En fa mayor
“OTOÑO”
“ Celebra il Villanel con balli e cantiDel felice raccolto il bel
piacereE del liquor di Bacco accesi tantiFiniscono col sonno il lor godere.Fà
ch'ogn'uno tralasci e balli e cantiL'aria che temperata dà piacere,E la Stagion
ch'invita tanti e tantiD'un dolcissimo sonno al bel godere.I cacciator alla
nov'alba a cacciaCon corni, schioppi, e cani escono fuoreFugge la belva, e
seguono la traccia;Già sbigottita, e lassa al gran rumoreDe' schioppi e cani,
ferita minacciaLanguida di fuggir, ma oppressa muore.”
Antonio Vivaldi
Allegro
Como
cada principio de otoño, acudo a mi cita ritual con el bosque, que pone fin a
la indolencia impuesta por los soles cegadores del verano. Es hora de que mis
amigos, los árboles, que me protegieron generosamente con su sombra, inicien
puntuales una fascinante metamorfosis ajena a todo, sólo regida por la ley
natural de las estaciones...
Ahora, cuando me queda más recorrido que por
recorrer, empiezo a percibir el otoño como lo hace el viejo roble. Él, que
sigue conservando esas hojas, hoy tardías pero aún verdes, y que contempla a
las que, ya maduras por la estación, caen guardando grabados tantos recuerdos.
Hojas de mi memoria, como esa en la que ya
para siempre quedará tallada la ausencia de aquel joven amigo, cómplice en la inocencia,
y que lleva escrita en el reverso su eterna sonrisa, plantada en la última curva
de su camino.
Con las primeras lluvias, las hojas de los
árboles con mil distintos tonos de verde, se han vestido de un sinfín de
colores - amarillos, naranjas, ocres, blancos - en un acto de vieja coquetería. Es su última sinfonía, el canto del cisne que
prepara su entrega a la voluntad del viento. Quizás guardan todavía la
esperanza de ser admiradas y recogidas por algún paseante dispuesto a gozar del
espectáculo, antes de ser arrastradas por la pala inmisericorde del barrendero
que recuerda el último gesto del sepulturero. ¿Qué sentirán las hojas a la hora
de morir en brazos del viento?
Caminando paso bajo el arce, hojas cargadas
de egoísmo por tantos amaneceres que me fueron regalados y que no siempre quise
disfrutar; de desprecio por las buenas compañías y reproche por las malas
ausencias. Otras, llenas de cicatrices, bajo el nogal, por atravesar caminos
oscuros, por detenerme en rincones sombríos, por tantas peleas de taberna en
las noches de vino fácil. Hojas rotas, que me han enseñado a viajar hacia una
nueva primavera con la única compañía del silencio.
Adagio molto
Hojas
muertas, otras tantas ilusiones perdidas un año más que inevitablemente invitan
a un examen de conciencia. Las amarillas de hipocresía y mentiras, las
ostentosas naranjas recordándome aquella vez que quise parecer lo que no fui,
las rojas, puñales de mi pasión desvanecida, las ocres denunciando tanta basura
moral, las blancas de mi inocencia perdida, las rotas anunciando el último
viaje a ninguna parte... Quiero engañarme pensando una vez más que el próximo
otoño será distinto, que aún me queda otra oportunidad cuando vuelva la
primavera...
Las del sauce, las más valiosas, esas las
recojo todas y las escondo en el bolsillo secreto de mi mochila, están
desgarradas con memorias llenas de errores de los que, durante lo que me queda
por recorrer, seguiré aprendiendo.
Las hojas de los castaños caen castigadas por
ese viento de otoño que llegó de repente, sin anunciarse. Caen como una lluvia
de recuerdos, desnudando las ramas del árbol que les dio vida dejando su alma
al descubierto. Caen como lo hicieron aquellos afectos perdidos sin saber por
qué, aquellas disculpas que no me atreví a pronunciar cuando aún era tiempo,
aquellas caricias que quedaron sin respuesta, aquellos honores pasajeros que
creí eternos...
Al borde de la penúltima curva, ese castaño que
amontona entre sus pies las hojas que guardan secretarias mil sueños de tantas
noches de luna, son las más especiales porque allí duermen transcritos los cien
mil velos de luz y oscuridad, en perfecta armonía, que me ayudan a ver el mundo
tal como me gusta; enredadas entre las del abedul, testigos de mis vigilias
compartidas con las estrellas, de mis diálogos con esos otros de los ojos
plateados que me esperan para, algún día, enseñarme desconocidas naturalezas con otoños eternos.
Observo el terco comportamiento de los
árboles de hoja perenne: los alegres abetos, los tristes cipreses, las
majestuosas araucarias, último recurso de los pajarillos, que parecen felices
dejándose mecer por los vendavales a sabiendas de que ganarán la batalla.
Pienso que son irreales, que nada es perenne en la vida. Ni la alegría, ni la
tristeza, ni la majestuosidad, ni la vida misma. Pero ellos, impertérritos, se
empeñan en negar la realidad, en demostrarnos que algo hay también de
imperecedero en los seres humanos: nuestro espíritu, la huella que nuestro
carácter y nuestro quehacer dejó en los
otros. ¿Serán árboles, o dioses?
Recojo, ya vencidas, las de la higuera y veo
la huella de tantos que me precedieron, de cuya experiencia y sabiduría me he
iniciado, esas me las guardo agradecido por no haber sido el primero. En las
del laurel, inmortales en la planta, descubro los surcos que siguen trazando
quienes me acompañan, y las acaricio satisfecho por no ser el último.
