Para quienes tengáis sensibilidad. Para
quienes améis la vida. Para quienes cada mañana sea una nueva oportunidad de
reencontraros con la alegría, aceptad mi consejo y no leáis este relato. La
tinta negra con la que aparece es un engaño, realmente es un episodio en dos
colores, el primero rojo por la sangre, y el amargo por mis lágrimas el segundo.
Creedme cuando os digo que, aún hoy, me
resulta asombroso haberla rescatado del rincón más agotado de mi corazón para
ser capaz de compartirla con vosotros.
¿Quién no se ha sentido dominado por los
sentidos en cualquiera de esos magníficos amaneceres que nos regala el
principio del otoño? El sol se levanta a una hora más refinada, permitiéndonos
disfrutar la alborada con el efecto del primer café ya en la sangre; admiro esa
luz que acaba de perder la pasión del verano y nos cede el deleite del
verdadero color de la naturaleza. La cálida brisa que se disfruta en esta época,
por estas latitudes, desprovista de la humedad habitual; y sobre todo el
sosiego de recuperar el ritmo de nuestra vida, pasadas ya las ansias veraniegas
de bebernos de un solo trago todos los deseos que vamos acumulando conforme
pasamos las hojas del resto del
calendario.
Su gimoteo llegó despacio aquél trece de octubre,
confundido entre la jerga de los adolescentes nacidos la pasada primavera que
iniciaban, un día más, sus juegos aleteando entre las ramas del jardín. La
encontramos arrastrándose sin rumbo entre las plantas, todavía no sabía andar,
y aún tenía los ojos cegados por ese velo protector que caracteriza a los
peludos recién nacidos. Nos faltó tiempo para conseguir un biberón y leche. Con
la panza llena, la dejamos dormir donde acabábamos de localizarla; en ningún
momento perdimos la esperanza de que su madre fuese incapaz de encontrarla. A
media tarde la naturaleza dictó sentencia salomónica, nos convertimos en
padres; tan pequeña, tan indefensa, acababa de devolvernos la sonrisa.
La primera noche ya me bautizó como madre.
Guiada quizás por la necesidad de contacto animal trepó hasta la cama, y solo
encontró consuelo junto a mi cara. Mi respiración calmó la ansiedad de sus
ojillos aún borrosos, y compartimos el mismo sueño. Solo fue la primera de
todas las noches.
Su hambre era mi despertador, mi primer café
y cigarrillo se conformaron con pasar a segundo plano; solo conseguía sacarles
placer cuando ella, saciada de biberón, ronroneaba sobre mis piernas. Enseguida
empezamos a compartir las noticias de la radio. Siempre el mismo ritual, tras
cada crónica, mi carcajada y su patita en mi barbilla, era su manera de pinchar
“me gusta”. Me aficioné a manchar mi café con unas gotas de nata líquida, el
platillo que ella vaciaba necesitaba justificante en la lista del supermercado,
y aún hoy mantengo esa rutina, aunque siga sin gustarme la nata. Nunca me
acostumbraré a volver a desayunar solo.
A mis viejos peludos les tocó del papel de
padres. La enseñaron a trepar a los árboles, a jugar con las pelotas de papel
de aluminio, a robarle la comida a Naty, a buscar el sol en invierno y la
sombra en verano. Recuerdo cuando, triunfante, vino a enseñarme su primera
lagartija. Ignoré la cómplice mirada que
tras ella cruzaron los viejos, y acepté aquella lagartija como el final de su
infancia.
La sorpresa por su primera nevada, su alegría
por la primera flor de la primavera, y el sopor en las tardes de agosto
tumbados bajo los manzanos mientras le leía a Stendhal. Las noches de invierno,
tumbada junto a mi ordenador, mientras yo tecleaba y ella miraba con aprobación
la pantalla, fingiendo ignorar esa coma desplazada, o ese acento olvidado.
Esperaba pacientemente el “hasta mañana” de la inspiración para acompañarme a
terminar el paso al nuevo día. Durante las frías noches de invierno agradecía
el calor de su respiración sobre mi vientre, y en las calurosas de verano
también.
Aprendió a bailar muchas canciones, pero su
voz preferida siempre fue la del sensual barítono Barry White. Sobre mis
rodillas se hipnotizó con la trilogía de “El Señor de los Anillos”, y enseguida
se identificó con Arwen, la escogió para sus sueños de pubertad.
