Que
la vida es una hija de puta lo sabemos todos. Bueno, se libran los tontos y esa
minoría que ha tenido la suerte de nacer con buena estrella, y por qué no admitirlo,
acertaron sacándole brillo. Dejando las excepciones aparte, la mayor cabronada
que se le puede hacer a una persona es haberla parido en este mundo, pero como
me suele decir mi madre: "Ya lo siento, pero no conocía otro."
Nada
más nacer ya nos soplan un par de ostias con el único pretexto de comprobar si
venimos preparados para llorar; a mí me cayeron cuatro, lo reconozco, andaba
despistado.
Después
llegan los primeros pasos, esos que damos cogidos de esa mano, y que está
esperando la oportunidad de soltarte para que vayas tomando nota de lo que
duele cada caída, y que nunca te faltarán piedras a las que echarles la culpa (por
si acaso no te las quitan, no sea que la metáfora se quede sin excusas).
Te
retiran los pañales y te vuelven a joder, porque ya hasta mear a gusto es
motivo de envidia, y el puñetero mocoso tiene que aprender que la envidia mueve
el mundo justo en la dirección contraria a la de las voluntades.
Pasa
el tiempo (otro cabrón), y te mandan a tu primera escuela. Un cuartel de
desconocidos frustrados entre los que se supone que tienes que integrarte. Yo
lo conseguí con muy pocos, los más raros, pero el tiempo les ha dado la razón.
Hoy día están haciendo bolos en los fondos más bajos de países que han
conseguido no aparecer en los mapas. A mí me faltó decisión, y a ellos, los
muy… no les debí parecer lo suficientemente inteligente, y ya sólo recibo sus
emails cuya dirección siempre acaba en @quetedenporculosimebuscas.plof.
Y
así, entre calada y calada de la señora María, que al fin y al cabo la
inventaron para que hagas lo que nunca harías pero tragues con sonrisa de
gilipollas moderno, te encuentras en la Uni. Justo en esa por la que juraste
que ni muerto. Te gastas dos cursos en darte cuenta de que la rubia que te puso
ojitos el primer día no es más que una sucursal del demonio y debe estar
compinchada con el rector. Y abandonas cuando te convences de que no conseguirás
ponerle el fonendo ni en su carné de la biblioteca.
Portazo
y a la calle. A vivir, que no es más que la manera más eficaz de ir muriendo.
El mundo es tuyo mientras te van quitando pedacitos y no te dejan de él salvo
los gayumbos (por suerte también se llevaron la lavadora). Y a buscarte la vida,
que es como el Monopoly pero con impuestos.
Te
vas dedicando a esto y a lo otro, bueno más a lo otro porque esto es una
gilipollez con la que sólo consigues tu pequeño chute diario, y con la edad te
das cuenta de que Hacienda son unos cuantos y tampoco perdonan su dosis.
Pero
no me hagáis mucho caso y tal vez no siempre sea así. Hoy he recibido un
cañonazo en plena línea de flotación y mientras una vez más reparamos el barco
me he encontrado con el papel y lápiz que nunca faltan en el bote salvavidas.
Oscar da Cunha
19 de noviembre de 2015
Un abrazo grande y no queda otra que cuando uno se ha la mido las heridas aunque sea arrastras volverse a levantar para saborear los pequeños sorbos de felicidad que tendremos hasta el próximao cáñamo.
ResponderEliminarBesossss