Nunca tiempos
pasados fueron mejores, y así lo hemos terminado decidiendo. Hay una frontera
que establece la edad en la que tienes que escoger alternativas; o te dedicas a
vivir de recuerdos, o te lanzas, de nuevo, en busca de esas aventuras capaces
de resucitar la adrenalina en cualquier pareja de trilobites.
Los últimos
años han sido duros, para los dos; y cada uno ocupado en deshacer sus propios
nudos, esos con los que la vida te va enredando las piernas para evitar que
sigas corriendo, han distanciado nuestros encuentros. Y aquellas llamadas
diarias: ¡hay olas!, hace tiempo que se sustituyeron por unas eventuales cenas
de fin de semana.
Empezamos
recordando nuestras primeras grandes mareas, las que a bordo del destartalado
4x4 buscábamos recorriendo el litoral, con Joe Cocker desde la vieja radio
invitándonos a conservar el sombrero puesto. El miedo en la piel, cuando aún
estábamos en la orilla, tabla en mano, discutiendo sobre cual sería la
remontada correcta. El primer contacto con la sal, ese que intenta convencerte
de que no te preocupes porque tú también provienes del mar. Nos fuimos acomodando
con el viejo regusto de borrascas en las que nos conformábamos con no perdernos
de vista entre montañas de agua. La soledad compartida en medio de un azul que
no perdona errores, y la amistad que forja bailar con la misma compartiendo
emociones.
Viejas fotos
en las que uno tenía más pelo y el otro menos canas, ¿quién las sacó? Sonrisas
en la orilla con los brazos ya gastados y las piernas aún conservando los últimos
compases de esas vibraciones que sólo la naturaleza, cuando pincha rock duro,
es capaz inyectarte en las venas. La mirada de admiración de los que todavía no
han acumulado las suficientes escamas; pero, desde la arena, no se han perdido
todos y cada uno de nuestros detalles, esos que son los importantes y se
deciden sobre la ola en menos de lo que dura cualquier fracción de segundo, y
los fotografían en su memoria con la firme decisión de que ellos serán el
relevo en el que a nosotros, nos llegará un día en el que, nostálgicos, soltaremos
ese: ¿te acuerdas?
Esa traidora resignación
que, por un: “total eso ya lo hemos vivido”, te empuja a decir no, cuando,
antes, nuestra voluntad sólo se hubiese enfrentado al dilema de si por la
izquierda o por la derecha, aun sabiendo que por ambas era casi imposible, pero
ese “casi imposible” era el que ambos despreciábamos cambiándolo por un: “ese casi
es suficiente”.
Y la última
abdicación cuando, al tirar la toalla sobre la arena, nuestros cuerpos caen con
ella; y la fascinada mirada de la chica del minúsculo bikini es para otros
bailarines, esos que, atravesando el esperpéntico espectáculo orillero de los
surfistas de verano y tabla de alquiler, desaparecerán remando hasta la gran pista,
esos dominios de Poseidón donde la única alternativa es formar parte del mayor
espectáculo del mundo.
Pero nuestra
última reunión ha sido especial, quizá la acertada decisión de sustituir esa
mariconada del foie por auténticos chipirones nos ha revuelto un estómago
largamente necesitado de sal gorda. Nos va a hacer falta sujetárnoslos con
fuerza para evitar que se nos atolondren en la garganta, pero eso serán dos
días, los primeros; y habrá que apretar en verano para preparar la temporada de
invierno, cuando los vientos del noroeste nos acerquen nuevas marejadas entre
las que volveremos a sentir que los buenos años nunca hay que guardarlos en los
viejos calendarios, sino salir a por ellos antes de se escapen de entre los
dedos; porque para los mejores, y nadie nos va a convencer de lo contrario, todavía nos queda mucha cuerda.
Oscar da Cunha
19 de julio de 2015
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Me interesa tu opinión, te contestaré.