domingo, 14 de julio de 2019

Nos ven

Y enredan. Y tampoco sé por qué. La verdad es que no tengo ninguna certeza sobre lo que intento escribir. Llego a percibirlo en pequeños detalles, en esas tonterías que suelen pasar de largo, desapercibidas, como un descuido, salvo cuando me detengo y echo un vistazo, con precaución, hacia ese escaso fragmento de tiempo que acaba de fugarse y lo único que veo es que alguien ha cambiado algo. Y entonces me parece raro porque miro alrededor y hace demasiado tiempo que ya no hay nadie.
            A veces ocurre con ese viejo bolígrafo que utilizo porque parece que tiene duende sobre el papel; o el propio papel en el que acabo de anotar lo que estoy seguro de que después de unos pocos minutos se me va a olvidar. O con muchas otras cosas que sé dónde viven y voy y las uso con respeto, sin incomodar, que para eso, ellas, esperan con esa modestia que tienen las cosas.
            Y sin avisar se ponen en marcha esos momentos en los que todo se perturba; son breves, nada está en su sitio, que para mí es como no estar. No me importa con lo que enredé ayer, que eso es mirar muy lejos. Pero si llevo más de media hora sin moverme de mi silla, no me parece sensato que el mechero con el que acabo de encender el cigarrillo que aún mantengo entre los dedos aparezca, mientras me he descuidado justo lo que tardo en saludarle al cuervo que me visita al otro lado de la ventana, en la otra mesa de mi despacho, a la que sólo le dirijo la mirada para asegurarme de que no estoy sordo; y que si nadie responde la culpable es la soledad, porque la muerte hizo su trabajo y también se fue.
            Otras cosas, cuando ya me he resignado a darlas por perdidas, me saludan, de repente, desde el mismo centro de mi mesa de trabajo, como si quien no hubiese estado durante el tiempo que han faltado fuese yo. Siempre son cosas pequeñas y de uso cotidiano, de modo que lo que sea que juega con ellas, conmigo, nunca tuviera la intención de hacer una exagerada demostración de poder, pero tampoco quiere pasar desapercibido.
            Puede que sea una insistente llamada de atención, porque empiezo a comprobar que todo consiste en hacerme perder el tiempo entre esas interferencias y mi memoria. Creo que la clave está en el tiempo y tal vez eso venga desde algún lugar donde ayer y mañana sean gastados conceptos que ya dejaron de manejarse. Y desde allí pueda verse, con claridad, cuántos trocitos de nuestra vida desperdiciamos como si se tratasen de porciones de una tarta que nunca se nos pudiera terminar. Y eso me hace mirar hacia atrás, sobre todo hasta antes de donde empezó a doler, para intentar recordar todo el que he malgastado. Y es entonces cuando estos fenómenos me parecen muy serios. Me inquieta pensar que pueda existir un estado de conciencia, interminable, en el que tantos de nuestros momentos despilfarrados tengan un dedo con el que señalarnos, y disparar.
            Pero aunque he dicho al principio que no tengo ninguna certeza, tal vez tenga dos. En algún momento fuimos dioses y nos echaron del asunto porque despreciamos el valor del jefe supremo, y el tiempo, que no hace amigos, nos condenó a esto que llamamos vida; una acotación con principio y final para que aprendamos a respetarlo. Quienes ya no están sometidos a sus caprichos nos avisan. Y es que nos ven.

Oscar da Cunha
14 de julio de 2019


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