El 19 de marzo de 1911 un millón de
mujeres se manifiestan en Alemania, Austria, Dinamarca y Suiza reivindicando un
sueño de igualdad, celebrando por primera vez el día internacional de la mujer
trabajadora. Una igualdad que aún hoy, 103 años después, todavía sigue siendo
un sueño para una gran mayoría de mujeres en el mundo. Pero ella, que siempre
optó por librar sus batallas con la humildad de su silencio, tenía mejores
planes que asistir a esa manifestación, había decidido nacer al día siguiente.
¡Ya se ve que no la conocisteis! No estaba dispuesta a perderse la llegada de esa
primavera con la que pretendía inaugurar su vida. Un inicio de primavera que
iba a marcar por siempre su carácter, que le confirió esa sabiduría natural
capaz de asumir que, tras cada desgracia, tras cada invierno del alma, la vida
se renueva y la esperanza hay que conseguir apreciarla en los nuevos brotes que
terminarán floreciendo si somos capaces de entregarnos a quienes sabemos querer.
Nunca le gustaron las tareas que, por
su sexo, preinstalado de serie, se le suponían propias en el caserío familiar
y, como a todos los que alguna vez fuimos chiquillos, aquellos dieciséis años
que tuvo que esperar fueron su primera eternidad. Con la determinación que
nunca faltó en su mirada y la duda oprimiéndole las entrañas, enseñó su espalda
a las burlas de la parentela y supo vender las horas invertidas aprendiendo de
su madre. Lo suyo nunca fue la poesía aunque la del 27 fue su generación, ese
año comenzó a hilvanar sus primeros hilos en el taller de Cristóbal Balenciaga.
Ese año comenzó a practicar sobre los primeros patrones del traje a medida con
el que se había propuesto vestir su futuro. Y no desperdició ni el más corto de
los minutos en aquél laboratorio donde la alquimia convertía el tejido en arte.
Se enamoró, como sólo las mujeres con
fuego en la sangre son capaces hacerlo, como sólo hasta donde se ha propuesto
amar por una sola vez se consigue llegar, con esa temeridad que únicamente
quienes se deciden retar al destino tienen por horizonte, pero no fue el
destino. Fue ese maldito ruido de sables del 36 el que rompió su sueño,
desgarrando todas las costuras del ajuar que con la esperanza que empuja al
esfuerzo había ido entretejiendo. Una despiadada metralla se cruzó en el camino
de a quien ella decidió entregarse. Una absurda guerra que, como a tantos castigados
por inocentes, le condenó a una soltería
ante la que jamás agachó la cabeza. Frente a nadie de aquellos que, por ocultar
su deshonra se empecinaran en ofender el coraje del honesto, desvió su mirada. Ninguno,
por mucho azul que llevara en su camisa, consiguió convertir en vergüenza su
orgullo al pasear a esa niña morenita a la que el estéril fratricidio de un
pueblo dejó sin padre.
De entre las ruinas supo recomponer una
vida. Pese a las cartillas de
racionamiento nunca hubo espacios sin sello en su mesa, y no se recuerda quien
la escuchara pronunciar un “no puedo”. Consiguió crear un hogar, llenándolo de
risas infantiles donde todos sus sobrinos encontraron en la de ella su casa, en
ella a una madre, y en su hija a una hermana.
Con su gran corazón conquistó el alma
de cuantos tuvieron el privilegio de conocerla, contagiando, con su amor a la
vida, el placer por las cosas sencillas y los sentimientos sinceros. Un balcón
rebosante de alegría por esos geranios con los que demostraba que también de
dulces palabras se alimentan las flores cuyos colores fueron su única bandera. Una
bolsa de la compra en la que nunca faltó un hueco para secar las lágrimas de
quien, con el hambre en la mirada, se cruzó en sus escaleras. Y una vida
dedicada al trabajo que, con su perseverancia, enseñó a muchos el valor de la
palabra respeto. Fue maestra en su oficio de enseñar a vestir y compañera de
los que quisieron aprender. Fue amiga en quien confiar y decana a la hora de
asumir como suyas todas las responsabilidades.
Nada le regaló la vida, salvo la
resolución para afrontarla y la dignidad para asumir que el tiempo no olvida
pero enseña a perdonar. Nunca sembró vientos porque tuvo que aprender
sobreviviendo a muchas tempestades. La soledad intentó perseguirla pero nunca
la alcanzó, hay mujeres que se convierten en imprescindibles para la vida de
los demás y ella siempre nos seguirá faltando. Y si vais por el barrio
preguntad por ella, aunque hace veinte años que nos dejó nadie ha olvidado la
sonrisa que acompaña a su nombre.
No sale en los libros de historia, nunca
fue una heroína, pero pocos héroes han conseguido estar a su altura. Yo tuve el
honor de conocerla y el placer de disfrutarla.
Se llamaba Claudia y era mi abuela.
Oscar da Cunha
5 de agosto de 2014
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Me interesa tu opinión, te contestaré.