¿Conocéis el cuento del león, la cebra
y la liebre?
Seguro que os lo contaron cuando
todavía se usaba ropa de domingo, cuando nos obligaban asistir a la misa de la
parroquia del barrio, cuando… —bueno ahora qué más da—, yo me escondía en el
bar de los futbolines y sólo comulgaba la hostia que me pegaba mi padre, no por
irreverente sino por mentiroso.
Permitidme que hoy os la recuerde, de
algo me tiene que servir la memoria.
Según esa antigua leyenda, existió
alguna vez una tribu de hombres gigantes que decidió acabar con todos los
leones por ser estos los únicos que rivalizaban con ellos en fiereza y
supremacía sobre las demás especies. Los acosaron y fueron implacables, matándolos
hasta que no quedó más que uno. Tal vez no se tratase del más veloz ni del más
inteligente, quizá sólo fuera el que supo adaptarse a la circunstancia y acertó
con el camino que iba a retrasar su sentencia. Al verlo, la cebra y la liebre
acostumbradas a huir de él, le preguntaron:
—¿Por qué corres?
—Acabo de conocer el miedo —contestó—,
y en este momento sé cómo os habéis sentido cuando era siempre yo quien os
perseguía.
—No te guardamos rencor, era tu
naturaleza y contra ésta no se puede porfiar. Ahora que también eres un
perseguido te podemos ayudar si aceptas nuestra amistad.
Juntos consiguieron huir hasta
refugiarse en una cueva cuya boca de entrada los gigantes no eran capaces de
franquear.
Desde fuera, los gigantes reclamaron
sólo la vida del león, prometiendo a cambio la libertad de la cebra y la
liebre.
El león se dispuso a abandonar la
cueva.
—Todo ha sido por mi culpa, si yo salgo
se olvidarán de vosotros y volveréis a correr por la selva.
La cebra y la liebre se interpusieron
en su camino.
—Y de qué nos servirá volver a ser
libres si viviremos siempre con la conciencia de haber traicionado una amistad.
La era de los hombres gigantes terminó.
Y cuentan que hay una cueva perdida donde permanece el testimonio de tres
esqueletos abrazados que nos recuerdan que hay sentimientos capaces de superar
cualquier diferencia.
Los leones siguen cazando, las cebras
huyendo de ellos y las liebres corren para salvar su vida de los depredadores,
pero de lo que sí estoy seguro es de que a los hombres nunca se nos concederá la
condición de volver a ser gigantes.
Oscar da Cunha
26 de octubre de 2014
Gracias,OSCAR, de parte de quien ya no se siente ni león,ni cebra ni liebre y hoy quiere volver a ver molinos donde,sí, veo gigantes.
ResponderEliminarA ti no te hace falta convertirte en fiera salvaje, deja los gigantes tranquilos y sigue volando. Gracias por pasarte. Un abrazo.
EliminarFabulosa fábula, hermano. Un fuerte abrazo.
ResponderEliminarAbrazo de león, hermano. Nos vemos por las cuevas.
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