Adquirió la costumbre de despedir la puesta
de sol desde su altar secreto, del que no salía hasta acompañarnos en el último
paseo con Naty. Como cada noche, nos esperaba bajo el cerezo de la esquina del
camino, y enseguida noté que esa vez su maullido no era el habitual. Al cogerla
en brazos, pese a la oscuridad, vi el borbotón de sangre en que se había
convertido su boca. Ella se aferró a mí piel con un grito de despedida. Han
pasado dos años y ni siquiera las cicatrices por la uñas de su desesperado
abrazo han dejado de sangrar.
No consigo recordar con claridad los momentos
que siguieron; su cuerpo convulsionándose y el maldito coche, derrochando goma
en las curvas, que no terminaba de llegar hasta el veterinario de guardia. Con
las manos llenas de su sangre, posé suavemente mi corazón sobre la camilla de
la consulta mientras exhalaba el sollozo final. Al mismo tiempo que sus
latidos, el mundo se paró.
Salí con ella en brazos apretándola contra mi
pecho y me senté en el suelo. Quise llorar pero no tuve lágrimas, intenté
respirar pero no hubo aire, ansié verla ver pero tampoco hubo luz, ni siquiera
la oscuridad se atrevió a presentarse. Intenté gritar pero no salió ningún
sonido de mi garganta. Solo el vacío, la soledad, el silencio, hasta el tiempo
hizo una respetuosa pausa. Y entonces llamé. ¡Supliqué! ¡Se lo ofrecí todo! ¡Todavía
tenía que haber posibilidades y le brindé un cheque en blanco! Hasta lo más
sagrado me pareció barato a cambio de su vida.
En aquel instante se presentó. Por primera
vez le vi lucir su traje de gala; estaba esperando, anhelando ese momento, lo tenía
reservado con antelación. Se plantó ante mí con sus casi tres metros de altura,
el descomunal torso rojo y los ojos de fuego; dos grandes colmillos ornamentaban
su sonrisa, y tres pares de cuernos se confundían con sus negras alas
extendidas.
-
¿La has encontrado? - Tembló el suelo con el trueno de su voz.
-
¡Quizás sí! No lo sé seguro. ¡Ayúdame y algún día mi alma será tuya! ¡Te lo
juro! ¡Te lo prometo! ¡Pero, devuélvele la vida a mi pequeña!
-
¿Me-lo-juras? - Con su carcajada, el fuego de sus ojos estalló.
-
¿Quién te has pensado que soy? ¿El que ayuda a las viejecitas a cruzar la
calle?
-
¡No, Imbécil! Yo soy el que distrae al conductor para que se salte el semáforo
en rojo. Yo soy el último vaso de alcohol que empuja al desgraciado a destrozar
la cara de su mujer. Yo soy el que le priva de alimento a la madre para que
abandone a su hijo muerto en el borde del camino que nunca terminará de
recorrer.
-
¿Me-lo-prometes? - Insistió. - ¿Tengo yo pinta de aceptar promesas? ¿Acaso has
pensado que yo concedo perdones? Si
tienes problemas para encontrar algo que merezca la pena dentro de ti, tendrás
que llamar al timbre de arriba. Yo soy el vecino del sótano, mi puerta solo se
golpea desde dentro, con el dolor.
-
¡Tú la has matado! ¡Tú me la has quitado cabrón! -
Sólo conseguí una mirada aún más insolente.
La baba del triunfo empezaba a deslizarse por las comisuras de su asquerosa
boca.
-
El veterinario ha dicho que ha sido un coche, pero desde hace horas no ha
pasado ninguno -.
-
Siempre tuviste miedo de perderla. Cada día volvías a casa ansioso por
encontrarla ilesa, por volverla a abrazar y contar cada una de las rayas de su
pelo. Ya no temerás más por ella. ¡Agradécemelo!
Noté que se mordía una de sus lenguas, la más
negra. Advertí su irritación por dejarse llevar por la miel de la victoria. Se
descerrajó víctima de su propia vanidad.
-
¡Ahí es donde te escondes, miserable! ¡En el miedo! Nuestra angustia es el
carburante de tu poder.
-
Hoy es 7 de julio. ¡Tengo mucho trabajo!
