Y aprovechando
que el día ya se apaga en el parque y a la farola, nuestra farola, todavía no
le han puesto bombilla nueva, vamos a sentarnos en el banco porque quiero que
me cuentes. Ahora que estamos solos y entre la oscuridad no somos más que dos
gatos pardos.
Cuéntame que no
es mentira que hubo un tiempo en el que al valor de la palabra no le hacía
falta el papel. Cuando os intercambiabais compromisos con el impreso oficial de
una mirada sincera y como notario un buen apretón de manos. Y esos compromisos
no los rompía ni el dinero ni cualquier excusa, porque lo que nadie se planteaba
era darle la espalda a su honor. Y perder la dignidad suponía el destierro al
peor de los infiernos, allí donde ardían en su soledad los farsantes. Porque he
oído de un fuego para tramposos al que ya se le acabó el carbón.
Háblame,
porque de atender algo queda, de esas tardes en que os sentabais para escuchar
al abuelo que ya había atravesado por mucha vida, y de sus fortunas y desdichas
fuisteis heredando las mejores lecciones. Lecciones en blanco y negro porque el
color lo reservaba para esas fantasías con las que también os dejabais soñar.
Recuérdame a esos abuelos, supervivientes de muchas batallas para dejaros un
futuro hasta quedarse ellos sin presente, pero que no los abandonabais en la
esquina de la chimenea con la mirada perdida en el pasado, porque de ellos
aprendisteis a recibir y que agradecer es la mejor manera de devolver. Y los
recordabais aunque el tiempo de tenerlos se hubiera marchado, porque el momento
de revivirlos nunca se marcharía.
Dime que no me
lo contaron mal, que la palabra amigo se utilizaba con prudencia, con la medida
que imponen el tiempo, la distancia y la evidencia. Que antes de ceñir el nudo
se verificaba tirar del cabo acertado y a eso gracias no había después fuerza
capaz de desatarlo. Y que sólo se perdía un amigo cuando algo se moría en el
alma. Porque al propósito de amistad lo revestíais con un halo sagrado,
reservado a ese grupo en el que también estaban incluidos los familiares más
cercanos, y entre cualquiera de vosotros os intercambiaríais la vida. Dime,
también, que las palabras traición, engaño, envidia, venganza… jamás traspasaban
la sólida barrera imaginaria que protegía ese grupo, y aunque no faltara
ocasión en la que alguno fallase, porque en aquel tiempo no os considerabais
perfectos, la tolerancia no estaba pasada de moda.
Explícame eso
de que en el precio de la entrada del cine estaba incluida la garantía de que
al final de la película siempre ganasen los buenos, y os esforzasteis duro para
convertir aquellas ficciones en realidad pero se os quedó pendiente el final
que, ahora, a nosotros, se nos ha torcido. Y que no había más libertades pero,
entre vosotros, al que tiraba la piedra lo afrontabais de cara hasta que
enseñase la mano, porque en los juzgados siempre se le ha entregado la razón al
que la compra y no al que la tiene.
Recuérdame que
las cosas se pedían por favor, aunque no fuera necesario y después se daban las
gracias, porque a nadie se le consideraba obligado. Que también teníais
máquinas, como la de escribir o esa por cuyo altavoz salían las noticias, y
aquellas en la que una voz de operadora os anunciaba larga demora, pero nadie
se las llevaba a la mesa a la hora de comer, porque sabíais que antes de
disfrutar de los ausentes primero había que aprovechar la compañía de los
presentes. Y que aunque aquellos tiempos pasados nunca fueran mejores, vosotros
empleasteis todo el esfuerzo en que lo aparentasen.
Y ahora
cuéntame que hoy tenemos más justicia, derechos y libertades, pero explícame
por qué no lo parece.
Y en este
momento que a la oscuridad se la ha unido la niebla y ni a ti consigo verte,
cuéntame que aquello no terminó, que no vivimos más que en un paréntesis tras el
que conseguiremos volver a encontrarnos en la cara correcta del espejo, donde
nuestro reflejo nos devuelva el brillo de una mirada serena.
Esta noche,
cuéntame aunque sea mentira, porque necesito no sentirme solo.
Oscar da Cunha
25 de octubre de 2015
" Y esos compromisos no los rompía ni el dinero ni cualquier excusa, porque lo que nadie se planteaba era darle la espalda a su honor. Y perder la dignidad suponía el destierro al peor de los infiernos, allí donde ardían en su soledad los farsantes" ¡ay Salao ! ¿ honor? hoy dicen ¡ oh,no ! Ahora que estamos solos,cuéntame porque necesito no sentirme sola
ResponderEliminarJustamente, necesitamos recordarlo porque era verdad y sigue siéndolo. Me temo, Oscar que " los tiempos de mentira" son desgraciadamente, estos que nos toca vivir. Es por eso que nos sentimos tan solos a veces...
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