sábado, 9 de junio de 2012

LA TERCERA PUERTA


  Para quienes tengáis sensibilidad. Para quienes améis la vida. Para quienes cada mañana sea una nueva oportunidad de reencontraros con la alegría, aceptad mi consejo y no leáis este relato. La tinta negra con la que aparece es un engaño, realmente es un episodio en dos colores, el primero rojo por la sangre, y el amargo por mis lágrimas el segundo.
  Creedme cuando os digo que, aún hoy, me resulta asombroso haberla rescatado del rincón más agotado de mi corazón para ser capaz de compartirla con vosotros.

  ¿Quién no se ha sentido dominado por los sentidos en cualquiera de esos magníficos amaneceres que nos regala el principio del otoño? El sol se levanta a una hora más refinada, permitiéndonos disfrutar la alborada con el efecto del primer café ya en la sangre; admiro esa luz que acaba de perder la pasión del verano y nos cede el deleite del verdadero color de la naturaleza. La cálida brisa que se disfruta en esta época, por estas latitudes, desprovista de la humedad habitual; y sobre todo el sosiego de recuperar el ritmo de nuestra vida, pasadas ya las ansias veraniegas de bebernos de un solo trago todos los deseos que vamos acumulando conforme pasamos las hojas del resto del  calendario.

  Su gimoteo llegó despacio aquél trece de octubre, confundido entre la jerga de los adolescentes nacidos la pasada primavera que iniciaban, un día más, sus juegos aleteando entre las ramas del jardín. La encontramos arrastrándose sin rumbo entre las plantas, todavía no sabía andar, y aún tenía los ojos cegados por ese velo protector que caracteriza a los peludos recién nacidos. Nos faltó tiempo para conseguir un biberón y leche. Con la panza llena, la dejamos dormir donde acabábamos de localizarla; en ningún momento perdimos la esperanza de que su madre fuese incapaz de encontrarla. A media tarde la naturaleza dictó sentencia salomónica, nos convertimos en padres; tan pequeña, tan indefensa, acababa de devolvernos la sonrisa.
  La primera noche ya me bautizó como madre. Guiada quizás por la necesidad de contacto animal trepó hasta la cama, y solo encontró consuelo junto a mi cara. Mi respiración calmó la ansiedad de sus ojillos aún borrosos, y compartimos el mismo sueño. Solo fue la primera de todas las noches.
  Su hambre era mi despertador, mi primer café y cigarrillo se conformaron con pasar a segundo plano; solo conseguía sacarles placer cuando ella, saciada de biberón, ronroneaba sobre mis piernas. Enseguida empezamos a compartir las noticias de la radio. Siempre el mismo ritual, tras cada crónica, mi carcajada y su patita en mi barbilla, era su manera de pinchar “me gusta”. Me aficioné a manchar mi café con unas gotas de nata líquida, el platillo que ella vaciaba necesitaba justificante en la lista del supermercado, y aún hoy mantengo esa rutina, aunque siga sin gustarme la nata. Nunca me acostumbraré a volver a desayunar solo.

  A mis viejos peludos les tocó del papel de padres. La enseñaron a trepar a los árboles, a jugar con las pelotas de papel de aluminio, a robarle la comida a Naty, a buscar el sol en invierno y la sombra en verano. Recuerdo cuando, triunfante, vino a enseñarme su primera lagartija. Ignoré la cómplice mirada  que tras ella cruzaron los viejos, y acepté aquella lagartija como el final de su infancia.

  La sorpresa por su primera nevada, su alegría por la primera flor de la primavera, y el sopor en las tardes de agosto tumbados bajo los manzanos mientras le leía a Stendhal. Las noches de invierno, tumbada junto a mi ordenador, mientras yo tecleaba y ella miraba con aprobación la pantalla, fingiendo ignorar esa coma desplazada, o ese acento olvidado. Esperaba pacientemente el “hasta mañana” de la inspiración para acompañarme a terminar el paso al nuevo día. Durante las frías noches de invierno agradecía el calor de su respiración sobre mi vientre, y en las calurosas de verano también.
  Aprendió a bailar muchas canciones, pero su voz preferida siempre fue la del sensual barítono Barry White. Sobre mis rodillas se hipnotizó con la trilogía de “El Señor de los Anillos”, y enseguida se identificó con Arwen, la escogió para sus sueños de pubertad.
  Adquirió la costumbre de despedir la puesta de sol desde su altar secreto, del que no salía hasta acompañarnos en el último paseo con Naty. Como cada noche, nos esperaba bajo el cerezo de la esquina del camino, y enseguida noté que esa vez su maullido no era el habitual. Al cogerla en brazos, pese a la oscuridad, vi el borbotón de sangre en que se había convertido su boca. Ella se aferró a mí piel con un grito de despedida. Han pasado dos años y ni siquiera las cicatrices por la uñas de su desesperado abrazo han dejado de sangrar.

  No consigo recordar con claridad los momentos que siguieron; su cuerpo convulsionándose y el maldito coche, derrochando goma en las curvas, que no terminaba de llegar hasta el veterinario de guardia. Con las manos llenas de su sangre, posé suavemente mi corazón sobre la camilla de la consulta mientras exhalaba el sollozo final. Al mismo tiempo que sus latidos, el mundo se paró.

  Salí con ella en brazos apretándola contra mi pecho y me senté en el suelo. Quise llorar pero no tuve lágrimas, intenté respirar pero no hubo aire, ansié verla ver pero tampoco hubo luz, ni siquiera la oscuridad se atrevió a presentarse. Intenté gritar pero no salió ningún sonido de mi garganta. Solo el vacío, la soledad, el silencio, hasta el tiempo hizo una respetuosa pausa. Y entonces llamé. ¡Supliqué! ¡Se lo ofrecí todo! ¡Todavía tenía que haber posibilidades y le brindé un cheque en blanco! Hasta lo más sagrado me pareció barato a cambio de su vida.

  En aquel instante se presentó. Por primera vez le vi lucir su traje de gala; estaba esperando, anhelando ese momento, lo tenía reservado con antelación. Se plantó ante mí con sus casi tres metros de altura, el descomunal torso rojo y los ojos de fuego; dos grandes colmillos ornamentaban su sonrisa, y tres pares de cuernos se confundían con sus negras alas extendidas.

- ¿La has encontrado? - Tembló el suelo con el trueno de su voz.

- ¡Quizás sí! No lo sé seguro. ¡Ayúdame y algún día mi alma será tuya! ¡Te lo juro! ¡Te lo prometo! ¡Pero, devuélvele la vida a mi pequeña!

- ¿Me-lo-juras? - Con su carcajada, el fuego de sus ojos estalló.

- ¿Quién te has pensado que soy? ¿El que ayuda a las viejecitas a cruzar la calle?

- ¡No, Imbécil! Yo soy el que distrae al conductor para que se salte el semáforo en rojo. Yo soy el último vaso de alcohol que empuja al desgraciado a destrozar la cara de su mujer. Yo soy el que le priva de alimento a la madre para que abandone a su hijo muerto en el borde del camino que nunca terminará de recorrer.

- ¿Me-lo-prometes? - Insistió. - ¿Tengo yo pinta de aceptar promesas? ¿Acaso has pensado que yo concedo perdones?  Si tienes problemas para encontrar algo que merezca la pena dentro de ti, tendrás que llamar al timbre de arriba. Yo soy el vecino del sótano, mi puerta solo se golpea desde dentro, con el dolor.

- ¡Tú la has matado! ¡Tú me la has quitado cabrón! -
  Sólo conseguí una mirada aún más insolente. La baba del triunfo empezaba a deslizarse por las comisuras de su asquerosa boca. 
- El veterinario ha dicho que ha sido un coche, pero desde hace horas no ha pasado ninguno -.