No se dio la vuelta, no se marchó; supongo
que dejó de estar porque yo dejé de verle. Y ahora, con el tiempo como maestro,
reconozco que tuve suerte. Todo mi dolor, en su presencia, se acababa de
transformar en violencia. Hubiese sido capaz de romperme contra él, de vender
el dolor por mi pequeña a cambio de esa
mercancía que abre una más de sus puertas, la venganza.
La segunda oscuridad me reventó los ojos
mientras besaba su pelo ahora salado por mis lágrimas. Me abracé a su cuerpo ya
eternamente quieto.
-
¡Perdóname pequeña! ¡Yo te he matado! ¡Mi miedo ha sido la rueda que ha acabado
con tu vida! ¡Perdóname!
Su cuerpo descansa en un lugar secreto.
Gracias a su infatigable alegría ya han comenzado a nacer las primeras flores,
rayadas como ella, huelen a felicidad y bailan con nuestros recuerdos.
Yo, nunca más he vuelto a temer por quien amo.
Oscar
da Cunha
9
de Junio de 2012
Te has vaciado, te habrá venido bien. ¿Quién era ella? ¿Tú hija? ¿Tu perrita? Da igual, era alguien a quién querías. Lo siento Oscar
ResponderEliminarFue la alegría, la esperanza, y el amor que la naturaleza me regaló encarnada en una gata. Fueron dos años extraordinarios que durarán toda una vida. Fue un error, el mío, por ignorar las arteras puertas de “el oscuro” la que lo ha convertido en un doloroso recuerdo.
ResponderEliminarQuizá no debería haber leído este relato, Oscar, tal como adviertes en tu admirable introducción décimonónica, porque hoy, al amanecer frente a la ventana abierta que trae por fin brisa en vez de lluvia, he sentido revolverse inmisericordes en mí, todos los ingredientes de la pérdida...pero, me alegro de haber seguido porque he descubierto en ti esta vez sin ningún género de dudas, un alma gemela.
ResponderEliminarEsta tercera puerta también la he abierto yo y tuve que beberme el dolor hasta las heces. Siempre que me preguntan por mis amores, ella reluce sobre una mancha de sol.No te voy a contar la historia de Kuttun pero se parece muchísimo a la tuya...a la mía se adhiere un detalle aún más desolador; nunca pude recuperarla ni cubrirla...mi único consuelo fue recordar que ese día había estado el jardinero y que mi adorada se fue en el contenedor (donde la arrojó quien la atropelló) sobre un manto de ligustros...Lo supe mucho, mucho más tarde..
En fin, amigo ¡qué tremendamente cercano te siento hoy!
Un abrazo muy cariñoso!!
En alguna ocasión, “paseando” por tus artículos encontré una mención a ese ser querido. Cuando escribí el comienzo del texto, créeme que ese aviso lo puse pensando en ti. Es más no quise enviarte ninguna referencia directa ni en twitter ni similares, y con el paso de los días al no encontrar ningún comentario tuyo supuse que preferiste dejarlo pasar; me alegré, nunca está entre mis intenciones provocar un recuerdo doloroso.
ResponderEliminarPero también es cierto que esa introducción induce a seguir avanzando en la lectura, es un viejo recurso literario. Ahora ya no hay marcha atrás.
Al margen de los credos de cada uno, yo sí te diré que nunca he creído en las casualidades. Son muchas las veces que situaciones, hechos, comportamientos y manifestaciones, me han llevado a convencerme de que los seres vivos no sólo estamos compuestos de cuerpo, pero este no es el foro adecuado para ese tipo de disquisiciones.
No quiero creer, sé, que tu Kuttun y mi Pepa (así se llamaba) de alguna manera disfrutan juntas de un mundo mejor; y estoy convencido que, de su amistad, ha surgido esta, la nuestra, que nos permite compartir inquietudes, recuerdos y aficiones.
Sé lo que se sufre atravesando esa maldita puerta, en efecto vibramos en la misma onda Begoña, cualquier manifestación de la naturaleza y los sentimientos que provoca no nos son ajenos.
Y sigo convencido de que algún día, con otras herramientas, o quizá sin necesidad de ninguna de ellas; en algún otro lugar, o tal vez sin necesidad de ninguna ubicación física, seguiremos intercambiando sensaciones y admirándonos de lo hermoso que es “seguir viviendo”. Ellas también estarán.
Un Fuerte Abrazo Amiga.