Hoy ha sido uno de esos días en los que el
cuerpo me estaba pidiendo una buena dosis de sal, es el elemento alquímico con
el que estabilizo mi cabeza, el catalizador para eliminar incertidumbres y
nubarrones.
La decisión ha sido inmediata: mi vieja
tabla, mi más antigua compañera de hazañas marinas. Esa con la que a finales de
los noventa desafiaba olas de generoso tamaño bailándolas al ritmo de los U2.
Incontables parches, viejas heridas y señales
de fracturas decoran su piel - bailar con el mar tiene su precio y a veces éste
se lo cobra a mitad de una canción -, aún seguimos haciendo buena pareja aunque
los dos hemos vivido tiempos mejores. Mi vieja pareja de baile.
He escogido una playa tranquila: poca ola y
menos gente, hoy solo buscaba sal. Bajo el primer chaparrón hemos remontado la
barrera de olas y para entonces ya éramos uno solo. Ella, pese a la edad, sigue
navegando como una auténtica sirena; y mis brazos, sorprendentemente, aún
conservan los caballos necesarios. He seguido poniendo agua de por medio hasta
llegar a ese punto donde las olas todavía no han sido bautizadas y no son más
que ligeras ondulaciones, insinuantes damas preparando su carné de baile
dispuestas a triunfar en la pista.
Solo, sentado en mitad del mar, por fin he
notado como la sal iba penetrando en mis poros, devolviéndome la serenidad de
esa comunión con la naturaleza. Seguramente en mi encarnación anterior fui un
besugo y por eso ahora me confunde tanto transitar entre este mundo de
tiburones.
Con los brazos extendidos, las palmas hacia
arriba y la mirada perdida en ese horizonte curvo, me he dejado llevar por la
marea. Un pequeño grupo de gaviotas, con sus risas, han decidido cortejarme bajo
la lluvia y gracias a su compañía he vuelto a ver el mundo completo, como lo
entendieron en su momento los Magallanes, Elcano, o Malaspina. Un mundo sin
barreras en los que todavía se puede conseguir la libertad. Navegar desnudo por
esta pequeña parcela del universo, sin otra maleta que el tiempo, sin otra búsqueda
que la de uno mismo. Disfrutando, caminando sobre las aguas, del ordenado caos
de los elementos, de la perspectiva incierta de nuestra auténtica naturaleza.
Sin miedo.
Otra ráfaga de viento salado, una de mis
gaviotas que pierde su presa recién pescada y remonta el vuelo entre las
carcajadas de sus compañeras, otro balanceo de la marea bajo mi tabla, la
fuerte lluvia que me impide ver la costa, cielo y mar unidos, y yo en medio
formando parte de ese infinito líquido, otro momento sin precio para mi sombra.
Mis sentidos alcanzando ya ese punto en el
que se pierde la conexión con la realidad diaria, concentrados en ese gran
azul, poderoso, que me acepta consciente de su capacidad para devorarme y así
formar parte de otros muchos que osaron desafiarle o que no supieron apreciar
la magnanimidad de su compañía. Ese gran azul que en ocasiones ha sabido
perdonar mis orgullos y me ha devuelto maltrecho al lugar donde vivo pero al
que ya no me siento pertenecer.
Otra dama que se me insinúa, a esta no me
atrevo a negarle el baile, me dejo llevar, ella marca el paso de este último
vals. Juntos tocamos tierra.
Lleno de sal, satisfecho, recorro la arena alejándome
de la orilla; mi sombra continúa en el mar, luego volverá; a veces le permito esas
ausencias, ella sabe relacionarse mejor que yo con el patriarca, el maestro
constructor que colocó las primeras piedras de todo lo que hoy vive en nuestro
mundo. Lleno de sal abandono ya la playa echando la penúltima mirada. Tras la cortina de agua que sigue cayendo, él sigue ahí, estaba ya cuando la naturaleza
sobre la tierra sólo era un proyecto y continuará estando cuando ya no quede ni
siquiera la memoria de un mundo que existió.
Oscar
da Cunha
08
de Abril de 2012
Estas narraciones son muy buenas. Por lo menos para mí. Un abrazo Oscar.
ResponderEliminarMe alegro de que las disfrutes Antonio.
ResponderEliminarUn Abrazo
Oscar, esto es el relato de una epifanía...Ay, ese momento de la toda confusión azul, lluvia a chorros y curvo horizonte.. algo parecido nadando a solas en Ondarreta un agosto lluvioso, he sentido yo. Sí, algo así como si fuera la única habitante de un mundo hecho por un momento a mi medida. Yo también amo esa sal que me hace despreciar olímpicamente las piscinas. Ojalá podamos disfrutarla por mucho tiempo, por lo menos nuestras sombras si no se puede de otra manera...¿No crees?
ResponderEliminarSeguiremos disfrutándolas Begoña, sombras incluidas. Los que nacimos con restos de escamas de otros sueños, entre sal, nos reencontramos con nuestra positiva dimensión del planeta. No conozco mejor lugar para caminar hacia dentro.
ResponderEliminarUn Abrazo Begoña.
* Tengo pendiente una revisión de tu Chagall, con envidia participaré de esa llama prendida.