—¡Deténgase y
baje del auto!
La voz salió
del interior de un coche rojo de la Policía Foral. La calle era la principal de
un pequeño pueblo del norte de Navarra.
Las tres y media de la tarde y yo buscando aparcamiento para visitar a mi
siguiente cliente.
—¡Separe las
piernas y apoye las manos sobre el maletero!
Sólo le faltó
meterme los dedos en los oídos, del resto no le quedaron dudas.
—Ahora vacíe
todo lo que lleve en los bolsillos y deposítelo a la vista en el maletero.
Del paquete de
tabaco me costó desprenderme, lo acababa de empezar y después de comer el
cuerpo se resiste a renunciar a su dosis.
—¿Qué sucede?
—pregunté—. ¿Qué ocurre? No he cometido ninguna infracción.
—Ya se le
informará —respondió el agente—. Permítame toda la documentación, carné de
conducir, de identidad y permiso de circulación. Y ahora, por favor, aléjese
del vehículo, quédese junto a la pared y mantenga las manos a la vista.
Reconozco que,
pese a al aspecto autoritario que confieren un uniforme y un arma, sus modos no
me parecieron bruscos. Él estaba cumpliendo con un protocolo del que no
aparentaba estar muy convencido.
—¿Le
importaría decirme qué ocurre y cuánto tiempo me van a tener aquí? Me están
esperando.
—El que sea
necesario —contestó—. De momentos vamos a registrar su coche y tendrá que
esperar a que venga la autoridad desde Pamplona, no serán menos de dos horas.
—¿¡Dos horas!?
Oiga, estoy trabajando, vengo a menudo por aquí, me conoce medio pueblo, y el
espectáculo que estamos dando…
—¿De dónde
viene? ¿Con quién ha estado?
Le relaté lo
que llevaba de jornada laboral, los clientes que me habían recibido, la
documentación por ellos firmada y sellada que lo corroboraba.
—Puede
preguntarles, están todos por aquí alrededor, incluso en el bar donde acabo de
comer, el propietario sabe quien soy.
—¿A qué se
dedica? ¿Por qué? ¿Desde cuando? —El relicario de preguntas no paraba mientras
continuaban (un segundo agente se había incorporado tras verificar mi
documentación) con el desmantelamiento de mi coche.
—Esto me
parece un atropello sin ningún tipo de explicación —Toda paciencia tiene un
límite y el mío no andaba lejos “retente y no cometas una burrada”—. ¿Por qué
me detienen?
—De momento no
está detenido, sólo es sospechoso de un robo.
—¿¡Robo!?
No
recuerdo haber robado nada en mi vida, aunque… ¿quién no ha tenido alguna vez
la tentación? Pero yo soy nefasto para ese arte, se me nota en la cara, en el
mensaje corporal, casi voy anunciando que me he apropiado de un Sugus pese a
que esté a disposición de cualquiera.
»¿Y
qué se supone que robado? –pregunté.
—Unas
llaves, las de un coche y una vivienda. ¿Ha parado usted en el bar Ekaitza? (lo
cito para agradecer la actitud indolente de los propietarios del bar).
—Sí
—contesté—. Necesitaba utilizar el servicio, y en la vía pública no acostumbro.
Pero de eso hace ya más de dos horas. Después he seguido trabajando y aquí
continúo, sin salir del pueblo. No creo que esa sea la actitud de un ladrón…
—Eso
tenemos que comprobarlo, ya se le informará. Se le ha visto salir de allí y se
ha identificado su coche.
Los
agentes empezaban a acumular dudas. Yo no soy policía pero mi profesión me ha
enseñado a interpretar los gestos.
»De
momento puede recoger todo pero no se marche del pueblo hasta que le avisemos.
Intenté
serenarme un rato tomando un café, y después, no pude evitar acudir a esa
mierda de bar con el nombre de Ekaitza. Necesitaba aclarar la situación.
—¡Ah,
sí! —me soltó una arrogante camarera—. Las ha encontrado enseguida, las había
dejado olvidadas en la repisa que hay debajo de la barra.
La
Policía Foral de Navarra tardó dos horas más en llamarme para informarme de que
el incidente ya se había resuelto. Y debo ser honesto reconociendo que ellos no
escatimaron disculpas.
El
denunciante hacía horas que había recuperado sus llaves. Por supuesto que de la
denuncia ni se acordaba. ¿Para que estamos los demás, si no es para darnos por
el culo?
¿Pero
sabes, imbécil de mierda? Ya te he identificado y conozco tus horarios. La
próxima vez que vaya por el pueblo te voy a enseñar un agujero, donde termina
la espalda, en el que seguro que te van a caber todas tus puñeteras llaves. Ese
día los forales sí tendrán razones justificadas para llevarme detenido.
Sucedido
ayer en la buena villa de Doneztebe-Santesteban (Navarra)
Oscar
da Cunha
15
de octubre de 2014
Querido OSCAR: por fin he podido leerte y conocer el motivo de tan provocativo título.No menos,desde luego,que el motivo.Entiendo tu indignación,impotencia y deseos de "ojo por ojo". También sé que, aún a veces tiburón del Cantábrico, ello no es lo tuyo,que eres hombre de paz. Por eso estás entre los míos mejores,Un abrazo y quien no conozca a los del Ekaitza, que consuma en él.Tú no te consumas,no te merecen.
ResponderEliminarestá escrito aún con el calentón del suceso, pero ya me conoces, los rencores los tiro al río y que las aguas se los lleven al mar. Un abrazo.
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