- Siempre tuviste miedo de perderla. Cada día volvías a casa ansioso por encontrarla ilesa, por volverla a abrazar y contar cada una de las rayas de su pelo. Ya no temerás más por ella. ¡Agradécemelo!

  Noté que se mordía una de sus lenguas, la más negra. Advertí su irritación por dejarse llevar por la miel de la victoria. Se descerrajó víctima de su propia vanidad.

- ¡Ahí es donde te escondes, miserable! ¡En el miedo! Nuestra angustia es el carburante de tu poder.

- Hoy es 7 de julio. ¡Tengo mucho trabajo!

  No se dio la vuelta, no se marchó; supongo que dejó de estar porque yo dejé de verle. Y ahora, con el tiempo como maestro, reconozco que tuve suerte. Todo mi dolor, en su presencia, se acababa de transformar en violencia. Hubiese sido capaz de romperme contra él, de vender el dolor  por mi pequeña a cambio de esa mercancía que abre una más de sus puertas, la venganza.

  La segunda oscuridad me reventó los ojos mientras besaba su pelo ahora salado por mis lágrimas. Me abracé a su cuerpo ya eternamente  quieto.

- ¡Perdóname pequeña! ¡Yo te he matado! ¡Mi miedo ha sido la rueda que ha acabado con tu vida! ¡Perdóname!

  Su cuerpo descansa en un lugar secreto. Gracias a su infatigable alegría ya han comenzado a nacer las primeras flores, rayadas como ella, huelen a felicidad y bailan con nuestros recuerdos.

  Yo, nunca más he vuelto a temer por quien amo.

Oscar da Cunha

9 de Junio de 2012 

viernes, 1 de junio de 2012

AMANECIENDO, QUE ES GERUNDIO


  Lo siento por Steve Jobs, es un tipo que siempre me entró bien, una lástima que nos dejara; se me sobrevienen, al instante y sin necesidad de recurrir a un informativo, más de cien candidatos que deberían haberle sustituido y de cuyos nombres ni se me ocurriría acordarme al día siguiente. Pero este Monopoly al que llamamos vida es así. El caso es que últimamente no hago más que toparme por todas partes con la jodida y famosa frase: “Si hoy fuese el último día de mi vida, ¿querría hacer lo que voy a hacer hoy? …”, y ya empieza a cansarme.

  De aperitivo porque cuando me caigo de la cama cada mañana sé que están suspirando por mí el primer café y el primer cigarrillo del día, y tengo claro que voy a seguir disfrutando de ese orgasmo aunque me lo prohíba la mismísima Vara de Asclepio. Ese momento sagrado, esa comunión con el vicio, consiguen que me importe un chiflo saber si ese es el último día de mi vida, o si me está esperando en la ducha la propia Jennifer Aniston en pelotas para enjabonarme las mías.  Por otra, si a la mayoría de desgraciados y despreciados supervivientes de este naufragio nos diera por pensar - mala práctica que afortunadamente ya está tan en desuso como el papel pa la nalga del elefante - que las próximas veinticuatro horas son las últimas que nos quedan; a ciencia cierta que lo convertiríamos en el día más feliz de nuestra existencia. Saltaríamos a la calle, desnudos de nuestros aipozes, aipazes, aifones y demás aichismes que usted inventó, con las manos vacías preparadas para abrazar a esos amigos, los que nos regaló la suerte, con los que hace tiempo no nos vemos cara a cara ni oímos su voz. Más de muchos, nos percataríamos de que esa persona con la que compartimos nuestra vida, y con la que desde hace tiempo no tratamos de otra cosa que las facturas de los ais, es el auténtico amor de nuestra vida, e intercambiaríamos la primera caricia realmente sincera en los últimos años. Hablaríamos con nuestros hijos, primero pidiéndoles perdón por la mierda de sociedad que entre todos hemos permitido que se prostituya y, mientras contemplábamos nuestra última puesta de sol, les convenceríamos de que la dignidad y la libertad son valores que no se pueden poner en las manos de los cuatro charlatanes que a nosotros nos las han robado. A todo lo demás deberían darle por el culo, en ese día final, porque no merece la pena.
  Pero por desgracia, los únicos que de verdad saben cual va ser el último día de su vida no suelen estar en situación, ni siquiera, de decidir en que brazo quieren que les enchufen la morfina con la que evitar los dolores del parto final. A la mayoría, ese último día nos pillará a la vuelta de cualquier esquina, sin saber que desde el primer día debimos cambiarlo todo. O sea Mister Jobs, nosotros ya nunca cambiaremos nada, todos llevamos demasiado tiempo resignados al no por respuesta

  Pero yo, como ya nací gilipollas y llevo cincuenta y un años en prácticas - de ahí que, una vez más, haya vuelto a pringar como intrépido ciudadano cumpliendo mis obligaciones con “la bankia semos todos” -, prefiero pensar que, cada nuevo, es el primer día de mi vida, y fascinarme con mirada infantil de cuanto me rodea, comprobando  lo abundante que hay de hermoso en este mundo. Cada día disfruto mientras descubro que me quedan muchas flores llenas de colores con los que sustituir la oscuridad. Observo la luna, convencido de que desde su cara oculta pueden oírse las estrellas coreando el Casta Diva que Norma interpreta cada madrugada. Y muchas noches vuelvo a casa con la alegría de haber compartido unos instantes con algún desconocido cuya conversación merecía la pena.
  Asumiendo que cada día es el primero de los que me quedan de vida, procuro salir cada mañana con los mismos ojos con los que estrené mi primer triciclo, y recuerdo que mientras yo era feliz porque conseguía que los perros hablasen mi mismo idioma, el mundo también era una mierda. Observo las gaviotas y compruebo que siguen sin plantearse si quieren seguir haciendo lo mismo que llevan siglos practicando, y sin embargo continúo escuchando sus risas. Alguna vez hablo con ellas, de un día para el siguiente no me recuerdan, porque cada amanecer es su primero. Yo también ya he dejado de hacerme preguntas necias, no quiero vivir con los oídos sordos.
 
