Tal
vez hubiera una razón para que ese mono soltara sus manos del suelo por primera
vez y comenzara a caminar con la espalda recta. Quizás ese simio que terminó
convirtiéndose en humano ya fue condenado por la naturaleza a ser portador del
mayor de los alborotos dentro de su cerebro: la búsqueda de la luz. Me pregunto
si alzó su mirada hacia el cielo intentando encontrar respuesta, porque me
pregunto si en su cabeza ya empezaba a tomar forma la pregunta. La misma
pregunta que después de tanta evolución seguimos planteándonos: la búsqueda de
la puñetera luz. Esa luz a la que le atribuimos el origen, la causa y el fin de
todo cuanto existe. Esa luz que muchos, más que demasiados, a lo largo de la
historia han creído ver nítida. Esa puñetera luz que siempre, cuantos la han
defendido porque han considerado que su luz era la única, la verdadera y todos
los demás estaban equivocados, ha causado las mayores tinieblas que sólo una
especie como la nuestra es capaz.
Han
sido numerosos, incontables, los nombres que se le han concedido a "la
verdad", y en el nombre de esa verdad se ha encontrado la justificación
para matar, torturar, exterminar y someter sin piedad a quienes han creído ver
otra luz. Porque el hombre iluminado, o más bien cegado por su verdad, siempre
ha considerado la suya como única, y el fundamento de esa luz nunca ha estado
en iluminar el camino personal sino en aplastar y llenar los bordes con los
cadáveres de cuantos intentaran seguir otra dirección.
Se
han construido imperios en honor a sus diferentes nombres. Imperios que han que
han escondido y falsificado verdades, esquilmando culturas que no eran menos
ciertas, sólo menos poderosas. Han ardido conocimientos que ya nunca
recuperaremos y buenas personas que jamás deberíamos olvidar, y hasta la
evidencia ha tenido que doblar sus rodillas ante un desfigurado resplandor
creado para exaltar la engañosa gloria de quienes la fueron construyendo.
Pero
esa búsqueda de la verdad, implica admitir que somos los equivocados hijos de una
luz que no supo proteger a los más de cuatrocientos treinta y seis mil inocentes,
y cuarenta y dos mil desparecidos en el terremoto de Indonesia de dos mil
cuatro. Que le dio la espalda a los más de nueve millones de muertos en la
primera guerra mundial, o los alrededor de sesenta millones de la segunda o
los... y no me da la calculadora para seguir sumando las víctimas producidas a
lo largo de nuestra desgraciada historia. Porque si algo ha regado las tierras
más que las lluvias ha sido la sangre en un planeta que no debería llamarse
azul sino rojo.
Por eso estoy convencido de que la verdadera
luz no se busca ni se impone, es silenciosa e individual y siempre ha vivido en
cada uno de nosotros desde el principio de los tiempos. Y nadie me convencerá
de que obligar verdades al prójimo es una muestra de que no nacimos entre
tinieblas sino que de la auténtica creación de ellas somos los culpables. Este
mundo ya ha tenido demasiados visionarios, y los seguirá teniendo. Que la
suerte nos libre de ellos porque de la razón no podemos fiarnos, siempre
acostumbra a tomar partido.
Oscar da Cunha
10 de noviembre de 2015
"la verdadera luz no se busca ni se impone, es silenciosa e individual y siempre ha vivido en cada uno de nosotros desde el principio de los tiempos" Abrazos siempre.
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Abrazos, Bruja Blanca.
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