domingo, 29 de noviembre de 2015

A VECES…

            A veces todos tenemos algún día tonto. Días que no somos capaces de ver brillar el sol, aunque esté. En en los que nos molesta la lluvia porque pensamos que el cielo tiene menos derecho a llorar que nosotros; y el viento, con su arrogante sonido, es un enemigo que ha decidido llevarse la nostalgia que por unas horas nos pertenece. Suelen ser ocasiones en las que la balanza se inclina por esa parte de cuanto no hicimos y se olvida de que lo ya hecho no ha sido más que la sesión de entrenamiento de lo que aún nos queda por hacer. Son esos confusos días en los que no atinamos a comprender que los errores cometidos han sido la semilla necesaria sin la que no podríamos recoger el fruto de los aciertos que, aunque siendo escasos, se van convirtiendo en los pilares sobre los que deberíamos seguir construyendo la dignidad con la todos llegamos a este mundo.
            A veces, todos tenemos días en los que echamos la mirada hacia atrás para contemplar sólo las piedras que nos hicieron caer, sin fijarnos en las otras muchas que fuimos capaces de esquivar. En ambas estaba escrito nuestro nombre. Pero no necesitamos hacer inventario para saber que, si seguimos en el camino, por lo menos hubo equilibrio entre unas y otras.
            De nadie aprendemos a vivir durante esos días, entre otras cosas porque cada uno consideramos que nuestra vida es diferente, y las hogueras en que otros ardieron no guardaron llamas para nosotros. Y que nuestros demonios nos pertenecen, porque en el catálogo de donde los fuimos sacando en cada momento ponía: "modelo exclusivo". Y por eso nos convencemos de que el infierno parece habernos hecho un traje a medida.
            Pero sólo nos ocurre durante esos días tontos. Esos en los que la sensatez, la mirada y el oído se han quedado en el cajón de la mesilla de noche al levantarnos, y hasta para los que somos varones nos parece que nos acaba de bajar la regla. Porque Einstein tenía razón en sólo dudar de que el universo fuera infinito, y los que tenemos la suerte de compartir nuestra estupidez con amigos, nos damos cuenta de que la amistad se acerca a ese inmensidad con velocidad proporcional a los días tontos que intercambiamos.
            Y es por eso que en ocasiones temo que el más estúpido valor de la amistad no consista en consolar a los demás en sus malos momentos, sino en que utilicemos sus malos momentos para ser conscientes de lo que realmente nos une, nuestra fragilidad ante ellos. Aunque bien mirado, si de ese estúpido valor sacamos la conclusión de que no somos tan diferentes, me conformo con vivir acompañado por estúpidos iguales a mí. 
A veces…

Oscar da Cunha


29 de noviembre de 2015

jueves, 19 de noviembre de 2015

¡QUÉ COSAS!

