De nuevo han empezado a caer copos en aquél
Berlín de enero del 85 mientras recorremos los jardines de Charlottenburg, y la
memoria con esa traidora costumbre de convencerte de que cualquier tiempo
pasado debió ser mejor.
-
Déjame unas monedas, anteayer quedé en llamar hoy a las once y estoy viendo la
cabina libre -. No podías fallar esa llamada, sabías que al otro lado del cable
te estaban esperando a la hora fijada.
-
¿Todavía no habéis recibido mi carta? ¡La mandé hace cinco días, la eché en
correos! - Que despacio corría la vida, una carta más en la que explicaba las
razones por las que necesitaba una nueva infusión de dinero.
Recuerdos de un tiempo en el que nos
comunicábamos menos, pero comunicábamos mejor. Tiempo en el que los amigos y
familiares nos conocíamos las vísceras. Nuestro avatar era la mala letra en los
folios escritos, o la ronquera en la voz por las largas noches construyendo ese
mundo en el que íbamos a vibrar juntos.
Noches de vinilos y cerveza arrancándonos las
inquietudes hasta provocar esa lágrima participada, la sonrisa generosa del
alma desnuda.
Mañanas de calcetines intercambiados y colas
en la ducha del apartamento compartiendo el perfume del primer café. Y siempre
el sol en la ventana del nuevo día, aunque nevase. Mañanas de sonrisas
cómplices por las verdades descorchadas pocas horas antes, cincelando
lentamente la base de una amistad con la que ya íbamos intuyendo que
envejeceríamos.
Días en los que teníamos mucho menos pero nos
regalábamos enormemente más, días de música y tabletas de chocolate. Conciertos
robados en los ensayos de la filarmónica que aún hoy siguen sonando dentro de
nuestra cabeza. Días de agradecimientos sencillos por esas golosinas
inaccesibles al otro lado del muro.
Y largas conversaciones, mantenidas después a
más de dos mil kilómetros y seis meses de distancia. Conversaciones cargadas de
ideales y futuros con los que todavía hoy seguimos soñando. Diálogos con
personajes, algunos nunca nos abandonarán porque supimos fabricar una memoria
inmortal, otros están ahora pagando ese peaje que nos exige la vida, con ganas
ya de abandonar esta autopista por la que sólo corremos, y comenzar caminos más
serenos en los que poder disfrutar del paisaje.
Recuerdos de una época que tuvimos la suerte
de disfrutar y que sigue viva gracias al pacto de una memoria siempre
compartida. Recuerdos que ya peinan canas y en los que se pueden apreciar las
arrugas que va dejando el camino. Ese camino que juramos, juntando nuestra
sangre, recorrer eternamente jóvenes.
Ideales que hoy en día sabemos son sólo
utopías en un mundo que ahora se ha empeñado en mostrarnos su auténtica cara, y
nosotros, aún fieles a aquellos principios, todavía más que nunca conservamos aquella
vieja ilusión que hace tiempo decidimos no dejarnos robar.
Cuelgo el pesado auricular con su negro
cordón enredado en mi memoria y a través de la ventana me quedo contemplando un
cielo que no parece haber cambiado con el tiempo, un horizonte al que todas las
generaciones hemos confiado nuestra juventud. No tengo aún edad para ir por el
mundo de abuelo cebolleta, pero nadie me va a convencer de que en aquellos
tiempos fuimos menos felices.
Oscar
da Cunha
18
de Marzo de 2012
Eres de la raza de los recordadores. aquello que te salga al paso tiene suerte contigo porque lo dejarás consignado. Me gustó especialmente el Flash back del inalámbrico cuajando en baquelita al conjuro de la voz del amigo.Es cinematográfico... Una voz, un aroma, unas ciertas palabras y la moviola corre vertiginosa hacia atrás hasta pararse en el momento justo ¿No es cierto?
ResponderEliminarOlvido rápido las afrentas, los desaires y las traiciones, procuro no dejarles el mínimo espacio en mi maleta. Los buenos amigos, los buenos momentos vividos, y las sensaciones que penetran son el único patrimonio que considero digno de atesorar. Cualquier instante es bueno para abrir la biblioteca de los recuerdos.
ResponderEliminarUn Abrazo Begoña.
Me ha gustado mucho. Esto de ser abuelo cebolleta me hace ser muy tolerante. Un abrazo
ResponderEliminarSiempre agradecido por tu compañía amigo Antonio. Ser un auténtico abuelo cebolleta es todo un privilegio hoy día. Yo de momento me quedo en aspirante, ya llegará...
ResponderEliminarUn Abrazo.