Oscar da Cunha

1 de Junio de 2012

jueves, 24 de mayo de 2012

LA SEGUNDA PUERTA


  Hay amaneceres que no se merecen el nombre, y el de ese día llegó con la traición encubierta. Detrás de la ventana el viento empujaba con fuerza las gotas de lluvia, pero yo no las vi. Con el primer café del día salí a la terraza para saludar a la mañana; era primavera en el calendario, invierno en el ambiente, y verano en mi percepción de la realidad. El sol aún no se había levantado y yo quise aspirar la aurora rojiza que lo precede, el resfriado lo disfrute después, momentos en los que la serenidad interior te complica la vida. Nosotros bien, los peludos cazando las primeras lagartijas de la jornada, y las lagartijas… bueno, ellas debían de ser las únicas conscientes de la realidad. En la radio sonaba Manolo García, no recuerdo la canción pero da igual porque todas las suyas me gustan. Una de esas mañanas en las que te felicitas por haber mantenido el tipo durante los naufragios, pero llovía. Cometí el error de ignorar el temporal que se estaba formando en mi conciencia.
  Pocos minutos transcurrieron desde que salí de casa, la carretera de todos los días se estrechó hasta formar una angosta senda por la  que apenas era capaz de mantener mi coche sin reventar la carrocería contra el tronco de los árboles que la cercaban. Finas ramas atestadas de grandes hojas cerraban más, a cada segundo, el ahogado túnel en cuyo ojo solo pude ver una nube negra escupiendo agua, no había espacio más que para la oscuridad. Empecé a sentir la falta de aire que me obligó a abrir las ventanillas, y las gruesas hojas que hasta ese momento golpeaban los cristales empezaron a abofetearme la cara. Su  contacto grasiento me envolvió junto con el caudal de agua que entraba, consiguiendo que mis esfuerzos por seguir respirando me obligaran a detenerme e intentar salir del coche; no fui capaz de abrir la puerta, no tuve fuerzas para vencer la tiniebla que me envolvía. Desesperadamente intenté aflojarme el nudo de la corbata que me estaba estrangulando, ese gesto no hizo más que aumentar mi angustia, el poco aire que me quedaba me ayudó a recordar que no uso corbata, desde que hace años decidí sustituirla por la sinceridad. Mi ritmo cardiaco se disparó, y noté como mis pies golpeteaban sin fuerza el suelo lleno ya de esas marrones hojas grasientas. El hedor del miedo bloqueó mi adrenalina y empecé a sentir el mareo que precede a la pérdida de la razón.
  Reparé en que no estaba sufriendo un ataque de ansiedad cuando las voces empezaron a sonar; al principio solo fue un murmullo, como el que precede al ejército enemigo antes de decidirse a lanzar el ataque final. Después vi sus caras, desfiguradas, sus bocas babeaban sangre al hablar, sus pupilas giraban a la misma velocidad con la que sus gritos empezaban a gobernar mis ideas, mis recuerdos, mis sueños, todo lo que compone mi auténtica identidad. Más tarde,  ya con la noción del tiempo totalmente perdida, me hicieron creer que sus voces formaban un orfeón perversamente uniforme; coreaban la fecha de mi muerte, la de mis seres más queridos; cantaban mi futuro, iban a robarme mi albedrío, mi cordura, la razón por la que todo ser humano se mantiene vivo. En ese momento, intentando aspirar un poco de aire en donde no quedaba hueco ni para el vacío, comprendí que peor que robarte la vida es vaciar el costal de lo que te queda por vivir.
  Tenía que defenderme, salir de ese dédalo letal. La falta de resuello dejó de preocuparme, incluso acepté morir antes que afrontar el resto de mi vida atrapado por la locura. Comencé a gritar para no oírles, lanzando puñetazos que no conseguían alcanzar esos rostros que maquiavélicamente se movían a la misma velocidad que las grasientas hojas. Todo giraba a mi alrededor con la velocidad de un tornado que además aspiraba el último oxigeno de mis pulmones.
  No sé cuanto tiempo pasó hasta que conseguí poner en marcha el motor del coche. Pateé el acelerador alternando la marcha atrás con la delantera según golpeaba los árboles que me tenían totalmente rodeado. El infernal coro seguía sonando mientras oía reventarse trozos de carrocería y cristales. Un estruendo final, similar al que produce una explosión dentro de un almacén vació, se llevó mi voluntad y perdí el conocimiento.
  Abrí los ojos, estaba completamente empapado pero, por el sabor salado que noté en la boca, supe que solo eran sudor y lágrimas. Las ventanas del coche estaban cerradas, ni una sola gota de lluvia en el interior. Estaba aparcado en una explanada de cemento perteneciente a una obra abandonada hacía ya unos años, distante tan solo cien metros de la carretera de todos los días. Me costó reunir las fuerzas necesarias para salir del coche, en ese momento mi cuerpo se comportaba como si acabara de superar los cien años; respiré sin dificultad, pero la buena noticia fue comprobar que había conseguido salvar mi juicio.
  Rodeé el coche apoyándome en cada centímetro para conseguir  mantenerme en pie, no había ningún golpe, ningún rasguño, incluso juraría que estaba mas limpio que al salir de casa. Miré mi reloj, era mediodía en punto. 
  Me senté en el suelo sin importarme la lluvia que continuaba cayendo, y me sobró aire hasta para encender un cigarro.
  A estas alturas no hace falta que os diga que había conseguido atravesar la segunda puerta del infierno, la que nos pierde en la locura, pero no podía considerarlo una victoria, sería una irresponsabilidad. Él, el oscuro, esta vez ni siquiera se había exhibido; comprendí que no me consideraba un enemigo lo suficientemente importante como para justificar su presencia, tan solo había enviado a su primera columna de peones, y estos me acababan de macerar en el peor momento de mi vida, hasta la fecha.
  Sentado bajo la lluvia fui consciente de su poder, ya no habría más pícaras rubias, ingeniosos diálogos, ni partidas con las cartas marcadas. Su verdadero juego no había hecho más que comenzar, y ese solo lo disfruta él.
  Ese día aprendí a temerle, empecé a convencerme de que, pese al dicho, más sabe el diablo por demonio que por viejo. Y por primera vez noté el desagradable sabor del miedo en mi boca. Afortunadamente no sabía aún lo que me esperaba, hubiese elegido dejar de respirar.

Oscar da Cunha

24 de Mayo de 2012   
           

viernes, 4 de mayo de 2012

PORTADA 2.0



 Escribir una novela es una aventura fascinante; hay muchos tipos de novelas, en mi caso ha resultado un viaje  a través de la imaginación, de los sueños, y de los recuerdos. Yo soy un simple novato, quienes han leído mi primera obra “La Sonrisa de la Magdalena” han podido comprobar que me queda mucho camino por recorrer; pero en mi diminuta experiencia estoy teniendo la satisfacción de identificarme con los “grandes”: saberme leído, comentado, incluso las críticas generan el placer que produce esa sensación de que al otro lado de la red alguien, con parecidas inquietudes, ha dedicado unas horas de su tiempo acompañándome en alguna etapa de esta singladura a la que no seré yo quién ponga fin.

  El recorrido de una novela pasa por muchas etapas, supongo que cada autor tendrá sus propios mecanismos, yo solo puedo contaros mi experiencia. Primero surgió la idea, una noche, en concreto la de fin de año del 99, sentado con Lou en la playa de Isla Cristina, compartiendo una bandeja del exquisito jamón de la región, una docena de pasteles, y una botella de cava - fue nuestra manera de escapar de la euforia que venía acompañando al fin del milenio, y disfrutar del momento en nuestra cómplice soledad -. La percepción del tiempo la puso el sonido de las lejanas doce campanadas que la brisa nos trajo desde la iglesia del pueblo. La belleza la iluminaron las dos lunas que describo en un pasaje de la obra, la que desde el cielo encendía el inmenso salón de baile en el que nos habíamos refugiado, y la que reflejada en el mar nos invitaba a soñar con que algún día, siempre juntos, disfrutaremos, ya despojados de la cápsula con la que transitamos por esta vida, admirando en la distancia nuestro planeta azul.

  En aquél viaje nació el proyecto y los primeros apuntes en papeles sueltos y servilletas de papel. Necesité siete años para decidirme a empezar a construir el relato que nunca había abandonado mi cabeza. Fotos antiguas, facturas, folletos de restaurantes y hoteles, y sobre todo recuerdos de lugares y personajes que han compartido momentos de mi vida fueron ocupando sus puestos en el barco que ya empezaba lentamente a navegar. Sucedió lo que siempre ocurre: puertos que no estaban anotados en la carta de navegación, tripulantes que no figuraban en la nómina, y hasta polizontes se colaron entre las líneas de mi cuaderno de bitácora. Fue necesario re-visitar algunos lugares, y mantener largas charlas con desconocidos, hoy amigos, de quienes tuve que abusar para obtener esa información que solo quien ya ha apreciado el desgaste que produce el tiempo sobre la piedra es capaz de ofrecerte.

