robados en los ensayos de la filarmónica que aún hoy siguen sonando dentro de nuestra cabeza. Días de agradecimientos sencillos por esas golosinas inaccesibles al otro lado del muro.


  Y largas conversaciones, mantenidas después a más de dos mil kilómetros y seis meses de distancia. Conversaciones cargadas de ideales y futuros con los que todavía hoy seguimos soñando. Diálogos con personajes, algunos nunca nos abandonarán porque supimos fabricar una memoria inmortal, otros están ahora pagando ese peaje que nos exige la vida, con ganas ya de abandonar esta autopista por la que sólo corremos, y comenzar caminos más serenos en los que poder disfrutar del paisaje.

  Recuerdos de una época que tuvimos la suerte de disfrutar y que sigue viva gracias al pacto de una memoria siempre compartida. Recuerdos que ya peinan canas y en los que se pueden apreciar las arrugas que va dejando el camino. Ese camino que juramos, juntando nuestra sangre, recorrer eternamente jóvenes. 

  Ideales que hoy en día sabemos son sólo utopías en un mundo que ahora se ha empeñado en mostrarnos su auténtica cara, y nosotros, aún fieles a aquellos principios, todavía más que nunca conservamos aquella vieja ilusión que hace tiempo decidimos no dejarnos robar.

  Cuelgo el pesado auricular con su negro cordón enredado en mi memoria y a través de la ventana me quedo contemplando un cielo que no parece haber cambiado con el tiempo, un horizonte al que todas las generaciones hemos confiado nuestra juventud. No tengo aún edad para ir por el mundo de abuelo cebolleta, pero nadie me va a convencer de que en aquellos tiempos fuimos menos felices.



Oscar da Cunha
18 de Marzo de 2012

jueves, 8 de marzo de 2012

IMAGINE


IMAGINE


  No sé su nombre, incluso tengo dudas de que exista en el mundo real y no sea más que uno de los personajes que mi cabeza produce para hacer más llevadera esa sensación que siempre me ha acompañado desde que asumí que el mundo es demasiado complejo para entenderlo en una sola vida.
  Por eso yo la llamo “Imagine”, aunque ella todavía no lo sabe, o quizá sepa más que yo y por ello ha decidido presentarse en mis ilusiones, porque la necesito, tomando como suyo ese anhelo que Lennon nos legó con su canción.

  Desde hace unos meses tengo la estrella de cruzarme con ella casi todos los días. Con su ensortijado pelo rojizo, sus orejas siempre alerta; no enseña sus dientes de forma amenazadora, con el tiempo me he dado cuenta de que es una sonrisa y no se la regala a cualquiera.

  La conocí esperando al verde de un semáforo, el que está justo delante de la playa, su determinación me animó a observarla. Delgada pero no famélica, aristocrática, firme sobre sus patas, ágil y segura de si misma. Todavía no ha encontrado a un dueño que la merezca y por eso no luce collar.

  La vi bajar a la playa y recorrer la orilla, una y otra vez, con una carrera elegante alzando su morrillo aún joven para atrapar la brisa cargada de sal; por fin se detuvo, y durante unos minutos ladró a todas las olas que terminaban su viaje en esa parte exacta de la arena que ella había escogido. Acabada su oración dio media vuelta y abandonó serenamente la playa con el paso orgulloso que acompaña al deber cumplido.
  Al volver, el mismo semáforo, siempre esperando al verde, no quiere conflictos con las autoridades de nuestro mundo. Atraviesa el barrio con dignidad, sin prisa y sin miedo, y de repente desaparece.

  Todos los días repite el mismo ritual, a la misma hora, la misma carrera por la playa, el mismo punto donde lanzarle al mar su saludo, su canto de libertad. Ahora cuando nos cruzamos ya me mira, me conoce, yo creo que sonríe un poco más con el orgullo se sentirse admirada, pero nunca se detiene.

  He preguntado por todo el barrio: los bares, la mercería, la farmacia, incluso al chino de la esquina, a mis amigos Ismael incluido, pero nadie la conoce, nadie parece haberla visto jamás. Solo yo sé que es real.

  Sueño con el día en que me dedique el primer saludo, una mínima conversación que me admita a compartir su dignidad, a saborear su felicidad, y sobre todo que me permita acompañarla en su ritual.
  Sueño con poder ladrarle, algún día, al mar en su compañía, pero mayormente sueño con que me ayude a entender por que lo hace.   

Oscar da Cunha
8 de Marzo de 2012