Si queremos ver las cosas de una forma
sencilla: 1, 2, 3, 4, 5, nos parecería una secuencia lógica, pero ¿qué haríamos
con: 3, 1, 5, 4, 7? Compliquemos más la secuencia: 2´7, 1´8, 5´4 y 4/3. Aún podríamos
llegar más lejos: π, ∞/365, 3.116 + 87 – 28, 12… Sigue teniendo su
lógica pero yo no soy capaz de verla; y sin embargo, si hay una ciencia
estable, creíble y capaz de romper todas las barreras de lo incoherente, es la
matemática. Todo en este mundo es matemática o está regido por ella, es la
reina de las ciencias. La aritmética, el álgebra, la estadística, el cálculo de
probabilidades, la proporción áurea, los números primos, las fracciones, la
sucesión de Fibonacci, la paradoja, la teoría del caos…
Dicen que la música no es más que matemática,
resonancia armónica convenientemente aplicada al sonido de cada instrumento, su
compás, su ritmo, y hasta los silencios no son más que intervalos infinitos de
una determinada formula, quién sabe si divina, aunque algunos fragmentos sean
diabólicamente hermosos. ¿Podríamos, entonces, afirmar que la música es el
producto de la resonancia que nos dejó ese ángel negro al caer desde el
infinito azul hasta lo más tenebroso del cero absoluto? ¿O es la batalla que se
libra entre los espíritus del bien y del mal, la que a menudo consigue esos
acordes imposiblemente sublimes?
Pero la vida no es sólo música. ¿Dónde
está la matemática en los nuevos brotes que la primavera empuja hacia el cielo?
¿Dónde lo estuvo en los sentimientos que nos dejó el maestro Machado? ¿Qué
ecuación utilizó Vermeer para pintar La
joven de la perla? Aunque yo siga sin distinguir los números en cualquiera
de los ángulos de La Piedad de Miguel
Angel, sin embargo, nunca podremos negar que esté ausente en ninguna obra. Es
ese lado oscuro que posee la matemática el que nos permite arder en el fuego de
la belleza, son esas abstractas estructuras las que convierten en naturales las
leyes de la naturaleza por absurdo que resulte adjudicarle leyes matemáticas a
una naturaleza cuyo caos nunca seremos capaces de comprender.
Podemos medir la velocidad del viento
pero no su aroma; cuantificar la intensidad de la luz con la que una solitaria
farola nos ilumina, pero el camino a tomar cada noche lo tendremos que decidir
nosotros. Y sabemos que dos más dos siempre han sido cuatro pero no sabemos
porqué. Percibimos que ciertas emociones alteran los latidos de nuestro corazón
porque somos capaces de contarlos, de establecer un ritmo ascendente o
descendente. ¿Por lo tanto, deberíamos reducir el ámbito de nuestras emociones
a un mero razonamiento matemático sobre cantidades? El propio
Einstein declaró que: "Cuando las leyes de la matemática se refieren
a la realidad, no son exactas; cuando son exactas, no se refieren a la
realidad” Toca elegir, amigos: exactitud, existencia o mandar al carajo a
Einstein. La tercera opción es la más cómoda pero la que menos me convence,
siempre han hablado muy bien de él.
Habitamos en un universo misterioso e
irracional, porque ni siquiera conocemos con exactitud nuestra posición dentro
de su inmensidad, pero tal vez eso determine la confirmación de que realmente
existimos, no podemos ser más que hijos de la incertidumbre. Hace siglos que
Pitágoras nos enseñó a calcular la medida de la hipotenusa de un triangulo, mas
nadie ha sido capaz de establecer la dimensión de los lados de la realidad. Y
aunque poblemos un planeta redondo —bueno casi—, nuestro verdadero mundo es un
triangulo que quizá se prolongue hasta el infinito, siempre y cuando el
cuadrado de nuestras ilusiones coincida con la suma de los cuadrados de
nuestras posibilidades. Y en ese caso dejaríamos de considerar la matemática
como una ciencia pura. Yo ya empiezo a dudar del efecto mariposa, y por el
camino que llevo me convence más el efecto humano, que si cabe es aún más
imprevisible.
Afirman que la caída de un meteorito
acabó con la vida de los dinosaurios, a nosotros quizá no nos haga falta para
dejar vacío un planeta en el que en alguna insignificante piedra quede grabada
una fórmula matemática que demuestre que nunca fuimos imprescindibles.
Oscar da Cunha
23 de marzo de
2015
Muy bueno, querido hermano Oscar Albert. Ya me pongo el sombrero. Un muy fuerte abrazo.
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