  Durante cinco años “La Sonrisa de la Magdalena” se convirtió en mi refugio privado. Sobre todo los tres últimos fueron los más convulsos de mi vida, y en ellos perdí a dos de los seres que mayor huella han dejado en mi corazón. Quizá algunos opinéis que debí optar por el alcohol, pero a día de hoy no cambiaría los guantazos que me cayeron encima gracias a las horas de ilusión que obtuve inmerso con esos personajes imaginarios, y que fueron tornándose reales y fieles compañeros en mi cabeza. Confió también en que la experiencia me haya servido de aprendizaje y seguramente nunca escribiré nada peor, pero os garantizo que ningún proyecto futuro me dejará el dulce sabor de aquellos momentos.

  En enero de 2011 tecleé la última letra, ignorante de mí, creyendo que el barco ya había lanzado el cabo de amarre al puerto de destino. La aventura no había hecho más que comenzar. Desde que decidí colgar la novela en la red ha sido, y sigue siendo, vuestra compañía la que me ha permitido seguir navegando en estos mares de ilusión. He tenido que releer muchos de los pasajes que escribí para contestar a vuestros correos, preguntar su opinión a los personajes de la novela, y volver a revivir escenas desde puntos de vista diferentes. Vuestras aportaciones, vuestras opiniones, han motivado que hoy vea “La Sonrisa” con los mismos ojos pero con otra mirada; por eso he decidido cambiar el diseño de la portada original.

  Indudablemente el motivo principal sigue siendo un camino; pero “el nuevo” ya no está asfaltado, sino labrado en la propia tierra por todos los que lo habéis pisado conmigo hasta ahora, y una nueva luz se asoma en el horizonte dando color a un paisaje de recuerdos en sepia. Buscaros entre los árboles, estáis todos sin excepción.

  Espero que os guste, la aventura continúa…


domingo, 22 de abril de 2012

LA PRIMERA PUERTA


  Ella estaba sentada junto a mí, en el mismo sillón. Mejor dicho, yo estaba arrinconado entre ella y el apoyabrazos del sofá; en el resto del “dos plazas” habrían podido caber tres personas más. Se lo había afanado bien para que nosotros dos, juntos, utilizáramos el escaso espacio capaz de contener tan solo una mirada. La pieza era pequeña,  en las espesas cortinas ya estaban florecidos los ramos en cantidad necesaria como para cubrir la ventana secuestrando la luz del exterior, y el resto de la casa olía al perfume del silencio.  

  Joven pero lo suficientemente madura; su pelo rubio, ondulado, terminaba más allá de lo que el ojo humano es capaz de alcanzar. En su cara me resultó imposible encontrar un elemento que no fuese perfecto: su sonrisa, sus ojos, su boca, todo parecía estar específicamente diseñado para componer la más hermosa sinfonía de la naturaleza. Y todavía me sigo preguntando si el photoshop ha evolucionado lo suficiente como para retocar sobre realidades carnales. También era hábil en su discurso, solo necesitó dos breves frases para dejar claro que estaba dispuesta a seducirme. Reconozco que me lo pensé dos veces, ¡bueno fueron tres, para que voy a mentir!

  Podéis pensar que son fantasías mías, la omnipresente vanidad masculina, el síndrome de Peter Pan… ¡No! uno sabe bien cuando se lo quieren llevar al huerto; no soy nuevo en esto y sé de lo que hablo,  recientemente hubo quien lo consiguió y ya hemos superado los veintisiete años juntos.

  Fue ese leve gesto, con su mano izquierda intentando esconder el defecto de su dedo corazón, el que le delató. Nos conocemos desde hace muchos años y le he visto hacerlo siempre. En todas sus personificaciones, y esta era de las mejores, nunca consigue resucitar ese apéndice calcinado en sus comienzos, cuando era un simple autónomo y era él mismo, en el abismo, quien se encargaba de remover, justo con ese dedo, los carbones del fuego eterno. 

- ¡Tú otra vez!
 
  En ese momento me sentí como cuando te sale el cuarto as y estás de mano en la partida. No le tengo miedo, nos hemos visto las caras muchas veces. Fue como cambiar de canal de televisión, pasar del porno a las noticias, decepcionante; la rubia escultural desapareció, y él adoptó su auténtica imagen.
  No os penséis que en persona es algo especial, la iconografía que asociamos al demonio es pura fantasía: nada de grandes cuernos, enormes torsos desnudos y rojizos. Su aspecto es el de un  tipo corriente, más bien tirando a poco; podríamos cruzarnos con él en la calle, o en la escalera de casa, y nos pasaría desapercibido. Tampoco su voz es el trueno que hace temblar los cimientos de la tierra, suena casi ridícula, como la de… ¡Bueno, ya os lo imagináis, hoy no quiero hablar de política!
  Pero todo eso es precisamente lo que lo que lo convierte en el más peligroso de los seres que emponzoñan nuestra razón.

- ¿Vienes a por lo de siempre? - Se lo salté utilizando mi sonrisa más barata.

- Es lo único que me interesa - respondió -. Todo lo demás lo he conseguido: poder, riqueza;  ya soy el dueño del mundo, los poderosos han firmado en mi nómina con vuestra sangre.

- Aún te faltan muchas almas, millones, las de los inocentes. Las de los que no están dispuestos a vendértela.

  No necesitó contestarme, la ironía con que me sonrió consiguió estremecerme, sabe perfectamente que yo no pertenezco a ese grupo; aún no me he tropezado con mi alma, soy tan sólo un buscador que sigue en el camino.   

- Algún día quizás la encuentre - le solté -, reconozco que vivo por ello, pero ese día tú ya no estarás en mi cabeza.

  No me contestó, alzó el puño estirando su putrefacto dedo corazón con todos los demás replegados, es el santo y seña que abre cada una de las siete puertas del infierno; he atravesado gran parte de ellas y ya no me ofende.

  Se abrieron las cortinas dejando entrar la luz. Desde el  exterior pude contemplar la escena a través del cristal de la ventana: el salón me pareció más grande; ella y yo sentados en sillones separados por una mesa llena de papeles, y su mirada fija en la frase que yo acababa de subrayar con mi bolígrafo. Por la puerta que comunicaba con el distribuidor vi deslizarse una sombra oscura. Una canción de Sabina sonaba como música de fondo, pero yo no la recuerdo.

  Y así fue como atravesé la primera de las siete puertas del infierno, admito que me resultó la más fácil, jugaba con ventaja, Gabriel ya me había puesto en antecedentes días antes. Las tres siguientes de momento prefiero no recordarlas, me han enseñado ha temerle al siniestro; y de la quinta no habría sido capaz de salir sin la ayuda de mi “Dragón de las Estrellas”.
  Por si acaso, prometo contaros la experiencia antes de enfrentarme a los dos  retos más tenebrosos que aún me esperan. Al salir de la quinta puerta pude oír los gritos desesperados de cuantos se han quedado atrapados tras ellas, y os aseguro que son multitud.

Oscar da Cunha
22 de abril de 2012 

lunes, 9 de abril de 2012

UN POCO DE SAL


  Hoy ha sido uno de esos días en los que el cuerpo me estaba pidiendo una buena dosis de sal, es el elemento alquímico con el que estabilizo mi cabeza, el catalizador para eliminar incertidumbres y nubarrones.

  La decisión ha sido inmediata: mi vieja tabla, mi más antigua compañera de hazañas marinas. Esa con la que a finales de los noventa desafiaba olas de generoso tamaño bailándolas al ritmo de los U2.   
  Incontables parches, viejas heridas y señales de fracturas decoran su piel - bailar con el mar tiene su precio y a veces éste se lo cobra a mitad de una canción -, aún seguimos haciendo buena pareja aunque los dos hemos vivido tiempos mejores. Mi vieja pareja de baile.

