"El simple aleteo de una mariposa puede
cambiar el mundo".
¿Quién
no se ha sentido enredado entre las letras de ese antiguo proverbio cuyo
mensaje esconde el misterio de la teoría del caos? Hoy día se ha convertido en
una herramienta utilizada por investigadores para retozar entre variados campos
de la ciencia: matemática, meteorología, física cuántica… Aunque, hay quien
afirma que el caos, como tal, no existe y, todo cuanto nos rodea, se encuentra
sometido a complejos determinismos que podrían ser pronosticados; siempre y
cuando tuviésemos en nuestras manos la información de todas las condiciones
iniciales del sistema en el que a la mariposita se le va a ocurrir aletear.
Hasta
aquí todo está claro. ¡O no! ¿O, no?
Veamos:
a un tipo —llamémosle Abelino—, se le ocurre espantar de un manotazo la polilla
que le está descuadernando una siesta de agosto bajo la agradable sombra de su
higuera en Matalascañas, y de ahí, al primo Bobby, en Oklahoma City, una
corriente de aire le arranca de entre los dedos su Winston ultra-light. Que,
por muy ultra y muy light, cae en el suelo de madera del porche desde donde
está extasiado contemplando la luna, y la casita de Bobby arde.
Sigamos:
los peritos de la Oklahoma´s House & Life Insurance Company —no menospreciemos
a los yanquis, después del nombre de Dios, ellos concibieron la palabra más
repetida en el mundo: Coca-Cola—, tardan diez minutos en frotarse las manos. La
ecuación es sencilla: A (Abelino) + B (Bobby) + P (polilla) = Efecto Mariposa. Y
Bobby, que por el susto deja de fumar y se salva de morir de cáncer de pulmón,
les ha salido rentable. La póliza de la casita de Bobby resulta de menor
cuantía que su seguro de vida —o debería de serlo—. Sorprende comprobar cómo
los misterios de la ciencia, cuando estos se ponen al servicio del pueblo,
consiguen reducir a evidente aquello que tan sólo parecía sencillo.
¿Pero no
es humano cuestionar la evidencia? ¿Por qué no comenzamos por aceptar que ninguna
realidad posee una delimitación tangible de sus fronteras, ese más allá en el
que se encuentra incluida la propia paradoja de la naturaleza? Conformarse con
lo que hay, y sólo suponer que haya lo que hay, resulta pueril, o para ser más
finos, ontológico. ¿Acaso el mundo de los sueños no forma parte de nuestra realidad?
Premoniciones, predicciones, psicopatologías de la conducta, anexos paralelos a
nuestro consciente cuya manifestación es capaz de cambiar el orden de nuestras
decisiones y el rumbo de nuestra vida. Intuiciones en personas que nunca antes
las tuvieron ni volvieron a repetir. Fugaces chispazos de un futuro que se cuela
por el cable equivocado. ¿Aleteos de mariposa en nuestra cabeza?
Sospechemos
que hubo un tiempo en el que el mundo, quizás, no tuviera nuestra configuración
actual. Un tiempo primigenio en el que el ser humano no construyera mitos por
convivir directamente con el infinito del misterio, con esa naturaleza viva que
no se contempla meramente desde lo externo. Un tiempo en el que el mortal fuera
capaz de situar el mundo verdadero en el otro lado de los sentidos. Todavía
podríamos encontrar, con mirada introspectiva, aisladas brasas que nos recordasen
el fuego que alguna vez ardió en nuestro interior.
Pero hoy,
ese tiempo ha cambiado y nosotros con él. Ahora, nuestro proceso cognoscitivo
sólo alcanza a captar una limitada información del entorno. Utilizamos los
mensajes que recibimos a través de nuestras áreas sensoriales que se han visto subyugadas
por una involución de nuestras facultades. Por consecuencia, únicamente somos
capaces de construir una realidad restringida. La tecnología, que comienza mucho
antes de la invención de la rueda, ha ido supliendo nuestras necesidades de
percepción, hemos olvidado en el camino la habilidad de predecir como vendrá el
invierno con la mera observación de las señales que la naturaleza continúa
enviando. Ya no somos aquellos seres que sabían encontrar en la tierra, que les
daba cobijo, esos lugares donde la sanación para sus males provenía de la energía
de las fuerzas que Gaia había puesto a su disposición. Y la conexión, ese
contacto directo con escenarios difícilmente perceptibles, se ha disipado;
relegando, a ese mundo donde las ideas se constituyen en la amalgama sobre las
que se edifica la auténtica realidad, al terreno de lo considerado como
fantasía. Nos hemos condenado a habitar exclusivamente dentro de la
subjetividad de lo aparente.
Pero
el mundo verdadero, ese que se encuentra
en el otro lado de los sentidos que ya no poseemos, sigue ahí. Más allá de
cuanto nuestro cerebro, hoy, es capaz de sentir, percibir y construir a partir
de la información lógica, cobran vida organismos con eficacia para otorgarle
una razón a aquello que ya no tiene cabida en el pensamiento.
Y en
ocasiones, durante ese momento hipnótico en el que la oscuridad de la noche se
somete al primer centelleo que, desde el este, como una estrella fugaz, aún
breve, cruza el cielo permitiendo adivinar las primeras formas de lo que poco
después será el horizonte, tal vez mi imaginación me traicione creyendo ver
unos ojos que no son de este lado. Los ojos de una apoteósica mariposa que,
pacientemente, desde esa elipse por donde transita lo que sucede cuanto las
leyes de la física sólo aciertan a enunciar como imposible, aguarda el momento
en que su aleteo provoque el genuino caos. Ese caos capaz de fusionar lo verdadero
con lo potencial, y devolvernos a ese estado de lo que en el pasado más remoto
conseguimos ser.
Oscar da
Cunha
10 de
agosto de 2014
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