domingo, 22 de febrero de 2015

ESTELAS EN LA MAR

Nunca he sido capaz de mover un vaso con la mente, ni siquiera apoyando suavemente mi dedo sobre él. Aunque, cuando los que estuvimos en aquella de esas sesiones que se realizan sobre una tabla con letras y números empezamos a mirarnos con impotencia y, decepcionados, refugiamos nuestras manos bajo la mesa. Una vez libre, el vaso comenzó a marcar letras que se convirtieron en palabras y terminaron formando frases que pocos años después, los que aún seguimos en este lado, pudimos comprobar que aquello no era un juego. Sigo recordando aquel vaso girando, pasada la media noche de la festividad de todos los santos, pero nunca conseguiré olvidar la cara de los que ya no están, de aquellos dos amigos que vieron el reflejo de su propia muerte en el cristal. Nos abandonaron prematuramente después de una larga e imprevista enfermedad.
En otra ocasión me arrastraron hasta una hechicera que por aquel entonces gozaba de buena fama, y la garantizaba cobrando sus predicciones con una exigua voluntad. Tres, fueron tres las predicciones que me hizo y que no pienso revelar, me permití no abrir la boca un instante, no haciendo preguntas y dejar que fuera de ella de quién brotase la iluminación. No se trataba de la típica nigromante de feria con su bola de cristal, pañuelo de flores en torno a la cabeza y grandes aretes colgando de sus orejas; me encontré con una anciana encorvada, de aspecto sencillo no obstante su mirada profunda, y que utilizaba una baraja de cartas más sobada que las que te prestan en una tasca de marineros. Dos de las tres revelaciones tardaron pocos meses en convertirse en realidad, y de la tercera… aún continúo intentando convencer a mi banquero, pero esos pertenecen a esa casta en la que pasado, presente y futuro los dictamina el ordenador que acostumbra a  jugar siempre en su equipo. Dos de tres me pareció un buen balance y consideré el tercero como el premio de consolación al que todos aspiramos y viene instalado de serie en nuestras pretensiones.
Sé que os estaréis preguntando porqué os cuento estas historias que, intentando proteger lo que me queda de salud mental, debería haber guardado en un cajón cuya llave hubiese desaparecido en cualquier alcantarilla de los muchos callejones oscuros que acostumbro a coleccionar. Pero a todos nos toca ir recorriendo el camino de nuestra vida, y a mí hace tiempo que me gusta peregrinar por confusos tramos en los que mi futuro no es más que una hoja en blanco cuyos párrafos intento escribir, mientras “lo que sea” se encarga de tomar esas decisiones en las que no pierde la oportunidad de demostrar la máxima de que lo que no te mata siempre te deja intensas heridas.
A todos nos ha tentado alguna vez conocer ese espacio que llamamos futuro pero que realmente nunca existe, corresponde a la naturaleza de la imaginación, de las ambiciones, los sueños y los miedos. Porque cuando lo vemos convertido en realidad ya pertenece, no a nuestro presente en el que continuamos empeñados en fantasear, sino a nuestro pasado que, aunque reciente, ya ha recorrido su pequeño tramo. Además, es un empeño inútil porque no nos enseña nada, sólo aprendemos de lo vivido y eso cuando insistimos.
¿Habéis pensado qué sería de nosotros si de antemano conociéramos nuestro porvenir? Condicionaría todos nuestros actos, destrozaría la belleza del poema de Don Antonio, y ya no habría estelas en la mar sino sendas en las que dejaríamos de hacer camino. Futuro y libertad son términos que se oponen en nuestra consciencia, que nos impiden decidir porque el compromiso con nuestro futuro es la cárcel de nuestro presente. Y no me vale el argumento de que se podrían evitar muchas desgracias porque hasta esas estarían ya sentenciadas
Pese a que algunos aseguren que nuestro destino está escrito yo lo prefiero con tinta invisible, esa tinta que no me va a impedir proseguir con mis sueños. Y continuar con mis éxitos y mis fracasos, porque ni de los primeros me envanezco ni me avergüenzo de los segundos que para eso los pago con mi sangre.

Oscar da Cunha

22 de febrero de 2015 

2 comentarios:

  1. Espléndida introspección, hermano. Enhorabuena. Hasta el próximo, un fuerte abrazo.

    ResponderEliminar
  2. jolines... ¡los pelos como escarpias se me han puesto!
    Mi padre me enseñó a respetar aquello que no tiene explicación empírica y yo, que soy de hacerle poco caso, probé cuando era muy, muy joven... y no volví a tontear. Recuerdo salir corriendo como jamás he vuelto a repetir... y ahora no sabría decirte si me creí lo que me imaginé, o fue totalmente real.
    Da igual, no quiero saberlo...
    Como siempre, me encantas...

    ResponderEliminar

Me interesa tu opinión, te contestaré.