Lo siento por Steve Jobs, es un tipo que
siempre me entró bien, una lástima que nos dejara; se me sobrevienen, al
instante y sin necesidad de recurrir a un informativo, más de cien candidatos que
deberían haberle sustituido y de cuyos nombres ni se me ocurriría acordarme al
día siguiente. Pero este Monopoly al que llamamos vida es así. El caso es que
últimamente no hago más que toparme por todas partes con la jodida y famosa
frase: “Si hoy fuese el último día de mi vida, ¿querría hacer lo que voy a
hacer hoy? …”, y ya empieza a cansarme.
De aperitivo porque cuando me caigo de la
cama cada mañana sé que están suspirando por mí el primer café y el primer
cigarrillo del día, y tengo claro que voy a seguir disfrutando de ese orgasmo aunque
me lo prohíba la mismísima Vara de Asclepio. Ese momento sagrado, esa comunión
con el vicio, consiguen que me importe un chiflo saber si ese es el último día
de mi vida, o si me está esperando en la ducha la propia Jennifer Aniston en
pelotas para enjabonarme las mías. Por
otra, si a la mayoría de desgraciados y despreciados supervivientes de este
naufragio nos diera por pensar - mala práctica que afortunadamente ya está tan
en desuso como el papel pa la nalga del elefante - que las próximas
veinticuatro horas son las últimas que nos quedan; a ciencia cierta que lo
convertiríamos en el día más feliz de nuestra existencia. Saltaríamos a la
calle, desnudos de nuestros aipozes, aipazes, aifones y demás aichismes que
usted inventó, con las manos vacías preparadas para abrazar a esos amigos, los que
nos regaló la suerte, con los que hace tiempo no nos vemos cara a cara ni oímos
su voz. Más de muchos, nos percataríamos de que esa persona con la que
compartimos nuestra vida, y con la que desde hace tiempo no tratamos de otra
cosa que las facturas de los ais, es el auténtico amor de nuestra vida, e
intercambiaríamos la primera caricia realmente sincera en los últimos años.
Hablaríamos con nuestros hijos, primero pidiéndoles perdón por la mierda de sociedad
que entre todos hemos permitido que se prostituya y, mientras contemplábamos
nuestra última puesta de sol, les convenceríamos de que la dignidad y la
libertad son valores que no se pueden poner en las manos de los cuatro
charlatanes que a nosotros nos las han robado. A todo lo demás deberían darle
por el culo, en ese día final, porque no merece la pena.
Pero por desgracia, los únicos que de verdad
saben cual va ser el último día de su vida no suelen estar en situación, ni
siquiera, de decidir en que brazo quieren que les enchufen la morfina con la que
evitar los dolores del parto final. A la mayoría, ese último día nos pillará a
la vuelta de cualquier esquina, sin saber que desde el primer día debimos
cambiarlo todo. O sea Mister Jobs, nosotros ya nunca cambiaremos nada, todos
llevamos demasiado tiempo resignados al no por respuesta
Pero yo,
como ya nací gilipollas y llevo cincuenta y un años en prácticas - de ahí que,
una vez más, haya vuelto a pringar como intrépido ciudadano cumpliendo mis
obligaciones con “la bankia semos todos” -, prefiero pensar que, cada nuevo, es
el primer día de mi vida, y fascinarme con mirada infantil de cuanto me rodea,
comprobando lo abundante que hay de
hermoso en este mundo. Cada día disfruto mientras descubro que me quedan muchas
flores llenas de colores con los que sustituir la oscuridad. Observo la luna, convencido
de que desde su cara oculta pueden oírse las estrellas coreando el Casta Diva
que Norma interpreta cada madrugada. Y muchas noches vuelvo a casa con la alegría
de haber compartido unos instantes con algún desconocido cuya conversación
merecía la pena.
Asumiendo que cada día es el primero de los
que me quedan de vida, procuro salir cada mañana con los mismos ojos con los
que estrené mi primer triciclo, y recuerdo que mientras yo era feliz porque
conseguía que los perros hablasen mi mismo idioma, el mundo también era una
mierda. Observo las gaviotas y compruebo que siguen sin plantearse si quieren
seguir haciendo lo mismo que llevan siglos practicando, y sin embargo continúo
escuchando sus risas. Alguna vez hablo con ellas, de un día para el siguiente
no me recuerdan, porque cada amanecer es su primero. Yo también ya he dejado de
hacerme preguntas necias, no quiero vivir con los oídos sordos.
Oscar
da Cunha
1
de Junio de 2012
¡Qué bien escrito, Oscar! Qué preciso...qué recontra bien dicho lo que dices!!
ResponderEliminarMe salen puras hipérboles, quizá porque ya es muy tarde y estoy terminando de vivir un día que me ha cansado mucho pero me ha dejado la maravilla intacta. Hay una frase que se me hizo especial por su lucidez en este sentido
..."y recuerdo que mientras yo era feliz porque conseguía que los perros hablasen mi mismo idioma, el mundo también era una mierda."
¡Toda la razón amigo!... obstinémonos a pesar de los pesares, en ser felices.
Has estado demoledor. Pero aunque sea solo un día, pero eso si, distinto al de la morfina, sería suficiente. Creo. Saludos
ResponderEliminarGracias a los dos por acompañarme en este amanecer de sensaciones. Últimamente, la realidad que nos envuelve nos obliga a vivir "au bout du souffle". Necesitamos mantener un poco de inocencia para aguantar el tirón.
ResponderEliminarUn Abrazo, compañeros.