  He escogido una playa tranquila: poca ola y menos gente, hoy solo buscaba sal. Bajo el primer chaparrón hemos remontado la barrera de olas y para entonces ya éramos uno solo. Ella, pese a la edad, sigue navegando como una auténtica sirena; y mis brazos, sorprendentemente, aún conservan los caballos necesarios. He seguido poniendo agua de por medio hasta llegar a ese punto donde las olas todavía no han sido bautizadas y no son más que ligeras ondulaciones, insinuantes damas preparando su carné de baile dispuestas a triunfar en la pista.

  Solo, sentado en mitad del mar, por fin he notado como la sal iba penetrando en mis poros, devolviéndome la serenidad de esa comunión con la naturaleza. Seguramente en mi encarnación anterior fui un besugo y por eso ahora me confunde tanto transitar entre este mundo de tiburones.

  Con los brazos extendidos, las palmas hacia arriba y la mirada perdida en ese horizonte curvo, me he dejado llevar por la marea. Un pequeño grupo de gaviotas, con sus risas, han decidido cortejarme bajo la lluvia y gracias a su compañía he vuelto a ver el mundo completo, como lo entendieron en su momento los Magallanes, Elcano, o Malaspina. Un mundo sin barreras en los que todavía se puede conseguir la libertad. Navegar desnudo por esta pequeña parcela del universo, sin otra maleta que el tiempo, sin otra búsqueda que la de uno mismo. Disfrutando, caminando sobre las aguas, del ordenado caos de los elementos, de la perspectiva incierta de nuestra auténtica naturaleza. Sin miedo.

  Otra ráfaga de viento salado, una de mis gaviotas que pierde su presa recién pescada y remonta el vuelo entre las carcajadas de sus compañeras, otro balanceo de la marea bajo mi tabla, la fuerte lluvia que me impide ver la costa, cielo y mar unidos, y yo en medio formando parte de ese infinito líquido, otro momento sin precio para mi sombra.

  Mis sentidos alcanzando ya ese punto en el que se pierde la conexión con la realidad diaria, concentrados en ese gran azul, poderoso, que me acepta consciente de su capacidad para devorarme y así formar parte de otros muchos que osaron desafiarle o que no supieron apreciar la magnanimidad de su compañía. Ese gran azul que en ocasiones ha sabido perdonar mis orgullos y me ha devuelto maltrecho al lugar donde vivo pero al que ya no me siento pertenecer.

  Otra dama que se me insinúa, a esta no me atrevo a negarle el baile, me dejo llevar, ella marca el paso de este último vals. Juntos tocamos tierra.

  Lleno de sal, satisfecho, recorro la arena alejándome de la orilla; mi sombra continúa en el mar, luego volverá; a veces le permito esas ausencias, ella sabe relacionarse mejor que yo con el patriarca, el maestro constructor que colocó las primeras piedras de todo lo que hoy vive en nuestro mundo. Lleno de sal abandono ya la playa echando la penúltima mirada. Tras la cortina de agua que sigue cayendo, él sigue ahí, estaba ya cuando la naturaleza sobre la tierra sólo era un proyecto y continuará estando cuando ya no quede ni siquiera la memoria de un mundo que existió.

Oscar da Cunha

08 de Abril de 2012 

jueves, 22 de marzo de 2012

EL HAZ DE LUZ

  No soy capaz de irme a la cama “a pelo” y enterrar cada día como si me fuera ajeno, necesito hacer todas las noches una última reflexión, quince o veinte minutos despidiendo la jornada, procurando archivar en su correspondiente carpeta los diferentes momentos que me han deparado las últimas veinticuatro horas. Siempre en la terraza, aprovecho para charlar un rato con la luna, contar las estrellas, o imaginar sus juegos secretos cuando la noche nublada preserva su intimidad. Sin ninguna duda es mi momento preferido del día, unos minutos que los reservo exclusivamente para mi; en los que, en soledad, desenvaino mi sombra y discuto con ella. Quienes viajan conmigo, y me conocen bien, respetan ese viejo ritual, ese momento sagrado en el que me recojo en mi templo.

  Por experiencia conozco los ruidos de esos momentos de la noche, y como estos van variando según pasamos las hojas del calendario. A menudo me ronda alguna lechuza y, en cuanto desaparecen los fríos, murciélagos y erizos se añaden a mi velada. Pero de todas, mis preferidas son las noches de grullas, sobre todo en otoño, cuando estamos a punto de entrar en ese túnel que llamamos invierno. Ellas, con sus trompeteos, vuelan buscando la eterna primavera del Sur; siempre las envidio y lamento no atreverme a acompañarles en ese último tramo de su viaje hacia la luz.    

  Pero estas últimas noches algo ha estado turbando la magia de ese momento. Una sensación parecida a cuando intuimos la mirada de alguien clavada en nuestra espalda, nunca debemos despreciar las intuiciones. Desde hace más de una semana, esa percepción me obliga a mirar hacia la curva del camino que llega a mi casa, y entonces veo esa luz. Se trata de un halo semitransparente, con forma ahusada y de color azulado, no tiene mucha intensidad, la suficiente para destacar entre la oscuridad del camino en el que no hay ningún alumbrado.

  Las primeras noches, seguramente por el cansancio de la hora, lo atribuí a algún reflejo que cualquier iluminación lejana pudiera crear entre la niebla, realmente me negué a verlo, nunca debemos negar lo que vemos. Hace ya unos días que la niebla despareció, y ese halo ha seguido asomando allí, en la curva del camino, inmóvil, silencioso. Nunca he sido capaz de distinguirlo llegar ni marcharse, solo lo veo estar. Aparenta esperarme, y no se porqué me siento atraído por él.

  Durante dos noches consecutivas, y envalentonado por la compañía de uno de mis gatos, decidí recorrer los cien metros que me separan de la curva donde aparece la extraña luz. A mitad de camino, mi gato se paró observando fijamente la aparición, sacudió la cabeza y dio media vuelta, nunca debemos ignorar la perspicacia de un gato, y menos de uno ya anciano y experimentado. Le imité y juntos desandamos el camino, su prudencia estimuló mi miedo.

  Pero la otra noche la luminosidad del halo cobró intensidad y quizás la energía que parecía contener me cautivó. Admito que mientras caminaba por la oscuridad me temblaron las piernas, sólo los valientes sabemos lo difícil que resulta superar el miedo. Cuando llegué a su altura pude verlo bien: tan solo era un trozo de luz que no provenía de ningún sitio, comenzaba a escasos centímetros del suelo alcanzando el metro y medio de altura. No percibí ninguna sensación, ni frió, ni calor, ningún movimiento, ninguna vibración, nada, simplemente era un haz de luz. Quienes hayáis visto algo parecido sabéis a lo que me refiero, para los demás, lo siento, no puedo explicarlo mejor.   

- ¿Quién eres? - Todavía no sé porqué hice esa pregunta.

- Ya sabes quién soy. Lo importante es ¿por qué estoy aquí?

  La respuesta no salió del haz de luz, sonó dentro de mi cabeza. Era una voz infantil, dulce y serena.

- ¿Por qué estás aquí? - Volví a preguntar.

  No sé si alguna vez habéis hablado con un haz de luz, pero si se os presenta la ocasión procurad que no haya ningún testigo. La estúpida mueca con la que se te descompone la cara es mejor no compartirla.

- Soy tú mismo, hace cuarenta años -.

  Esta vez sonreí, la voz me resultó familiar, un recuerdo lejano ya perdido en la memoria.

- Has olvidado tus sueños infantiles, has abandonado los propósitos que juraste perseguir. Has dejado de soñar.

  Permanecí varios minutos junto a luz, inmóvil, hasta que conseguí recordarlo todo. Durante unos instantes volví a tener once años, fue suficiente para volver a abrir los ojos, para volver a ver la realidad completa.