            Que la vida es una hija de puta lo sabemos todos. Bueno, se libran los tontos y esa minoría que ha tenido la suerte de nacer con buena estrella, y por qué no admitirlo, acertaron sacándole brillo. Dejando las excepciones aparte, la mayor cabronada que se le puede hacer a una persona es haberla parido en este mundo, pero como me suele decir mi madre: "Ya lo siento, pero no conocía otro."
            Nada más nacer ya nos soplan un par de ostias con el único pretexto de comprobar si venimos preparados para llorar; a mí me cayeron cuatro, lo reconozco, andaba despistado.
            Después llegan los primeros pasos, esos que damos cogidos de esa mano, y que está esperando la oportunidad de soltarte para que vayas tomando nota de lo que duele cada caída, y que nunca te faltarán piedras a las que echarles la culpa (por si acaso no te las quitan, no sea que la metáfora se quede sin excusas).
            Te retiran los pañales y te vuelven a joder, porque ya hasta mear a gusto es motivo de envidia, y el puñetero mocoso tiene que aprender que la envidia mueve el mundo justo en la dirección contraria a la de las voluntades.
            Pasa el tiempo (otro cabrón), y te mandan a tu primera escuela. Un cuartel de desconocidos frustrados entre los que se supone que tienes que integrarte. Yo lo conseguí con muy pocos, los más raros, pero el tiempo les ha dado la razón. Hoy día están haciendo bolos en los fondos más bajos de países que han conseguido no aparecer en los mapas. A mí me faltó decisión, y a ellos, los muy… no les debí parecer lo suficientemente inteligente, y ya sólo recibo sus emails cuya dirección siempre acaba en @quetedenporculosimebuscas.plof.
            Y así, entre calada y calada de la señora María, que al fin y al cabo la inventaron para que hagas lo que nunca harías pero tragues con sonrisa de gilipollas moderno, te encuentras en la Uni. Justo en esa por la que juraste que ni muerto. Te gastas dos cursos en darte cuenta de que la rubia que te puso ojitos el primer día no es más que una sucursal del demonio y debe estar compinchada con el rector. Y abandonas cuando te convences de que no conseguirás ponerle el fonendo ni en su carné de la biblioteca.
            Portazo y a la calle. A vivir, que no es más que la manera más eficaz de ir muriendo. El mundo es tuyo mientras te van quitando pedacitos y no te dejan de él salvo los gayumbos (por suerte también se llevaron la lavadora). Y a buscarte la vida, que es como el Monopoly pero con impuestos.  
            Te vas dedicando a esto y a lo otro, bueno más a lo otro porque esto es una gilipollez con la que sólo consigues tu pequeño chute diario, y con la edad te das cuenta de que Hacienda son unos cuantos y tampoco perdonan su dosis.
            Pero no me hagáis mucho caso y tal vez no siempre sea así. Hoy he recibido un cañonazo en plena línea de flotación y mientras una vez más reparamos el barco me he encontrado con el papel y lápiz que nunca faltan en el bote salvavidas.

Oscar da Cunha


19 de noviembre de 2015

viernes, 13 de noviembre de 2015

LA SONRISA DE LA MAGDALENA 2ª EDICIÓN

Nunca hubiera creído que las piedras pudieran sonreír; con todos nosotros, la imaginación hace sus juegos y así lo consideraba hasta que la primera edición de “La sonrisa de la Magdalena”, en diciembre de 2012, vio la luz. No pensaba que una publicación, humilde y sencilla, pudiera hacerme cambiar de opinión, pero sois muchos los que, con vuestro entusiasmo, vuestra amistad y vuestros comentarios, desde aquel momento, habéis conseguido que ya no vea el mundo de la misma manera.
            La magia de la literatura no está presente sólo al escribir, ese intercambio que genera saberse escuchado, y sobre todo entendido, después de un solitario viaje como es construir una novela, esa es la auténtica magia que consigue que percibamos el habla de un perro, que el horizonte tenga dos lunas o que nos enamoremos de un tirano. Y no, no voy a renunciar a este giro que vuestro apoyo le ha dado a mi vida, no puedo ni debo porque os lo debo, porque todavía sois muchos más los que, desde entonces, seguís solicitando este trabajo, pidiéndome ejemplares que ya no quedan, una tirada que se agotó pero que contiene una historia llena de protagonistas tan apasionantes que es imposible que pierdan la frescura de su primera vez.
            Por ellos, por vosotros y porque de vez en cuando me acerco a esa figura de la Magdalena en San Sebastián y, ahora sí, me sonríe a mí porque ha interpretado el complejo misterio de la complicidad entre el escritor, los personajes y la mirada del lector. Por el interés de mis editores, ese extraordinario grupo humano que compone Bubok, y porque jamás podré olvidar que esta narración me ha reconciliado con la memoria de mi padre, he comprendido que todos nos merecemos esta segunda vida, que ahora comienza, de “La sonrisa de la Magdalena”.

            Para todos los personajes de mi vida, los reales y con los que convivo en mi imaginación.

Oscar da Cunha
           
San Sebastián, Noviembre 2015.

