¿Sabes? Al final
me estás empezando a convencer y mira que soy perro viejo y resabiado por las
cicatrices bien ganadas en la calle. No lo digo por lo de ayer —me pusiste ante
una de las decisiones más difíciles que he tenido que tomar en los últimos
tiempos—, ni tampoco por lo de más atrás —estás al cabo de la calle de donde
duele y sabes apretar la tuerca que más jode—.
En realidad no lo
digo por mí, o al menos no sólo por mí; pero es que uno va haciendo amigos,
aparte de los que conserva desde antes de que me preocupara en pensar en ti y
siempre me sorprende que a cada uno le regales con el premio gordo de su
lotería personal. He visto a unos que han perdido hijos, a otros que les has
quitado el presente y a pocos que conserven ya un futuro decente; además,
también mantengo vicios, oigo la radio y ojeo —ya sólo los ojeo porque trastorna
menos— los periódicos, y compruebo que tienes especial predilección por los más
débiles, a esos los puteas en cada esquina del planeta. Nunca das puntada sin
hilo, si se mueve la tierra es justo donde malviven los más desgraciados en sus
chabolas, si hay un huracán nunca se lleva por delante las mansiones de los
acaudalados y cuando un río se desborda ¡qué casualidad!, siempre los barrios
bajos son eso, bajos.
Ya llevo
más de cincuenta y dos febreros dando vueltas por el barrio y nunca te he visto
dar la cara; te rezan, te cantan, te llaman y algunos hasta se cagan en tu
madre —que se presume no la tienes— y tú, pasando de la peña. Supongo —y esto es
porque me ha dado por suponer— que, desde la noche de los tiempos, ya
comenzaste amargándoles la vida a nuestros primos, esos que, aunque nunca
supieron contar hasta más de cien, hicieron bien los cálculos de su hipoteca y
terminaron considerando que nos les salía rentable seguir aguantándote, te
hicieron una butifarra y nos dejaron sus huesos, pensando en que, de entre los
que llegasen por detrás, alguno se entretendría en hacer puzzles intentando
descifrar donde coño está esa imagen y semejanza que se nos sospecha contigo.
Supongo, como decía, que como todos los de tu pelo —esos que sí deben estar
hechos a tu imagen y semejanza—, seguirás por siempre escondido, no sea que un
día te pillemos en la calle y, aunque nadie esté libre de pecado, a ninguno nos
tiemble el pulso para devolverte las pedradas.
Al final,
como empezaba diciendo, me estás empezando a convencer y uno se da cuenta de
que cuando algo noble sucede en esta puta vida, siempre está detrás la mano, o
la unión de las manos, de gente decente. De que cuando tú mandas desgracias,
somos los humanos quienes tenemos que intentar devolverles la suerte a los
supervivientes. Y de que no sé si estás, ni dónde estás, ni porqué estás, pero sobretodo me sigo preguntando: ¿para qué coño estás?
©Oscar da Cunha
10 de agosto de 2013
Duro tu texto amigo, pero estoy contigo en todo ya que mas duro es aguantar lo inaguantable y creo que el de arriba no podría aguantar la mitad de lo que aguantamos los que supuestamente fuimos creado por el de ahí arriba. Un abrazo Oscar
ResponderEliminarDuro,muy duro,como dice Rafael.Como son tantos momentos vitales,Oscar.
ResponderEliminarComparto hasta la última coma de tu nota pa el de arriba,que, si está, lleva siglos tocando la lira.Como nerón.
No obstante,yo me quedo con el culín de la botella.Ese párrafo " cuando algo noble sucede en esta puta vida, siempre está detrás la mano, o la unión de las manos, de gente decente. De que cuando tú mandas desgracias, somos los humanos quienes tenemos que intentar devolverles la suerte a los supervivientes"
Son los renglones torcidos de un dios que ¿estará de vacaciones? Afortunadamente,no tus musas,Tibu