   Entonando una vieja canción regresé hacia mi casa, los árboles volvieron a tener rostro, pude ver el movimiento del aire de la noche, y una lechuza se detuvo sobre el muro del borde del camino para llamarme por mi nombre.  A mitad de recorrido cogí una piedra del suelo y me la guardé en el bolsillo, me pareció una bonita piedra. Me giré mirando hacia la curva, el halo había desaparecido.

- Gracias -. Murmuré con una amplia sonrisa.

Oscar da Cunha
22 de Marzo de 2012

domingo, 18 de marzo de 2012

UNA LLAMADA DESDE EL PASADO

     Pese a la distancia hablamos muy a menudo, pero la de hoy no ha sido una llamada  corriente. Su madre está tirando la toalla, aún le podría quedar vida pero le faltan ya ganas de usarla. Este mundo se está quedando sin admiradores y visto como bajan las aguas ninguno de los dos somos tan hipócritas como para reprochárselo. La nostalgia se ha apoderado de la conversación y sin saber porqué mi inalámbrico se ha convertido en un auricular de bakelita, de aquellos negros con la ruleta con números blancos.
 
  De nuevo han empezado a caer copos en aquél Berlín de enero del 85 mientras recorremos los jardines de Charlottenburg, y la memoria con esa traidora costumbre de convencerte de que cualquier tiempo pasado debió ser mejor.

- Déjame unas monedas, anteayer quedé en llamar hoy a las once y estoy viendo la cabina libre -. No podías fallar esa llamada, sabías que al otro lado del cable te estaban esperando a la hora fijada.

- ¿Todavía no habéis recibido mi carta? ¡La mandé hace cinco días, la eché en correos! - Que despacio corría la vida, una carta más en la que explicaba las razones por las que necesitaba una nueva infusión de dinero.

  Recuerdos de un tiempo en el que nos comunicábamos menos, pero comunicábamos mejor. Tiempo en el que los amigos y familiares nos conocíamos las vísceras. Nuestro avatar era la mala letra en los folios escritos, o la ronquera en la voz por las largas noches construyendo ese mundo en el que íbamos a vibrar juntos.

  Noches de vinilos y cerveza arrancándonos las inquietudes hasta provocar esa lágrima participada, la sonrisa generosa del alma desnuda.

  Mañanas de calcetines intercambiados y colas en la ducha del apartamento compartiendo el perfume del primer café. Y siempre el sol en la ventana del nuevo día, aunque nevase. Mañanas de sonrisas cómplices por las verdades descorchadas pocas horas antes, cincelando lentamente la base de una amistad con la que ya íbamos intuyendo que envejeceríamos.

  Días en los que teníamos mucho menos pero nos regalábamos enormemente más, días de música y tabletas de chocolate. Conciertos robados en los ensayos de la filarmónica que aún hoy siguen sonando dentro de nuestra cabeza. Días de agradecimientos sencillos por esas golosinas inaccesibles al otro lado del muro.


  Y largas conversaciones, mantenidas después a más de dos mil kilómetros y seis meses de distancia. Conversaciones cargadas de ideales y futuros con los que todavía hoy seguimos soñando. Diálogos con personajes, algunos nunca nos abandonarán porque supimos fabricar una memoria inmortal, otros están ahora pagando ese peaje que nos exige la vida, con ganas ya de abandonar esta autopista por la que sólo corremos, y comenzar caminos más serenos en los que poder disfrutar del paisaje.

  Recuerdos de una época que tuvimos la suerte de disfrutar y que sigue viva gracias al pacto de una memoria siempre compartida. Recuerdos que ya peinan canas y en los que se pueden apreciar las arrugas que va dejando el camino. Ese camino que juramos, juntando nuestra sangre, recorrer eternamente jóvenes. 

  Ideales que hoy en día sabemos son sólo utopías en un mundo que ahora se ha empeñado en mostrarnos su auténtica cara, y nosotros, aún fieles a aquellos principios, todavía más que nunca conservamos aquella vieja ilusión que hace tiempo decidimos no dejarnos robar.

  Cuelgo el pesado auricular con su negro cordón enredado en mi memoria y a través de la ventana me quedo contemplando un cielo que no parece haber cambiado con el tiempo, un horizonte al que todas las generaciones hemos confiado nuestra juventud. No tengo aún edad para ir por el mundo de abuelo cebolleta, pero nadie me va a convencer de que en aquellos tiempos fuimos menos felices.



Oscar da Cunha
18 de Marzo de 2012

jueves, 8 de marzo de 2012

IMAGINE


IMAGINE


  No sé su nombre, incluso tengo dudas de que exista en el mundo real y no sea más que uno de los personajes que mi cabeza produce para hacer más llevadera esa sensación que siempre me ha acompañado desde que asumí que el mundo es demasiado complejo para entenderlo en una sola vida.
  Por eso yo la llamo “Imagine”, aunque ella todavía no lo sabe, o quizá sepa más que yo y por ello ha decidido presentarse en mis ilusiones, porque la necesito, tomando como suyo ese anhelo que Lennon nos legó con su canción.

  Desde hace unos meses tengo la estrella de cruzarme con ella casi todos los días. Con su ensortijado pelo rojizo, sus orejas siempre alerta; no enseña sus dientes de forma amenazadora, con el tiempo me he dado cuenta de que es una sonrisa y no se la regala a cualquiera.

  La conocí esperando al verde de un semáforo, el que está justo delante de la playa, su determinación me animó a observarla. Delgada pero no famélica, aristocrática, firme sobre sus patas, ágil y segura de si misma. Todavía no ha encontrado a un dueño que la merezca y por eso no luce collar.

  La vi bajar a la playa y recorrer la orilla, una y otra vez, con una carrera elegante alzando su morrillo aún joven para atrapar la brisa cargada de sal; por fin se detuvo, y durante unos minutos ladró a todas las olas que terminaban su viaje en esa parte exacta de la arena que ella había escogido. Acabada su oración dio media vuelta y abandonó serenamente la playa con el paso orgulloso que acompaña al deber cumplido.
  Al volver, el mismo semáforo, siempre esperando al verde, no quiere conflictos con las autoridades de nuestro mundo. Atraviesa el barrio con dignidad, sin prisa y sin miedo, y de repente desaparece.

  Todos los días repite el mismo ritual, a la misma hora, la misma carrera por la playa, el mismo punto donde lanzarle al mar su saludo, su canto de libertad. Ahora cuando nos cruzamos ya me mira, me conoce, yo creo que sonríe un poco más con el orgullo se sentirse admirada, pero nunca se detiene.

  He preguntado por todo el barrio: los bares, la mercería, la farmacia, incluso al chino de la esquina, a mis amigos Ismael incluido, pero nadie la conoce, nadie parece haberla visto jamás. Solo yo sé que es real.

  Sueño con el día en que me dedique el primer saludo, una mínima conversación que me admita a compartir su dignidad, a saborear su felicidad, y sobre todo que me permita acompañarla en su ritual.
  Sueño con poder ladrarle, algún día, al mar en su compañía, pero mayormente sueño con que me ayude a entender por que lo hace.   

Oscar da Cunha
8 de Marzo de 2012 

lunes, 27 de febrero de 2012

QUI SEDES AD DEXTERAM PATRIS, MISERERE NOBIS


QUI SEDES AD DEXTERAM PATRIS, MISERERE NOBIS.