Disponible ya en @bubok:
Y en breve en las más importantes plataformas digitales.


jueves, 12 de noviembre de 2015

PARA VOSOTROS Y PORQUE ESTA HISTORIA OS PERTENECE "LA SONRISA DE LA MAGDALENA"

Habéis sido muchos —no tantos como yo hubiera deseado, pero los suficientes para agotar la primera edición—, los que habéis disfrutado leyendo “La Sonrisa de la Magdalena” y así me lo habéis manifestado.
La habéis regalado, compartido con vuestros amigos, y no habéis parado de insistir en que la novela tenía derecho a una segunda vida, llegar a más lectores de los que fue posible en su primera aparición. Como siempre el público tiene razón, vosotros teníais razón.
Necesité tomar distancia, convertirme en lector de mi propia obra para convencerme de que los personajes que nacieron en ella aún siguen vivos, así como sus inquietudes, sus reflexiones y sus pasiones. Esa búsqueda de la propia identidad, que es un deber al que todo ser humano debe aspirar y ha sido constante desde que nuestra especie se pasea por los caminos de su existencia. Esos caminos que necesitan largo recorrido para que salgan a relucir emociones, confesiones, sentimientos y condicionantes capaces de cambiar la trayectoria de una serie de protagonistas sobre cuya vida creemos saberlo todo. Pero esta vida, de la nunca nos liberaremos de nuestros prejuicios o aquellos que nos imponen los demás, nos obliga a construir una máscara para sobrevivir en la jungla humana en que hemos convertido nuestra sociedad. Es el equivocado precio a pagar para conseguir ser respetados, no por lo que somos sino por lo que aparentamos ser. Una hipocresía impuesta por una irrealidad que de la que todos formamos parte activa. Pero a nadie le es ausente una cara oculta, esa que guardamos celosamente y no enseñamos a los demás para que nuestras debilidades no sean utilizadas por los otros, que aún teniendo las mismas, siempre se empeñan en señalar las ajenas para sacar provecho y esconder, aun más, las propias. Aún así, y para el que la suerte le concede la oportunidad de ver cómo lentamente se acerca su final, el individuo necesita realizar esa última confesión, abandonar este mundo libre de esa carga que se ha visto obligado a llevar sobre su espalda, porque la muerte es un enemigo que no juzga y se limita a cobrar sus presas. Y la verdad, la auténtica, se nos revela cuando ya no podemos dar marcha atrás y sólo nos queda el consuelo de que aquellos a los hemos querido no repitan nuestros errores.

            Contacté con el equipo de Bubok —al que nunca terminaré de agradecer el interés y el esfuerzo que han invertido en que esta segunda edición vea la luz con una nueva imagen, en que aquellas erratas que se deslizan en todo manuscrito fuesen corregidas, y en apostar nuevamente por mí, brindándome toda la ayuda y el soporte técnico y humano para hacer realidad este proyecto—, y nos enfrentamos a una complicada decisión. El mundo de la edición literaria está en continua evolución y éste no es el momento de discutir si de ese proceso la literatura saldrá ganando. Pero yo soy de la opinión que cuantas más facilidades se pongan al servicio de la palabra escrita, ésta, sea cual sea su soporte, siempre continuará dando pasos hacia adelante y nosotros con ella. Porque es un hecho que el lector, es más feliz, optimista y consigue enfrentarse mejor a las situaciones negativas. Por eso nos decantamos por el formato digital, ya disponible en todo el mundo para cualquier usuario y amante de la literatura que disponga de un aparato de lectura (nuestra sociedad ya está convenientemente surtida de dispositivos: móviles, tabletas, ordenadores…) y la alternativa de poder acceder a cualquier obra desde un sillón de nuestra casa y, no lo olvidemos, con un costo mucho más reducido inclinó la balanza.
            “La Sonrisa de la Magdalena” se presenta de nuevo, con una renovada portada que espero os guste y con pequeños arreglos que se han realizado para evitar que algunos fragmentos quedaran deslucidos; pero estamos ante la misma novela, esa que a tantos entusiasmó y siguen recordando. Ahora, y para todos los que os quedasteis sin vuestro ejemplar, está disponible en Bubok:

