Nunca he sido capaz de mover un vaso
con la mente, ni siquiera apoyando suavemente mi dedo sobre él. Aunque, cuando
los que estuvimos en aquella de esas sesiones que se realizan sobre una tabla
con letras y números empezamos a mirarnos con impotencia y, decepcionados,
refugiamos nuestras manos bajo la mesa. Una vez libre, el vaso comenzó a marcar
letras que se convirtieron en palabras y terminaron formando frases que pocos
años después, los que aún seguimos en este lado, pudimos comprobar que aquello
no era un juego. Sigo recordando aquel vaso girando, pasada la media noche de
la festividad de todos los santos, pero nunca conseguiré olvidar la cara de los
que ya no están, de aquellos dos amigos que vieron el reflejo de su propia
muerte en el cristal. Nos abandonaron prematuramente después de una larga e
imprevista enfermedad.
En otra ocasión me arrastraron hasta
una hechicera que por aquel entonces gozaba de buena fama, y la garantizaba
cobrando sus predicciones con una exigua voluntad. Tres, fueron tres las
predicciones que me hizo y que no pienso revelar, me permití no abrir la boca
un instante, no haciendo preguntas y dejar que fuera de ella de quién brotase
la iluminación. No se trataba de la típica nigromante de feria con su bola de cristal,
pañuelo de flores en torno a la cabeza y grandes aretes colgando de sus orejas;
me encontré con una anciana encorvada, de aspecto sencillo no obstante su
mirada profunda, y que utilizaba una baraja de cartas más sobada que las que te
prestan en una tasca de marineros. Dos de las tres revelaciones tardaron pocos
meses en convertirse en realidad, y de la tercera… aún continúo intentando
convencer a mi banquero, pero esos pertenecen a esa casta en la que pasado,
presente y futuro los dictamina el ordenador que acostumbra a jugar siempre en su equipo. Dos de tres me pareció
un buen balance y consideré el tercero como el premio de consolación al que
todos aspiramos y viene instalado de serie en nuestras pretensiones.
Sé que os estaréis preguntando porqué os
cuento estas historias que, intentando proteger lo que me queda de salud
mental, debería haber guardado en un cajón cuya llave hubiese desaparecido en
cualquier alcantarilla de los muchos callejones oscuros que acostumbro a
coleccionar. Pero a todos nos toca ir recorriendo el camino de nuestra vida, y
a mí hace tiempo que me gusta peregrinar por confusos tramos en los que mi
futuro no es más que una hoja en blanco cuyos párrafos intento escribir,
mientras “lo que sea” se encarga de tomar esas decisiones en las que no pierde
la oportunidad de demostrar la máxima de que lo que no te mata siempre te deja intensas
heridas.
A todos nos ha tentado alguna vez
conocer ese espacio que llamamos futuro pero que realmente nunca existe, corresponde
a la naturaleza de la imaginación, de las ambiciones, los sueños y los miedos.
Porque cuando lo vemos convertido en realidad ya pertenece, no a nuestro
presente en el que continuamos empeñados en fantasear, sino a nuestro pasado que, aunque reciente, ya ha recorrido su pequeño tramo. Además, es un empeño
inútil porque no nos enseña nada, sólo aprendemos de lo vivido y eso cuando
insistimos.
¿Habéis pensado qué sería de nosotros
si de antemano conociéramos nuestro porvenir? Condicionaría todos nuestros
actos, destrozaría la belleza del poema de Don Antonio, y ya no habría estelas
en la mar sino sendas en las que dejaríamos de hacer camino. Futuro y libertad
son términos que se oponen en nuestra consciencia, que nos impiden decidir
porque el compromiso con nuestro futuro es la cárcel de nuestro presente. Y no
me vale el argumento de que se podrían evitar muchas desgracias porque hasta
esas estarían ya sentenciadas
Pese a que algunos aseguren que nuestro
destino está escrito yo lo prefiero con tinta invisible, esa tinta que no me va
a impedir proseguir con mis sueños. Y continuar con mis éxitos y mis fracasos,
porque ni de los primeros me envanezco ni me avergüenzo de los segundos que
para eso los pago con mi sangre.
Oscar
da Cunha
22
de febrero de 2015
Espléndida introspección, hermano. Enhorabuena. Hasta el próximo, un fuerte abrazo.
ResponderEliminarjolines... ¡los pelos como escarpias se me han puesto!
ResponderEliminarMi padre me enseñó a respetar aquello que no tiene explicación empírica y yo, que soy de hacerle poco caso, probé cuando era muy, muy joven... y no volví a tontear. Recuerdo salir corriendo como jamás he vuelto a repetir... y ahora no sabría decirte si me creí lo que me imaginé, o fue totalmente real.
Da igual, no quiero saberlo...
Como siempre, me encantas...