UN TROZO DE PAPEL
Anuncian frío para este fin de semana, no es
nada anómalo estamos en Invierno y algunos inviernos pasan estas cosas.
Me pongo a revisar el fondo abisal de mi
armario, eso sí es anómalo.
Habitualmente echo mano de las cuatro prendas
que están más cercanas; no es por pereza, que también. Son horas inadecuadas de
la madrugada y, todavía con una mano ocupada en sujetar el trozo de papel que
nunca termina de cicatrizar el último tajo que me ha regalado la maquinilla de
afeitar con la que cada mañana intento disimular los rasgos neanderthales de mi
cara, me coloco encima más o menos lo de siempre.
Tampoco es una decisión importante, en mi
agenda del día no figura ningún pase de modelos; y para ser sincero, toda mi
ropa se parece demasiado. Algunas veces me pregunto si la visión de Gattaca me
afectó más de lo que razonablemente soy capaz de aceptar.
Además, por alguna razón que aún está
pendiente de aclarar, hoy mis gatos tenían prisa en que bajara a abrirles la
puerta para salir a la calle, creedme que cuando se lo proponen tienen una técnica muy elaborada
para hacerme renegar de mis últimos minutos de sueño.
Acostumbrado a las prisas mañaneras me he
encontrado frente al armario con quince minutos de adelanto sobre el horario habitual,
es decir, con tan solo cinco de retraso, y
eso me ha permitido explorar el fondo del guardarropa.
El viejo abrigo de paño negro, hacía por lo
menos veinte años que no me lo ponía. La sorpresa ha venido con duplicado: aún
se encuentra en perfecto estado, y yo sigo entrando en él.
La mañana era fría, mientras me dirigía hacía
el café habitual, la cámara de reflexión de mi oficina, con las manos en los
bolsillos mi derecha ha tocado un papel.
Antes de tirarlo a la papelera, ya sabéis, la que está frente al bar donde
desayuno, se me ha ocurrido leerlo. Hay notas que te cambian la vida.
Fue hace aproximadamente veinte años, cuando
también de forma parecida, lo descubrí. Acababa de bajarme del tren, serían las
siete de la mañana y ese día Paris me recibía con uno de sus más fríos
amaneceres. Al leerlo, en mi soledad entre la aglomeración cruzando la estación
de Austerlitz, adiviné que Ella me lo habría deslizado la noche anterior, en la
estación de Hendaya, al despedirme, justo en el momento del penúltimo beso. Su
manera, una más, de no permitir que al día siguiente me sintiera tan vacío.
Mi corazón si no te
ve no tiene sosiego
Y mi pena es
Como un mar sin
Playas.
Vuelve pronto
Te quiero
Lou
¿Te acuerdas?
Le he sonreído al enseñárselo. Hace tiempo
que hemos pactado que ningún trabajo nos volverá a privar de amanecer juntos.
Me ha regalado un beso, de los de siempre,
iguales al primero que me dio hace ya veintisiete años.
Oscar
da Cunha
27
de Enero de 2012