  Como cada mañana, la ciudad me recibe con el cielo dormido. A la aurora invernal se le han pegado las mantas, no se lo reprocho. En estos tiempos que corren la noche y el sueño son el refugio de muchos. El alba no trae más que la pérdida de la inconsciencia, el duro golpe con una realidad que en otros tiempos fue mejor, incluso buena.
  La luz de las farolas es incapaz de mitigar la oscuridad que nos envuelve, el amanecer  no lo hace mejor. Una oscuridad moral que solo nos permite ser victimas

  Por fin veo la primera luz del día, Ismael, es el faro de la mañana. En su esquina habitual, junto al bar, cubierto de bruma marina nos regala la primera sonrisa del amanecer. Hoy tiembla más que de costumbre, últimamente esa alianza entre humedad y frío está exagerando las estrías de su rostro. Sus sienes lucen más plateadas, será por la helada.
- ¡Pasa y tómate un café!
- Más que nada por el pequeño -. Me contesta intentando mantener su dignidad.
  Veo asomar entre su variada cobertura de trapos un par de ojillos azulados y un morrillo negro.
- Sólo tiene tres meses y con estos fríos me da miedo dejarlo solo en la chabola. Ya sabes.
  No necesito más explicaciones, en el refugio no admiten animales y él no está dispuesto a abandonarlo. Conversaciones de otros días.
- ¿Y tu mujer?
- Se ha ido a Amara, allí, a partir de las ocho le dejan entrar en un portal, estas noches estamos pasando mucho frío en la chabola. No sé, igual al final la tengo que obligar a dormir en el refugio.
  Se le humedecen los ojos.
- Nunca nos hemos separado. ¿Qué más me van a quitar?

- ¿Quieres una copa para entrar en calor?
- ¡Yo no bebo! ¡Nunca lo he hecho! Yo no estoy en la calle por borracho ni por vago.
  Conocía la respuesta, solo quería evitar una lagrima, lo prefiero con los ojos dignos. Ismael es un honrado trabajador, su empresa fue de las primeras en caer llevándose por delante el pasado, el presente, y el futuro de muchos que, como él, agonizan por nuestras esquinas.

  Al salir le doy la moneda de todos los días.
- ¡Eh! ¡Que esta es de dos! -. Me suelta.
- ¡Mañana pagas tú los cafés! -. Le grito alejándome. Yo también tengo mi orgullo y no voy a permitir que él vea mi lágrima.

  Otro día que brota, otra oscuridad que apaga la luz de las ilusiones nocturnas. Tengo que dejar de soñar con un mundo mejor, simplemente digno, quizás haya pastillas para ello.

  Una última mirada al azul que comienza y esa invocación que ya ni recordaba golpea mi cabeza:

“Tú que quitas el pecado del mundo, atiende nuestras súplicas”

Oscar da Cunha
27 de Febrero de 2012

sábado, 25 de febrero de 2012

ESTUDIO ANTROPOLÓGICO


ESTUDIO ANTROPOLOGICO


Un prestigioso equipo de antropólogos, financiados por el departamento de estudios sociológicos de la universidad de “La Rue”, se está encargando de recopilar las diferentes especies de homínidos resultantes de la evolución del ya desfasado homo sapiens sapiens debido a las alteraciones galácticas por las que nuestra bolita llamada Tierra está en trance de atravesar. Ya no cabe duda alguna - según dichas fuentes autorizadas - de que nuevas especies han comenzado una dura lucha por su supervivencia en el planeta.
Para ello solicitan la desinteresada colaboración ciudadana en un meritorio intento por identificarlas. Yo, con la intención de que nadie me acuse de sustraerme de la realidad, os dejo mi pequeña aportación que estoy seguro sabréis enriquecer.
Empezaré por los que considero de mayor actualidad y repercusión mediática:

. El “Homo Urdargarinensis”, equivalente al poder depredador  de un T-Rex. Pero a diferencia de su antepasado este no ataca de frente, siempre circula por lo corredores ocultos de las cuevas y termina robando la caza de los demás. Es muy peligroso, está bien relacionado con las cabezas laureadas de la pirámide ecológica.

. El “Homo Pulpusingarajis”, es el producto de una rapidísima mutación del “Homo Españavabienis”. Su peligro radica en su nulo peso específico en esta terrorífica lucha por la supervivencia; o sea, no sabe por donde le da el aire. Alejaros de él, se ha especializado en arrear mandobles a los más débiles, con la ignorante convicción de que solo así él terminará salvándose.  No le auguro futuro.

Y para terminar, el más extendido, por desgracia en la actualidad, en nuestro país:

.  El “Homo Mehandejadoentangax”, seguro que todos conocéis a alguno. Es el que está recibiendo todas las ostias provenientes del cambio climático. Es un inadaptado, sigue pensando que se puede andar por este mundo manteniendo los principios morales. Empiezan a ser mayoría errando por las calles. No es peligroso, no está demostrando saber aliarse con su congéneres. Tiene futuro como esclavo para las tareas más duras a cambio de un chusco de pan.

Bueno, ya sabéis, la universidad espera vuestras contribuciones. Con una cada uno es suficiente, yo he dejado tres porque me han pagado un café y así hoy me ahorro la comida. 

viernes, 17 de febrero de 2012

EL DRAGÓN DE LAS ESTRELLAS


EL DRAGÓN DE LAS ESTRELLAS

  Una de las ventajas de mi trabajo es que me permite relacionarme con mucha gente. Bueno, realmente esa es la única ventaja de mi trabajo y yo la disfruto, debe ser por eso por lo que me pagan muy poco. Digamos que mantengo un equilibrio razonable: de mi trabajo, la empresa se lleva el beneficio económico, y yo… llego a fin de mes compartiendo inquietudes y en ocasiones también alegrías con mis clientes. 

  Indudablemente, a veces, a lo largo del día me las tengo que ver cara a cara con Mefistófeles, disfrazado de empresario o de sugerente veinteañera, pero ya conozco sus múltiples caras, nos hemos enfrentado en muchas batallas; y yo, a estas alturas, durante esas entrevistas coloco el piloto automático y dedico la escasa parte útil de mi cerebro a quehaceres más placenteros. ¡Eso si! En el momento del “hasta la vista” siempre vuelvo a ocupar el control de mi barco para ser yo mismo quién se despida con un respetuoso ¡Que te den!
 
  Pero, algún privilegio tenía que tener mi labor y, de vez en cuando, coloca mi silla frente a la de seres “diferentes”.

  Enseguida, tras darnos la mano y traspasar rápidamente las rituales presentaciones, percibí la sensación. Gabriel (prefiero el nombre de otro arcángel), no era un tipo ordinario, en estas ocasiones guardo un respetuoso silencio, conozco esa sensación, siempre me aconseja escuchar.

- Yo soy disminuido mental -. Me lo arrojó mirándome a los ojos, con su casi metro noventa, pelo ya cano y bigote amarilleado por el tabaco.

- Soy esquizofrénico y ex-alcohólico. He dedicado más de cincuenta años de mi vida a destruirme, soy un profesional, pero ahora he decidido cambiar de empleo.

  Estábamos en una pequeña taberna de pueblo pequeño, sillas y mesas de madera de verdad, de las que todavía pueden brotan ramas y flores. Poca luz, y menos clientes. Nos sonreímos.

- ¿Me entiendes, verdad?   

- Soy un alumno aventajado-. Le contesté. No me atrevo a decir que éramos almas gemelas, entre otras cosas porque yo, a veces, dudo de tener la mía.

  Nos pasamos hablando dos horas más de las que dedico a cualquier cliente habitual. Él tenía que marcharse, yo aún seguiría allí, escuchándole, siempre me identifico con los seres que esta estúpida sociedad considera marginales.

  Solo hablamos de él, era el más interesante de aquella reunión. Compartimos recuerdos de la puerta del infierno, y su experiencia me hizo entender que solo quienes han ardido en la hoguera son capaces de contar todas las estrellas del cielo.

  Intentó contarme su vida en tan solo tres folios, pero Gabriel es uno de esos personajes cuyas inquietudes no cabrían en la enciclopedia británica.