Las hojas del borrachero nunca fueron bellas,
ni siquiera en su juventud. Toda la energía del árbol se fue en dar a luz sus
enormes flores campanillas, obligadas por el propio peso a lucir su corola
mirando al suelo. Aquellas flores ya cumplieron su tarea de alucinar con su
polen a quien se atreviera a descansar un rato al pie del árbol. El borrachero
es un tramposo y, en castigo, sus hojas caen arrugadas, descoloridas,
quebradizas, con la fealdad de la muerte inscrita en sus genes. No me gustan,
no quiero acercarme a ellas quizás porque presiento que son una metáfora de mí
misma.
A tres pasos, este rosal, ahora yermo, del
que he aprendido que no sólo hay espinas en el recuerdo, y que no hay herida
que no seque gracias al bálsamo de la flor. Esas hojas de haya que al instante
me roba el viento, húmedas, algunas, por las lágrimas que derramé al despedirme
de mis seres queridos; salpicadas, otras, por esas gotas que te arranca la
alegría cuando ésta brota de la parte más sencilla del alma.
Mis favoritas son las hojas de los arces que,
a la hora de morir, encienden su última
luz destacando de todas las demás. Sus hojas anaranjadas son un canto a la
vida, una promesa de alegría, vedada a
los demás seres vivos en el último acto de su vida. Yo elijo las más bellas,
las recojo, las limpio cuidadosamente
con mi pañuelo y las guardo con delicadeza entre las hojas de un cuaderno
procurando que sus caprichosas curvas no sufran desperfecto. Sé que son las
últimas coquetas. Ellas ya saben que van
a decorar mi mesa de otoño, a ponerle marco a mi tabla de quesos en compañía de
uvas y nueces. Qué lujo morir tan bellas...
Al fin oigo el rumor, y veo el manantial de
agua dorada por las hojas que el fresno le presta; en la que se lleva la
corriente, a la izquierda, está el mapa secreto de aquellas tardes de bicicleta,
cuando dos niños buscaban el fin el mundo; distraído no llego a tiempo de
atrapar la que se escapa con la humedad de aquél primer beso, también furtivo.
Me asombra el comportamiento del guayacán que
perdió las hojas en primavera para que sus ramas desnudas se tapizaran de
flores rosas o amarillas. Son ellas, tan frágiles, las que, con los primeros
vientos, se adelantaron en su caída para que el manto espectacular con el que
cubrieron la tierra sirva de mullido lecho a las hojas de los demás árboles del
bosque. Misterios del trópico que no conoce las estaciones y vive el otoño a su
manera...
Allegro
Las
sombras acompañan los últimos acordes del concierto, mientras nuestros pies, peregrinos
del otoño, forjan el camino sobre la sinfonía de recuerdos que, como cada año,
acudirán implacables a nuestra memoria, con una nueva armonía, con remembranzas
añadidas por esos postreros brotes del nuevo calendario, se sumarán al azul que
envuelve las imágenes que nunca dejo atrás.
Acompañada sólo por el crujir de las ramas
que se despiden de las últimas hojas,
me niego a pensar que mi vida esté
marcada por el determinismo de las estaciones. Yo tengo un amuleto del que los
árboles carecen, eternamente anclados a la misma tierra que les vio nacer. Su
defensa es crecer sin descanso buscando el cielo en un sueño loco de llegar a
otras estrellas, de enredar sus ramas en las nubes... Pero yo tengo mi
libertad, mi capacidad de desplazarse a otras tierras, de conocer otros soles y
otras estrellas, de alimentarme de otros nutrientes que me ayuden a no repetir
los mismos errores. Ese es mi modo de crecer. La libertad, ese gran regalo que
los árboles nos envidian.
El final del otoño acaba con las hojas que
aún quieren despedirme. Ha caído la última. El concierto se acaba. Mis pies
caminan firmes dibujando mis huellas en el humus del bosque.
Los compases finales han enmudecido. ¡Hay
amiga! ¡Qué paseo! Sin aplausos, sin despedidas. Todavía el silencio me
conmueve, el horizonte me convence, mi búsqueda no es sino adelante. Entre las
nieves del invierno que se asoma encontraré la flor del edelweiss, cantándome
la primera revelación de la nueva cosecha que llegará, dejando una vez más en
blanco mi hoja de ruta, indicándome que no es otra que mi voluntad la que
empuja mis pies, y que deberá rellenarla siguiendo el consejo de mis sueños.
Dame ahora tu mano y orientemos nuestra mirada hacia esas fantasías que algún
día volverán a enredarnos en otro bosque, tan sólo uno más, ni siquiera el
siguiente.
Milagros
del Corral
Oscar
da Cunha
Otoño
2012
Las palmas de mis manos arden, después del aplauso que ha brotado de ellas y del corazón, tras el concierto. Una sinfonía de colores para vestir la muerte que no es muerte sino vida que espera. Enhorabuena a los dos por este texto, mágico y real; sabio y melancólico; por este decir vuestro que se vuelve aquí palabra natural y profunda; camino hecho y por hacer; impasse del tiempo, y entretiempo de una vida, de dos, de tres, de cuatro...
ResponderEliminarGracias Manuel, por tus hermosas palabras. Es un honor recibir semejante comentario de un maestro. Ha sido una magnífica experiencia disfrutar de la excelente compañía y las buenas vibraciones de Milagros durante este paseo sensual por el otoño. Me alegra que sirva de disfrute para cuantos lo estáis leyendo.
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