Y mañana miraremos para otro lado, es lo que
hacemos los cobardes, los cómplices. Esta vez ha sido el suicidio desesperado
de Amaia Egaña. Vendrán más, por desgracia, y todos lo sabemos, y volveremos a
girar la cabeza, volveremos a ser cómplices por inacción. Cuatro carteles,
algunas frases en las redes sociales, y el dedito rápido para pegarle al
“megusta”. Seguiremos asistiendo, impasibles, ante la estafa a la que cuatro
desgraciados nos están sometiendo, incluso más de uno ya estará intentando localizar
el piso de Amaia para ver si con la “mala prensa” baja de precio. Con nuestra
actitud, más bien con la ausencia de ella, entre todos hemos acabado con la
vida de una persona, yo el primero, tú que estás leyendo esto, y aquél al que
parece importarle todo un carajo porque, dice él, ya nada tiene que perder, la
dignidad no cotiza en bolsa.
Con nuestro cobarde comportamiento seguiremos
manteniendo saldo en nuestras cuentas bancarias, seguiremos pagando los recibos
a través de ellas. Como si no fuera con nosotros, pasearemos delante de las
lujosas oficinas financieras, admirando el mármol de sus suelos o el vistoso
mobiliario, aprovechando el brillo de sus enormes cristaleras para mirarnos la
raya del pantalón. Ya de noche, utilizaremos la luz de sus llamativos letreros
publicitarios para hacer un botellón.
Procuraremos esconder nuestra cabeza entre las páginas de esas revistas llenas de fotos a todo color, admirando las lujosas mansiones en donde sabemos que viven banqueros y familiares, políticos y camaradas; casas, todas ellas, con número, calle, y municipio.
Y nos llevaremos las manos a la cabeza, mientras contemplamos en la tele cómo la pasta del rescate, esa que los políticos van a repartir entre sus amiguetes los banqueros, y que vamos a terminar pagando todos, muchos con su sangre, continúa terminando en esas casas, esas oficinas, esos luminosos…, que seguirán en su sitio porque nosotros, cobardes, y yo me apunto el primero, lo hemos permitido.
Perdóname Amaia, pero no he tenido cojones para evitar que te tiraras por ese maldito balcón.
Procuraremos esconder nuestra cabeza entre las páginas de esas revistas llenas de fotos a todo color, admirando las lujosas mansiones en donde sabemos que viven banqueros y familiares, políticos y camaradas; casas, todas ellas, con número, calle, y municipio.
Y nos llevaremos las manos a la cabeza, mientras contemplamos en la tele cómo la pasta del rescate, esa que los políticos van a repartir entre sus amiguetes los banqueros, y que vamos a terminar pagando todos, muchos con su sangre, continúa terminando en esas casas, esas oficinas, esos luminosos…, que seguirán en su sitio porque nosotros, cobardes, y yo me apunto el primero, lo hemos permitido.
Perdóname Amaia, pero no he tenido cojones para evitar que te tiraras por ese maldito balcón.
Oscar da Cunha
9 de Noviembre
de 2012
Una reflexión de impotencia cargada de duras palabras. Estoy contigo en que todos llevamos a cuestas nuestra parte de culpa cuando ocurren tragedias como esta. Hay que rebelarse, sin violencia y con raciocinio, criterio y mucha, mucha fuerza en la voz, para que nos escuchen de una maldita vez. Un saludo, compañero de LN.
ResponderEliminarEste comentario ha sido eliminado por el autor.
ResponderEliminarA veces nos invade la sensación de que la palabra no es suficiente, es entones cuando se pierde el raciocinio y de ello viene la tragedia. Pero la historia también nos ha enseñado que de las grandes tragedias ha resurgido la razón.
ResponderEliminarUn abrazo camarada.