Camina siempre solo. Las manos en los
bolsillos de su pantalón y los ojos perdidos en el horizonte mientras pisa la
arena con sus pies descalzos. De vez en cuando se para, levanta su mirada hacia
el cielo, balancea su cabeza de izquierda a derecha y continúa su paseo. Yo
diría que le gano en edad pero, a eso ya me estoy acostumbrando, cada vez son
más con los que me sucede.
Si yo fuera gato, necesitaría un incalculable
suplemento de vidas, aun así, mi curiosidad por el ser humano ya las habría agotado
todas. Nos cruzamos a menudo y, aunque nunca nos hemos saludado, he observado
que compartimos el mismo hábito.
Cigarrillo en mano, le abordo.
—Perdón. ¿Tienes fuego, por favor?
—Sí, por supuesto. —Me acerca un Bic
rojo. —Enciéndelo tú, con esta brisa…
—Gracias.
Se lo devuelvo sin darme cuenta de que
mi pitillo sigue apagado.
»Qué extraño está el tiempo ¿verdad? —Yo
también levanto la mirada hacia el cielo.
—Siempre lo ha estado —contesta—. Nunca
hay dos días iguales. Incluso, dentro del mismo día, tampoco hay dos momentos
similares. Cada minuto es diferente del anterior, y vivimos con la duda de
saber cómo será el siguiente. ¿No es así más apasionante la vida?
Me tiende su mano y una sonrisa.
»Me llamo Daniel, y soy un enamorado de
la pintura. Quizá por eso sigo soltero, no me imagino llamándole a la Gioconda
señora de Daniel.
Yo también me presento, pero no soy tan
interesante. Me acuerdo de mi Winston aún pendiente y lo enciendo.
—¿No te gusta el azul? Es un bonito
color. ¡Pero no! No creo que por eso me hayas pedido fuego.
Me ruborizo. ¡Cuántas veces las
intenciones me traicionan!
—Disculpa, hace tiempo que nos cruzamos
y…
—Has hecho bien —me interrumpe—, al
final uno de los dos iba a tener que esconder su mechero.
—Entonces… ¿Eres pintor?
—Esa es la excusa, sólo trabajo en un
cuadro y siempre es el mismo.
—¿La continua búsqueda de la
perfección?
—No, la perfección no es hermosa. Ella sí.
—¿Ella?
—pregunto.
—Por ella paseo todos los días. Por ella
salgo a capturar, cada fecha del calendario, los nuevos colores, las
variaciones de luz y las sombras…, esas son las más esquivas. Después, sobre el
cuadro en el que ella está pintada,
cambio el fondo, las estelas del mar, los diferentes matices del paisaje y
hasta el sonido del viento.
—Pero… ella es parte de la pintura.
—Sólo durante el día. De noche sale del
cuadro, con la pamela en su mano, su vestido blanco y su pelo dorado. Es entonces
cuando improviso, para ella, un nuevo
mediodía o la última puesta de sol, la intensidad de un azul radiante de
primavera o el melancólico invierno durante un gris atardecer. Y me lo agradece
con esa idéntica mirada, brillante como el zafiro, que capté en aquel tiempo, cuando
la pinté por primera vez, aquí, en esta misma playa. Es entonces cuando puedo
acariciar su cabello, y absorber el aroma de su piel que me llega desde la cara
oculta de su vestido. Es cada noche cuando vuelvo a tenerla a mi lado, desde
veinte años atrás. Nos sentamos delante del lienzo y le cuento el tiempo, le
hablo del sonido de las olas o del calor del sol. Le enseño la lluvia y el olor
de la arena mojada. Ella, se estremece
entre silentes sonrisas y, poco antes del alba, conforme su presencia
tenuemente se desvanece, leo en sus labios ese “hasta mañana” que me mantiene
vivo. Y vuelve al cuadro.
—Es una hermosa historia, triste pero
hermosa.
—Amigo… —Daniel me contesta con sus
ojos perdidos en la distancia—…ese es el sueño más excitante al que puede
aspirar un artista.
—¿Y qué fue de ella? —me atrevo a preguntar.
—Ella
nunca fue. Jamás estuvo. Yo la creé con mi deseo de crear. Con mis pinceles yo
le di la vida, hace veinte años, cuando la imaginé posando en esta playa solitaria.
Oscar da Cunha
9 de julio de 2014
¡Qué hermosa la pintó él ! tú lo has bautizado Daniel y le has dado como instrumento un pincel.Para mí se llama Oscar y hace magia con las teclas.Gracias
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