           
            Y en breve en las más importantes plataformas digitales
           
            Disfrutadla, comentadla, compartidla… estoy convencido de que viviréis unos momentos inolvidables, y seguro de que con algunas de las circunstancias y personajes os sentiréis identificados. Al fin y al cabo no es más que un viaje por los diferentes caminos que nos ofrece la vida y en esa aventura estamos todos embarcados.
            Para vosotros y porque esta historia os pertenece.

Oscar da Cunha

12 de noviembre de 215

martes, 10 de noviembre de 2015

LUZ Y TINIEBLAS

            Tal vez hubiera una razón para que ese mono soltara sus manos del suelo por primera vez y comenzara a caminar con la espalda recta. Quizás ese simio que terminó convirtiéndose en humano ya fue condenado por la naturaleza a ser portador del mayor de los alborotos dentro de su cerebro: la búsqueda de la luz. Me pregunto si alzó su mirada hacia el cielo intentando encontrar respuesta, porque me pregunto si en su cabeza ya empezaba a tomar forma la pregunta. La misma pregunta que después de tanta evolución seguimos planteándonos: la búsqueda de la puñetera luz. Esa luz a la que le atribuimos el origen, la causa y el fin de todo cuanto existe. Esa luz que muchos, más que demasiados, a lo largo de la historia han creído ver nítida. Esa puñetera luz que siempre, cuantos la han defendido porque han considerado que su luz era la única, la verdadera y todos los demás estaban equivocados, ha causado las mayores tinieblas que sólo una especie como la nuestra es capaz.
            Han sido numerosos, incontables, los nombres que se le han concedido a "la verdad", y en el nombre de esa verdad se ha encontrado la justificación para matar, torturar, exterminar y someter sin piedad a quienes han creído ver otra luz. Porque el hombre iluminado, o más bien cegado por su verdad, siempre ha considerado la suya como única, y el fundamento de esa luz nunca ha estado en iluminar el camino personal sino en aplastar y llenar los bordes con los cadáveres de cuantos intentaran seguir otra dirección.
            Se han construido imperios en honor a sus diferentes nombres. Imperios que han que han escondido y falsificado verdades, esquilmando culturas que no eran menos ciertas, sólo menos poderosas. Han ardido conocimientos que ya nunca recuperaremos y buenas personas que jamás deberíamos olvidar, y hasta la evidencia ha tenido que doblar sus rodillas ante un desfigurado resplandor creado para exaltar la engañosa gloria de quienes la fueron construyendo.
            Pero esa búsqueda de la verdad, implica admitir que somos los equivocados hijos de una luz que no supo proteger a los más de cuatrocientos treinta y seis mil inocentes, y cuarenta y dos mil desparecidos en el terremoto de Indonesia de dos mil cuatro. Que le dio la espalda a los más de nueve millones de muertos en la primera guerra mundial, o los alrededor de sesenta millones de la segunda o los... y no me da la calculadora para seguir sumando las víctimas producidas a lo largo de nuestra desgraciada historia. Porque si algo ha regado las tierras más que las lluvias ha sido la sangre en un planeta que no debería llamarse azul sino rojo.
              Por eso estoy convencido de que la verdadera luz no se busca ni se impone, es silenciosa e individual y siempre ha vivido en cada uno de nosotros desde el principio de los tiempos. Y nadie me convencerá de que obligar verdades al prójimo es una muestra de que no nacimos entre tinieblas sino que de la auténtica creación de ellas somos los culpables. Este mundo ya ha tenido demasiados visionarios, y los seguirá teniendo. Que la suerte nos libre de ellos porque de la razón no podemos fiarnos, siempre acostumbra a tomar partido.

Oscar da Cunha

10 de noviembre de 2015