  Aún así, él mismo me abrió la primera de las siete puertas de su oscuridad, me regaló ese poema que recoge la visión de un nuevo mundo y que tan solo los que son como él empiezan a comprender: “El Dragón de las Estrellas”.

  Soy tenaz cuando alguien lo merece, y conseguí arrancarle la promesa de futuras conversaciones. Solo me pidió valor para afrontar el ritual de iniciación necesario para cada una de sus seis puertas restantes. Espero dar la talla.

  Me guardo para mí su auténtica identidad, no por preservar su anonimato, él ya tiene superados todos los prejuicios, sino por  puro egoísmo; lo quiero solo para mí, además esta sociedad, marginándolo, ha demostrado que no le interesan los dragones de estrellas.

  Su poema tampoco lo comparto, los que tengáis inquietud no tenéis más que mirar al cielo en una noche despejada, allí están todas sus letras, sabréis ordenarlas, a los que no la tengáis ¡Que os den!



Oscar da Cunha
17 de Febrero de 2012

martes, 7 de febrero de 2012

AIRBAG


AIRBAG


  Unos minutos de espera dentro del coche delante de la puerta de un cliente, algo habitual, y una de mis manías: o llego puntual, o tarde, pero nunca antes de la hora fijada. Siempre me ha parecido una grosería invadir la intimidad de quién aún no te espera, no darle tiempo a echar los últimos flis-flis de ambientador, quitar de su mesa de trabajo la revista de crucigramas, o sorprenderlo echando el último vistazo a una página porno.  Todo el mundo se merece un respeto, incluso los clientes, y a mi gusta concederles tiempo para que se active su protector de pantalla, el de los pececitos de colores.

  Una mañana especial, a primera hora tenía cita en la notaría. El ritual de todos los seis de febrero. El escribano, con una sonrisa, ha repetido la formula habitual: “No habiendo manifestado ninguna de las partes la intención de cancelar este contrato, queda prorrogada por un año más la relación entre los firmantes: D. Oscar da Cunha, y la Vida”. 

  Ahora, mientras espero, será por la fecha, pero cada palabra agita los árboles de mi bosque. Se producen asociaciones extrañas: robles en cuyas ramas florecen margaritas, rosas sin pétalos y gaviotas en flor. Hoy me pesan las palabras como a las ramas las manzanas a punto de madurar. Cada una de ellas es portadora de múltiples néctares.

  Sentado, como decía al principio, en mi coche, evito mirar el exterior. Llueve y no quiero contagiarme de la romántica melancolía de la lluvia. Hoy no, hoy estoy más afectivo - será la fecha - y el cliente que me espera es un tipo duro, de esos que siempre te salen al encuentro con la pistola cargada y no se han molestado en quitar la página sado-maso de su pc. En el volante de mi coche, como en el de casi todos ahora, leo “airbag”. Todavía me quedan unos minutos para soñar.

  Ese anglicismo, otro intruso más en nuestra lengua - quizás lo prefiramos porque tenemos tendencia a relacionar bolsa de aire con flatulencia -, nos infunde cierta seguridad al conducir. Pero, ¿y caminando por la vida? ¿Cuál es nuestra “bolsa de aire”? Yo que ya he tenido más de un accidente en mi recorrido sé de lo que hablo.

  Mientras luce el sol, nos sentimos autosuficientes, es primavera en nuestro interior, y tenemos una nociva tendencia a rodearnos de compañías  pasajeras, dispuestas solo a compartir las flores del camino.
 
  Pero en todo camino, es infalible la tormenta, los meses de invierno; y a veces nos toca el papel de indigente, caminante desprovisto. No es más que la vida: unas veces nos hace reír y otras nos descojona.  

  Hoy me acuerdo de  quienes han sido mi bolsa de aire, mi airbag de caminante, ellos que no estaban ahí solo para recoger las flores de primavera. Y el toro que en unos minutos me toca lidiar va por ellos, intentaré salir por la puerta grande, me lo desean y se merecen ver una buena faena.

  Este invierno ha llegado duro y largo, ya va para cuatro años, y a mi aún me quedan unas pocas flores escondidas de la pasada primavera. Cuenta con ellas amiga, y no pienses que soy de naturaleza generosa, solo he aprendido de otros, de los buenos. Quiero creer que soy un aspirante a bolsa de aire. Cambiarán los vientos.

Oscar da Cunha

6 de Febrero de 2012

domingo, 5 de febrero de 2012

LA SONRISA DE LA MAGDALENA Audiovisual


Hola a todos os dejo un montaje audiovisual con los escenarios de “La Sonrisa de la Magdalena”
Espero que lo disfrutéis.


Un saludo para todos.
Oscar da Cunha

viernes, 27 de enero de 2012

UN TROZO DE PAPEL


UN TROZO DE PAPEL

  Anuncian frío para este fin de semana, no es nada anómalo estamos en Invierno y algunos inviernos pasan estas cosas.
  Me pongo a revisar el fondo abisal de mi armario, eso sí es anómalo.
  Habitualmente echo mano de las cuatro prendas que están más cercanas; no es por pereza, que también. Son horas inadecuadas de la madrugada y, todavía con una mano ocupada en sujetar el trozo de papel que nunca termina de cicatrizar el último tajo que me ha regalado la maquinilla de afeitar con la que cada mañana intento disimular los rasgos neanderthales de mi cara, me coloco encima más o menos lo de siempre.
  Tampoco es una decisión importante, en mi agenda del día no figura ningún pase de modelos; y para ser sincero, toda mi ropa se parece demasiado. Algunas veces me pregunto si la visión de Gattaca me afectó más de lo que razonablemente soy capaz de aceptar.  
  Además, por alguna razón que aún está pendiente de aclarar, hoy mis gatos tenían prisa en que bajara a abrirles la puerta para salir a la calle, creedme que cuando se  lo proponen tienen una técnica muy elaborada para hacerme renegar de mis últimos minutos de sueño.
  Acostumbrado a las prisas mañaneras me he encontrado frente al armario con quince minutos de adelanto sobre el horario habitual, es decir, con tan solo cinco de retraso, y  eso me ha permitido explorar el fondo del guardarropa.
  El viejo abrigo de paño negro, hacía por lo menos veinte años que no me lo ponía. La sorpresa ha venido con duplicado: aún se encuentra en perfecto estado, y yo sigo entrando en él.
  La mañana era fría, mientras me dirigía hacía el café habitual, la cámara de reflexión de mi oficina, con las manos en los bolsillos mi derecha ha tocado un  papel. Antes de tirarlo a la papelera, ya sabéis, la que está frente al bar donde desayuno, se me ha ocurrido leerlo. Hay notas que te cambian la vida.

  Fue hace aproximadamente veinte años, cuando también de forma parecida, lo descubrí. Acababa de bajarme del tren, serían las siete de la mañana y ese día Paris me recibía con uno de sus más fríos amaneceres. Al leerlo, en mi soledad entre la aglomeración cruzando la estación de Austerlitz, adiviné que Ella me lo habría deslizado la noche anterior, en la estación de Hendaya, al despedirme, justo en el momento del penúltimo beso. Su manera, una más, de no permitir que al día siguiente me sintiera tan vacío.

Mi corazón si no te
ve no tiene sosiego
Y mi pena es
Como un mar sin
Playas.
Vuelve pronto
Te quiero
Lou

  ¿Te acuerdas?
  Le he sonreído al enseñárselo. Hace tiempo que hemos pactado que ningún trabajo nos volverá a privar de amanecer juntos.
  Me ha regalado un beso, de los de siempre, iguales al primero que me dio hace ya veintisiete años.
Oscar da Cunha
27 de Enero de 2012