Nos pesa el corazón en este momento
porque también tuvimos dieciséis años, ¿o lo hemos olvidado? Y nos enamoramos
de sus ojos, de esa mirada capaz de prometernos un viaje del cielo al infierno
con billete de ida y vuelta. Aunque después de lo que ha nevado desde ayer
romperíamos el billete, por quedarnos allí, vagabundos, con tal de que la mitad
de lo soñable entonces, hoy fuese perceptible, incluso en blanco y negro. Por
sentirnos orgullosos de pertenecer a una generación que continuase escribiendo
con lápiz sobre papel, utilizando las cabinas de teléfono y llamándole ratón a
eso que cazan los gatos. Pero no lo hemos conseguido, y el único consuelo que
nos queda en esta sociedad miserable en la que nadie se libra de haber participado
es… ¡qué tontería! Siempre se podría reparar el surco de un vinilo que se
hubiera rayado o corregir con tipex los errores de un descuidado golpe del
teclado.
¿Recuerdas? No nos incomodaba salir de
casa y recorrer cuatro esquinas bajo la lluvia para devolverle al colega ese
disco que nunca se negaba a prestarnos, y ya de paso, decidir cara a cara quién
tenía más posibilidades con la rubia que se sentaba en la primera fila de la
clase. Esa rubia que al igual que la gordita que la acompañaba en el pupitre
nunca conoció el acoso escolar, porque eran tiempos en los que las cosas las
solucionamos de frente y, aunque hubiera sopapos, siempre solían ser el
principio de una buena amistad.
Los carajillos que le pagábamos al
urbano se convertían en el “pero que no os pille a más de sesenta” de un hombre
honrado, pese a que, sabiendo que conducíais la Vespa sin edad ni carné, él desviaba
la mirada hacia a su familia ganándose las horas de calle con el salario de un
ayuntamiento que a nadie nos preocupaba para qué narices servía pero que no utilizaba
a los ciudadanos con la exclusiva intención de recaudar.
Dicen que nunca tiempos pasados fueron
mejores y quizás tengan razón, ya no perdemos las horas en la cola del banco
para solicitar un préstamo, ahora nos lo deniegan en escasos minutos por
Internet. Ya no nos quedan lágrimas para llorar por todos los amigos que se
fueron antes de tiempo, sólo esa nostalgia que nos acercan las viejas canciones
que compartimos. Pero la niebla, esa niebla marinera que tapizaba el satinado romanticismo
del paseo por el malecón, mientras caminábamos agarrados de su mano, esa niebla ya no es más que la excusa para
utilizar los bolsillos que ayer fueron el escondite de esas conchas en las que
pretendíamos cincelar tantas promesas de futuro.
Ha nevado mucho desde ayer, desde cuando
una palabra era ley, y ese código era suficiente para mantener el respeto que
hoy sólo es un término que casi nadie sabe que continúa conservándose en el
diccionario. Nos lanzábamos bolas de nieve con la única intención de cambiar
una mirada por una sonrisa, bolas de nieve que hoy hemos sustituido por piedras
que nunca conseguirán lapidar los errores de una sociedad blindada por la indiferencia y el materialismo.
Y seguirá nevando sobre nuestros
cabellos hasta convertirlos en blancas cimas, pero eso es sólo una cuestión de
estética y la estética nunca ha podido vencer a un alma cuando en ésta hubo
prendido la llama del entusiasmo. Y es ahora, cuando todavía conseguimos mantenernos
en ayer gracias a esa nostalgia optimista pero todavía dispuesta, cuando a esos
momentos en los que a la memoria le da por juguetear con la realidad, o cuando
la propia realidad decide celebrar su particular carnaval disfrazándose de
fotografías en las que la fecha del reverso parece no haber existido jamás
porque ni nosotros mismos nos reconocemos, cuando tenemos que hacer el esfuerzo
de no renunciar; porque al contrario de lo que afirman, sólo hay vida mientras se conserva
la esperanza. No ha habido ninguna generación que no haya soñado con un mundo
mejor, porque jamás existirá una sociedad perfecta capaz de entusiasmarnos a
todos, y en eso radica nuestra condición humana cuya imperfección es lo más
extraordinario que nos une. Y esta promoción no será preferible a la que
heredamos, como la que nos continúe añorará percibiendo en nuestros defectos
las virtudes que a ellos les seguirán faltando.
Quizá nevó sobre ayer, como la hará
sobre mañana y esperemos que nunca pare de hacerlo sobre nuestro corazón,
porque si llega ese día en que la añoranza le ceda el paso a la realidad
nuestra especie se habrá convertido en una pieza de museo.
Oscar
da Cunha
27
de febrero de 2015
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Foto: Marie Laforêt
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Música: Il a neigé sur yesterday
Cada día aprendo más leyendo tus escritos ¡Qué pena es que haya empezado a hacerlo tan tarde!
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